Partida Rol por web

Montalbano asintió y miró embotado el patrón de las baldosas por un momento quizá demasiado largo. Sopesaba sus propias experiencias en la vida y trata de encajarlas con lo que Larraiz le acababa de contar. 

—Bueno, creo que con eso será suficiente. No creo que le necesitemos más adelante, pero mire, tome mi tarjeta. Si necesita que algo estaría encantado de devolverle el favor—

Llevó la mano a la americana y extrajo su libreta, de ella cogió una de las tarjetas y se la tendió al espía jubilado. Pasó un par de páginas y antes de hace runa seña a su compañero para salir de allí habló una última vez con el anciano. 

—Una última cosa antes de dejarle de nuevo paz señor Larraiz. ¿No le sonará por casualidad alguno e estos nombres? ¿Valeria Iztigova? ¿Victoria Abrente? ¿Adelaida Menéndez Garrido?

El hombre negó con la cabeza.

- Suelo tener buena memoria para los nombres. Ni la edad me la ha robado. No. No los conozco.

Recogió la tarjeta con una mano firme y la guardó en su bata sin mirarla.

Ambos agentes se despidieron y se dirigieron a la puerta del complejo hospitalario.

Se despidieron y caminaron pasillos abajo hacia la salida, Guillermo parecía contrariado.

—Bueno Pedro, parece que nos toca bajar al subterráneo. Pero antes deberíamos hace runa llamada de cortesía a quién quiera que este a cargo de eso. La cosa es que si nos preguntan por que queremos bajar allí ¿Qué? ¿Que les decimos? ¿Que un ex-espía de la KGB nos ha dicho que allí encontraríamos un teléfono fantasma? JA!— extrajo una de las cajetillas con chicles de nicotina y empezó a desenvolver uno torpemente.

—Supongo que podríamos decir que una de las víctimas estaba interesada en la estación y que queremos ver en que era lo que estaba interesada. O indigar si la víctima estuvo por allí. Y encima si le soltamos eso a un civil como vamos a asegurar que no aparece mañana directamente en los periódicos—

Masticó con ahínco el chicle queriendo estrujar la nicotina de él tan rápido como pudiese.

—Le soy sincero Pedro, no me gusta nada lo de Espinola. Me gustaría saber que demonios le pasó. Me siento inquieto son esa mierda. Es como si me sintiese culpable por ponerle en el brete que le puse en su última asignación.

Pedro paraecía de acuerdo con la propuesta del viejo policía:

- Como quieras. Tú eres el veterano y, siendo sincero, yo también tengo mal cuerpo con lo de Espinola.

Antes de montar en el coche Montalbano hizo una llamada a la comisaría para resolver la visita a la Estación de Chamberí. La cosa no parecía demasiado complicada ya que el sitio era un lugar turístico, así que el encargado del ayuntamiento no pondría pegas a una visita. Quedaron en conseguir un encuentro para mañana a primera hora, a las 8:00, antes de que abriese al público.

Aprovechó la llamada para preguntar por Espinola. Al parecer seguía en la UCI del Hospital, estable pero con pronóstico grave. Habían logrado contactar con la hermana, que era el único familiar que tenía en la ciudad. Al parecer era soltero y vivía solo. Su hermana estaría ahora en el hospital si querían acercarse hasta allí. Eran las 12:00, así que tenían tiempo de hacer una visita antes de la hora de comer. Puede que incluso encontrasen al médico al cargo en horario de revisión.

Guillermo montó en el lado del piloto mientras Montalbano extraía la libreta y con parsimoniosa ceremonia empezó a repasar las notas del caso. Comentaron las generalidades simplemente por repasar las ideas y tenerlo todo fresco mientras fuera las calles de Madrid se movían atestadas de suciedad, coches y personas.

—Esoterismo, Poder, Espionaje... hay demasiadas cosas que distraen. Reuslta difícil centrarse en algo.

Ya en el hospital aparcaron y fueron directamente a recepción preguntando por su compañero. Antes de ir directamente al sitio Montalbano intentó hacerse con una idea del estado del paciente hablando con la persona encargada de su caso.

En la recepción le informaron de que, efectivamente, Espinola estaba en la UCI. Por su condición de policías y compañeros les dejaron pasar aunque lo normal fuera limitar el acceso sólo a familiares. De hecho en la entrada de la habitación estaba la hermana del chico. Se la notaba nerviosa y cansada.

Cuando se Montalbano y Jurado se presentaron la chica corroboró lo que les habían contado, incluído el pronóstico que en recepción les habían dado.

- Fue un escape de gas. Maldita sea... siendo policía, con la vida que lleváis... y que le haya pasado algo así. Porque me han dicho que lo perdemos.- la muchacha parecía resignada - ¿De quién es la culpa? ¿Eh? ¿De quién? Un maldito escape de gas. No reventó el edificio de milagro, porque la vecina oyó un ruido raro en el apartamento de Fran y se mosqueó. Siempre nos reíamos de esa señora, que se metía en la vida de los demás e iba en zapatillas a todos lados. Como Fran es policía siempre le va con movidas de gente sospechosa. Que si viene un repartidor y cree que es un camello o si unos estudiantes arman lío y dice que son anarquistas y esas mierdas. Mira tú. Si le hubieran hecho caso antes igual ahora Fran salía de esta. Pero claro: no puedo culpar a nadie. Esa señora siempre ve fantasmas. Y mira tú: para uno que es real... si le hubieran hecho caso igual Fran no habría estado tanto tiempo con el puto monóxido y se hubiera salvado. Según el médico fue por culpa del tabaco. Reduce la capacidad de aguante. Que si sale de esta quedará vegetal. Y yo ya no sé que pensar. Que dios me perdone pero para quedar vegetal mejor... mejor...

La muchacha rompió a llorar apoyándose en el hombro de Montalbano.

—Julia mujer, lo siento mucho. En estas situaciones lo que diga yo ahora la verdad es que no te va a valer para nada. A veces nos toca lidiar con la situación más fea. Tengamos fe en que si se recupera será para mejor, y si es su hora que vaya en paz—

Guillermo la achucho un rato en brazos y trato de tranquilizarla. Finalmente la convencieron para tomar un café y fumar un cigarrillo. Mientras montalbano se encargaba de ella jurado se quedaba al lado de la habitación vigilando, por si acaso algo pasara. Como si fuese a importar.

Montalbano entabló una conversación ligera con la muchacha y trató que se sintiese un poco arropada. En ese rato intentó que ella le hablase mas de Espinola. La imagen que tenía de su compañero era demasiado borrosa, uno más, de alguna forma sitió que si podía conocerle un poco mejor a través de su hermana al menos le estaría haciendo un poco de justicia.

—¿Quién era mas cercano a su hermano últimamente? Entiendo que no tenía pareja. Al menos no que yo sepa.

La muchacha parecía algo reconfortada por tener alguien con quien hablar. La imagen que se dibujó del agente no parecía tener nada destacable: un chico joven, con dotes para el deporte que tras fracasar en la carrera de INEF había decidido tirar hacia las oposiciones a policía. De ahí al Cuerpo, con vocación. Eso le dolía especialmente a Montalbano porque probablemente de no haberse truncado su vida el muchacho podría haber ascendido. Porque para él lo más importante era ser policía. Después del instituto parece que no se había echado ninguna otra novia porque, siempre según la hermana, sólo tenía interés por su carrera en el Cuerpo. Estaba preparando los exámenes para una oposición mayor.

Sólo había una cosa curiosa en lo sucedido la noche anterior: la vecina. Al parecer la señora estaba un poco mal de la cabeza y era una habitual de las llamadas a la policía. Por eso cuando llamó diciendo que había escuchado ruidos extraños, de pelea, en el apartamento de Spinola, nadie le hizo caso. Montalbano sabía de casos similares: gente mayor que siempre estaba viendo fantasmas y que mareaban a los servicios de emergencia hasta el punto de que sus números estaban clasificados ya como 'falsas alarmas'. Aquel parecía uno de esos casos. Al final la señora se las arregló para llamar a la hermana, que fue quien encontró a Espinola desmayado en su habitación y todo el piso oliendo a gas. Cuando le preguntó por los ruidos de pelea la hermana se encogió de hombros:

- Fran estaba tirado en su habitación y había una mesilla en el suelo. Probablemente se levantó mareado y se agarró a ella antes de caer y eso fue lo que escuchó la señora. Si la hubieran creído igual... igual... esto era diferente.

Con aquello parecía suficiente. Guillermo dejó su número personal a la hermana de Spinola para que le avisara de cualquier eventualidad. También le pidió las llaves del apartamento, para echarle el un vistazo de primera mano. Se reunió con Jurado de nuevo y enfilaron hacia el aparcamiento.

—Esta la cosa muy rara con lo de Spinola. No voy a poder quedarme con esto en el estomago. Espero que no te importe que nos pasemos un momento por su casa. Sube, sube, que te cuento por el camino.

La hermana de Spinola le dio las llaves sin problema. Quizás en otra situación hubiera dudado pero en esos momentos la pobre mujer estaba como en una mala pesadilla y ni siquiera puso en duda la autoridad de Guillermo para entrar a echar un vistazo en el apartamento de su hermano.

Un poco más tarde abrían la puerta de la entrada. Espinola vivía en un pequeño y modesto edificio de seis plantas, de esos que surgieron con el bum de la construcción en los años 70. No cabía duda que todo el lugar necesitaba una buena reforma aunque estaba lo suficientemente bien como para parecer acogedor. Al salir del ascensor en la segunda planta se dirigieron hacia la puerta de la izquierda, que se correspondía con el apartamento del agente. Pero cuando estaban metiendo la llave en la cerradura la puerta del piso de enfrente se abrió y una voz rasposa de mujer preguntó a sus espaldas:

- ¿Qué tal está Francisco? Pobre chico... ¿son ustedes de la familia?

Los agentes se volvieron. Seguramente ésta era la famosa vecina: una anciana rechoncha y bajita, de rostro ratonil, vestida con una bata que ya había pasado de los lavados aconsejados para mantener los colores. La señora debía pasar con holgura los setenta años y con aquel aspecto parecía sacada de una vieja película de los 50, de esas del cine de Marisol.
 

Guillermo se detuvo aliviado de no necesitar que buscar a la mujer. Aunque era de esperar que la mujer les abordase en algún momento, sino su fama hubiese sido inmerecida.

—Buenos días tenga usted ¿señora...?— le saludo con una amplia sonrisa transmitiendo confianza. —Julia, la hermana, le envía muchos recuerdos y las gracias de nuevo por haber avisado de la contingencia. El aún esta en cuidados intensivos y lamentablemente tiene mal pronóstico. Nosotros no somos familiares, somos compañeros.

—Pedro Jurado— dijo señalando a su compañero —Y Guillermo Montalbano, detectives de la policía nacional.

—Anoche mismo estuvimos con Spinola en un caso. Bueno, Francisco, como le conocía usted. Y queremos estar seguros de que se han tocado todos los palos por aquí. Usted ya me entiende. Es un buen compañero y es lo mínimo que se merece. Aunque todo parece indicar que no es más que un triste accidente, queremos comprobar que todo en la casa y en la comunidad está correctamente. Para que no ocurra tal cosa a ninguno de los vecinos.

Guillermo hincapié en el accidente. Quería que la mujer se mostrase contrariada y quisiese dar muchos detalles de lo que había relatado antes. Si la picaba un poco normalizando la situación quizá la hacía decir más de la cuenta. Bueno, quizá la hacía inventarse cosas, corría ese riesgo...

La señora negó con la cabeza:

- No sé que decirles... yo no tengo tan claro que haya sido un accidente. Precisamente escuché unos ruidos raros en el piso de Francisco y los llamé pero nadie me hizo caso las dos primeras veces. Me dijeron que fue el chico que debió despertarse en medio del mareo del gas y se cayó tirando un mueble... pero yo oí el portazo claramente y vi la sombra que bajaba las escaleras.

—Entiendo, entiendo. Jurado, toma la declaración de la señora. Yo me adentraré en el piso para comprobarlo todo— respondió Guillermo a la declaración de la vieja. Todo esto no le daba buena espina, pero no podía dejar de pensar que quizá la señora solo estaba buscando un poco de protagonismo. 

Se acercó a la puerta del piso de su compañero y extrajo las llaves del bolsillo de la americana. No sabía muy bien que esperar de aquello, pero antes de empezar a sentirse inseguro se conectó con la parte más automática de su formación policial. Sabía lo que tenía que hacer, donde tenía que mirar y como tenía que tocar las cosas, para no fastidiar a los de la científica, si es que fuese necesario. 

Abrió y se adentró en el piso de Spinola. 

Mientras Jurado quedaba interrogando a la señora Montalbano entró en el apartamento de Spinola. El pasillo de entrada mantenía la decoración neutra fuera de época característica de pisos de solteros o estudiantes. Parecía que al chico no le importaba demasiado que su hogar pareciese realmente un hogar. Lo mismo sucedía con la cocina. Montalbano se aproximó a la ventana abierta que allí había. Era amplia y conducía a un patio de luces. Cualquiera podría colarse por ella.

Echó un vistazo al exterior. Las ventanas de otros dos apartamentos daban al mismo sitio pero sólo uno, el de la señora, tenía puerta que condujera al exterior. Un pequeño muro parecía conducir a una calle trasera.

Retrocedió sobre sus pasos para seguir por el pasillo. Un cuarto de baño pequeño y funcional, sin ventanas. Una salita en la que sólo destacaba un sillón amplio frente a una pantalla de plasma de 42 pulgadas a la que había conectada una consola. Tras el sillón un espacio con mancuerdas, una comba y un saco de boxeo colgado del techo. Un improvisado mini-gimnasio. Montalbano podía imaginarse el gris día a día de este chaval, entrenando para un futuro mejor como detective. Igual se pensaba que con el ascenso vendría mucho más dinero, reconocimiento y emoción. Pues le esperaba una desilusión. Se corrigió: por desgracia no le esperaba nada ya. El salón tenía una ventana que daba a la calle principal. Echó un vistazo y encontró lo que buscaba: una farola con cámaras. Tomo nota de la posición y se dirigió hacia la ultima habitación: el dormitorio.

El dormitorio era relativamente amplio y contaba con una cama de matrimonio y otra televisión, esta vez de tamaño pequeño. Había un armario con la ropa del chico y otra ventana que daba a la misma calle que el salón. La señora había mencionado la caída de un mueble pero en todo el apartamento no había visto nada fuera de lugar, nada tirado. Sólo las sábanas en el suelo que, probablemente, habían apartado el servicio de emergencias.

Con precaución Montalbano echo mano de las sábanas, ayudandose de su estilografico. Las levantó poniendolas de nuevo sobre la cama y estudió el suelo de la habitación. Con un gran esfuerzo se agachó para mirar bajo la cama, intentando no dejar nada al azar, como sie mpre había hecho en todas sus investigaciones.

Posteriormente extrajo un pañuelo blanco de su americana y con el pañuelo repaso las superficies de las ventanas, buscando algún tipo de rastro. Finalmente se plantó en el salón dando un repaso con la mirada a todo a su alrededor y se preguntó en varias ocasiones

—¿Hay algo que no encaja?¿Hay algo... ?

Salió del piso de su colega y giró la llave hasta cuatro veces para dejarla perfectamente cerrada. Fuera Jurado estaba conteniendo a la anciana más aburrido que otra cosa. Con una mirada y alzando la ceja Guillermo avisó a su compañero que ya estaba. Abordó a la mujer y le preguntó por el patio.

—He visto que su apartamento da a un patio de luces compartido con el piso de Spinola, ¿Le importa si paso y le echo un vistazo?

—No es nada, ... no es nada mujer— se adelantó Montalbano anticipando los miedos de la señora —Es solo por ser exahustivo, usted me entiende, que no quede ningún cabo suelto. Pero ya le digo que no parece que haya nada raro...

Antes de salir de la casa Montalbano se fijó en un armarito vertical con cajones que estaba junto a la tele. Tenía unos cajones estrechos, casi cuadrados, y en su interior guardaba CDs de música. Hoy en día eso empezaba a ser una antigüedad pero el muchacho tenía una buena colección de música de jazz. Sin embargo no era la música lo que interesaba a Montalbano. Era la posición del mueble. Todo en la casa estaba pulcramente alineado pero aquel mueble estaba en diagonal, como si lo hubieran movido. Revisó su superificie y vio que la esquina superior derecha estaba mellada, rota. Su mirada recorrió el suelo del dormitorio calculando la trayectoria de caída. No se sorprendió al encontrar un rascazo y un par de fragmentos de madera diminutos en el suelo. ¿El chico se había desmayado pero antes de eso se había preocupado de levantar de nuevo el mueble y ponerlo casi en su sitio?

Fue hasta la ventana de la cocina buscando rastros de algo. Y encontró fibras de lana. Diminutas. Deshizo el camino hasta el mueble. Ahí estaban las fibras, donde alguien podría haberlo agarrado para ponerlo de nuevo en su sitio¹. El recorrido estaba claro: alguien entró por la ventana de la cocina y fue al dormitorio. Intentó deshacerse de la víctima pero algo salió mal y se resistió. Tiraron el mueble en el forcejeo aunque el asaltante se salió con la suya. Puso el mueble en su sitio de forma apresurada, salió por la ventana cerrándola y abandonó el lugar por el patio de luces.

Montalbano, ya en el patio, examinó el posible recorrido y punto de fuga. El patio de luces tenía un pequeño espacio que daba a una calle trasera. Se asomó. Había un par de contenedores que podrían moverse para facilitar la subida de alguien ágil, y la pared era irregular con asideros. Todo encajaba. Todo menos el motivo. El chico no parecía nadar en la abundancia y no se había robado nada: ni la consola, ni la tele... uso de fuerza desproporcionada. Y eso era otra cosa que no encajaba: el parte del hospital hablaba de fuga de gas, no de asalto con violencia. Si hubo un forcejeo ¿por qué no había pruebas?

Era todo lo que necesitaba, ahí había gato encerrado y su olfato había vuelto a desenterrarlo. Cómo en los viejos tiempos. Cómo en los buenos tiempos. Hacía mucho que una pequeña victoria de estas no le sonreía en la cara y la saboreo, amarga como era, tal como la recordaba. Un compañero estaba jodido, pero al menos había indicios, pistas. Aquí no se iban a ir de rositas. 

Se despidieron de la señora y volvieron al coche, rápidamente Montalbano puso a Jurado al corriente de todo. 

—Ya sé que es todo circunstancial Pedro, no me jodas. Pero esa, esa...— grito señalando la farola —Esa nos va a sacar de dudas. Y mas vale que nos den acceso a la grabación. 

Ambos detectives salieron del edificio prometiéndole a la señora que la mantendrían al corriente. Se montaron en el coche y arrancaron hacia la oficina central de tráfico con un objetivo claro: obtener la grabación de esa misma noche de la farola.

No les costó demasiado, tras presentar sus credenciales y explicar al encargado que estaban con una investigación criminal de homicidios, que les permitieran revisar el contenido de las cámaras en una de las salas de visionado. Tampoco fue complicado ubicarse en la hora del crimen y ver que sucedía en la calle.

Se fijaron en el contenedor que apoyado en el muro daba al patio de luces. Vieron pasar a algunos operarios de la limpieza, luego un par de mendigos rebuscando. Pero de pronto algo recompensó su tenacidad. Un coche se detuvo cerca del callejón. Era un Renault Laguna de los antiguos, bastante hecho polvo. Montalbano tomó nota de la matrícula en un acto reflejo. Un individuo alto se bajó del lado del acompañante. El conductor permanecía en el interior, invisible a la cámara. El tipo que se había bajado parecía fuerte. Llevaba un gorro de lana que le cubría la cabeza y chupa de cuero. Era agil. Movió el contenedor con facilidad y se subió a él de un salto para alcanzar de otro el patio de luces. Alguien acostumbrado a hacer esas cosas, no dudó ni un momento, no tardó más del tiempo necesario. En el coche se vio un destello y la ventanilla se abrió ligeramente, saliendo humo. El otro esperaba fumando, aunque no se veía su cara. Desde aquel ángulo era complicado. Veinte minutos después el tipo grande regresaba por el patio de luces. Echó un vistazo precavido antes de bajar rápidamente y regresar al coche. Montalbano detuvo la cámara y amplió la imagen. ¡Tenía una imagen de la cara del tipo! Aunque el sombrero de lana le cubría casi toda la frente podía ver una barba hirsuta y rubia, una nariz rota, de boxeador. Quizás rondase los treinta años. La calidad de imagen no era de las mejores pero se podría sacar una foto para cotejar, sin duda.

Por fin después de tantos palos de ciego parecían tener algo entre manos.