Partida Rol por web

Finalmente tras unas horas de penosa caminata, el carromato líder llevado por Beorne comenzó a ascender por una de las colinas, y los anchos muros de Bryn Shander aparecieron ante el grupo. La caravana respiró aliviada pues aunque la tormenta era cada vez peor se encontraban ya a las puertas de la ciudad. 

Una guardia de una de las torres dio la bienvenida al grupo. Las puertas comenzaron a abrirse y varios mercaderes y guardias de la propia caravana empezaron a cantar vítores. Lentamente, los carromatos comenzaban a atravesar las puertas mientras los conductores de atrás comenzaban a gritar impacientes mientras los de delante se paraban a saludar a los aldeanos que habían ido hasta allí para recibirlos. Ya habían pasado los primeros carros cuando se escuchó un grito, y luego otro cada vez más desesperados que se convirtieron en chillidos de terror. La caravana estaba siendo atacada.

Entre la densa ventisca apenas se podían ver las enormes formas monstruosas corriendo como si fueran gigantescos gorilas hacia la caravana. Eran criaturas tan altas como un hombre, mucho mas corpulentas, cubiertas de un espeso pelaje blanco. Rápidamente asaltaron la caravana y cruzaron las puertas de la ciudad. 

-¡Yetis!-gritaba la guardia de la torre, gesticulando frenéticamente para ahuyentar a los aldeanos que se habían congregado para dar la bienvenida a la caravana. 

Entonces, elevándose por encima del clamor de la batalla, escucháis la voz atronadora de Beorne Golpeacero dirigiéndose a los guardias de la caravana.

-¡Tenemos que meter el resto de carros en la ciudad! ¡Rechazadlos!

-¡Por la Forja de Gond! - maldijo el clérigo adelantandose a sus compañeros para servirles de escudo frente a las bestias de las nieves - ¡Vamos, Helga! ¡Cuento con tu brazo! - arengo a su compañera bárbara.
-¡Ardereis en estas puertas, bestias peludas! - amenazó a los yetis invocando la Llama Sagrada de Gond. Quizás incluso ayudase a ver un poco más en aquella ventisca o a marcar mejor a los enemigos para que sus compañeros la rematasen. Lo importante era asegurarse de que su escudo y su martillo estaban prestos para aguantar la acometida de esos animales.

- ¡¡¡ NOS ATACAN !!! - alertó la joven bárbara, intentando elevar su voz por encima del ruidoso viento.

Rápidamente dejó todo lo que estaba haciendo y saltó con furia de nuevo de la carretera amortiguada por dos palmos de nieve.

- Hoy es un día glorioso para morir... - dijo fríamente, como si toda su vida hubiera sido un mero trámite para llegar a este momento.

Habian llegado por fin a Bryn Shander podía ver las murallas y apenas habían tenido incendenttes, salvo el ataque del gato que hizo que perdieran una carreta y casi al testarudo de Aldo. Pero todo eso quedaba atrás pues habían llegado y menos mal porque se estaba levantando una intensa ventisca que les disminuía el campo de visión. Podía oír los vítores y aquello le llenó de júbilo, la gente se alegraba de su llegada y les recibían con los brazos abiertos, pues al parecer estas caravanas mercantes eran la fuente de financiación de el pueblo por un lado y a su vez se abastecían de estas. Además en menos de una o dos semanas estaría en Targos y podría comenzar su plan de jubilación en un pesquero. En aquel momento a pesar de la ventisca y el frío Daelios estaba satisfecho. Había conseguido culminar el viaje y seguía vivo.

Entonces los gritos se comenzaron a suceder, uno tras de otro, gritos de terror, gritos de agonía, todos se mezclaban con los rugidos de las tremendas bestias que habían comenzado a surgir entre la ventisca. Perfectamente camufladas, había sido imposible detectarlas antes con aquellas blancas pieles. Belga y Oskar gritaron para prepararse para la batalla, sin embargo Daelios gruñó por aquel inconveniente dudando si marchar hacia las puertas y buscar una zona segura desde donde realizar la defensa con su ballesta. Volvió a gruñir, el tiempo era crucial y se necesitaba de su ballesta ya, si se desplazaba a la muralla muchos morirían que no habrían sido abatidos por sus vítores.

Buscó un lugar seguro en la caravana mas cercana, desde donde disparar evitando ser atacado y cogió la ballesta en sus manos cargando un virote. Había contado hasta 6 bestias cerca de donde se encontraba él.

Oronel los oyó antes de verlos. Rugían como animales, con un sonido grave, que retumbaba, surgido de sus enormes cajas torácicas. El semilefo había leido sobre aquellas criaturas y supo que debía mantener la distancia si quería sobrevivir. Con la vista buscó a Daelios, que seguramente buscaría una estrategia similar y lo siguió. 

A la muralla, Daelios! Ganemos el terreno elevado! 

Aquel ataque se había convertido en cuestión de segundos en un caos. La ventisca apenas dejaba ver unos metros por delante, los yetis surgían de entre la nieve arrasando por donde pasaban, y los hombres y mujeres gritaban aquí y allá, huyendo de ellos. Algunos guardias de la caravana junto a algunos de los guardias de la puerta de Bryn Shander trataban de resistir y combatir a la bestias. Beorne ayudaba a tirar de los caballos y bueyes y gritaba indicaciones a los conductores de la caravana para que se apremiasen en meter los carros dentro de la ciudad.

Cerca de donde estaba Oronel se escuchó un grito aterrador. Uno de los yetis se había acercado a uno de los guardias de la caravana, un elfo que había partido con ellos desde hacía meses. La bestia lo había agarrado y le había destrozado el brazo, arrancándoselo y lanzandole al suelo contra la nieve. Otros Yetis cargaron contra el grupo. Daelios pronto se vio acorralado por dos de ellos que trataban de agarrarle con sus zarpas pero los esquivó sin problemas. Oskar y Helga, por otro lado hicieron lo propio evitando los envites de los yetis ágilmente. Sus garras y sus dientes eran amenazadoras pero parecían demasiado torpes por suerte para ellos.

Las palabras de Oronel habían dado en el clavo con lo que el había pensado pero que rápidamente había descartado. - No disponemos de tiempo para ... Estaba contestando al semielfo cuando dos de aquellas bestias se le echaron encima. Había procurado alejarse para que no fueran a por él, pero no una sino dos de aquellas bestias lo habían escogido para comer. Gruñó al tener que contorsionarse para evitar los ataques de ambos pero por suerte viviría un poco más. - Un poco de ayuda. Le grito a Oronel al que ya no llegaba a ver mientras sujetaba la ballesta con la mano izquierda y desenvainaba el estoque con su mano derecha.

Que fuera buena con la ballesta no significaba que estuviera indefenso en el cuerpo a cuerpo. Diestramente levantó el estoque y pinchó en la barriga a una de aquellas temibles bestias. Recogió rápido el estoque para evitar que la bestia le cogiera el brazo y se preparo para el siguiente ataque que estaba por llegar.

Había alzado su martillo de guerra, símbolo de Gond, señor de todos los Herreros, para invocar su llama sagrada, cuando tuvo que cambiar de idea para no exponerse a la bestia que se había plantado delante de él y cuyo garrazo había detenido con el escudo.

Aprovechando su propio movimiento para detener la acometida balanceó hacia atrás el brazo y lanzar un tremendo golpe en toda la mandíbula de aquella bestia peluda.

- ¡Ja! ¡Toma eso, perro sarnoso! – le gritó haciéndose oír por encima de la ventisca.

Oronel no pensaba dejar solo a su compañero. Sobretodo cuando podía sentir a su espada pidiendo sangre. El brujo semielfo apuntó con su dedo a uno de los yetis que atacaba a Daelios y un rayo púrpura brotó de él, hendiendo el aire. A continuación embrazó el escudo y se preparó para combatir.

Los lentos zarpazos de la criatura eran torpes y podía evitarlos con facilidad. No parecían un rivales tan fieros como el felino, pero el problema era su gran número más allá de todo lo que cabía esperar de estas criaturas.

- !¿Eso es todo lo que sabéis hacer?! - bramó Helga que cada vez estaba más encendida. Si su furia pudiera medirse en grados podría verse la nieve derretirse a su paso.

Las bestias que acosaban a Daelios parecían malheridas, sin embargo aguantaban aún en pie. Oskar luchaba contra otra de las criaturas a brazo partido. Sin embargo más y más yetis parecían llegar, surgiendo de la oscuridad para atacar la ciudad. No muy lejos de donde se encontraban Delios y Oronel pudieron ver rodar por la nieve a un guardia y a uno de los Yetis, luchando encarnizadamente. Ninguno de los dos se levantó.

Los carros avanzaban lentamente, bajo el asedio, hacia la puerta. Si Beorne y el resto de mercaderes seguían así no tardarían mucho en lograr meter las caravanas dentro de la ciudad y podrían al fin cerrar las puertas y evitar que más bestias entrasen en ella.

Helga se encontraba ahora frente a uno a de ellos que le mostraba los dientes amenazadoramente como respuesta a sus amenazas.

Escudo alto para aguantar sus embestidas y moverme lo menos posible; en este terreno incierto podría perder el equilibrio con la misma nieve o darme de narices con otro yeti.
En cuanto lanza su última acometida veo mi oportunidad y lanzo un terrible golpe que termina de destrozarle la mandibula a esa maldita bestia.
-¡Come martillo, maldito! ¡Va a ser lo único que cenes hoy!

Helga se abalanzó sobre el Yeti. La nieve, para su desgracia, ocultaba una roca que la hizo tener que cambiar el peso de un pie a otro. Eso fue suficiente para desestabilizar su tajo que apenas pasó cerca de su enemigo...

- Por todos los dioses... - maldijo entre dientes ofuscada de rabia.

Los Yetis golpeaban con furia. Uno de ellos aprovechó el tropiezo de Helga para agarrarla del brazo del arma y golpearla con sus garras. La guerrera sintió la mordedura del frio helado cuando sus garras se hundieron en su piel. 

Daelios por su parte también se sintió sobrepasado por aquellos yetis. ¿Cómo no los habían visto venir? Hubieran sido presa de sus virotes pero enfrentado contra dos de aquellas criaturas bestiales era un peligro mucho mayor. Oskar por su parte logró parar los golpes de la bestia a la que se enfrentaba y Oronel vio como uno de los Yetis corría hacia él.

Estaba sobrepasado apenas había esquivado los ataques una vez y ya estaba cansado. No estaba acostumbrado al combate y su edad ya le pesaba. Aún así sus ansias por vivir le hacían hacer frente a las bestias que tenía delante. Una de ellas consiguió alcanzarle con golpe que le hirió el brazo izquierdo, sin embargo aprovechó el embatte para reaccionar y lanzar una estocada volviendo a penetrar la piel de la bestia que comenzaba a teñir su blanco pelaje de rojo por la sangre que comenzaba a brotar por los pinchazos.

Volvió a posición defensiva y respiró fuerte renovando su energía para aguantar un poco más. Sus sueños dependían de ello.

Oronel desenvainó el arma y atacó al yeti que se cernía sobre él. El brujo podía sentir físicamente el hambre de la espada viviente y él mismo torció el gesto en una mueca malvada mientras giraba bajo los peludos brazos del monstruo. El semielfo habló en el idioma de su padre y la hoja de su arma se cargó de un brillo rosado. Tras ello, clavó su filo gris en el pelaje de la bestia. El brujo sintió cómo el conjuro se liberaba y la bestia gritaba llevándose las garras a la cabeza

Oronel cargó contra el yeti que se lanzaba contra él. En un embate terrible la rosada luz iluminó la nieve a su alrededor durante unos instantes antes de apagarse entre el pelaje de la bestia. Con un gruñido apagado el monstruo cayó ante la espada del semielfo.

El enano Battlehammer le dio un golpe brutal al Yeti al que se enfrentaba haciendo que este cayera con la mandibula destrozado en el hielo ante él mientras que Daelios acababa también con uno de los dos monstruos que lo acosaban contra el carro. La caravana iba entrando poco a poco en Bryn shander. Beorne iba tirando de las bridas de los caballos que se acercaban tratando de empujarles hacia dentro pero los yetis aterrorizaban a animales y bestias por igual. 

Una flecha voló desde la torre sobre la puerta y atravesó el cráneo de la otra criatura, ya malherida, a la que se enfrentaba Daelios haciendo que el cuerpo cayera sobre el otro yeti y liberando así al marinero del ataque de los monstruos. Sin embargo las criaturas parecían no tener fin.

La criatura le había dado un zarpazo, pero nada que fuera a quitarle a Helga las ganas de seguir combatiendo.

Pese al clima inclemente seguís luchando con rabia. Incluso más que antes al ver que la bestia de las nieves se resistía a caer bajo su hacha...

El hacha de Helga se hundió en las costillas del yeti, que aulló de dolor muy malherido. La sangre caliente salpicó las manos de la guerrera que se cubrió tras su escudo para recibir los golpes del yeti que no consiguieron nada. 

No muy lejos ya de las murallas el grupo vio caer a uno de los guardias desde la muralla pues los yetis habían empezado a trepar también por ellas en su asalto a la ciudad.

Oronel vió cómo la mujer se defendía del último de los yetis cercanos y, con aquella mirada despiadada, el brujo apunto con su mano y un nuevo relámpago púrpura le acertó al monstruo de lleno en la cabeza, reventándosela como un melón.

-Reagrupaos! Avanzad hacia la entrada! Hay que ayudar en las murallas!