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Fundación Lince Dorado para Jóvenes Especiales. Un nombre demasiado largo, puede que hasta ostentoso, para una fundación sin ánimo de lucro que se dedica al cuidado, educación y reinserción en la sociedad de jóvenes metahumanos que no pueden controlar sus poderes o hacerlos compatibles con una vida "normal". Y es que ningún metahumano es "normal", en realidad.

Aquí os encontráis. Algunos habéis llegado hace un tiempo, días o semanas, y se os ha instalado en habitaciones de este viejo edificio reconstruido y modernizado, situado en la sierra madrileña, a la espera del comienzo del "curso". Y es que este lugar no es una escuela, pero en cierto sentido, actúa como tal. Han pasado tiempo curioseando por el lugar, disfrutando de las instalaciones, y pasando tiempo en soledad. No hay mucho personal, ahora mismo. También hay quien llega hoy, en taxi o en un autobús fletado por el propio centro, con sus maletas o escasas pertenencias a cuestas. Los vehículos dejan a todo el mundo en el patio de entrada, y aquellos que ya se encuentran en el centro han sido invitados a acercarse también al lugar a la hora acordada para recibir la bienvenida formalmente, con los demás.

Destaca, a primera vista, el nivel de seguridad. Hay cámaras de videovigilancia por todo el perímetro exterior, y personal armado en los accesos y paseando por los tejados. Casi dan ganas de preguntarse si están ahí para protegeros... o para evitar que os descontroléis. Aunque el historial de la propia fundación da a pensar en la primera opción. En este país hay una minoría organizada y radical que os odia sólo por ser diferentes. Este edificio se ocupó tras fracasar el intento de establecer la fundación en el centro de Madrid, por presiones políticas y manifestaciones en contra de los metahumanos.

¿Cómo pretenden reinsertaros en una sociedad que os odia?

Llevaba ya varios días en aquel “idílico” lugar lleno de raritos, aunque debía admitir que molaba. Tanto los deformes y raros seres como las tías buenas llamaban poderosamente mi atención, aunque de diferente forma.
Eso sí, la mayor parte del tiempo lo había pasado en la piscina del lugar, un sitio perfecto para estudiar minuciosamente mis dos intereses.

Nos habían anunciado que a cierta hora de la mañana llegarían nuevos estudiantes a la escuela, por lo que se nos había instado a recibirlos en la entrada.
En un principio me había propuesto ir a mi cuarto 40 minutos antes a prepararme, pero estos 40 habían pasado rápidamente a 35, que se convirtieron en 30, y así consecutivamente hasta que se habían transformado en un triste “llego 5 minutos tarde”.

La piscina ya estaba totalmente vacía, y aunque estaba muy cómodo en aquella colchoneta hinchable en mitad del agua, era hora de que me reuniese con los míos. Salí del agua y me puse la toalla sobre la cabeza, dirigiéndome a la entrada. Podría haber usado mis poderes, pero no quería que se me fueran de las manos y acabar en mitad de la M-30 en bañador, o algo peor, como en mitad del desierto de Almería.

A medida que me fui acercando empecé a forzar la vista a ver si veía a alguna “tía buena” entra las nuevas.

-¿Algo interesante?- Pregunté al primer chico con el que me crucé.

Tras pasar todo el verano en la Fundación, con un mínimo de actividades, agradecí en principio la idea de romper la rutina. Luego me di cuenta, "Gente, mucha gente...", justo lo que yo trataba de evitar. Mi ánimo se ensombreció ligeramente pero tras la charla matutina con mi orientador, éste se las ingenió para plantearlo como el siguiente peldaño a subir. Me había ido bastante bien durante todo el verano, no había hecho daño a nadie y había conseguido "cabalgar la ola" en las peores noches. Había explorado la sierra madrileña en bastantes kilómetros a la redonda y sabía qué me esperaba ahí fuera. Me sentía seguro, pero ahora llegaban "ellos", más gente "peculiar". Era mi momento. Excepto las llamadas a mis padres con el cuento haber encontrado un profesor en el Camino de Santiago que se interesó por mí para la Universidad, no había vuelto a tener más contacto con mi familia. Les envié la solicitud de Estudios Superiores y me negué a que me la trajeran, alegando estar algo enfermo para que me la mandaran por correo. Ahora me sentía más fortalecido, pero aún debía mejorar. Enfrentar la multitud.

Agarré mi bolsa (costumbre) y salí hacia la zona de la entrada, colocándome en segundo plano. Me sorprendió la voz de alguien, aun no me acostumbro a estar rodeado de tanta gente.

- Ah, hola, pues ya ves, aún llegando. Parece que viene bastante gente... - miro algo nervioso en todas direcciones. La presencia de los eternos guardias me tranquiliza. Aunque siempre me pongan un poco la piel de gallina.
 

Me monté en aquel taxi, rumbo a la Fundación Lince Dorado, sin estar aún completamente segura de lo que estaba haciendo.

Apenas habían pasado un par de meses desde aquella extraña noche en la que conseguí ponerme el brazalete, o mejor dicho, en la que me uní a él. Desde entonces había vivido con la incertidumbre de ser descubierta, mientras trataba de aprender a utilizar el Guante, de explorar sus posibilidades, pero nada de esto resultaba sencillo. Me encontraba confusa, tratando de encontrar respuestas que nadie podía darme, hasta que la Fundación Lince Dorado se convirtió en una posibilidad. Y tras pensarlo mucho, aunque sin estar convencida por completo, opté por esta opción.

Al llegar al lugar, el taxi paró en el patio de entrada y me bajé del mismo, recolocándome la minifalda de color rosa al hacerlo. Eché un vistazo general al lugar, aún con las gafas de sol puestas, dándome cuenta de que ya había varias personas aglutinadas en la entrada. Miré entonces por encima de las gafas, fijándome en la gran seguridad del sitio, especialmente los francotiradores de los tejados.

Eso no queda muy glamouroso…

Me quité las gafas de sol y las colgué del escote de mi camisa negra, dirigiéndome al taxista, que ya había sacado mi equipaje, para pagarle la carrera y darle una propina por su amabilidad. Tomé la gran maleta que llevaba, la bolsa de viaje y el portafolio, y me adelanté un poco, hasta colocarme algo más cerca de la entrada.

Miré a ambos lados, tratando de avistar a algún tipo de responsable, pero nadie allí tenía pinta de ello. Me apoyé sobre la maleta y saqué un espejo de bolsillo y el pintalabios, disponiéndome a retocar mi maquillaje mientras esperaba.

Espero que no nos hagan esperar mucho aquí. Además, que soy, ¿La única que viene con equipaje?

Junté mis labios para terminar con el retoque y lancé un beso al aire, antes de guardar el espejo y volver a ponerme en pie.

Apenas llevaba dos semanas y poco más en el recinto. Extraño lugar. No era a lo que había estado acostumbrado, mucho ocio y poca disciplina. Sabiendo lo que había la academia o fundación esa... él no podía ser el más raro, pero por apariencia, un chico de rasgos asiáticos, era bastante visible entre tanto caucásico. No era que le importara, solo era... que tenía sus propios quebraderos de cabeza. Después de un par de días de indolencia, se había empezado a marcar unas pautas, unos horarios, una disciplina... pues era la manera que había aprendido.  Por suerte, en el complejo de la Fundación había un buen gimnasio para entrenar  y allí pasaba muchas horas. También hay una biblioteca, donde había podido coger algunos clásicos de sabiduría oriental... Confucio, Sun Tzu...

El que tenia en sus brazos era el libro de los cinco anillos, de Miyamoto Musashi. Ahora buscaba un sitio tranquilo, para poder leer. Él no era el tio más sociable y apenas había hablado con otra gente, casi como si le gustara su ostracismo... y dentro de poco empezarían las clases o lo que fuera, cosa que no le llamaba mucho la atención. El idioma era un problema, pues el español no era su lengua materna y le costaba aún, tan diferente de los que sabía. Quizás  sería mejor que era una pequeña molestia...

Debía haber deambulado, poco centrado porque había llegado a la entrada, donde veía una chica que no reconocía, con gafas de sol y minifalda. Se giró, se encogió de hombros... no era su problema.

Un día más, una mierda más en este planeta. Espero volver a mi plano pronto- Ante mí se alzaba ese nuevo lugar, aquel al que me habían invitado unos hombres vestidos con extraños ropajes días después de aparecer en ese desierto.  No recordaba cuánto tiempo me había pasado caminando para llegar hasta allí aguantando miradas extrañas que fueron respondidas por mi parte con un acercamiento, provocando como consecuencia que huyeran al verme avanzar con la lanza.  Te advirtieron que fueras con ellos, o al menos por sitios pocos transitados. Que les den a todos.

Me movía examinando el terreno, desconfiando de todo lo que veía a mi alrededor. Este lugar era demasiado extraño para mí: había visto enormes estructuras moverse con ruedas de un lado a otro -coches, había escuchado decir- y la verdad es que todo me generaba más ganas de volver a mi lugar, sin complicaciones como estas.  Delante mía se alzaban muchísimos jóvenes; según me habían dicho estaba llegando a una zona con gente con grandes habilidades, pero a mí eso no me importaba lo más mínimo: los veía débiles, blandos, objetivos claros de una muerte segura. En mi tierra no durarían ni un amanecer.

Llevaba puesto la última ropa que me habían regalado, un bikini de color anaranjado que dejaba lo justo a la imaginación; en mi tierra eso no era nada extraño, pero por las miradas que había notado por parte de algunas personas era extraño ir así. A mí me resultaba casi molesto que ellos fueran tan tapados, cuando lo único que hacía su ropa era dejarlos apretados y con dificultades para moverse.  Yo prefería llevar mi atuendo y mi lanza, con eso estaba perfectamente.

Al final me detuve tras verme rodeada de tantísima gente, algo incómoda puesto que no me gustaban los grupos grandes. Esto debe ser algún tipo de rito de iniciación. ¿Voy a tener que enfrentarme a todos ellos? ¿Sólo pasarán los más fuertes? Tampoco conocía mucho de sus costumbres, ni me importaban: solo había llegado aquí para que me dieran la forma de volver a mi hogar.  

Algunos chavales esperan ya en el patio de entrada, mientras otros van llegando poco a poco. Destaca el carísimo y ostentoso modelo de limousina de color negro que llega y se detiene justo ante la entrada. Un hombre trajeado con gafas de sol desciende del asiento del copiloto y se desplaza apresuradamente para abrir la puerta lateral. Del interior sale una chica joven, aparentemente en los límites de la mayoría de edad. Es rubia, delgada, y viste una blusa blanca descolocada con rebeldía y la típica falda plisada de colegio privado, más corta de lo que debería. Mira a la gente nueva con desaprobación, casi con desdén, aunque su gesto se vuelve algo más indiferente al fijarse en Gabriel, al que escanea de la cabeza a los pies. Luego se fija en las chicas, mirando primero a Eclipse con una mueca de asco y fingiendo un escalofrío. Luego se fija en Xandra, a la que observa unos instantes con interés.

No está mal, nena, nada mal... -Dice a Xandra con aire condescendiente- O sea, bastante mejor que lo que suele haber por aquí, desde luego. Estefanía, pero todos me llaman Fany. -Se acerca para darse dos besos con ella- ¿Aún no te has instalado? Ah, seguro que estas esperando al discurso de bienvenida, que horror... Bueno, si necesitas ayuda con el equipaje avisame, y te mandaré a mi mayordomo, ¿vale?

Buenoooo... Fany haciendo amigas, se aproxima el desastre... -La voz pertenece a un chico de cabello largo castaño, que juguetea a chasquear los dedos, haciendo brotar una chispa de las yemas. Se sitúa entre Alejo y Gabriel, algo por detrás de estos, y espera a que se den la vuelta para entablar conversación directamente con ellos- Nuevos, ¿no? Bienvenidos, yo soy Edu, un veterano de segundo año ya, jajaja. Disculpad que no os de la mano, pero no quiero daros calambre, jeje. -Viendo cómo chasquea los dedos de nuevo, tenéis bastante claro que tiene poco de broma- Oid, chicos, ¿veis a esos tipos del tejado y las cámaras? Aquí nadie se tira un pedo sin que estos capullos se enteren y te vengan con sermones, ¿sabeis? Pero a veces uno necesita algo más que lo que aquí le dan "de serie", no se si sabéis a qué me refiero... Sea lo que sea, buscadme, ¿vale? Os lo puedo apañar...

Hijo del Dragón se gira para alejarse de la pequeña congregación de gente que se acumula en la entrada. Pero su ostracismo voluntario no le lleva muy lejos, cuando se cruza con una hermosa muchacha, más o menos de su edad, con larga cabellera morena y mirada triste, que camina abrazándose los brazos como si tuviera frío. Su camiseta ajustada, que evidencia una bonita figura, está destrozada por varias partes, al igual que sus pantalones, y por su gesto se puede ver que eso le hace pasar mucha vergüenza. De hecho, al cruzarse con el oriental lo único que acierta a hacer es agachar la mirada y encogerse más aún mientras trata de seguir caminando hacia la entrada del edificio.

Mientras las dos chicas hablaban, no podía apartar la mirada de "Fany", me transmitía una tonelada de malas vibraciones, como si le rodeara un aura no natural. Era como contemplar una bella sirena y oir su canto, sabiendo que en cualquier momento puede mostrar sus afiladas fauces para devorarte. Agradecí la voz que me sacó de ese estupor, mientras me daba la vuelta.

- Gracias Edu, soy Romasanta - reprimo el gesto de darle la mano agarrando la correa de mi bandolera, al ver el chisporroteo que recorre sus dedos -, llegué antes de verano y ya hay ganas de empezar el curso. - Bajo un poco la voz - Si necesito algo, me acordaré de ti - le guiño un ojo en gesto cómplice, mientras miro de reojo al chico del bañador y la toalla, esperando quizás que se presente.

En ese momento me llega su olor, es un olor rico en matices, a tierra mojada y cesped lleno de rocío, a rosas silvestres y el momento antes de la tormenta; no necesito mirarla para saber que es una mujer, nunca había olido a nadie así; de reojo la veo, parece intranquila apoyada en su lanza. Me altero tanto que noto un pinchazo de un diente en una encía... - no... aquí no... ahora no - cierro los ojos y respiro hondo tres veces, como me han enseñado; el sabor a sangre de mi encía desgarrada remite, así como aquello que llevo dentro... por el momento.

Vuelvo a prestar atención a los chicos de los que estoy próximo, retomando el hilo de la charla a duras penas.

Des del laboratorio tecnológico estuve viendo movimiento en el acceso del complejo.

Las 2 semanas que llevaba en La Fundación habían sido magníficas. Pasaba horas y horas entretenido en el laboratorio de I+D, era mejor de lo que jamás habría podido imaginar. La gente es amable y el lugar tiene jardín, piscina, pistas deportivas... ¡es alucinante!

Por primera vez en mi vida sentí que había un sitio para mi, uno que podía llegar a ser mi hogar.

Asomado en la ventana vi llegar un taxi y al poco tiempo... ¿una limusina?

¿Qué está pasando ahí?

Apoyé mi mano sobre el lateral de la pantalla del ordenador y mi vista recorrió rápidamente el cableado del complejo hasta trasladarse a las cámaras de seguridad del acceso.

Moví la cámara de seguridad que se encontraba sobre los muchachos a mi antojo observando lo que ahí ocurría ahí abajo. El loco de Lobi, el taimado Roma... incluso el Hijo del Dragón paseaba cerca con un libro bajo el brazo.

Volteé la cámara fijándola hacia el lugar dónde parecían mirar.

- Oh vaya... - ¿qué hacía aquella chica así vestida? Madre mia...

El zoom de la cámara fue aumentando x2, x4, x8 hacia el panorama que presidía aquella chica de la lanza.

- wow... - tragué saliva y giré la cámara hacia otra recién llegada que.. ¿se está pintando los labios? ¿está mirando hacia aquí?

Separé la mano del ordenador cómo si me hubiera quemado y negué con la cabeza mientras me entraba la risa.

Salí del laboratorio con las manos en los bolsillos. Mirando el panel de control del ascensor hice que éste subiera. Luego entré y para dirigirme hacia el exterior.

Neithan no era de piedra, y no desconocía el significado de palabras como "piedad" o "empatía".  Una cosa es tener algo de ostracismo, y otra ser una persona carente de escrúpulos o moralidad, un persona insensible.Bufó por la nariz, como quien sabe una cosa, y la hace por obligación, por compromiso. La chica no debía a ver avanzado más que un par de pasos, y él se había girado ya rápidamente, sobre sus talones, de manera casi marcial. Con su acento extranjero, que se notaba bastante en estos lares le dijo a la chica, de manera algo seca:

- Eh, chica-mientras se quitaba la parte de su chándal amarillo y negro-ponte esto, parece que lo necesitas más que yo...

Si la chica se paraba y le prestaba atención,  Neithan le tendería con su mano con la parte superior del chandal, para que se lo pusiera. Evidentemente, debajo llevaba una camisa deportiva, de color blanco. Para ser un chico, de su edad, se le notaba un físico de gimnasio, curtido. Esperó un poco a que la chica le dijera algo. Neithan no era un experto con las mujeres, pero para ser verdad, el prefería ver gente y personas, más que géneros o sexos, además él mismo no era un adonis ni nada, otro chico del montón, que en otro lugar, hubiera podido pasar desapercibido, no como allí:

-¿Necesitas algo?¿te puedo ayudar en algo?

Otra cosa, es que el chico sonara más seco que un zapato viejo y eso no ayudara a sus aptitudes sociales mucho, sino más bien lo contrario.  Se cruzó de brazos, esperando una respuesta o simplemente esperando ver que pasaba. 

No me habían pasado desapercibidos los curiosos especímenes del lugar, como aquel chico, que no comprendía que hacía en bañador en la entrada, y que por cierto no estaba mal para la edad que tendría, pero lo de la mujer salvaje ya… Aquello me pareció surrealista.

-Imagino que esto no es una performance… - murmuré, riendo entre dientes al ver a la preciosidad de taparrabos y lanza.

Pero una limusina pronto desvió mi atención de ella, y es que a parte del vehículo en sí, su ocupante se acercó a mí, presentándose y dejando claro quién era la reina del baile.

¿Limusina? ¿Mayordomo? ¿En serio esta chica necesita para algo a una fundación sin ánimo de lucro?

-Muchas gracias. – respondí con una sonrisa, a su más que tentador ofrecimiento. – Acabo de llegar, estoy esperando a que alguien se digne a aparecer. Mi nombre es Alexandra. Espero que no tengamos que llevar uniforme... – bromeé, en referencia a la ropa de la chica.

Una vez abajo pude ver cómo la chica del pintalabios se estaba presentando a los allí presentes.

Paseé el chupa-chups que llevaba en la boca de un lado a otro, hinchando mi mejilla como la de un castor, mientras me colocaba entre Romasanta y Gabriel; ambos eran ligeramente más altos que yo.

- Alexandra, - salí de entre los dos chicos con la mano tendida hacia la recién llegada - soy Ezequiel, aunque por aquí me llaman Zequi.

Por vez primera des de que le conozco había logrado ser más rápido que Gabriel.

- Ellos son Roma y Gaby. Y no... - dije con media sonrisa en la cara - sé lo que piensas, pero no son pareja.

Miré de reojo al Chispas y a la chica a la que él llamó Fanny y les saludé des de dónde estaba alzando la mano a la vez que procuraba evitar todo contacto visual con Jane - pues no podía ser otra que la novia de Tarzán - ya que no me veía capacitado aún para mirarla sólo a la cara.

Aquello parecía simplemente el paraíso en la Tierra, estaba lleno de tías buenas, encerrado todo un año con tías buenas, menudo martirio.

-Llego a saberlo y habría venido mucho antes.- Dije a nadie en concreto saludando con la mano desde la distancia a la tal Fany.

Mi mirada pasaba entre las varias chicas y se acabó centrando en aquella versión femenina de Tarzán, mientras escuchaba las palabras del tal Edu.

-No creo que sea necesario tío, pero muchas gracias... Soy Gabriel por cierto. Ahora, mirad y aprended.- Les dije lanzando la toalla al tal Romasanta.

Busque las flores más cercanas y arranqué unas cuantas, aunque aun tenían algo de tierra servirían. Me acerqué a la chica de la lanza, la que menos ropa llevaba en el lugar siempre era mi objetivo.

- Tú Jane, yo Tarzán.- Dije ofreciéndole las flores.- ¿Quieres que te enseñe la piscina?

No me gusta absolutamente nada este sitio, apenas tiene vegetación en su interior. Es agobiante. Esa enorme estructura no me convencía lo más mínimo: supuse que se trataría de una zona en la que descansar, pero yo prefería dormir mirando las estrellas a poder ser. Además, no dejaban de llegar personas con distinto aspecto y con ropajes más raros que el anterior; en mi hogar habrían sido motivo de mofa, pero yo estaba decidida a tomarme todo lo que me estaba ocurriendo con algo de sentido común. Que vistan como quieran, pero que no sean estúpidos.

La mirada de una de las recién llegadas en un...¿coche? más grande lo usual no pasó desapercibida para mí, pero apreté la lanza en mis manos, a pesar de que mi pensamiento inicial fue lanzársela a modo de advertencia: había cosas que una no perdonaba así como así, y por menos presencié enfrentamientos en mis tierras. No tiene que caerme bien, ni tengo que hablar con ella. Es un excremento más en el camino. Pero bueno, quizá sí que llamaba la atención por mi aspecto, aunque para mí todos ellos eran mucho más raros que yo.  Desde ese momento me dediqué a devolver esas miradas descaradas que se dirigían hacia mí con cara de pocos amigos. Estoy en el sitio equivocado, pero queda menos para volver a casa.

De pronto los pasos de alguien me sacan de mi duelo de miradas -que acababa de ganar, porque el chico que me observara giró la cabeza tras ver que yo no tenía problemas en observar a un estúpido que parecía preguntarse de dónde había salido alguien como yo-. Portaba unas flores en la mano y, para mi sorpresa, se dirigió a mí. Parpadeé un par de veces mientras me colocaba frente a él, y luego miré las flores. Te has equivocado de persona, mi nombre es Eclipse, Tarzán- mi tono sonaba serio, pero no enfadado. ¿Habrá alguien parecido a mí en este sitio? Creo que esas flores no son comestibles, si es lo que te estás preguntando. ¿Qué es la piscina?¿Es allí donde debo dirigirme ahora?- pregunté con curiosidad. A pesar de que compartía idioma con las personas de este lugar no entendía sus palabras, o al menos algunas de ellas; supuse que se debería a que teníamos cosas distintas, como los coches.  A lo mejor ese es el sitio de reunión y estoy mal ubicada. 

La chica, al ver acercarse a Neithan, da un respingo asustada. Sin embargo, no parece temerle a él, sino estar completamente alterada por otra cosa.

¡No! No... no te acerques, por favor. Yo... no quiero hacerte daño.

La chica se aparta, con una mezcla de temor y pudor en su triste mirada. Sin embargo, la insistencia de Neithan la lleva a dudar, y alargar la mano para aceptar la chaqueta sin dejar al chico ponérsela él.

¿Jennifer?

Una voz grave interrumpe el momento. Un tipo grande, musculoso, con la cabeza rapada y un poblado mostacho, se acerca a grandes zancadas con aire serio y preocupado.

¿Ha vuelto a pasar? -Pregunta, y ante el asentimiento de la chica, se hiergue cruzando los brazos de forma severa- Venga, deberías ir a tu cuarto a cambiarte, antes de que destroces esa chaqueta también. Después el director querrá hablar contigo, de modo que date prisa. -En su tono hay cierta dureza, pero también una afabilidad cercana al paternalismo, una rara mezcla. La chica no dice nada y se aleja en dirección al acceso principal. Entonces el hombre se gira hacia Neithan.

Neithan Algren, ¿no es cierto? Ese al que llaman "el hijo del dragón"... Yo soy Valentín Gutiérrez. Hace tiempo se me conocía como Intacto, te lo digo yo antes de que te hagas eco de rumores y habladurías. Espero que tengas el sentido común de no llamarme así nunca. Para ti soy el profesor Gutiérrez, maestro de ciencias.

Fany se echa a reír tras la apreciación de Xandra sobre la vestimenta, aunque hay algo en su risa y su mirada que genera desconfianza.

Jaja, tranquila, chica... Esto no es un uniforme en realidad. Es que a mi papuchi le gusta verme así vestida cuando vengo al "internado"...

En ese instante se acerca Ezequiel, interrumpiendo la conversación. Estefanía no duda en mirarle de arriba a abajo con absoluto desprecio, haciendo un gesto con la mano en su pelo como si se lo estuviera recolocando.

Perdona, zoqueti, pero mi amiga y yo estamos hablando. Cosas de chicas, cosas de mayores, cosas de gente guay... Da igual, tú sólo déjanos tranquilas, ¿vale?