Partida Rol por web

El eco del Diablo

El Bosque

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19/11/2017, 10:57
Jacqueline

La sonrisa de la niña brilló al sol. Se hizo evidente, no sólo para Elliot, también para Mats, que la pequeña era una persona. Es más, en esa sonrisa brillaba el fin de la pesadilla. La propia luz que iluminaba ese sitio era como la huella de una detonación, como el fuego que arde sobre el enemigo abatido, alimentándose de su consumación.

Su sonrisa era la victoria. Estaban en el fin del mal.

­—Me llamo Jacqueline Moffitt.

 

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19/11/2017, 22:24
Mats Bergstrøm

Al ver la reverencia de Masaryk es cuando cobro realmente consciencia de haber tomado una decisión. Conteniendo la respiración, paso junto a la tétrica marioneta, sin cruzar la mirada con la de esa cosa en ningún momento. No me atrevo a decir nada más hasta que no hemos abandonado la cocina, dejando atrás esa pesadilla.

Una vez fuera, bañado por una luz blanca e intensa, contemplo cómo la hierba crece para cubrir y ocultar los últimos restos del mal sueño. No es hasta ese momento que dejo escapar el aire de mis pulmones en un trémulo e inestable suspiro. Siento que me fallan las piernas. Cuando miro a la niña y la veo sonreír, sin embargo, es como si una luz hubiese inundado mi corazón. Pase lo que pase, sean cuales sean las consecuencias, sé que he hecho lo correcto. Lentamente, como un anciano de ochenta años, me pongo en cuclillas frente a la pequeña Jacqueline, y le sonrío.

Me tienes que prometer una cosa, Jacqueline… —Le acaricio la cabeza, revolviendo sus traviesos rizos rubios—. Cuando despiertes de este sueño, prométeme que siempre te acordarás de nosotros, que no nos olvidarás. Y que nunca, nunca dejarás que la vida te cambie. —Finalmente, decidiendo que quizá estoy diciendo cosas que a una niña le pueda costar entender, añado—: Sé feliz y ríe siempre mucho, ¿vale? Si ríes, los malos no te pueden hacer daño.

«Ojalá sea cierto, Sophie».

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20/11/2017, 10:41
Elliot

Todo parecía indicar que habían abandonado la pesadilla anterior. La luz, el aire, el ambiente en general y sus propios ánimos, así como los de Mats se notaban distintos tras desaparecer la presencia de Eugen. Elliot sin embargo estaba lejos de estar tranquilo y no pensó que se hubieran librado por completo. Y seguían sin mayores pistas de Sophie. Antes de tratar de volver sobre su pista, sin embargo, lo más importante era sacar a la niña de allí, así que aprovechó la introducción de Mats para tratar de hacerla despertar:

Así es— comentó cuando terminó su compañero—, esto es un sueño Jacqueline, ¿has visto lo mágicamente rápido que ha crecido la hierba? ¡Eso es imposible!... —pensó que darse cuenta de esto de forma consciente la llevaría a despertar—. ¡Vamos! ¡Despierta! —y besó su cabecita, despidiéndose.
 

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20/11/2017, 10:50
Casa de los Taylor, Gambais.

De pronto el escenario cambió a un lugar no muy lejos de allí, en la misma Gambais.

En el sueño se rememoraba una velada en la casa de los Taylor*. Mats no sólo la recordaba sino que también la revivía de nuevo. Elliot la contemplaba vívida, en una especie de hiperrealismo, como si en ese momento la reunión familiar fuera más real que ellos mismos.

Poco a poco fueron viniendo. Antes que nadie el abuelo con su nieta en brazos. Luego los hermanos, primero Zac con su mujer, la madre de la niña, una chica muy rubia y de piel muy blanca, un tanto gruesa, con los ojos azules que apenas entraba en las conversaciones.

Su hija, la pequeña Jacqueline, enseguida quedó prendada de Mats y durante la comida, cuando pudo, se acercó a él para ponerle caras de monstruo y hacer juegos por el estilo. Tenía dos años y hablaba por los codos, aunque sólo se entendía una parte de lo que decía. Entre otras cosas le estuvo enseñando sus juguetes de la patrulla canina y de los Angry Birds.

Zac era el hermano más joven de Sophie. Tenía la mirada intensa y habló de política con Mats. Estaba preocupado por el Tratado de Libre Comercio con EEUU. En su opinión atraería las importaciones de grano barato americano y arruinaría a su familia y le contó al periodista que en el campo los agricultores ya se empezaban a organizar para huelgas salvajes si la cosa iba hacia adelante.

El otro hermano, Antoine, se parecía físicamente a su padre, pero, a diferencia de éste, era alguien muy serio. Para sorpresa de todos, estos días estaba especialmente alegre y jovial. Desde que su hermana había despertado parecía otro. Hoy era el colmo: animado por la bebida y por su novia se atrevió con alguna anécdota divertida de Sophie. Hubo alguna lágrima más de alegría y muchas, muchas risas.

La novia de Antoine, Emmanuelle, era una chica divertida que hacía todo tipo de bromas con su suegro, Pierre. Se interesó por el trabajo de Arthür y reía contagiada por la risa de Sophie hasta que le caían las lágrimas. Porque con el café y los pasteles vinieron los chistes.

Después de que los hermanos se marcharan -la pequeña Jacqueline lloró tristemente cuando la separaron de Mats-, Eliza sacó los álbumes y los chicos pudieron ver la típica foto de Sophie a los tres años, metida en la bañerita con un patito de goma. Y alguna foto de esas de la adolescencia de las que todo el mundo se avergüenza y que sus madres se divierten o se vengan enseñando a las visitas interesantes.

La comida transcurre con alegría, en un ambiente de optimismo y felicidad que me hace fantasear con la idea de que todo lo que hemos vivido Arthür, Sophie y yo haya sido un delirio, una locura compartida que nos ha llevado a montar una teoría absurda que no se sostiene por ningún lado y que nos enviaría al manicomio si la compartiéramos con alguien más. Es bonito fantasear. Pensar que se puede volver atrás, a la ingenuidad, a los días felices en los que todo era más simple. Ahora, sonrío al pensar lo que hace un mes me parecían situaciones difíciles.

La familia de Sophie es un encanto; hacía mucho tiempo que no me sentía tan integrado en un grupo que no fuese el del trabajo. Podría pasarme horas charlando con ellos, como si los conociera de toda la vida. En cierto modo, su entusiasmo y su euforia, tan comprensibles, son contagiosos. La pequeña Jacqueline se acerca a mí desde el primer momento, y no desaprovecha ocasión para hablarme de sus cosas, que para ella deben de ser las más importantes del mundo, y enseñándome sus muñecos. Dedico un buen rato a jugar con ella y a prestarle atención. A menudo, los niños suelen quedar desplazados en las reuniones de adultos, y por eso me gusta hacer que se sientan dentro. El joven Zac, por su parte, se interesa por mi faceta periodística, compartiendo su opinión acerca de la política de libre comercio de los Estados Unidos. No podría estar más de acuerdo con su preocupación: en pocos años, veremos todas nuestras calles abarrotadas de franquicias extranjeras y producto de pésima calidad. La puta crisis está acabando con todo: economía, educación, valores sociales…

Sea como sea, me siento bien.

Quizá sea el vino combinado con la compañía y el buen ánimo, pero siento que quiero de verdad a esta gente. Me siento agradecido por la positividad que me transmiten, y daría cualquier cosa por que su sencilla felicidad no se viera truncada, por protegerlos de la realidad que nosotros tres hemos vislumbrado. Cuando miro a Sophie, la veo sonriendo, como no podría ser de otro modo. Me siento genuinamente contento al comprobar que, a pesar de sus muchas preocupaciones, en este momento parece estar gozando de un instante que, por pequeño que sea, es de completa alegría. Por su parte, Arthür, aunque se diría que no es alguien muy aficionado a las reuniones sociales, parece en su salsa lanzando una disertación sobre su profesión, seguido con interés por Emmanuelle, la simpática novia del hermano mayor de Sophie. Sonrío. Es encantadora la manera en la que intelectualiza su discurso para tratar de evitar la incomodidad de ser el centro de atención. Es como si fuésemos una familia.

Ojalá este momento no se acabara nunca.

      
Tras ese penamiento, deseando que ese instante de felicidad no se acabara, se dieron cuenta -Mats sentado en su sitio de la mesa, riendo ante una foto, Elliot en una esquina en la que nadie había reparado en él- de que había una anciana contemplando la escena, como ellos. Tenía un aura especial, luminosa como la luz que se había impuesto en casa de Landru. Sus ojos eran negros, vivos. Aunque sus pupilas habían sido del color de la plata y había estado un tiempo ciega, hace ya, ahora veía. Lucía una gran sonrisa contagiosa como la de Sophie, llena de satisfacción y de cariño.

Mats la había visto de pasada, en algunas de las fotos del álbum.

La anciana reparó en ellos y les hizo un gesto para que le siguieran.

Salieron los tres al jardín y luego a la calle, ella primero, ellos detrás. La luz se fue haciendo tan intensa que el paisaje fue perdiendo importancia hasta casi desaparecer.

La anciana se detuvo y giró, quedando frente a ellos. Les tomó de la mano, una a cada lado. Su calidez era tan benigna que les trajo a la mente un instante perdido, en la infancia más temprana, lleno de amor y consuelo**.

—He cumplido mi promesa. He reído mucho, muchísimo desde entonces. No sólo he reído yo, he hecho reír, he enseñado a reír a los míos.

Miró a Mats.

—Es verdad lo que me dijiste —aseveró como queriendo ser ella ahora quien le diera la lección —. Es verdad. Si ríes, los malos no te pueden hacer daño.

Notas de juego

*Transcribo dos post de “Los Olvidados” (el primero mío, el segundo, de Mats) que se vivencian ahora, en este sueño. Elliot es consciente incluso del segundo post. 

** Sois libres de imaginar ese momento de la infancia temprana recordado por vuestros personajes.

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23/11/2017, 17:58
Elliot

La viveza de la escena era especial, como pocos sueños realmente alcanzan. En aquella casona de campo encantadora la luz del mediodía iluminaba la estancia y hacía brillar la cristalería y las flores que decoraban la mesa, así como los cabellos y rostros de los comensales.

Mats celebraba con la familia de Sophie al completo y la alegría podía palparse. Allí estaba la chica, más callada que el resto pero arropando a los presentes con su sonrisa y sus gestos de cariño. Se notaba que todos y cada uno la adoraban.

Elliot la observó atentamente desde su rincón sabiéndose inadvertido en aquella escena. Se trataba de un recuerdo entrañable de Mats quien lo estaba reviviendo intensamente. Sophie tenía cierta palidez convaleciente que lejos de desfavorecerla le daba un aire encantador. Parecía escuchar atentamente a todos pero a Elliot le pareció que a la vez transmitía cierta lejanía, como si viviera al mismo tiempo la escena desde fuera, al modo como se siente quien ha pasado un tiempo lejos, muy lejos y ya no es exactamente el mismo que creen tener delante los demás.

Esa era la chica que había roto el hechizo de su olvido y esa la familia que gracias a ello no la había perdido para siempre de un modo mucho peor y más cruel que si hubiera muerto.

Elliot se sintió invisible en aquel momento, como un fantasma, y en la oscuridad de que disfrutaba se dejó ir, sintiendo como las lágrimas rodaban por sus mejillas. Era un llanto calmo, sin embargo, de felicidad por Sophie a quien seguía sintiendo como una amiga, y de profunda nostalgia, aunque podía mitigar en parte el dolor por la felicidad de aquella escena.

Por un momento necesitó apartar la vista de los comensales y descubrió que una anciana contemplaba la escena al igual que él. Mats también reparó en ella quien les hizo un gesto y ambos salieron acompañándola al jardín.

Era ella. La pequeña Jacqueline era también la abuela de Sophie. Habían visitado su pesadilla y la mujer les recordaba con cariño, tanto a ellos como a las bonitas palabras que Mats le dijera. Elliot sintió que la irrupción de ambos en aquella pesadilla la había roto y convertido en su lugar en una vivencia fundamental para la niña, marcando con fuerza, por lo que decía, su visión posterior sobre la vida. Y a través de aquella mujer había marcado asimismo la vida de Sophie. Elliot sonrió; aquel era un pensamiento reconfortante y hermoso. 

Jacqueline tomó las manos de ambos y el chico se sintió tan arropado que el contacto de la anciana trajo a su memoria un recuerdo que había estado perdido en la neblina de su primera infancia, mucho antes de que sus experiencias le hubieran otorgado una memoria casi infalible en lo que se refería a sus vivencias.

Se trataba de Phoebe, su abuela paterna, muerta cuando Elliot tenía cuatro años. Una tarde en que se sentía enfermo se aferró a su regazo mientras su abuela los mecía suavemente a ambos en su mecedora. Las ramas de un árbol golpeaban el cristal de una ventana en el piso de arriba. Hacía mucho frío en el exterior y el viento le parecía amenazar con romperlo todo. Él sin embargo sabía que el contacto de su abuela le protegería de todo mal. Recordaba su olor, cómo canturreaba quedamente y el tacto suave de su vestido contra la mejilla. Instintivamente aferró con fuerza la mano de la anciana. Seguro que aquella mujer también había sido como una fortaleza para su nieta.

-Jacqueline, Sophie nos necesita ahora, ¿podría llevarnos junto a ella o indicarnos dónde está? Su búsqueda nos ha traido hasta usted.

La miró esperanzado.

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24/11/2017, 03:33
Mats Bergstrøm

El ameno almuerzo con Sophie y su familia transcurre exactamente como lo atesoraba en mi recuerdo, aunque el velo del sueño parece alterarlo todo sutilmente, volviendo los colores más vivos, las luces más cálidas, los sonidos más evocadores y las emociones más intensas. Yo me encuentro reviviéndolo todo como si fuese únicamente un espectador, sin poder ni querer escapar de un flujo que parece predestinado, y sobresaturado de una inmensa sensación de felicidad, embeleso y añoranza. Veo sus caras, nuestras caras, alegres y despreocupadas, y la ternura me embriaga. Este fue, es, el momento en que empecé a ser consciente de que mis sentimientos hacia Arthür eran más fuertes de lo que pensaba que podrían ser, y estos vuelven a inundarme como un río caudaloso de dicha y dolor, de amor y desarraigo, de algo que no cambiaría por nada del mundo, jamás. Quiero reír y llorar, gritar, cantar, consumirme en la pena de haber perdido antes de llegar a tener, hecho un ovillo, para luego levantarme e iluminar la noche. Y tanto como amo a Arthür, amo a Sophie, una de las personas más maravillosas del universo. Su sonrisa, su alma, resplandecen con la fuerza de siete soles. Lo que daría por alargar ese momento hasta el infinito, por salvarlos de todo lo que vendría después. Sophie, Arthür…

Mi mirada se posa en Elliot, reconociéndolo y dándole su lugar en esta mesa, invitándolo a participar de esta felicidad. Veo en sus ojos que ahora lo entiende. Ahora comprende por qué era tan importante recuperar esto. Una sensación nueva se instala en mí: la del profundo agradecimiento por haber decidido ayudarme, junto con un extraño sentimiento de vacío. Elliot ha llegado tarde, y es como si perteneciese a otro mundo, a otra historia, y no puedo dejar de pensar que se irá después de haber compartido con nosotros un período acotado en el tiempo. Y para mi propia sorpresa, ya lo estoy echando de menos. Le sonrío. «Gracias».

Entonces, reparamos en una bella señora mayor que parece observarlo todo desde fuera, una mujer que no estuvo presente aquella tarde, pero cuya aura parece no obstante permear cada una de las sensaciones y percepciones de este momento. La amable dama nos invita a acompañarla al jardín, donde, como hice aquel día, me saco los zapatos y los calcetines y camino por el cuidado césped con los pies descalzos y los ojos inundados de lágrimas. Con una hermosa sonrisa, la mujer nos toma de la mano como si fuésemos sus nietos. Sus siguientes palabras me hacen comprender, no sin cierta sorpresa, que se trata de Jacqueline, la pequeña a la que salvamos de la pesadilla hace tantos años, hace apenas unos instantes. Sonrío.

De repente me veo transportado a otro momento, a otro lugar. Frente a mí está la Torre Eiffel, y los fuegos artificiales de Nochevieja se abren como racimos de flores deslumbrantes, reflejándose en las negras aguas del Sena. La mano que sujeta la mía es ahora la de mi madre, hace casi tres décadas, cuando su cabello todavía era castaño y abundante, su figura la de una bailarina, y la amenaza de la enfermedad ni siquiera un susurro en el aire. Siento el frío morder mi pequeño cuerpo, pero el calor de su mano y la frescura de su risa parecen llenarme, arrancando todo el malestar y las preocupaciones de un niño de ocho años.

«Mamá, no te vayas».

Un sueño dentro de un sueño. Mis ojos vuelven a ver el jardín de la casa de Gambais, a Elliot, a Jacqueline. Aunque no digo nada, la expresión de mi rostro es un reflejo de la petición de mi amigo. Todo sueño tiene su final, y este debe terminar con Sophie de nuevo a nuestro lado.

Notas de juego

Ains, que me pongo sensibleee... TT_TT

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24/11/2017, 09:59
Jacqueline anciana

Las manos de la señora apretaron con fuerza a las de los soñadores. La voz sin dejar de ser serena, tembló.

—Mi nieta ha rezado para que vaya a recogerla y la lleve conmigo.

La luz se apagó de repente. Ahora estaban en otro sitio, muy oscuro, con un aire viciado que dejaba pastosa la boca.

—Pero no puedo hacerlo sóla.

Jacqueline aflojó sus manos, pero no las soltó.

—Nos está esperando.

A unos cien metros lo que parecía un pájaro de luz salió volando de lo que parecía un pozo. Rápido, decidido, vertical, hacia arriba. A su paso se distinguían unas enormes toscas columnas talladas en la tierra que se hacían más gruesas conforme se acercaban al techo hasta parecer casi arcos.

Las columnas estaban alineadas en pasillos formando una suerte de galería abovedada, inmensa, que parecía haber sido cavada por gigantes

Y entre dos de esas columnas, ya cerca del techo, el pájaro de luz se detuvo de golpe frenado en seco por algo que tiraba de ella, antes invisible, ahora brillante, un hilo que venía de abajo, de dentro del pozo, en el suelo. Una cuerda que vibraba a cada giro del ave emitiendo un sonido armónico y eléctrico que erizaba la piel.

—Mats, sólo tú puedes sostener esa cuerda y Elliot, sólo tú puedes cortarla. Tenéis que ayudar a mi nieta a morir.

Os lo ruego.

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24/11/2017, 16:28
Elliot

En la oscuridad del lugar el pájaro luminoso era la única fuente de luz y el ruego de la anciana el único sonido. La mujer les miraba esperanzada y su contacto se tornó más débil debido al temblor aunque no menos decidido.

Miedo y esperanza en la espera de la muerte no le eran ajenas a Elliot. Esperanza por la liberación anhelada; miedo por las consecuencias. También había rogado para que la muerte le alcanzara ya que le era imposible correr hacia ella. Cómo la había deseado. Los esfuerzos desesperados del pájaro le hicieron revivir aquellos sentimientos como si estuviera viendo su propio corazón tantas veces a punto de romperse.

Él era el único que podía cortar aquel hilo. ¿Por qué?, se preguntaba, ¿era por su relación, por su hermanamiento con Sophie y su desesperación? ¿Podría hacer por ella lo que no pudo hacer por sí mismo? Eugen había predicho que no sacarían a Sophie con vida... Pero el hilo se perdía en el interior de un pozo.

En casa de Madame Gresta se había hablado de un pozo donde podría hallarse Sophie, donde también había estado la niña, y ahora habían alcanzado su boca en el sueño.

Sin soltar a la anciana la miró primero sin decir palabra, negando ligeramente con la cabeza y pidiéndole perdón con cada gesto y fibra de su ser.

-Ella está en ese pozo y hemos venido a buscarla -después miró a Mats-. De allí podríamos no salir y rogar pronto igualmente por nuestra muerte -sentenció indicando la entrada-. Sin embargo ahora es posible que tengamos un camino hacia Sophie siguiendo ese hilo. Lo siento mucho, Jacqueline... -se dirigió de nuevo a la anciana- no puedo matarla sin intentar antes con todas mis fuerzas sacarla de allí -Después miró a su compañero para asegurarse si compartía su decisión. Elliot temblaba ligeramente de la cabeza a los pies.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Edito: hago una tirada para ver las intuiciones de Elliot acerca de la puerta que supone la boca del pozo.

 

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28/11/2017, 23:50
Mats Bergstrøm

La revelación de la ahora anciana Jacqueline me pilla completamente por sorpresa, y recibo sus estremecedoras palabras del mismo modo que un edificio viejo recibe la bola de demolición. No puede ser verdad. Sophie, nuestra Sophie, no puede haberse rendido. La vi despertar del coma con una inmensa y resplandeciente sonrisa. Afrontó sus nuevas limitaciones físicas con una entereza y un optimismo envidiables. Ahora pienso que me gustaría haberle preguntado cómo estaba, cómo lo estaba sobrellevando… Quizá estábamos todos demasiado enfrascados en cuestiones tan terribles que simplemente no atinamos a hacerlo. Independientemente de todo, allí estaba ella, al pie del cañón incluso sobre su silla de ruedas. Nada podía detenerla, nada podía arrebatarle la esperanza. Entonces, si lo que Jacqueline está diciendo es cierto… ¿Qué le habrán hecho a Sophie para que llegue al extremo de suplicar por su muerte?

¿Qué le estarán haciendo?

No, no… —Me paso las manos por el cabello, echándomelo hacia atrás. Luego, me seco los ojos con los talones de las manos, y miro a la amable aunque consternada anciana—. Lo siento. No hemos llegado hasta aquí solo para perderla. Sencillamente no puedo. —Por un momento, se me pasa por la cabeza que quizá me esté equivocando. «Hacer lo correcto, sin ambigüedades». Pero, en este caso, ¿qué es lo correcto? ¿Quizá esté siendo egoísta si trato de salvar a Sophie? ¿Y si no lo consigo? ¿Y si mi miedo a perderla la condena a una eternidad de sufrimiento? Tal vez sería más piadoso concederle la paz del…

Olvido.

No. Entiendo tu buena intención, Jacqueline, y estoy convencido de que tú crees que no hay otra manera. Pero tiene que haberla. Eres una mujer dulce y sabia, y es probable que yo sea estúpido y quizá un poco loco, pero… —Inspiro—. Creo en los finales felices. Necesito creer en ellos. Si no, nada tiene sentido. Llevo toda mi vida intentando descubrir la verdad de las cosas, y la mayor parte del tiempo he estado en la inopia. Tampoco sé nada sobre los… sueños, sobre cómo funcionan. Pero sé soñar. Y eso no me lo puede quitar nadie. —Me esfuerzo por sonreír, a pesar del escozor casi doloroso que recorre mi nariz y mis ojos—. ¿Te acuerdas de lo que te dije? ¿Que siempre rieras? No solo me refería a la risa en sí. Quería decir que soñases, que no perdieses nunca la esperanza. Si no… —No termino la frase—. Sophie aún vivirá muchos años, y tú podrás verlo. Te lo prometo.

Mi promesa parece cobrar entidad propia en mi pecho, como si el mero hecho de haberla pronunciado solemnemente me atase al destino de cumplirla. Ya no hay miedo ni duda. Sé lo que tenemos que hacer. Lo que temía era que Sophie estuviese muerta. Ahora que sé que no lo está, también sé que podemos salvarla. Me vuelvo hacia Elliot, radiante.

Vamos.

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29/11/2017, 08:02
Director

Echaron a caminar y a los pocos pasos Elliot despertó sin poder reaccionar -y sin poder llevarse a Mats-, como tirado de pronto por la voz de Clementine. Camino a la vigilia se dió cuenta de que había estado en un sueño muy profundo. Uno similar a los que tienen los niños muy pequeños o los moribundos.

Si, por inercia o por voluntad propia trató de volver, esforzándose en las puertas de la vigilia -dormirse de nuevo antes de despertar del todo es la forma más fácil de volver a un sueño-, no pudo, quedándole claro que sería inútil intentarlo de nuevo, al menos hasta otro ciclo de sueño*.

- Tiradas (1)

Notas de juego

(*) En este caso, a la noche siguente.

En la tirada no ha tenido más que dos éxitos, por poco, pero no puede mantenerse para hablar con Mats (necesitaba más de dos éxitos)

Continua en:

https://www.comunidadumbria.com/partida/el-eco-del...

 

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29/11/2017, 10:36
Director

Notas de juego

Mats continúa en:

https://www.comunidadumbria.com/partida/el-eco-del...