Partida Rol por web

El camino en la oscuridad de la noche se hace pesado, como si todo el peso de aquella bóveda estrellada cayera sobre nuestros hombros, en vez de sobre el poderoso Atlas. Aquél desasosiego me era difícil de explicar. Podía comprender que el resto de aquella compañía lo sintiera, pero yo estaba acostumbrado a la noche en la intemperie, a dormir al raso y a seguir el rastro incluso de noche. De hecho, la noche era el dominio de Artemisa, mi señora, y nunca había sentido que debía tener nada que temer de ella o de sus hijos... hasta aquel momento.

Miré a mi alrededor, intranquilo, procurando fijarme en el camino. Quizá mi desasosiego se debiera a que no estábamos siguiendo la ruta adecuada, aunque no parecía el caso. Miré a la luna, Selene, símbolo de mi señora, buscando de nuevo consuelo y guía en su argénteo arco. Entonces vi la causa de mi estado. Allá en lo alto, demasiado lejos aún... sin embargo, mis ojos, acostumbrados a la negrura de la noche, vislumbraron los detalles con terrible claridad.

Sentí el impulso de gritar, de empuñar mi arco y disparar, de alertar a todos. Sentí el miedo atenazar mi cuerpo, y recorrer mi columna, como una descarga. Sin embargo, me obligué a serenarme, a controlarme. No hubiera servido de nada disparar ni sembrar el pánico entre mis familiares y compañeros. Avancé por la formación, buscando al general Spyridon, mientras mantenía fijos los ojos en el cielo.

Cuando estuve lo suficientemente cerca como para llamar su atención, alcé la voz lo suficiente como para que me oyera.

- General Spyridon - llamé

Seguí acercándome a él mientras captaba su atención. Cuando hube llegado a su lado, me acerqué a su oído para hablarle con discreción, sin apartar mi mirada de aquéllo que habían captado mis ojos.

Le susurré, procurando señalarme la dirección de aquéllas cosas con mi mirada y un gesto de mi mentón, para no llamar la atención.

- General, allí, en el cielo. Son bestias, mi general. Nos siguen volando en círculo. Fijaos bien. Ciertamente tienen cuerpo de ave, pero no lo son. Distingo desagradables rostros femeninos en sus cabezas y orejas de oso. Incluso puedo ver el brillo de sus afiladas garras. Nunca en mi vida he visto bestias semejantes. Están aún a gran altura,  no creo que vayan a atacarnos en breve, pero aún así...

Dejo la frase en el aire, pues un escalofrío vuelve a recorrer mi cuerpo, y empuño mi arco con fuerza, esperando las órdenes del general.

Spyridon escuchó a Atreo, inmediatamente convoca a todo el mundo.

- Atentos todos. QUE NADIE MIRA ARRIBA. - Acostumbrado a dar órdenes espera que todo el mundo le obedezca. - Tenemos compañía en las alturas, arpías posiblemente. Mantengamos la marcha hasta localizar un lugar que nos ofrezca techo, entonces haremos una parada de descanso.

- Anatolius y Talios junto con Lykaios e Hypatia, a la izquierda del carro. Vosotros luchareis. Si atacan Lykaios cuida de Hypatia y os meteis los dos bajo el carro

- Ischyros y Akintos con Ifianasa y Dareios a la derecha. Exáctamente igual, luchareis y si sois atacados por ese flanco Dareios e Ifianasa bajo el carro. Cuida de las tablillas.

- Ebalo detrás, atento a todo lo que pueda bajar del cielo. Atreo con él. Atreo, eres nuestro mejor cazador y confiamos en tu vista y en tu arco.

- Theron y yo seguimos al frente, uno a cada lado. Si somos atacados por un costado sólo defendemos los que estemos a ese costado y los que estamos delante o detrás, el resto alerta.

Spyridon había impartido rápidamente las órdenes, pero en ningún caso había levantado la voz excepto para indicar que no mirasen arriba.

- Las arpías son seres cobardes y se amparan en la oscuridad y el engaño. Si nos ven preparados es muy posible que no ataquen, pero nos seguirán, de eso estad seguros.

Asentí quedamente y me separé de Spyridon para ocupar la posición que me había sido asignada, tras el carro. Caminé sin prisa, pues mi intención era no llamar la atención, pero no dejé de fijarme en las arpías, como las había llamado el general. Mientras, con un movimiento natural, fruto de la casi infinita repetición, saqué una flecha y la preparé en el arco.

Busqué con la mirada a Hypatia, tratando de saber cómo había recibido la noticia de las arpías, y de tranquilizarla con la mirada si era necesario, y también a Ébalo. No me acabo de fiar del extranjero, pero no sería yo quien pusiera en duda el criterio de Spyridon.

Una vez ocupado mi puesto en la nueva formación, me mantuve alerta y preparado para actuar rápidamente. 

Las palabras de Ifianasa me extrañan pues yo creía que ella sabía leer. Quizás es que siempre he sentido que mi amiga lo sabe todo. Siempre ha sido la sabiduría y el cerebro mientras que yo he sido solo un chiquillo travieso. Le sonrío quitándole importancia al asunto, sobre todo ahora que mi hermano dice que lo leerá.

De pronto, mi atención se concentra en unas alas sobre nosotros. Intento fijar la vista pues parecen aves carroñeras o alguna clase de pájaro nocturno, lo que es extraño. En ese momento el General nos advierte de la presencia de arpías y nos indica nuestras posiciones de combate. Asiento a ellas y me mantengo presto para desenvainar y luchar contra esas criaturas en caso de que se animen a atacarnos.

"Arpías. Nunca he visto a esas criaturas. Sé que es tonto pero quisiera verlas y luchar contra ellas si es necesario. Es una oportunidad que puede que nunca se repita."

Pero las órdenes del General son claras y no seré yo quien me oponga a ellas, o las desobedezca de manera descarada. Miro a mi subequipo y entiendo que en caso de luchar, Ébalo y yo seremos la primera línea mientras que Dareios deberá proteger a Ifianasa si llega el caso. Mi hermano menor no ha completado aún su instrucción pero sé que es valiente y que luchará sin dudar llegado el caso.

Mantengo el paso mientras busco un lugar en el cual podamos refugiarnos del peligro que acecha en este momento desde el cielo.

- Ahora entiendo porque te sientes tan incómodo como siempre con esa armadura compañero - le comentó a Lykaios con una sonrisa, medio como broma y medio como cumplido, haciendo referencia a los conocimientos y comprensión de símbolos de los cuales hacía gala - Eres digno hijo de tu padre - terminó con una inclinación de cabeza y una expresión que daba a entender que respetaba eso.

Conocer a los hijos de Ptolomeo era como mirar por una rendija el futuro grande del mundo Micénico, todos tenían algo que te sorprendería para bien.
El joven había dejado ya de hablarles a Talios y Anatolius, parecían demasiado ensimismados, distantes... como blindados ante cualquier intento de fraternizar. Probablemente solo querían medirse en el campo de batalla.

Una suave y fresca brisa se había levantado, en aquella noche fuera de la urbe eso le hacía pensar en el mar.
Mientras se enfrascaba en aquellos pensamientos, ideas del sendero a recorrer mezcladas con recuerdos de su vida pasada, notó que varios del grupo se centraban en lo alto. Demasiado tarde, ya Spyridon alzaba su vozarrón para indicar las nuevas posiciones en la caravana. El escudero oyó y se acercó a su camarada de armas.

Movió la lanza desde su hombro al suelo - Espalda contra espalda, ¿eh? - mostró una mueca torcida al hijo ilegítimo de Ptolomeo - Puedo ver que compartimos el deseo de probar nuestro temple contra aquellos monstruos... -
El comentario iba cargado con esa verdad que puede compartir uno con aquellos a quienes conoce bien, el cuerpo de Ischyros estaba listo para la batalla, y Akintos podía leer sus intenciones con solamente escrutar su mirada.

Tomó la posición exactamente como había sido ordenada, ahora llevaba la lanza como un bastón de caminante. Observó al joven Dareios, se encontraba aún en formación pero no parecía estar atemorizado, tras unos momentos le habló por lo bajo _{- Lamento lo de ir debajo del carro, algo me dice que preferirías luchar en caso de ataque... -} haciéndole un gesto de comprensión. No entendía esa decisión pero tampoco era algo discutible, de seguro el segundo general de Micenas tenía muchas razones para ello.

Mientras iban avanzando, intentaba saber exactamente la dirección que llevarían. Recordaba todavía como saber exactamente los puntos cardinales según la posición de algunas constelaciones importantes, o al menos eso creia. Cuando miraba a las estrellas, le parecía sentir un aroma salado en el aire.

La marcha continúa tranquila cuando en un momento, en el que dirijo un simple ruego a Hermes, observo en el cielo unas siluetas de aves. Por el aspecto de sus alas, típicas de un pájaro planeador, intuyo que deberían tratarse de algún tipo carroñero.

Esto debe ser un mal presagio y los dioses nos avisan, dado que las aves carroñeras tienen costumbres diurnas...

Pronto el misterio es resuelto, mi hermano Atreo da la voz de alrma. Dirigiéndose al general, nos pone de preaviso. No eran aves o no en su totalidad, un grupo de arpías nos acecha desde las alturas. Rápidamente, las ordenes salen disparadas de la boca de Spyridon, como el resorte de una trampa, como si no lo meditase. El fruto de la experiencia, hace que se dirija a todo el grupo conformando una nueva estructura.

Sin dudarlo, recordando las lecciones de mi instrucción, me coloco en el flaco izquierdo del carro. Desenvaino mi daga, mi única arma, y me sitúo delante de mi hermana pequeña, a la cual la tomo de la mano. Para tranquilizarla y para no perderla de mi lado.

_ No te preocupes hermanita, estos son grandes y experimentados guerreros. Nuestro tío y Spyridon, han vivido situaciones mucho peores. Hagamos lo que nos dicen y nada ha de sucedernos. Sin levantar apenas la voz, en casi un susurro se dirigió a Hypatia. Con dulzura y tranquilidad, como si estuviera tratando con su pequeña hija.

Haciendo uso de toda su fuerza de voluntad y no cediendo a su naturaleza curiosa, evita mirar hacia el cielo al escuchar que unas arpías sobrevuelan sobre sus cabezas y que pueden tener la intención de atacarles a la mínima oportunidad. Y he ahí el problema de salir al amparo de la noche. Siguiendo las órdenes del general, se coloca en su posición e intenta estorbar lo menos posible a los hombres de armas que están ahí para protegerles. 

Con un gesto inesperado, su hermano mayor intenta tranquilizarla. Desde que fue lo suficientemente mayor, siempre ha mostrado algo más distante con ella al saberse descubierto muchas veces en sus intenciones menos buenas y al haber protegido casi siempre a Ischyros de sus maldades traviesas planeadas con Dareios... como una forma de mantener la paz en la casa que tanto amaba.

Aprieta su mano, en agradecimiento.

-Gracias hermano.

Ella poco puede hacer para proteger a su familia y a los que se han prestado a acompañarlos, salvo hacer lo posible por no entorpecer.

Habíamos dejado sin percances la ciudad, no esperaba que nada mas cruzáramos las puertas un grupo de desconocidos cayera sobre nosotros pero me daba la sensación de que había sido demasiado fácil. Que rápido los dioses nos hacen arrepentirnos de nuestras acciones, palabras y pensamientos. Habíamos comenzado con una buena marcha, los hijos de Ptolomeo se habían comportado de manera excelente, incluso Lykaios se estaba comportando con diligencia con armadura en esta partida de "guerra" por así llamarla.

Akintos estaba realizando perfectamente su misión de escudero consiguiendo el material de la expedición y había entablado relación con toda la comitiva, al menos con aquellos que querían interactuar claro está. Eso generaría lazos que nos ayudarían a mejorar nuestra respuesta llegado el caso. 

Gracias a la buena vista de mi sobrino Atreo las arpías no nos habían cogido por sorpresa, esos seres indeseables eran como carroñeros según tenía entendido. Spyridon rápidamente selecciona a los integrantes de cada grupo y las posiciones que tomaría durante la marcha bajo la mirada de las arpías. Me posiciono en la parte delantera junto a Spyridon tal como ha sido ordenado. Sin levantar la voz pero si proyectándola me dirijo al grupo.

- No mostréis debilidad ni piedad con esas criaturas, se parecen a aves de rapiña y creo atacaran como ellos si ven un punto débil. 

Las ordenes estaban dadas y estas se iban llevando acabo en mayor o menor medida. Era difícil servir como soldado y tener la necesidad de proteger a tu familia, habría ocasiones en que podría animarles a realizar actos que siquiera hubiesen imaginado y en otra como en esta tendría que guardar mi posición y ver como todo se resolviera.  

Asentí con gesto solícito. Sí, podían ser arpías. Y eso era un peligro muy destacable. Esas criaturas atacarían sin piedad y con fuerza, desgarrando a nuestra columna por completo. De momento, me mantuve cerca de mis dos protegidos, mientras indicaba a mi hermano que se situase a mi espalda. Lo importante en este caso era cubrir sus movimientos. Si en cualquier momento atacaban, mi arco daría buena cuenta de ellas. Lo tensaba y destensaba con rapidez, mientras mi mirada seguía pendida de lo que tenía ante mí, sin atreverme a mirar arriba. Hacerlo nos costó una vez dos bajas en el grupo con el que bajábamos de Atenas, y fueron dos mercaderes que luego nos costaron el dinero...y la fama.

Maldije en voz baja y continué, sin aportar nada más.

Con la amenaza en los cielos revoloteando por sobre sus cabezas cual buitres apunto de devorar a un animal muerto, el grupo de héroes siguió su camino a hacia Midea. Llevaban buenos guiás por lo que fue fácil seguir el camino, pero el caminar durante toda una hora con un ojo en el camino y otro en el cielo los hacia lentos y empezaba a cansarlos.

Por suerte, justo cuando empezaban a pensar que quizá sería mejor intentar combatir a aquellas cosas que esperan a que los cogiesen cansados, el grupo divisó una luz mas adelante, se trataba de una pequeña aldea, de unas tres viviendas por mucho. Aunque si sus ojos no les engañaban, a la distancia parecería que la fuente de luz no era una hoguera sino un incendio.

Avanzar en medio de la oscuridad bajo la constante tensión de saberse vigilado por aquéllas bestias, que Spyridon había llamado arpías, era agotador. El avance era, además, lento; más lento de lo que me hubiera gustado, y de lo que estaba acostumbrado.

Entonces vimos una luz más adelante del camino, un atisbo de esperanza en medio de la oscuridad de la noche, acosados por aquéllas bestias. Sin embargo, había algo raro. Algo raro que no fui capaz de ver claramente, debido a la distancia, a la posición dentro de la formación, en retaguardia, y al contraste entre aquella luz y la oscuridad de alrededor.

Con las arpías vigilantes sobre nosotros seguíamos la marcha y aunque habíamos tomado todas las precauciones posibles por si la vigilancia de estos bichos tornaba en un ataque este no se producía. Parecían a lobos acosando a sus presas listos para atacar a aquel que demostrara debilidad o se separara del grupo. Sin dejar de mirar al frente y lo que se nos podía avecinar, arengo a la comitiva.

Vamos muchachos lo estáis haciendo bien un poco más y descansaremos, con suerte en un lugar habitado. Durante unos segundos casi les había llamado soldados, pero no solo había soldados entre nosotros y los que no lo eran se estaban portando también como los que sí lo eran. Necesitábamos un poco mas de empuje para evitar tanto a las arpías como al cansancio que podría estar empezando atenazar los músculos de los menos formados.

Frente a nosotros surgió una luz durante unos instantes, en mi mente parecía un lugar donde descansar....tras esto llegó el temor un fuego como ese parecía mas un incendio que una fogata. Sino fuera por que ya estábamos en guardia sería el momento de prepararse. Suelto el escudo de mi espalda sin dejar de andar y lo preparo en el brazo izquierdo. Con voz baja para avisar de mis pensamientos al general Spyridon. 

- General, es mucho fuego para tan pocas viviendas. O llegamos a una celebración o nos encontramos ante un asalto.

El espartano compezó el viaje junto a la sacerdotisa dado que no se le había dado otra orden al respecto y con su escudo en el musculoso brazo, puso un pie delante del otro que es como se avanza, ya sean 100 metros o 100 kilómetros. Incluso silvó alguna que otra canción que ayudaba a seguir el paso constante, de refilón observaba como algunos se le contagiaba el ritmo, a los más guerreros. Era un truco muy viejo, algo que parecía trivial pero que unificaba el paso. Se podía hacer cuando no había peligros y esta noche era una magnífica noche para caminar.

El despitado guerrero apenas se dio cuenta que miraban al cielo, pretendía abordar a la sacerdotisa para, eso querái pensar él, hacer más ameno su viaje y que no pensara en las posibles ampollas que le ocasionaría la falta de costumbre en tan delicados pies, pero la orden de cambio de formación le llego del general y fue atrás junto con el segundo hijo de Ptolomeo.

Una vez junto a él, desenfunda su Espada Xifos, el enorme escudo Hoplón siempre cuelga de su brazo. Está claro que no pretende usar jabalinas o algo de distancia. Con una sonrisa habla a su compañero de puesto.

- Formalmente me presento, no sea que la muerte nos alcance y con ese imprevisto percance, sea un grosero tratamiento- inclino la cabeza teatralmente- Ebalo de Esparta, y de todos mi adjetivos, me quedo con El Atractivo. Si esas arpías vienen, será mi escudo el que interviene.

El camino se hace pesado mientras miro disimuladamente hacia arriba para notar la actividad de esas criaturas y procuro avistar nuestro camino sin perder atención. Es desgastante y agotador pero intento mantenerme estoico para no parecer una presa fácil para nuestras acechantes enemigas.

En la nueva formación, es Akintos quien queda a mi lado, por lo que le saludo nuevamente con una sonrisa:

 - "Volvemos a quedar juntos, hermano. Quizás ahora los Dioses nos permitan luchar codo con codo como siempre soñamos."

Me río un poco mientras recuerdo aquellos días de nuestra instrucción hace unos años, donde soñamos con luchar codo con codo en grandes batallas contra los Dorios y toda clase de bárbaros que ataquen Micenas.

De pronto, la visión de que algo sucede allá adelante nos saca a todos del momento y nos hace pensar que o hay una esperanza, o hay aún más problemas del que esas alas significan. Intento visualizar bien lo que hay delante pero no estoy muy seguro de lo que veo. Hablo a los Generales por si lo necesitan:

 - "General Spyridon, tío. Si lo desean, algunos de nosotros podemos adelantarnos a explorar. Me ofrezco como voluntario para tal menester."

Si adelante hay alguna clase de ataque, puede ser peligroso para las damas y nuestro cargamento. Deberíamos ir pocos y ligeros para poder entrar y salir rápidamente en caso de que haya una amenaza. En caso contrario, el resto podrá acercarse con calma. El punto débil de esa estrategia es que las arpías podrían intentar tomar ventaja de nuestra división. Solo los generales deben decidir aquello.

Spyridon trata de observar lo que pasa más adelante, pero no llega a ninguna conclusión.

- No podemos arriesgarnos a meternos en una confrontación con lo que tenemos arriba. Desde aquí no aprecio lo que puede ser.

Observa al grupo que está cansado y con la tensión de ser vigilados, tienen que parar pero dividir el grupo no le parece buena idea.

- Seguimos en formación, no podemos arriesgarnos a que uno se separe y sea atacado en solitario. Vamos a aproximarnos a esas casas hasta una distancia prudencial y luego veremos que hacemos.

¿Qué diablos eran esas cosas que revoloteaban? Solamente sabía de arpías en cuentos y relatos, desde aquella distancia podían ser aves, múrcielagos o grifos. Lo certero, al menos, era que no se acercaban aún.

El viaje podía ser agotador al contar con una amenaza constante en lo alto, sin embargo los recuerdos que compartía con Ischyros, la melodía que silbaba Ébalo el Espartano y las palabras de ánimo de Theron cambiaban completamente el clima reinante.

Akintos se había sumado a la melodía interpretada por el rubio guerrero, haciando el mejor esfuerzo por seguirla y animando tanto a Dareios e Ifianasa a unirse. El joven seguía silencioso y taciturno, la sacerdotiza poco conocía de marchar con militares, sin embargo el joven de Cirra hacía un esfuerzo con gestos y sonrisas de lograr que el ánimo de todos estuviese alto.

No pudo evitar sonreir ampliamente en una pausa luego de tomar un poco de agua del pellejo.
- Os agradezco, Ébalo el Atractivo, por animar nuestros corazones... incluso si la noche es oscura, nuestro destino quedará en mano de los dioses. No dudo de que Apolo ha sido responsable de tu llegada - 
Con el corazón alegre, Akintos siguió adelante, borrando toda sombra de amenaza en su semblante; dejando aquellas figuras voladoras en un segundo plano... sin embargo, esto fue hasta que divisaron ese caserío delante. Clavó en él sus ojos pero no podía distinguir nada que le llamase la atención.

Su general acudió a la prudencia, y Akintos asintió en silencio. En esa situación la actitud conservadora era la adecuada, necesitaban más información y separarse a ciegas era más riesgo que otra cosa. Recordaría aquello, pues era importante.
- El general tiene motivos para llamar a la prudencia - le comentó a Ischyros luego de que su ofrecimiento fuese declinado - Sin información previa, puede ser muy arriesgado dar un manotazo ciego... además de que tu espada y mi lanza deben proteger a la querida Ifianasa y su preciosa carga... - 

Avanzó manteniendo la misma posición de guardia junto a su hermano de armas, atento ante cualquier acontecimiento que pudiese surgir de aquellas casas.