Partida Rol por web

Pero que mierda es esa pensó cuando vio a Elvira atravesar el marco como si fuera gelatina, tomo rápidamente las 2 pistolas y gracias a la apertura del marco tenía aun campo visual por lo que haciendo uso de su obtenebración pudo invocar 4 brazos del abismo uno desde el suelo a su cuello para intentar jalarlo hacia abajo al mismo tiempo que lo asfixiaba, otro que apresará ambas patas delanteras, otro para ambas patas traseras y uno último que refuerce a los 2 anteriores entre las patas traseras y delanteras.

Tras esto empezó a sentir un hambre un poco más fuerte por lo que se dispuso a alimentarse del enorme animal.

Ni siquiera el filo al desgarrar la piel levantó el más leve sonido. Solo cuando la sangre chorreó hasta el suelo se pudo oír un suave chapoteo. Pero había sido perfecto, una pena que nadie hubiera estado allí para verlo. Pero estábamos en la Arena, había alguien al otro lado y yo tenía que salir de allí. Me embargó una sensación de paz que se rompió enseguida con el estruendo que vino de arriba.

Además de aquel despojo que caía a mis pies, quedaba alguien más de quien ocuparme. Puede que no fuera tan fácil como hasta ahora así que mejor andar con cuidado. Me llevé el bisturí a la boca y lamí con cuidado los restos de sangre que allí habían quedado. Una corriente me recorrió el cuerpo al contacto de la vitae, metálica y espesa. Miré al techo y alrededor, buscando alguna señal de la procedencia de los ruidos, y rápidamente me agaché sobre el cadáver. Puede que ese imbécil fuera de más utilidad muerto que vivo.

Que se saborea la inmortalidad, en una suerte de largos años de decadencia y depravación, de libación sanguínea extendida a través de la misma historia de los pueblos en sus siglos de revoluciones y guerras, era un privilegio concedido a unos pocos. Porque está claro que por mucho que la maldición de Caín animara ad æternum los cuerpos sin vida de los muertos, la ley de la sociedad vampírica -inhumana por puro materialismo pragmático- se convierte en la hoja de una de las Parcas que tras hilvanar y devanar, cortan el hilo de la no-vida

En su juego Wyatt encontró tal final
No por voluntad propia, conste, pues sus ganas de vivir eran tantas como su propia ignorancia. Sin embargo en cualquier entorno salvaje imperan los más fuertes, y ante la negra oscuridad envuelta en noche que lo desgajaba con un afilado dedo de plata no supo reaccionar

En su último instante no acertó a pensar en nada. No apareció ante él la visión de su vida, como una secuencia de imágenes, ni tampoco un punto de luz que atravesar. Su existencia se deshizo como entre las manos de un niño se escapa la arena. En paz. Y en silencio...
 

Identificas claramente la procedencia del ruido, de hecho todavía se escucha jaleo arriba: Se trata de la 5ª ventana del piso superior del edificio central.

Al registrar rápidamente el cadáver das de lleno con una bolsa de sangre guardada en el bolsillo interior de la cazadora del chico.

En su bolsillo delantero, una cartera con el carnet de identidad, la tarjeta de crédito, el carnet de la universidad... toda una vida, o una farsa que habías aniquilado en un abrir y cerrar de ojos*

Unas cuerdas de oscuridad salen disparadas de los rincones más oscuros de aquel pasillo de instituto.

Cortando el aire con su viscosa consistencia, se enroscan en el ya de por sí asustado animal que trata de resistirse impulsándose con sus patas traseras y cabeceando.

Demasiado tarde. Los tentáculos de oscuridad ya han apresado al toro y lo empujan hacia abajo.

Elvira lanza un bramido de desesperación y sale vapor de su cada vez más apretado morro contra el suelo.

Los brazos del abismo se comprimen más y más sobre los tensos músculos del animal que poco a poco empiezan a abandonar su fuerza.

El toro abre la boca para lanzar un último suspiro, pero el aire ya no llega a sus fauces.

Sus ojos voltean y se quedan en blanco.

Se escucha un bramido animal en el piso de arriba, donde el barullo.

Desparramé el contenido de los bolsillos por el suelo y rajando una esquina de la bolsa me la bebí con avidez. Tanta que algunos regueros rojos escurrieron por mis labios abultados y escurrieron hasta el suelo. Los pisé sin miramientos, mezclando todos aquellos papeles y documentos con las huellas ensangrentadas de mis botas.

El ruido allí arriba iba a más así que me olvidé de aquel atontado para siempre y me puse en camino. Volví al interior y me pegué a las paredes, buscando las sombras y el silencio. Había dado con la procedencia del ruido y ahora debía orientarme... Lo primero era subir, o hacer que bajara. Lo primero, buscar las escaleras, así que seguí avanzando por el pasillo, dejando atrás la puerta y los cuatro restos que habían quedado. Me había gustado aquella cuchilla, era pequeña pero rajaba como un demonio así que me venía como anillo al dedo. Me sentí tan bien que saqué las dos y avancé con una de ellas en cada mano. Por cómo chillaba, allí arriba me esperaba una rata de buen tamaño.

Te metes la bolsa en la boca y el espeso líquido baja por tu garganta como un chorro de vida. Fría e insulsa, pero vitae al fin y al cabo.*

A penas lo percibes, pero cuando has terminado de devorar el sustento, te percatas de que ha dejado un regusto picante debajo de tu lengua y tienes una sensación curiosa en el cuerpo;** aunque quizás solo sea la euforia del asesinato que acabas de cometer. Al parecer, la adrenalina todavía corre por tu cadáver deforme.

Te acercas al edificio principal sin reparos. Abres la puerta exterior de doble hoja y te plantas en mitad del hall de entrada principal del instituto. Todavía se escucha alguna pisada arriba, pero el alboroto de antes ha cesado.

Silencio y oscuridad.

A ambos lados tienes dos pasillos alargados muy parecidos entre sí. Taquillas metálicas en las paredes y rótulos frente a las puertas que marcan los distintos cursos a los que pertenece cada aula.

Las dos alas simétricas del edificio indican con unos letreros sobre tu cabeza que al fondo de cada pasillo hay escaleras de acceso a la planta superior. Y frente a ti, se encuentran las escaleras de subida principales que con unos anchos escalones y una baranda lateral, giran y también suben hacia la planta superior.

John bebe del animal ecien muerto toda su sangre hasta la última gota, con eso logro reponer la usada y ganar 2 más extra, luego de ello tomo 2 pistolas, reviso que estuvieran llenas, una escopeta la cual colgo en su espalda y un rifle y los cartuchos que pudo de cada arma, reviso que hubiese un rifle francotirador antes de irse y de no ser así, continuaría su búsqueda.

Vitae. Vitae fría y espesa, pero suficiente para sentir que mi cuerpo reacciona y se llena de nuevo. Casi me siento vivo, y río al comprobar que es la vitae de un hermano la que me insufla la fuerza. Me pregunto si será la del montón de cenizas que acabao de dejar junto a la puerta, o de dónde la habría sacado aquel idiota. No parecía capaz ni de conseguir hielo en el Polo. Yo hubiera preferido tomarla cálida y latente, directamente del frasco, pero dadas las circunstancias, esto me va bien.

Las taquillas me traen recuerdos del instituto. Los estudios le importaban una mierda, claro. Pero casi sintió nostalgia de los partidos con los colegas, los entrenamientos y los días tranquilos y sin preocupaciones. Sin amarguras. Aunque la rabia siempre la había llevado dentro, y ahora sabía utilizarla.

Los ruidos arriba habían cesado. Me quedaba la opción de subir, o esperar pacientemente a que el otro bajara y entonces cazarlo.

Me apeteció patear algunas taquillas y husmear en ellas, seguro que algún guarrete guardaba revistas sucias debajo de los apuntes. Podía echarme unas risas para entretener la espera. Mientras me lo pienso voy avanzando hacia el hueco de la escalera principal. Antes de poner el pie en el primer peldaño salgo corriendo hacia cualquier lado* y avanzo por el pasillo mientras intento fijarme en los letreros, buscando el que indique el gimnasio... Mientras pienso que no, que esperar y paciencia son dos palabras de mierda y que si ese cabrón no baja, entonces subiré yo a buscarlo.

Cuando te asomas al agujero de las escaleras principales se oye un ruido lejano en medio del silencio nocturno. Definitivamente hay alguien arriba.

Aún así, rápidamente sacudes de tu mente aquel primer instinto de subir a por tu rival. En lugar de ello te echas para atrás y empiezas a andar por el pasillo lateral izquierdo.

Tus pasos resuenan en el corredor vacío y mientras te preguntas dónde estará el gimnasio, ves como la luz de la luna entrando por una ventana alumbra lo que parece ser un plano de evacuación con las salidas de emergencia*

No hay ningún recinto lo suficientemente grande para alojar un gimnasio, de modo que asumes que el mismo debe encontrarse en uno de los dos edificios contiguos.

Bebes del toro hasta que no queda una sola gota de sangre en su enorme cuerpo desplomado y luego te diriges al aula de donde encontraste el arsenal.

Después de cargarte a base de bien con el armamento que encuentras a tu disposición, buscas por la mirilla del rifle de francotirador al hombre que estaba de pié frente al edificio contiguo.

La sorpresa es mayúscula cuando lo ves en la misma posición donde estaba la última vez que echaste un vistazo, sin embargo ahora está hecho un ovillo en el suelo sobre su propio charco de sangre. Está muerto. Muerto de verdad.

Dejas el rifle de francotirador y coges todo lo demás para salir de la clase.

Continuo por el mismo camino que llevaba antes de matar a Elvira.

Ya con algo más de sangre en el cuerpo las posibilidades de sobrevivir mejoraban bastante.

Continuo pendiente del ambiente y moviendome en silencio.

El arriba y yo abajo. Y el tío no se esconde, los ruidos siguen llegando sin cesar. No encuentro el gimnasio por ningún lado, así que dejaremos las canastas para otro rato. Me estoy calentando, porque tengo la impresión de que pierdo el tiempo aquí abajo y ese cabrón está montando mientras una bomba atómica que tirarme a la cabeza en cuanto me asome.

Y no me gusta. De pronto me siento ninguneado, desplazado. ¿Qué es eso que tiene que hacer ese tío para pasar de mi? Ya puedo imaginármelo: he visto muchos como él. La universidad estaba llena de ellos. Esos putos pijos blancos, que me miraban con desprecio y superioridad aunque les sacaba a todos una cabeza de altura. Pero se creían mejores que yo. Y eran mejores que yo. Sólo durante los partidos me aceptaban como uno de ellos. Sólo para alegrarles la tarde. Cuando sonaba la bocina todo volvía a ser como siempre.

Llegar a la Liga iba a cambiarlo todo, creía. Pero nada cambió. Ahora tengo claro lo que soy, tal vez antes era incapaz de comprender sus miradas. No era desprecio, sino miedo. ¡Cuanta razón tenían! No son tan tontos, estos blanquitos. 

Volví atrás, caminando junto a las taquillas, rozando sus puertas metálicas con mis dedos artríticos pero letales.