Partida Rol por web

- ¡Atrás! - Ordenó Kyliana. 

Acto seguido lanzó un mazazo a uno de los minotauros que se acercaban armados y con intención hostil hacia ella y sus compañeros. El impacto en el pecho fue brutal y como respuesta, el indeseable que había recibido el ataque, escupió sangre por la boca. 

Eso no sirvió para detener a aquella columna coordinada de minotauros. Kyliana les iba a enseñar modales. Alzó una mano hacia el cielo e Imploró a su dios por qué los bañará con fuego sacrílego. 

- ¡Oh Chemosh, abrásalos! - Le Imploró. 

Una columna de fuego verdoso descendió desde los cielos quemando y ampollando el cuerpo de aquellos desgraciados. El justo castigo a su arrogancia.

Los enemigos avanzaban en bloque, algo que daba al traste con la esperanza de poder ganar algo de tiempo. La inmensa clériga seguía siendo el principal frente de batalla, y pronto comenzó a conjurar de nuevo, invocando sobre la masa de enemigos una columna de fuego verde que abrasó a no pocos de ellos, a la par que extendía nuevas llamas sobre la cubierta. El afán destructor de aquella mujer no parecía conocer límites, y desde luego Adele no se iba a exponer a quedar atrapada bajo las llamas infernales que invocaba.

- Maldita chiflada... - murmuró entre dientes.

Aquella mujer iba a arrasar el barco sin darles tiempo ni de salir en un bote.

- Recoge a Selanar, hay que largarse de aquí. - le dijo al pelado.

La idea de dejar al túnica blanca ahí tirado resultaba halagüeña, pero, le gustase o no, era un Hermano en la Magia. Además, Adele empezaba a hacerse una idea precisa de quién había causado la muerte de todos sus Hermanos anteriores. Por más que le pesara, tenía claro que al rubio escuchimizado no podía atribuirle más que la inacción. La muerte tenía otro origen.

Volvió a escrutar en derredor, buscando a la comecadáveres. Para algo interesante que estudiar en aquel grupo de patanes... no se la veía por ninguna parte. Hasta que, de repente, su pierna se estrelló con algo seco. Una pierna amputada, que parecía hecha de madera. Bajó la vista, para comprobar que, entre el amasijo interminable de cadáveres de minotauros, había un cuerpo hecho pedazos. Era ella. Estaba ahí tirada, reseca, vacía de existencia. Adele resopló.

- Joder. De todos los patanes de este grupo, tenías que caer tú.

Adele alzó el vuelo, presta a interceptar el bote que descendía fuera de su ángulo de visión, pero al hacerlo comprobó que nadie en él conservaba la vida para seguir haciéndolo bajar. Algo era algo. Retornó al borde del navío, protegiendo los cabos que hacían desdender el bote, y descargando un tajo contra el ballestero más cercano, para a continuación tornarse en estatua.

Una columna de fuego verde desciende desde el cielo para envolver a la retaguardia de la falange de minotauros, incluyendo a la oficialidad de la trirreme. El segundo de a bordo, armado con un hacha de dos hojas, cae al suelo retorciéndose en medio de espantosos alaridos.

No es el único que brama de dolor. Con la mayor parte del cuerpo abrasado, el capitán retrocede mientras los veteranos alcanzados por el fuego ruedan sobre la cubierta tratando de apagar las llamas de naturaleza sobrenatural.

El palo de mesana, alcanzado ya por la primera columna de fuego sacrílego y con sus velas convertidas en jirones cenicientos, se viene abajo atrapando a dos de los guerreros abrasados y aplastando la catapulta de popa bajo su peso. 

Pero esta nueva muestra de poder de Kyliana no disuade a los disciplinados supervivientes, que avanzan como una marea imparable contra ella.

La Túnica Roja vuela entonces rodeando la retaguardia de su acrecentada compañera y aterrizando junto a su costado derecho con la esperanza de entorpecer de algún modo el avance de los minotauros por ese flanco.

Armados con sus espadas aserradas, las fuerzas de asalto avanzan para acorralaros en la popa. La sacerdotisa de Chemosh consigue herir a uno cuando se le acerca, pero cuatro la atacan desde el frente y el costado izquierdo. El poder de su dios y el hecho de que sus enemigos no hayan logrado rodearla le permite repeler la mayoría de estocadas, pero no todas.

Tampoco Adele sale ilesa de los ataques combinados de tres veteranos minotauros. La gran mayoría de los golpes que le propinan, rebotan inofensivos contra sus defensas arcanas, pero las pesadas armas blandidas a dos manos consiguen mellar su pétreo cuerpo.

Pese a la virulencia de la magia desatada contra ellos, los minotauros continuaban su avance implacable. Adele notaba las heridas a través de su recia piel de piedra, y estas le causaron un dolor lacerante al retornar a su forma de carne y hueso. Esto, sin embargo, no era suficiente para amedrentar a la araña de Wayreth.

Habrá que acabar con ellos. - se dijo.

Aprovechando la velocidad otorgada por la magia, descargó una lluvia de golpes antes de dar un paso atrás y adoptar de nuevo forma de estatua.

La túnica roja preguntaba por la "comecadáveres". Enrielle. Cómo olvidar ese interminable momento compartido con la arquera de pupilas en forma de saetas. Por supuesto que sabía dónde estaba, la había visto caer. Su mirada se desvió por un momento hacia ella y entonces vio la espada que Ailaserenth le había regalado, arrebatada de manos de un ser celestial momentaneamente aturdido. Enrielle ya no la utilizaría más y era casi un pecado dejarla allí si podía evitarlo.

El monje asintió a las palabras de Adele y haciendo uso de sus vertiginosos movimientos acrobáticos, tomó la espada del suelo junto a las pezuñas del minotauro que había logrado escabullirse junto a la enorme clérigo de Chemosh y se lanzó hacia el interior del camarote, de forma también acrobática y justo antes de cargarse al túnica blanca a las espaldas, decidió dar uso a una poción de su morral, una que le dotaría de la fuerza que necesitaba para salvar al elfo.

Kyliana vio por el rabillo del ojo como el estúpido monje rojo se dedicaba a saquear el cadáver de Enrielle en vez de plantar cara en el combate. Lo cierto era que no lo esperaba de él, pero su codicia por conseguir aquella espada y entregársela a los estúpidos guardianes del Bastión de la Magia por tal de que le entregaran aquellos brazales que tanto ansiaba, era desmasurada.

Ella seguiría peleando y esperaba no caer en combate, no era momento para morir. Debía darle un funeral digno a Enrielle. No iba a rendirse. No mientras las fuerzas le acompañaran. Por fortuna al menos Adele seguía luchando a su lado y eso la dignificaba. Quizás, si sobrevivián a aquella batalla, la borrase de la lista. O quizás no...

La chemosita siguió golpeando duro. Un impacto contra el pecho de un minotauro provocó que perdiera la respiración momentanemente. Otro golpe en un hombro que se escuchó con claridad, huesos rotos y sangre coagulada. Otro impacto, duro, a la clavícula de otro de ellos. La marea de minotauros parecía invencible, pero ella resistía firme y sin miedo a la derrota, aunque tuviera que acabar ella misma con todas aquellas malditas criaturas.

- ¡Morid, bastardos! - Les gritó con odio y rabia desmedidas.

Dio un paso atrás, si se acercaba alguno, lanzaría un nuevo ataque, no iba a dejar que penetrasen tras sus defensas.

A pesar de que hay minotauros por todas partes, de que sus compañeras los combaten a la desesperada y de que uno de ellos incluso ha conseguido llegar hasta él, la atención del monje de Majere está puesta no en lo que tiene frente a sí, sino a sus pies. Allí yace el brazo cercenado de Enrielle todavía aferrado a la espada sagrada de los hijos de la luz de luna. La espada que lleva meses obsesionado con devolverles con la esperanza de conseguir a cambio que estos le entreguen la reliquia de su dios.

Sin pensárselo dos veces, se agacha a recoger el brazo de su difunta compañera, esquivando por muy poco la espada aserrada de su atacante minotauro. La fuerza del golpe deja el arma momentáneamente clavada en el marco de la puerta y Flynnean aprovecha la ocasión para escabullirse de regreso al interior del camarote con su macabro trofeo. Una vez dentro, registra su mochila en busca de una poción, al tiempo que lanza recelosas miradas a su espalda temiendo que los minotauros entren tras él.

En el exterior, la sacerdotisa de Chemosh continúa atacando con saña a quienes la rodean, confiando en que su fuerza sobrehumana bastará para acabar con todos ellos. Uno de los veteranos minotauros sucumbe y otro queda malherido bajo los brutales golpes de la Portadora de la Noche, pero entonces el dios de la muerte parece abandonar a su campeona cuando ella más lo necesitaba y Kyliana regresa a su imponente metro ochenta de estatura.

Envalentonados, tres guerreros minotauros se lanzan a por ella, cosiéndola a cuchilladas. Pese a su bravura, nada puede hacer la oscura sacerdotisa contra tantos y tan feroces enemigos y termina desplomándose en un creciente charco formado por su propia sangre, próxima al cadáver de su amiga Enrielle.

Por su parte, la túnica roja lanza una rápida sucesión de estocadas a su malherido oponente antes de retroceder al percatarse de que ahora ocupa en solitario la vanguardia de vuestro grupo. Pero sus tres atacantes avanzan como uno solo llenos de fría y marcial determinación a pesar de las heridas sufridas, confiando en que su superioridad numérica sea suficiente. Una y otra vez sus espadones rebotan contra el cuerpo pétreo de Adele, haciendo saltar fragmentos.

Haciendo realidad los temores de Flynnean, dos de los minotauros entran en el camarote persiguiéndole, pero el ágil monje de Majere logra esquivar las estocadas de uno y otro mientras evita que se acerquen al lecho donde yace inerte Ailaserenth, todavía bajo su apariencia de hombre-toro albino.

Adele retornó a forma humana solo para comprobar cómo la inmensa sacerdotisa de Chemosh había abandonado la posición de su flanco, retrocediendo como una rata asustada para ser acuchillada sin piedad por sus numerosos enemigos. Del resto de sus aliados no se veía nada, rodeada como estaba por minotauros armados hasta los dientes y con aviesas intenciones. Sin pensárselo dos veces, pero manteniendo la guardia, Adele alzó el vuelo, alejándose en dirección al océano para luego descender levemente y quedar por debajo de la altura de la cubierta, rodeando el casco en un movimiento que confiaba en que resultase difícil de prever, o por lo menos imposible de seguir, en caso de que alguno de aquellos malditos hombres-toro tuviese armas a distancia con las que alcanzarla.

El monje de Majere continuó desplazándose de forma acrobática, dando una voltereta para evitar los ataques de los dos minotauros que habían logrado seguirle al interior del camarote. No era una situación deseable, pero tampoco eran combatientes expertos capaces de predecir los movimientos de Flynnean. O al menos eso esperaba. Un descuido y lo pagaría con su vida. Y Krynn con la pérdida de uno de sus más ilustres magos. No podía permitirse esa opción.

Con la pócima en la mano, Flynn engulló su contenido mientras esquivaba y sintió cómo las fuerzas se le incrementaban notablemente. Con sus músculos reforzados cogió al elfo y lo cargó al hombro derecho, tan rápido y eficiente como fue capaz, manteniéndose en movimiento para esquivar los golpes que le iban persiguiendo. Y luego emprendió la huída. No tenía la menor intención de acabar con aquellos minotauros, nunca la había tenido, y no era realista plantearse siquiera el que él sólo triunfara donde una monstruosidad impía de 3 metros de altura apenas si podía contener la marea de humanoides cornudos...

Y al salir de nuevo al exterior, evitando nuevos golpes, se encontró con que la gigantesca Kyliana ya no lo era. Yacía muerta en un charco de sangre, algo apenas visible entre la multitud de minotauros que la rodeaban. Y Adele, la maga que había dicho de rescatar a Ailaserenth y transformarle en un monstruo alado para salir con el túnica blanca entre sus garras, había desaparecido. Estuvo tentado de gritar su nombre para que acudiera a su rescate o, al menos, para remover su conciencia, pero eso habría atraído toda una muchedumbre hacia él. No se lo podía permitir.

Flynnean siguió moviéndose, tratando de alcanzar una posición lejos de los minotauros, en alto, con alguna ventaja táctica. Si conseguía que sus doloridos músculos respondieran como debían la alcanzaría, una posición sobre el camarote, un lugar todavía no invadido por los minotauros...

En el interior del camarote, el monje de Majere se aleja con una ágil voltereta de la pareja de atacantes para llegar hasta el lecho donde el minotauro albino yace inconsciente. Antes de que los espadachines tengan ocasión de reaccionar, apura el contenido del vial que sostiene entre sus manos y se carga al hombro a Ailaserenth.

A pesar de que el silvanesti es mucho más ligero de lo que la ilusión da a entender y de que Flynnean ha incrementado sus fuerzas gracias al bebedizo que acaba de ingerir, cargar con el túnica blanca es todo un desafío en estas circunstancias.

Aun así, el monje da media vuelta y encara valientemente a sus adversarios tratando de abrirse paso entre ambos a pesar de la carga que sostiene. El hueco entre los dos espadachines parece inexistente, pero Flynn finta hacia un lado para confundir a uno de ellos, pivota y termina colándose por medio de los minotauros.

En cubierta, descubre que Kyliana ha caído y que Adele está tan rodeada como él mismo. Se encuentra en medio de un pasillo de guerreros enemigos. Trata de llegar hasta la túnica roja pero ella alza el vuelo, se eleva por encima de las cabezas de sus enemigos y después parece zambullirse en las aguas del océano.

Mientras Flynnean la ve abandonarle a su suerte, una espada le alcanza por la espalda con tanta fuerza que la punta aserrada le asoma por el pecho. La sangre que brota de la mortífera herida se confunde con el escarlata ritual de sus ropajes, pero el monje de Majere ha aprendido a desterrar el dolor a lo más profundo de su mente.

Dos minotauros se avanzan hacia él desde su izquierda y otros dos desde su derecha. Escapar parece imposible, pero el monje de Majere es un maestro de los imposibles. Esquiva a los de su izquierda y aprovecha la rodilla adelantada de uno de los espadachines de su derecha para impulsarse, saltar por encima de su astada cabeza y aterrizar tras él.

Con su preciada y pesada carga, Flynnean consigue llegar hasta la barandilla de estribor, donde yace el cuerpo destrozado de Kyliana. Sin embargo, no logra arrojarse por la borda antes de que tres minotauros lo acorralen. Esquiva la primera estocada, la segunda. Alguien le embiste por la espalda y la astillada barandilla cede bajo su cuerpo.

Pero en lugar de caer al mar, el monje de Majere aterriza sobre los peludos cadáveres de dos minotauros despanzurrados en el fondo de un bote que cuelga suspendido de la cubierta.

El destino, el camino marcado por el Dios Supremo y que Majere y sus seguidores se afanaban por dilucidar, le había colocado en un brete descomunal y, a la vez, le había dado la oportunidad de seguir adelante. No había caído simplemente al mar ─convirtiéndose en comida para los tiburones (o algo peor)─, había aterrizado en un bote junto con el túnica blanca y la espada sagrada. Sería tonto si no aprovechara la situación a su favor.

Nuevamente no podía permitirse fallar, así que no se lo pensó dos veces y a una velocidad que desafiaba las capacidades humanas se alzó del suelo, lanzó un tajo a la cuerda más cercana y luego pareció volar hasta el otro extremo del bote para golpear con el arma sagrada a la otra cuerda. Si Majere quería, si había elegido bien a su monje y éste la senda adecuada, salvaría a Ailaserenth Sëlanar, Jinete de grifo y Guardián del Bastión de la Magia. Si lo lograba, estaría satisfecho.

Blandir la espada sagrada con la mano de Enrielle todavía cerrada sobre su empuñadura no resulta sencillo, pero la afilada hoja corta la cuerda como si fuera mantequilla.

Libre en uno de sus extremos, el bote se inclina peligrosamente a toda velocidad. Con Ailaserenth todavía cargado sobre el hombro, el monje de Majere realiza un esfuerzo ímprobo para recorrer los seis metros que le separan del extremo opuesto en una pendiente que se vuelve vertical en un instante.

Los cuerpos de los minotauros que estaban en el bote se deslizan hacia abajo y se sumergen rápidamente en las frías aguas del océano. Flynnean, en cambio, logra agarrarse con la mano libre a la cuerda y queda colgando precariamente de ella.

Adele volaba a toda velocidad a ras del navío, rodeándolo para despistar a sus posibles adversarios. De reojo, había alcanzado a ver al guerrero pelado salir con un fardo blanco que sólo podía ser Selanar, una proeza que la bruja no creía posible. La tensión del momento, sin embargo, le había llevado a alejarse de los filos de sus enemigos y continuar con su plan, el cual debía de haber funcionado, visto que ninguna cabeza cornuda parecía asomarse en pos de ella por la borda.

Deben de estar trinchando al pelado.

Detuvo su vuelo, maldiciéndose a sí misma. ¿Porqué le importaban su suerte y la del maldito mago blanco? Si el segundo caía, podría informar a Myria Faz y retornar a sus asuntos.

Maldita sea.

Se dio la vuelta, ascendiendo ligeramente hasta tener una visual a ras del navío, a la par que deshacía su camino volando a toda velocidad. Su mirada barrió la escena desde el costado sin alcanzar a ver al monje, al menos hasta que terminó de dar la vuelta al casco del barco. Fue entonces cuando alcanzó a vislumbrarle, colgado como una salchicha en salazón del bote a medio bajar, el cual colgaba a su vez de un solo cabo.

Imposibilitada aún en el uso de su magia, Adele voló tan deprisa como le fue posible, blandiendo la gran falcata con la intención de cortar el cabo que faltaba.

- ¡Agárrate!

Elegir entre un héroe y una posesión material, por valiosa que fuera, era fácil para el monje de Majere. La decisión se tomó antes de que fuera siquiera consciente de ella: aferró con fuerza a Ailaserenth y dejó caer la espada sagrada entre las bancadas de la barca para cogerse con su mano recién liberada a la madera de otra de las bancadas.  

Agarrado a la bancada, Flynnean luchaba por afianzarse, por no perder el agarre a la vez que buscaba desesperadamente un apoyo con sus piernas. Mientras tanto el bote colgaba inestable de un solo cable, uno que ahora no podría cortar con el filo de espada. 

─Pero está enganchada al bote con una pieza de metal, si consiguiera romperla... ─pensó el atribulado monje. 

Y hacia ello se hubiera encaminado Flynn si en aquel momento no hubiera escuchado la advertencia de Adele. Instintivamente le hizo caso, agarrándose todo lo fuerte que pudo a la bancada y apretando al inconsciente mago elfo contra sí.