Partida Rol por web

—¿Y qué esperas que haga yo, elfo? Mis barcos no navegan bajo las aguas, ni están en disposición de enfrentarse a la armada de Mithas. Tratar de cruzar las aguas del Mar Sangriento bajo la bandera solámnica sería un suicidio para mis hombres y la total destrucción de mi flota. ¡De lo que queda de ella!

—Algunos de mis compañeros han expresado su deseo de reunirse personalmente con su Majestad Imperial. Hemos hallado una reliquia sagrada para los seguidores de Kiri-Jolith y creo firmemente que vos sabréis darle mejor uso que nosotros. Un hisopo que acrecienta las fuerzas de aquellos que son bendecidos por él. Si me decís dónde estáis o hacia dónde os dirigís, podríamos concertar un encuentro para haceros entrega de tal artefacto y diseñar juntos una estrategia que permitiera asestar un golpe fatal al culto impío de Morgion en Ansalon.

—De ningún modo te revelaré mi paradero —afirma, con una risotada carente de humor—. ¿Crees que he olvidado que me abandonaste a mi suerte en Herida del Alma? No, no estoy seguro de poder confiar en ti, ni en los tuyos.

Resulta difícil saber si con "los tuyos" se refiere a los magos, a los elfos o a tus compañeros de desventuras.

Guarda silencio durante largo rato. Tanto que piensas que ha dado la conversación por terminada. En cualquier caso, a tu conjuro no le quedan más que unos pocos minutos.

—Está bien, Sëlanar. Dentro de diez días en el puerto de Caergoth. Si de verdad actuáis de buena fe, venid desarmados y traed esa reliquia de la que hablas. No esperaré por nadie, así que me marcharé si no estáis allí en la fecha acordada. Hasta entonces, más te vale no volver a entrar en mi cabeza.

—He contactado con Jaymes Markham —informo a todos un día después de nuestro abandona intento de abrir el Portal al Abismo. 

Solo han transcurrido unas pocas horas desde que hablé con él. Apenas el tiempo necesario para reunir a mis compañeros y convencerles de mantener esta reunión en el Bastión de la Magia, con los Centinelas de los Túnicas Rojas y los Túnicas Negras presentes.

En realidad, no es un asunto que concierna especialmente a ninguno de los dos, pero creo que necesitaremos la ayuda de Kireena y no deseo que el taimado theiwar piense que una y otro conspiramos contra él. La presencia de la enviada de Myria Faz no es más que una indeseada consecuencia de que siga en el Bastión. En cualquier caso, ni tengo agendas ocultas ni el menor inconveniente en que informe al Cónclave de nuestros movimientos.

—Me refiero, por supuesto, al emperador de Solamnia —aclaro, para aquellos que quizá no estén familiarizados por el nombre—. He compartido con él información sobre la Cúpula en el Mar de Azogue y también le he informado de que actualmente custodiamos una reliquia de Kiri-Jolith a la que él y sus huestes podrán dar mejor uso que nosotros. Así mismo, le he expresado el deseo de alguno de los presentes te mantener una reunión cara a cara con él y, pese a algunas reticencias iniciales, ha propuesto un encuentro en el puerto de Caergoth dentro de diez días para dialogar sobre una posible acción conjunta contra los cultistas de Morgion.

»Markham ha sido muy específico en que, si decidimos acudir de buena fe, debemos hacerlo exactamente en la fecha indicada, desarmados y llevándole la citada reliquia. Dado que yo jamás he estado en esa ciudad, no puedo teleportarnos hasta allí. A lomos de Shilara, yo podría llegar a la cita con tiempo más que suficiente, pero temo que a caballo los demás no llegaréis puntuales. Es por eso que solicito el consejo de mis hermanos en la magia en busca de un medio que permita a mis compañeros recorrer más velozmente la distancia que nos separa de la metrópolis portuaria de Caergoth.

- Has hecho un gran trabajo Ailaserenth. - Le dijo Kyliana al túnica blanca. - Como siempre. - Añadió sin ápice de dudas.

No obstante, la respuesta del estúpido Emperador no acabó de gustarle. No es que no esperara algo parecido. Conocía bien a Jaymes Markham y sabía que pondría condiciones. Siempre buscaba un entorno favorable a sus intereses y sacar algo a cambio de nada o de muy poco. Ellos ofrecían su colaboración para acabar con la plaga de la Peste Escarlata y él a cambio, exigía la reliquia y accedía a la reunión únicamente en superioridad de condiciones.

- Y es por cosas como ésta, que está el primero en mi lista... - Murmuró para si mismo.

Si no fuera extrictamente necesario colaborar con él, nunca le hubiera pedido a Chemosh el don de la visión remota. No al menos con el objetivo de encontrarle para tratar de aunar esfuerzos en pos de salvar la civilización así como la conocían. Pues llegado el momento, tendría que hacer cumplir su lista y para eso también sería necesario encontrarle. Aunque no era ese el momento. La Senda no discurría en esa dirección.

- ¿Crees que es sincero en sus intenciones? - Le preguntó al elfo blanco. - ¿Crees que realmente quiere escucharnos y que quiere que vayamos desarmados porque teme una encerrona? ¿O crees que es precisamente él quien nos quiere tender una emboscada? - Se fiaría de la palabra del elfo. Creía en él y en su criterio, pero de Markham no podía fiarse. - Es una rata traicionera, por muy Emperador que sea...

Una vez más, Adele se encontraba entre aquellos farsantes. Tras el estrepitoso fracaso (sin intento siquiera) del día anterior, la maga había enviado un informe detallado a Myria Faz, explicando cuanto había visto.

Myria: nada ha sucedido. El túnica blanca y su amiga, la sacerdotisa de Chemosh, han renunciado a abrir el portal en el último momento. O bien ocultan algo y no querían abrir el portal frente otros miembros del Cónclave, o bien carecen de las capacidades de las que alardean. Si no confías en el mago blanco, mejor sería mandarlo arrestar. Mis talentos están desperdiciados en este lugar. Espero órdenes para marcharme de aquí.

La bruja había confiado en que aquello fuese suficiente. Sus palabras, le parecía a ella, eran sobradamente elocuentes. Había teletransportado el pergamino a primera hora, y esperado ansiosamente una respuesta positiva. Detén a este fantoche y vuelve a casa. Hay cosas más importantes que hacer.

Como veía que no obtenía respuesta, harta de esperar, se había paseado por las dependencias del Bastión de la magia, contemplando aquellas que pertenecían a los túnicas rojas. Se suponía que aquello tenía que parecerle propio, pero le era tan ajeno como la Torre de Wayreth, como el Cónclave, y como todo lo demás. Allí era un pez fuera del agua. Pasó algunas horas curiosieando, charlando brevemente con la guardiana de los túnicas rojas, hasta que la paciencia se le agotó, y retornó de nuevo a sus aposentos. Al hacerlo, vio una nota que la esperaba, y acudió con rapidez a leerla, esperando que fuese su carta de libertad. Pero no era así.

No Adele. Te necesito cerca del túnica blanca. Continúa vigilando sus pasos, vaya a donde vaya.

Maldijo entre dientes, arrojando la carta a la chimenea, donde ardió con rapidez.

Poco después, fue convocada a la reunión, y allí estaban. Hablando del Emperador de Solamnia. ¿Sería verdad, o sería otra fantochada, como la de la jornada anterior? A Adele no se le daba bien discernir esas cosas. Ella prefería la acción, el trabajo de campo. Degollar a una aberración con sus propios dientes y abrirle las tripas para ver qué había dentro. Aquellos tejemanejes no solo la aburrían, sino que se le daban terriblemente mal.

El caso es que el túnica blanca decía haber hablado con el Emperador. Adele no sabía mucho de él, y no le interesaba demasiado. Algún pez gordo al mando de un país grande, quería recordar. ¿De qué le servía un señor así al Cónclave? Poco le importaba. El caso es que la sacerdotisa ni siquiera parecía confiar en él.

Pero, a su pesar, Adele sabía que podía ayudarles en sus objetivos. Y también sabía que era lo que Myria Faz quería. Vigila sus pasos, le había dicho. Tenía que referirse a aquello.

- Yo no he estado nunca en Caergoth. Pero desde Zaradene y Goodbay suelen zarpar navíos en esa dirección, y esas son ciudades que sí conozco bien. - dijo con desidia - Si de verdad tenéis intención de ir allí... - añadió con sorna - puedo transportaros hasta cualquiera de esos lugares.

Suspiró. ¿Porqué siempre tenía que acabar empantanada en aquellas historias?

Más que una araña, parezco una de sus desgraciadas víctimas. Para esto hemos quedado Madre. Hemos caído en las redes de una araña más grande.

- Myria Faz quiere tener unos ojos de confianza en tus asuntos, Sëlanar. Os llevaré, y veré a ese Markham con vosotros.

Ni loca iba a ir deasarmada. Que ese payaso pidiese lo que quisiese. Pero se guardó de decirlo. Hasta ella sabía que eso solo complicaría las cosas. Más.

—Supongo que estará desquiciado y paranoico. — apostilló Enrielle con voz muerta —Viendo cómo todo se desmorona y no puede hacer nada por evitarlo. Pero no es imbécil, y sabe que aún podemos serle útiles de algún modo. No creo que nos haya tendido una trampa.

Se giró para mirar a la Túnica Roja. Al parecer les aconpañaría, y también les ayudaría a cambio de husmear, cosa que no le importaba. Salvo sus nuevos gustos dietéticos, Enrielle no tenía nada que esconder.

—Gracias por vuestro ofrecimiento, pues nos hará llegar a tiempo a la cita. —le dijo a la mujer con un tono tan frío como las manos de un cadáver — Veréis que no os perdéis nada cuando conozcáis a ese hombre. Más bien al contrario. 

Me resulta inconcebible escuchar las pretensiones de la maleducada humana y dignificarlas con una respuesta. Rebajarme a responder sus impertinencias sería como intentar razonar con un perro vagabundo que se pusiera a ladrarme por la calle.

—Coincido con Enrielle —respondo a Kyliana, cuando ella me pregunta sobre las intenciones del emperador—. Si Markham nos quisiera muertos, habría enviado a sus ejércitos o a sus asesinos a la torre del Paso de Palanthas; sabe perfectamente dónde encontrarnos. Y también sabe de lo que somos capaces, por eso no es de extrañar que no esté dispuesto a presentarse ante nosotros si comparecemos ante él armados. Nos lo permitió cuando visitó por primera vez la fortaleza voladora a las afueras de Palanthas pero, si lo recordáis, fue más cauto cuando nos recibió en Maelgoth y hace bien en ser igualmente cauto después de haber colaborado juntos en los sucesos de Herida del Alma. En cualquier caso, tampoco puede considerársenos indefensos aun estando desarmados.

»Shilara y yo volaremos hasta Caergoth con el hisopo, para asegurarme de que al menos uno de nosotros llegue a tiempo a la cita —informo a mis compañeros, dejando clara la confianza que me genera el reciente ofrecimiento de la túnica roja y lo que me importan sus pretensiones de vigilarme—. Nos encontraremos allí si llegáis antes de diez días o en el Paso de Palanthas si os demoráis más allá de esa fecha. Si estuviera en vuestro lugar, no demoraría la partida; los viajes marítimos siempre resultan inciertos y más teniendo que atravesar el Estrecho de Algoni.

- Me fio de ti Ailas. - Le dijo Kyliana, aunque no sin dudas razonables acerca de las intenciones de Markham. - Y acepto la ayuda de nuestra nueva colaboradora. - Comentó mirando de reojo a la bruja roja. - En cuanto a las armas... - Se levó al mano al mentón pensativa. - Es evidente que no viajaremos hasta Caergoth desarmados. No sabemos que podemos encontrar por el camino. - Mantuvo silencio unos segundos. - Quizás podría venir con nosotros Bugambilia y podría guardar el armamento en algún lugar seguro y a distancia suficiente del lugar del encuentro. Si no... igual podemos enterrarlas y regresar luego a por ellas... - Miró a Enrielle y también esperaba respuesta por parte del Túnica Blanca. Quizás ellos tuvieran mejores ideas.

Bugambilia no estaba presente para encogerse y mirar con apatía, pero Enrielle sí. Al menos en la parte apática.

—Podría. ¿La última vez no fueron los propios soldados de Markham quienes custodiaron nuestras armas?— aquella reunión era lejana en su recuerdo — Seguirá teniendo a sus soldados, supongo. Aunque tampoco me termino de fiar.

- ¿Le dejarías en custodia a la Portadora de la noche o la espada sagrada de la Hija de la Luz? - Le preguntó a Enrielle. - ¿No recuerdas que hizo cuando le enseñamos la Fortaleza de Mem, nuestro hogar?

Kyliana no perdonaba a Markham, no lo haría nunca. Además de un déspota y un prepotente, era un jodido ladrón. ¿Se fiaban sus compañeros de dejarle en custodia sus objetos más valiosos? Desde luego Kyliana no pensaba que esa fuera una opción. Tampoco es que creyera mejor dejarlas en custodia de Bugambilia en cualquier lugar. Si por desgracia aparecía alguien con malas intenciones en el trancurso de la reunión, podrían arrebatárselo todo a la kender sin demasiada oposición. 

- Sea como sea... - Negó con la cabeza. - Que ese jodido tarado nos quiera desarmados, es siempre un problema... - Concluyó.

—Haces bien en mostrarte precavida, Kyliana. Ciertamente puede que necesitéis vuestras armas en el viaje hasta Caergoth. Y, una vez allí, todo lo que queráis preservar de las garras codiciosas de Markham puede quedar a buen recaudo en mi cofre interplanar. Una cosa es no darle motivos a Markham para pensar que pretendemos atentar contra su vida y otra muy distinta entregarle todo aquello que con tanto esfuerzo y tan merecidamente hemos ganado.

- Me parece una solución perfecta. - Kyliana asintió con aprobación.

No sólo le parecía una solución perfecta por la lógica incuestionable, sino por la facilidad con la que ambos parecían entenderse últimamente. Antes, sus conversaciones estaban marcadas por la desconfianza, la confrontación velada y la constante necesidad de marcar límites. Ahora, sin embargo, la cooperación surgía de forma natural, sin el peso de las antiguas fricciones.

- Desde que le besé a traición y quizás desde unos meses atrás... - Trató de recordar la sacerdotisa. - Estamos más unidos que nunca. - Determinó con enorme felicidad.

No podía negar que algo había cambiado entre ellos. No sabía si era el beso en sí o lo que implicaba: un reconocimiento mutuo, una aceptación tácita de que, pese a sus diferencias, estaban en el mismo bando. Aunque no era el momento de analizarlo. Ahora tenían un objetivo claro, que no era otro que el de reunirse con el estúpido Markham, entender sus intenciones y convencerle de colaborar otra vez para eliminar la amenaza morgionita.

- Y si no es así… - Reflexionó Kylina para sus adentros. - Bueno, quizás podría aprovechar la ocasión para asegurarme de que el Emperador no viva lo suficiente para ver su imperio derrumbarse, o alzarse de nuevo... lo que la Senda determine. Aunque si acepta... - Sonrió de forma maliciosa. - Quizás aproveche también...

Adele puso los ojos en blanco cuando el túnica blanca indicó que él viajaría por otra vía.

Claro que irás por otra vía, rata traidora. No tienes problema en que el Cónclave sepa lo que haces, salvo cuando actúas en su contra.

¿Qué más necesitaba Myria Faz para encerrar al túnica blanca? Al parecer, muchas más horas de su tiempo.

Tanto daba. Ella contaría lo que había visto, y seguiría a aquel grupo hasta Caergoth.

- Bien, tenemos un plan entonces. - dijo con evidente aburrimiento.