Partida Rol por web

Galahad y Ashe no han recorrido un largo de trecho del camino de vuelta hacia el refugio cuando Ormin les da alcance nuevamente. Él y Perezoso han descubierto no mucho más adelante la montura del solámnico atado a un árbol y al sátiro que se lo ha llevado, montando su campamento en un claro.

El druida no ha querido acercarse para no alertar a la criatura y no puede afirmar que esté sola, aunque así parece ser a juzgar por el rastro que Ashe ha seguido hasta aquí. De lo que no estáis seguros es de que haya ido hasta allí para darse cita con otros como él.

A la luz de estos nuevos hechos, ninguno de los tres deseáis regresar con vuestros compañeros sin antes haber intentado rescatar al caballo. Quién sabe si el pobre no estará destinado a convertirse en la cena de su captor.

Dejando atrás al murciélago gigante, avanzáis a pie por el denso bosque guiados por el kalanesti y más de media hora después llegáis hasta el claro que el secuestrador ha escogido.

Al verle, a ninguno de vosotros os cabe duda de que el ser ha quedado retorcido por la misma magia del Orbe de los Dragones que ha corrombido Silvanesti. Sus ojos brillantes, sus cuernos ramificados, sus movimientos espasmódicos... Nada en él parece sugerir que se trate de una criatura alegre y amiga de la música, el vino y la diversión.

Aunque la luz del atardecer todavía ilumina el bosque con claridad incluso para los ojos de Galahad, la criatura ha encendido un fuego en el que endurece la punta de una rudimentaria lanza de madera, afilada posiblemente contra una piedra.

Cuando el caballero escuchó lo que les relataba Ormín, no pudo reprimir una exclamación de alegría diciendo::

-¡Alabado sea Habbanuk! gracias por informarnos maestre druida, pongámonos en marcha -añadió animado pues el saber que su corcel seguía vivo le había dado las energías necesarias.

Cuando atisbaron a aquel ser, Galahad les dijo en voz baja para evitar ser oído:

-Yo no puedo acercarme más, cualquier movimiento con mi armadura es fácilmente audible, prepararos como mejor veáis, y cuando estéis listos atacad a la criatura, esa será la señal para que yo entre en combate -dijo dejando claro que el sigilo no iba con él y que por ende se quedaría quieto y esperaría que ambos estuvieran preparados antes de hacer nada.

    -Los sátiros son unos cachondos, en cierta ocasión me invitaron a una fiesta en la que…¡Bah!, no viene al caso. – Dijo arrepintiéndose de haber mencionado aquel desliz tan bochornoso. El viejo kalanesti sacudió la mano cambiando de tema: - Esa criatura está perdida. Este lugar la ha corrompido más allá de nuestra comprensión. ¡Mira que robarte el caballo! - El druida estaba francamente molesto. –¿Sabes que me robaron las provisiones que había metido en las alforjas?...Eso fue en Astarost ¡¿Te lo puedes creer?!- Aquello explicaba el recelo del salvaje. –De no haber sido así…No se…supongo que habría intentado emborrachar a esa cabra cornuda y hasta podríamos haber sido amigos- Explicó encogiéndose de hombros.

¡Alabado sea Habbanuk! gracias por informarnos maestre druida

Ormin miró al cielo donde se sentía más seguro. El solámnico no sufría del orgullo desmedido de otros cabezas-de-chapa. A este paso le acabaría cayendo bien.

-Lo hago por ese pobre caballo- Refunfuñó el elfo. –Ya me lo pagaréis contándome una buena historia- Suspiró con resignación.

prepararos como mejor veáis, y cuando estéis listos atacad a la criatura,

-¿Atacar? ¡Yo solo he venido como explorador!- Protestó. –…Está bien, deja que piense algo-

Accedió antes de acercarse más.

El druida alzó los brazos hacia el cielo murmurando en un idioma que ni siquiera Umbarëzela conocía. Su piel se tornó parda y aún más acartonada al tiempo que sus ojos se estrechaban como los de un gato.

-Si tu caballo te hace algún caso todavía, dile que no se mueva y saca tu ballesta. - El suelo se va a poner “complicado”. Lo mío no es el cuerpo a cuerpo desde hace un porrón de años- Aclaró al caballero y sonrió con malicia.

A pesar del cansancio, me alegro genuinamente de que Ormin haya conseguido dar con el caballo extraviado, pero mi alegría se desvanece cuando veo en qué ha convertido al ladrón la magia corruptora de la Pesadilla. Nunca he tenido tratos con sátiros pero eso no significa que le desee a ninguna criatura del bosque un destino tan lamentable.

No estoy del todo segura de qué sería más piadoso por nuestra parte, si perdonarle la vida o ejecutarle para que no tenga que padecer su actual existencia. Y el druida kalanesti parece experimentar mis mismas dudas a juzgar por sus reticencias a atacar a nuestro perseguido.

Apresto mi Catarsis, mi arco de cristal, por si acaso tengo que acribillar a flechazos al desfigurado sátiro; aunque preferiría no tener que hacerlo. A continuación, avanzo hacia la criatura con el sigilo de un felino, decidida a rescatar al caballo robado antes de que se dé cuenta de que estoy allí.

Sabiendo que su pesada armadura delatará su posición y la de sus compañeros tan pronto como se acerque al improvisado campamento, Galahad decide quedarse atrás y dejar que Ormin y Ashe tomen la iniciativa.

Ambos avanzan hacia el lugar donde el sátiro se encuentra endureciendo su arma, algo separados para no atraer la atención de la criatura. Sin embargo, tan pronto como el kalanesti se detiene a menos de cuarenta metros y comienza a lanzar su conjuro en busca de la orientación de Chislev, el sátiro mueve sus orejas caídas en su dirección y alza la cabeza en busca del origen del sonido.

Sus ojos rojos detectan rápidamente al druida y, un instante después, también a Ashe a pesar de su capa mimetizada de kirath. Con movimientos espasmódicos, la criatura cornuda se pone en pie y avanza con determinación hacia la exploradora semielfa con la lanza preparada para el combate.

Dándose cuenta de que su adversario la ha localizado y es más rápido que ella, Ashe no se lo piensa dos veces y dispara contra el ser astado en una rápida sucesión. Todas las saetas hacen diana en el cuerpo del sátiro, pero lejos de acabar con su existencia, únicamente consiguen enfurecerlo sin que éste de muestras de debilidad o dolencia alguna.

—Con mis flechas no voy a hacerle nada —reconoce Ashe, con desánimo—. Hace falta hierro frío para herir a los fatas.

La clériga estaba confusa.

- ¿Volver? ¿a dónde tenemos que volver? ¿para qué? - esperaba que el motivo fuese importante y necesario, pero aún no lo entendía. Aquel bosque era peligroso, deshacer sus pasos no solo era contraproducente si no tenían un buen motivo, sino que además perderían días cruciales para resolver la misión del santuario.

El Túnica Blanca estaba en la entrada del refugio, mirando atento hacia afuera en caso de que hubiese algún indicio del sátiro, desde allí escuchó la pregunta de Thyla y se quedó sorprendido, no acabo de explicarle? Se tomó unos segundos para responder, buscando palabras diferentes para expresar la misma idea - Lady Thylantalessa, hablo de volver a la ciudad de donde partimos para dejar allí las monturas. Ya recorrimos el camino, lo conocemos y aún no entramos demasiado en la espesura del bosque, no supondrá un riesgo mayor al que nos queda por delante. Sí perderemos un poco de tiempo, pero qué apuro tenemos? Hace casi diez años que La Pesadilla domina Silvanesti, un día más o menos no hará ninguna diferencia, sin embargo sí lo hará un percance como el de esta noche a diario. Ashe ha dicho que era un error traer los caballos y estaba en lo cierto, tenemos que darle solución a esto lo antes posible, sino nos arrepentiremos más adelante, y abandonarlos aquí no es opción. Se le ocurre otra solución? -

La joven rió.

- Oh, estoy segura de que habrá otra solución, tal vez nuestro amigo Ormin sepa algún hechizo capaz de guiar a los caballos, y si a eso unimos algún tipo de protección, no tendremos que dar la vuelta - miró al túnica blanca - sería un poco bochornoso tener que explicar que hemos tenido un retraso debido a la total falta de previsión de algunos miembros del grupo. - decidió ser más flexible - lo consultaremos con Umbarëzela, ella nos aconsejará debidamente - sentenció.

- Si... regresar es una pérdida total de tiempo. - Secundó las palabras de Thyla. - Aunque más tiempo nos harán perder las monturas de seguir con nosotros. - Aclaró. - Quizás no sea tan mala idea regresar al fin y al cabo. A no ser que Ormin pueda hacer algo, claro. - Hizo una pausa. - Conozco bien a Galahad y no dejará a su caballo si no e a buen recaudo, así que... bueno. Primero tiene que encontrarlo. - Se encogió de hombros.

- No hay de qué avergonzarse en reconocer un error y querer corregirlo, Lady Thylantalessa - Suindhël pensaba que tal vez ese era el estilo de la reina, negar los errores y no aprender de ellos, si ella hubiese pensado diferente y hubiese escuchado a Ashe como él lo estaba haciendo ahora, se hubiesen salvado cientos de vidas en la reconquista de Silvanost - Umbarëzela ya dio su consejo al respecto, dijo que sería un estorbo continuar con las monturas. No creo que vaya a cambiar de opinión ahora que ha quedado demostrado que llevaba la razón - la exploradora era la más idónea en todo lo relacionado con el bosque maldito, por eso el Túnica Blanca estaba dispuesto a dejar su caballo y no continuar con él.

- Puede que Ormin tenga algún recurso para proteger los caballos noche y día, sin embargo, yo prefiero que use los dones que le otorga Chislev para centrarse en la supervivencia del grupo y en la restauración del santuario, destinar esa gracia divina a resolver algo que podemos solucionar de otro modo se me hace un completo desperdicio - 

Entonces volteo hacia la otra sacerdotisa - Esperemos que lo encuentren pronto... y con vida - si no llegaban a tiempo era probable que ese caballo se convirtiese en la cena de los sátiros del bosque.

El caballero lamentó haberse quedado atrás, de haber sabido que aquella criatura podía oírles por muy sigilosos que fueran se habría ido sin dudar delante de sus compañeros, y para colmo cuando escuchó el aviso de Ashe, el caballero se sintió más impotente si cabe, así pues, acercándose lo más rápido que podía, le dijo a sus compañeros:

-Mantenéos alejados, dejad que venga contra mi -expuso esperando que dicha criatura se centrase en él aunque lo veía improbable- ¡Ashe, en cuanto puedas recupera a Celer y vuelve con él al campamento! ¡Ormín! ¡¿Puedes llamar a esa montura tuya para que lo atrape y lo despeñe por algún lado? -exclamaba gritando a sus compañeros para que pudieran oírle y dándo algunas órdenes que esperaba que ayudasen a que pudiesen acabar con su adversario.

-Mantenéos alejados, dejad que venga contra mi –

Ormin se volvió un segundo para mirar al grupo. Eran dos elfos a cual más escuchimizado y un gigante de hojalata. Entonces exhaló: -¡JA! Ni con la sesera podrida te elegiría precisamente a ti como blanco- Puso los ojos en blanco y pensó en como acabar con aquella cosa.

¡Ormín! ¡¿Puedes llamar a esa montura tuya para que lo atrape y lo despeñe por algún lado?

El druida respondió con un graznido: -Ese Ormin es jinete de rinoceronte, 100 años más joven y mucho más guapo- Fue su extraña negativa.

—Con mis flechas no voy a hacerle nada —reconoce Ashe, con desánimo—. Hace falta hierro frío para herir a los fatas.

-Ashe, coge un puñado de flechas de mi carcaj. Voy a impedir que se mueva-

El druida clavó los dedos en la maleza del suelo y aulló con un rugido gutural

-¡҉Llamo a la tierra, llamo a las plantas, maldigo al que anda sin calzas҉!-

Aparentemente no pasó nada, pero el druida se irguió en su modesta estatura y señaló al sátiro. –¡Eh, cabrito! ¡Le has robado al humano equivocado! Es amigo de un druida gruñón y un montón de elfos infalibles- El término sonó peyorativo por su tono agrio.  – Como estoy en misión diplomática te ofreceré cambiarte ese caballo, que NO te pertenece, por un odre de vino como no has probado en tu lujuriosa vida. Y si no te parece buena idea, quédate ahí y verás como cambias de opinión-

El caballero de solamnia avanza tan deprisa como su pesada armadura y su agotamiento físico se lo permiten, jadeando pesadamente y tropezando con el terreno irregular en un desesperado intento por llegar hasta sus compañeros en peligro.

Entretanto, Ormin hace uso de su magia para animar la vegetación circundante contra el sátiro. Desde el lugar donde se encuentra Ashe hasta la localización del caballo de Galahad, las plantas cobran vida y se retuercen tratando de apresar al amenazador lancero.

Las raíces y las enredaderas espinosas atrapan las patas caprinas de la criatura astada y, aunque no logran detener por completo su avance, sí consiguen obstaculizarlo.

Es entonces cuando el sátiro empuña su lanza como si fuera una jabalina y se la arroja al druida kalanesti en respuesta al generoso ofrecimiento que éste acaba de hacerle. El lanzamiento resulta ingenuo por parte de la bestia, pues la jabalina arrojada rebota inofensiva tras impactar contra la coraza de piel de dragón blanco que protege a Ormin.

Aprovechando la distracción creada por su compañero, Ashe acude presurosa a su lado y echa mano del carcaj ajeno para disparar una de las saetas que el kalanesti le ofrece. La flecha hace diana en el cuerpo de la criatura, que gruñe más furiosa que malherida.

El lanzazo no logró atravesar la coraza de Ormin, pero dejó otro agujero en su desgastado abrigo. –Lo tomaré como un no- Suspiró sacando un dedo por el desgarrón de la tela.

El druida miró al cielo y luego sonrió a Ashe: -¿Dirías que se avecina tormenta?-

A parte de una ligera brisa, el cielo estaba despejado. El kalanesti debía estar senil.

Entonces Ormin levantó la mano como si intentase clavar los dedos en la bóveda celeste y gritó como un loco: -¡Baila maldto¡¡Bailaaaa para Chislev. JAJAJAJA!- Sonó una tremenda explosión y empezaron a caer columnas de electricidad sobre el sátiro. La criatura astada empezó a saltar de un lado a otro tratando de esquivar los rayos mientras el druida daba palmas y bailoteaba poseído por el estruendo. –¡JUJUJU! Paro cuando quieras cabrito- Retó a la fata sin dejar de mover los hombros como si estuviera en una fiesta con música.

El cielo se cubre de nubes rápidamente en respuesta a la invocación de Ormin y los truenos retumban en las alturas anticipando la tormenta que amenaza con desatarse.

Liberándose de las zarzas que le aprisionan, el sátiro embiste con su cornamenta contra el druida pero la magia que protege al kalanesti amortigua totalmente el impacto de tal forma que ni siquiera le distrae del lanzamiento de su conjuro.

Aunque no parece que la criatura sea rival para Ormin, Ashe extrae del carcaj de su compañero un puñado de flechas y las dispara contra el sátiro. Los primeros dos proyectiles, disparados en un único lanzamiento a bocajarro, atraviesan el pecho del fata haciendo que se tambalee hacia atrás. Un segundo disparo entierra la saeta de hierro frío en su garganta.

Entre estertores agónicos y vomitando sangre, las patas del sátiro se doblan incapaces de soportar el peso de su cuerpo moribundo cuando una cuarta flecha se hunde hasta las plumas en su ojo izquierdo, acabando en el acto con su existencia. Para cuando se desploma de espaldas a los pies de Ormin, ya está muerto y la inquieta vegetación no tarda en cubrirlo rápidamente y alimentarse de lo que queda de él.

Es entonces cuando estalla la tormenta y un jadeante Galahad llega hasta la pareja.

—Será mejor que recuperemos el caballo y nos marchemos de aquí deprisa, antes de que los relámpagos atraigan sobre la zona una atención indeseada —comenta la exploradora.

El caballero, para cuando finalmente alcanzó al sátiro, este se hallaba ya bien muerto, por lo que avergonzado por no haber sido capaz de participar en una lucha que le correspondía a él dijo en tono de disculpa:

-Siento no haber llegado a tiempo... -añadió con sinceridad, pero tras examinar a Ashe y al druida y ver que se encontraban ilesos se despreocupó un poco- al menos estáis bien, muchas gracias por ayudarme, no podría haberlo conseguido sin vosotros -expuso para acto seguido acercarse a Celer e intentar tranquilizarlo y desatar sus riendas- ¿nos volvemos ya o queréis examinar a la criatura? -preguntó sin el menor interés en esto último, pero entendiendo que quizás sus compañeros quisieran recuperar sus saetas o ver por qué el sátiro les había robado.

El druida acarició el suelo como si agradeciese su ayuda. –Sí, démonos prisa-, asintió a la exploradora. –No es buena idea separarse en este bosque-

- ¿nos volvemos ya o queréis examinar a la criatura? –

Ormin sonrió al solámnico con malicia: -¿Quieres que saqueemos su cadáver sin mancharte las manos?-  El kalanesti estaba decidido a hacerlo antes de que el caballero los alcanzase, pero no quiso perder la oportunidad de torturarlo y siguió con su farsa: -¡Eso es cosa de salvajes!- Le espetó antes de volver a sonreir: -…Por suerte tienes a uno de esos locos pintados para hacerlo JEJEJE- Graznó con su voz ronca. El pequeño Kalanesti se acercó tarareando hasta el sátiro y le arrancó las flechas que aun podían aprovecharse. No le preocupaba tanto el astil como recuperar el preciado hierro frío de las puntas. Ya puestos, aprovechó a registrar el cuerpo por si encontraba una de esas flautas de las que hablaban las leyendas o alguna pista de porqué la fata se había arriesgado a robar el caballo a un grupo tan numeroso y pertrechado. -¿Creéis que actuó por cuenta propia?-  dijo observando su cadáver con cierta lástima. –Si no es así, pronto nos enviarán más visitas- Gruñó en voz baja antes de volver al campamento.

A Ormin le lleva un buen rato recuperar del cadáver semienterrado del sátiro las cinco puntas de flecha disparadas por Ashe. Una actividad que no solo es meticulosa, sino sangrienta, pues obliga al druida a valerse de su daga para escarbar en el cuerpo sin vida de la criatura para rescatar los proyectiles ahora inservibles.

Para entonces, hace ya un buen rato que Galahad ha liberado a su montura y los tres regresan al campamento fatigados pero indemnes y con una historia con la que amenizar la velada a sus compañeros.

Uno tras otro, los turnos de guardia se suceden mientras la tarde da paso a la noche y a un nuevo amanecer sin que más imprevistos perturben vuestro merecido descanso.

Después de desayunar algo, todos salís del encantado refugio que os ha cobijado esta noche y esperáis para ver qué sucede. No tenéis que esperar más que unos pocos minutos después de que el último de vosotros haya salido para contemplar cómo el frondoso árbol encoge rápidamente hasta volver a convertirse en una figurita de madera.

Así pues, la salida del sol os encuentra a todos en pie, listos para continuar aunque con un destino incierto. Suindhël propone regresar a Silvanost para dejar allí a los caballos antes de reemprender camino hacia las entrañas del bosque de Silvanesti. Thyla, en cambio, confía en que al kalanesti o a algún otro de vosotros se os ocurra una alternativa que os evite desandar el camino recorrido la pasada jornada.

Umbarëzela parece más resignada que otra cosa ante la perspectiva de perder dos días más solo para volver al punto en el que os encontráis ahora mismo pero tampoco es partidaria de que vuestro grupo se separe en estos peligrosos parajes.

Galahad estaba molido, agotado y débil, mas aún así, no había nada en su físico que lo denotara más allá de las profundas bolsas en los párpados, o al menos, el caballero se esforzaba en que no se notase, intentaba colaborar en todo lo que se le pedía sin una queja, pero en su interior mataría por un par de horas más de sueño.

Así pues, ante el debate que se habría sobre si volver o no, el solámnico habló:

-Sé que continuar con las monturas es un peligro, pero es una responsabilidad que sólo nos atañe a nosotros, no podemos obligar al resto a dar la vuelta por algo que no les atañe, y tampoco podemos dejarles solos puestos que nos hemos comprometido en ayudarles durante el trayecto, así pues, no nos queda más opción que continuar, tal y como yo lo veo -expuso en tono marcial, con la satisfacción que da el saber que no hay elección posible, cuando uno se rige por un código bastante estricto, rara es la vez que surge alguna duda- a no ser que el druida tenga alguna forma de llevarlos en su murciélago y volver rápidamente, teniendo en cuenta que nuestro paso es mucho más penoso que el suyo... -concluyó finalmente teniendo claro que dicha salida es la única que les quedaba si no querían llevar a los corceles más lejos.