Partida Rol por web

¿Qué hacer?.

Sinceramente no sabía qué hacer a continuación.

Sopesaba las múltiples opciones mientras me dejaba hundir en los ojos de Irene.

Irnos era lo mejor, pero no lo menos peligroso dado que si no nos perdíamos irremediablemente en las catacumbas, luego el que estuviera allá abajo nos mandaría a buscar de malos modos.

Quedarnos, no obstante, implicaba arriesgarnos a recibir el peligro, mas, quería pensar que al menos se tendría en cuenta el hecho de no habernos ido.

Debíamos quedarnos, pero si era posible, teníamos que buscar una segunda opción por si las cosas se torcían de mala manera.

Se lo hice saber a Irene sin dejar de sujetarla suavemente por los hombros y cuando concluí de contarle lo que pensaba intente decirle algo mas, pero las palabras se negaron a abandonar mis labios, vergonzosas de quedar boyando como un navío naufrago.

Estem…yo…nada, olvídalo.

-No nos veo machacando a unos matones en una pelea.

Movió la cabeza a los lados, en señal de convencimiento.

-Además, no creo que con esta paranoia no tengan armas de fuego. Aunque te imagino arreándoles con una pedazo de maza... eso no parece muy realista ¿Verdad?

Su sonrisa brillaba en la oscuridad.

-Sólo se me ocurre que uno de nosotros se marche. Para que sepan que si el otro no vuelve éste… esto…  llama a la policía. Pero tampoco es una buena idea.

Movió la cabeza de nuevo. Pensó un rato, pero a cada nuevo plan le seguía el mismo gesto. Todas sus opciones daban problemas y más problemas. Bajar ella tampoco tenía demasiado sentido después de haberse negado.

-Así que. No sé… Mierda, ahora me han entrado ganas de mear. Aguantaré…

Y se cruzó de brazos, entre contrariada y divertida.

Lance una risotada ante la ocurrencia de Irene. A mí también me gustaría tener una gran masa encantada que pudiera usar en casos como estos aunque una pistola – o dos -, tampoco me vendrían mal.

De todas formas allí estábamos, a una incierta cantidad de metros bajo las calles de Paris y con solo dos opciones – demasiado malas -, para poder elegir.

Esperemos, le dije a Irene luego de suspirar, pero si las cosas se tuercen, quiero que corras tan rápido como puedas y sin detenerte, ¿ok?.

Liberado de la tensión de elegir cual peligro iba a afrontar me senté en el suelo apoyando la espalda contra una de las paredes y mientras conversaba con Irene de cualquier tema mundano intentando con ello olvidar, al menos de momento, la situación actual.

Aunque no era una conversación lo que se dice banal -hablaron de música- sí que sirvió para hacer amena la espera. Iréne intentaba convencer a Paul para que se animara a ver un grupo en directo, uno de los que estaban en su lista negra. Una banda prefabricada de niñatos que hacía una música de verdad despreciable. Tenían el pozo a unos tres metros y aunque la luz no llegaba para iluminarlo con claridad, sí que se veía lo suficiente para que fuera imposible salir de ese agujero sin ser visto.

Había pasado cerca de una hora cuando asomó la mano, luego el pie, luego el resto de un hombre con pinta de atracador de bancos prejubilado. Aunque tendría más de sesenta años, se movió con naturalidad, y su cara era más de desidia que de enfado o emoción. De pie, pegado al pozo, miró a tatuador sin saludar y habló descansando su mano sobre la culata de una pistola que tenía enfundada en su pantalón.

-¿No haréis ninguna tontería, verdad?

Subió otro hombre, no tan mayor, con perilla, pelo largo y pinta de delincuente resabiado. Éste se dedicó a ayudar a subir a otros dos, mientras que el atracador prejubilado vigilaba con atención a los tatuadores.

Primero ayudó a un hombre muy alto y delgado. Llegaría al metro noventa. Todos vestían con ropas negras, algunas sucias de polvo. Pero éste encima llevaba una capa de piel de animal. Era totalmente calvo y tenía unos enormes ojos tan intensos que se hacía tan desagradable mirarlo como difícil no mirarlo. Parecía salido de un cuadro oscuro de Egon Schiele.

Por último salió otra chica, también ataviada con unas pieles. Era rara, su mirada también era intensa, pero más ida. Como de iluminada. Tenía unas llamativas gafas cuadradas y aunque su pelo era gris canoso no debería llegar ni a los treinta.

El de la perilla le preguntó a Iréne si sabía tatuar. Como ella, asustada, no le contestaba, sacó una pistola y le apuntó.

Por lo general más bien lento de movimientos, ante el peligro que significaba una “pipa” de esas apuntándole a la cara a la que era la fuente de mis desvelos, me levante del suelo eyectado como si mi trasero tuviera incorporado una turbina de caza y sin pensar ni por un segundo que me estaba exponiendo a un serio peligro, me interpuse entre Irene y aquel tipejo con las manos hacia arriba y mientras decía:

Tranquilo…tranquilo, soy a quien buscas.

No veía a Danilo entre los presentes y eso me preocupo bastante. No tanto porque estimara al estúpido chico que nos había metido en este problema sino porque era probable que se hubiera llevado un serio castigo y por ende, cabía la posibilidad de que a nosotros nos pasara lo mismo.

El hombre alto de la capa de pieles levantó una mano moviendo su largo dedo índice a un lado y a otro. Su voz no era grave pero tenía un timbre inusual, entre apacible y agresivo, que producía un efecto parecido a sus ojos.

-Shhh, shu, shu… Necesitamos bajar a alguien que sepa tatuar.

Y tiene que pasar por el pozo.

Cerró la mano en un puño y bajando el volumen habló con voz sorprendentemente clara y audible.

-¿Sabe la chica delgada tatuar o no?

Su mirada literalmente pasaba por encima del hombro de Paul, hacia Iréne.

Mierda, mierda, mierda, mierda…miles de ideas y cero certidumbre acuden a mi mente mientras el fantasma de la duda me sonríe arrogante y complacido. ¡Mierda!, que demonios hago, ¿Qué hago?, me digo a mi mismo aun con las manos levantadas.

Finalmente me decido por la que creo mi mejor opción, ¡No!, lo correcto sería decir, la opción más correcta…para que Irene se mantenga a salvo aunque de seguro mis palabras no le van a gustar.

Quien han ido a buscar soy yo, digo con orgullo mirando de frente, yo soy el tatuador cuyo arte busco quien ya ha previamente pagado por ello. Mía es la habilidad y solo yo tengo en mi mente la idea intrínseca al diseño laberintico del desconocido contratante.

Quien nos trajo aquí nos dijo que había otros caminos, caminos por los cuales puedo llegar a quien desea ser tatuado, el puede guiarnos sin dudas, le indico al calvo siniestro que parece llevar la voz de mando.

Cuando Paul mencionó a Danilo, el calvo siniestro fulminó con su mirada al que apuntaba con la pistola. La chica de las gafas cuadradas miraba la escena con fascinación.

Iréne habló con altivez. Aunque estaba a su espalda, Paul casi la podía ver con sus brazos en jarra y su barbilla un poco levantada.

-Claro que sé tatuar. Y lo hago bien. Bajemos y terminemos con esto de una puta vez.

El hombre del abrigo, no… fue la mirada de la chica de las gafas la que distrajo a Paul. Era como la de un astronauta que asombrado contempla la tierra desde el espacio. Admiraba el amor de Paul por Iréne. Como si fuera visible.

Algo se movió junto al pozo. Era... el primer hombre, el viejo. Sacando su pistola. Apenas le dio tiempo a Paul a tensarse para lanzarse sobre algo y un fogonazo que hacía el sonido de un látigo golpeado contra la pared le dio a él, en el vientre. Empujándolo con una fuerza que parecía imposible para algo tan pequeño.

Lava hirviendo entró en el estómago de Paul y su cuerpo se plegó por sí mismo. Siguiendo a la bala. Con la caída no sintió nada. En el suelo se vio las manos cubiertas de su sangre. Un charco caliente que manaba de su barriga.

¡Le habían disparado! ¡Le habían disparado a él!

La escuchó gritar.

-¡PAAAAUL, NOOOO!

En seguida vio su cara, muy cerca. Su expresión de amargura, sus lágrimas estallando.

-No, no, no, no. Paul.

Le miraba a él como si no importaran ya los otros, como si no importara nada más.

-¡Paul, Paul, Paul!

Se quitó los guantes nerviosamente. Sin dejar de mirarlo.

-No te vayas Paul, no, no te vayas.

Lanzando un río de lágrimas sobre él.