Partida Rol por web

CABECERA

La descripción de Mats fue dando forma a el bosque y al finalizar ambos estaban allí, en una pendiente de árboles jóvenes y entre los que se divisaba un lago helado.

La luz era la de después del amanecer y un sutil olor del moho provocaba una leve picazón que se iba atenuando conforme se habituaban a respirar ese aire.

Un viento gélido movió los árboles zarandeándolos y emitiendo un sonido cristalino, molesto, como si sus hojas fueran de cristal.

Elliot reparó en que algunos de los árboles tenían una presencia inquietante. Unas protuberancias que bien podrían tenerse por caprichosas formas de sus nudos, pero eran ojos.

Mats reconcía el lugar. Había estado allí muchas veces, aunque nunca lo había visto así. Estaban en Østmarka y el lago helado que se veía entre los árboles era sin duda Nøklevann.

Al abrir los ojos, me encuentro en el Østmarka. El bosque presenta el aspecto que recordaba, pero al mismo tiempo, hay algo extraño, ajeno e indudablemente amenazador en sus frondas, los troncos de sus árboles e incluso en la gelidez del aire matinal. Es como si algo no fuese exactamente como debiera, provocándome una sensación de inquietud e incertidumbre. Es increíble. Si esto es realmente un sueño, jamás había experimentado ninguno tan vívido. Después de echar un vistazo a mi alrededor y asegurarme de que no haya ningún peligro a la vista, miro a Elliot, con una expresión de extrañeza en los ojos.

—¿Va todo bien, Elliot? ¿Es… normal? —pregunto, con una nota de preocupación en la voz. No hace falta que diga a qué me refiero; las diferencias con el bosque de mi juventud, aunque sutiles, son evidentes—. ¿Y ahora qué?

Elliot supo que la corriente de aire estaba relacionada con su llegada e intuía que los ojos de los árboles estaban observando.

Era rarísimo entrar en un sueño tan cambiado con respecto a una descripción tan detallada y emotiva. Su sensación de que algo no iba bien era más precisa que en un no soñador. Elliot supo desde el primer instante que ese sueño era, al menos en un principio, una trampa.

Aquel lugar podría ser Østmarka , pero no era el Østmarka de Mats:

-No, no es normal... -respondió Elliot mirando en todas direcciones-. Aunque sea el mismo lugar no es del que me has hablado. Deberíamos haber llegado al que vive en tus recuerdos; este lugar parece más bien pertenecer a la mente de otro o estar afectado por otras fuerzas... -Elliot trató de darle la espalda a los árboles con ojos aunque parecieran estar por todas partes, mientras añadía con un susurro-: Parece una trampa y nos están vigilando. Tal vez algo ha llegado aquí con nosotros, no lo sé... Mantente atento; voy a tratar de encontrar nuestro camino más allá de aquí. Siempre hay una puerta... -pensó mientras volvía a escudriñar atento a su alrededor-. Mejor no nos quedemos quietos. Llévame hacia el lugar del bosque donde te sintieras más seguro, más en tu lugar, por así decir, al lugar especial dentro del lugar especial, si es que existe. Nos encaminaremos hacia allí mientras averiguamos cómo salir.

Asiento mientras escucho las explicaciones de mi acompañante, tratando de mantener la compostura y de no sucumbir al temor. Sabiendo que nos encontramos en un paisaje onírico, estoy convencido de que nuestro estado emocional puede tener algo más que un ligero impacto sobre el devenir de los acontecimientos, de modo que más me vale permanecer tranquilo.

—Allí. —Levanto la mano para señalar la fina línea plateada que se divisa a lo lejos, entre los árboles, indicando el lugar donde se encuentra el lago Nøklevann—. Si todo es como lo recuerdo, debería haber el tronco de un árbol caído en la orilla norte del lago. Solía sentarme allí, apoyado en el tronco… Se me pasaban las horas volando.

Echo a caminar en pos del lago, aparentando más decisión de la que realmente siento. La hierba cruje bajo mis pies, y se agarra a mis zapatos de un modo que me hace pensar que me cortaría si anduviera descalzo. Trato de ignorar la inquietud que ese pensamiento me provoca, y continúo hablando.

—A veces escribía… reflexiones, por llamarlas de algún modo. Siempre traía un cuaderno conmigo. Lo abría y me ponía a escribir las cosas que me pasaban por la cabeza y por el alma. Intentaba desentrañar por qué me sentía como me sentía… —«Hecho polvo»—. Supongo que el mundo y la vida habían roto mi corazón de adolescente, y tenía que sacar la vena dramática por algún lado. —Río—. Pero al final siempre acababa dándole la vuelta. Siempre terminaba con una conclusión positiva a todo ese malestar, reafirmándome en los motivos por los cuales no debía cambiar nunca. No quería que el mundo me cambiase… —Suspiro, sintiendo una extraña mezcla entre nostalgia y euforia—. ¿Entiendes a qué me refiero, Elliot? ¿Te has sentido así alguna vez?

Nunca habían conocido un frío tan intenso. El aliento cristalizaba sobre las pestañas, las cejas, la nariz y la barba. De no haber venido equipados con ropa de invierno -gorros, abrigos de piel, botas de cuero- es seguro que hubieran muerto de frío. Andar rápido sorteando los árboles les ayudó a entrar en calor.

Tardaron media hora en llegar al lago -que parecía un enorme cristal resquebrajado- y otra hora y media en sortearlo hasta su lado norte.

Se estaba nublando, o la niebla se hacía más densa y disminuía la luz. Elliot entendió que el tiempo aquí iba hacia atrás. Ahora era más temprano que cuando llegaron, madrugada, y pronto llegaría la noche.

El sitio no era exactamente como lo recordaba Mats. El tronco caído se sumergía en el hielo y el lugar en el que se sentaba en su juventud ahora estaba bajo el agua, como si el lago hubiera crecido. Se podía caminar sobre el hielo y llegaron justo encima.

El primero en verlos fue Mats y fue su sobresalto el que llamó la atención de Elliot. Bajo sus pies, bajo el hielo, congeladas, hundidas, yacían quietas lo que parecían algas rojas pero resultaron ser las cabelleras paralizadas por la congelación mientras flotaban de al menos seis o siete cadávares. Hundidos, con una piedra atada al cuello. Dos tenían la cara visible con las facciones desencajadas, cerca de la superficie, en un rictus de horror. Sus ojos estaban bien abiertos y miraban blanquecinos hacia la superficie. Los brazos hacia arriba, las manos agarrotadas, retorcidas, como queriendo arañar el hielo.

Lo primero que había visto Mats fue una mano al otro lado del hielo, como si se hubiera congelado buscando ayuda.

Luego vio el pelo hacia arriba, quieto en el cristal en que el frío había convertido el lago. Era el suyo. Rojo. Y la cara del muerto, la suya también, pero a los veinte años. Desencajada, desesperada, todavía incrédula. Sentía que era él. Que había sido él.

Luego vio otro, también él pero más joven todavía, éste tenía la cara triste. Y había más, cuatro o cinco más. Se reconocía en ellos y se sentía como si de alguna forma les hubiera traicionado, les hubiera abandonado.

Elliot se dio cuenta del parecido con Mats de los cadáveres. Eran él, más joven. Pendiente de puertas, entendió que esa era una, o más que puerta una trampilla por la que se caía más profundo, más lejos de la vigilia, a un sitio en el que era fácil quedar atrapado por el presente del sueño y olvidarse de todo lo demás. La llave, el resorte que precipitaría la caída, era la conexión entre Mats y la recreación onírica de su propio suicidio. Si Mats empatizaba de alguna manera con los cadáveres comenzaría una pesadilla en la que él mismo, de joven terminaría siendo cada uno de los ahogados bajo ellos.

El frío era inaudito, polar. Jamás ningún invierno de su niñez en el norte había sido parecido a lo que ahora sentía allí. Era como si la presencia que les hostigaba tuviera un aliento gélido y respirara sobre ellos. Por suerte estaban preparados para soportarlo, al menos por ahora. Por un momento recordó un sueño infantil, de los primeros sueños lúcidos que recordaba, en el cual caminaba descalzo hasta que pensó "necesito unas zapatillas" y estas aparecieron a su lado aunque eran ridículamente pequeñas, como si el sueño bromeara con él acerca de su candidez.

Su compañero le habló del lugar al que se encaminaban en el norte del lago. Parecía verdaderamente su refugio, de esos que saben de ti más que nadie de los que te rodean, que te ha visto llorar cuando tal vez no lo haya hecho nadie más. El tono de su voz estaba lleno de cariño por el lugar y por un momento Elliot pensó en el arce centenario al que solía trepar y del que su padre colgó aquel columpio en que pasaba las horas muertas haciendo acrobacias, algunas veces peligrosas. Mats habló de su adolescencia, de los combates que le eran propios y cómo la escritura y el recogimiento en aquel lugar le devolvían a sí mismo una y otra vez, evitando que el mundo le cambiara. Entonces le preguntó acerca de esos combates juveniles y sentimientos en sí mismo "¿Los has sentido alguna vez?".

En un instante Elliot luchó por cerrar la puerta a los recuerdos que le habrían asaltado de inmediato. No podía permitir que su mente se llenara con esas imágenes y rememorar lo vivido. No podía, no aquí, no buscando a Sophie, con Mats a su lado... Nunca en el sueño, ¡nunca! Se concentró sólo en el contenido verbal de la respuesta:

-Sí, por supuesto que te entiendo. Pero se puede decir que el mundo sí me venció a mí, amigo mío.

Al fin llegaron al lugar, cubierto igualmente por el hielo, como si el lago se hubiera desbordado. Aquello no le gustó nada pues temía el simbolismo que pudiera implicar. Entonces la cara de Mats se demudó al mirar bajo el hielo. Rápidamente Elliot percibió que se trataba de una puerta a un lugar terrible: si su compañero se dejaba arrastrar sucumbirían mucho más profundo en el sueño. Debía actuar antes que él se reconociera allí y se dejara imbuir por las emociones que las imagenes de su propia muerte podían transmitirle. Había estado hablando de su juventud, seguramente tendría todos los recuerdos a flor de piel y sería fácil que cayera en la trampa.

-Eso no eres tú, Mats.¡Escúchame! -se situó frente a su compañero obligándole a mirarle a los ojos-: eso no es una puerta para salir de aquí, sino una trampilla a un sótano profundo. No debes prestar atención a algo que no es más que una ilusión: tú venciste cada vez, cada batalla grande o pequeña, en que viniste aquí con tu cuaderno...

Elliot se dio cuenta que insistir en hablar a Mats de sí mismo, aunque fuera para reafirmarlo en su victoria sobre los problemas de su juventud, no haría más que que éste pensara sobre ello, que la escena le interpelara y todo fuera para él autoreferente en aquel lugar, haciendo más y más probable que cayera en la trampa. Elliot sabía muy bien cómo exterior e interior se corresponden en el sueño, pero esa correspondencia nunca es unívoca, y el alma no es un lugar cerrado, como una especie de torre solipsista, sino un paisaje abierto, en perpetua dependencia con todo lo demás, permeado por la realidad entera. Debía evitar que Mats mirara aquello de una forma personal, que empatizara con aquellas imágenes suyas de muerte prematura -probablemente autoinflingida-, que Elliot imaginó que representaban una versión de su historia personal en que no salía vencedor de los combates adolescentes contra el mundo. Tal vez el suicidio hubiera pasado alguna vez por su cabeza y estas imágenes le trajeran esos recuerdos en un lugar donde estos podían convertirse en la historia que viviría como real y que le llevaría a un sueño más profundo del que tal vez Clementine no pudiera despertarlo. Antes de permitir que cayera trataría de despertarlo con todas sus fuerzas, aunque llegados a este punto no sabía si podría. Intentaría de que Mats se centrara en lo que tenían que hacer, en lo que les esperaba más adelante, más allá de ellos mismos:

-Sophie... Estamos aquí buscando a Sophie. Piensa en su pelo, blanco como esta nieve, en su risa maravillosa. En su fortaleza. Ella es también ahora una amiga querida para mí de una forma que no puedo explicar. ¡No podemos fallarle!, ninguno de los dos. Sigamos caminando, ¡vamos!

El frío ártico arranca nubes de vaho de mis pulmones. ¿Por qué hace tanto frío? ¿Cómo es posible que las sensaciones táctiles sean tan reales dentro de un sueño? ¿Acaso estoy respirando de verdad? Todas estas preguntas y más me hago mientras camino a paso ligero entre los árboles, realizando respiraciones superficiales entre mis dientes, con Elliot pisándome los talones. Pero el frío muerde tanto que duele, así que intento no pensar mientras me abro paso entre la vegetación.

Cuando llegamos al lago, no tardo en darme cuenta de que algo no va como debería. El agua está completamente helada, y le ha ganado terreno al suelo boscoso, como si el lago hubiese incrementado su volumen. Casi parece como si estuviésemos en algún momento del futuro… O quizá se trate del presente. A fin de cuentas, hace muchos años que no visito este lugar. ¿Quién sabe qué aspecto presentará ahora? Jadeando ateridos, nos abrimos camino hasta llegar al lugar en el que debería encontrarse el tronco donde acostumbraba a sentarme hace tanto tiempo… Solo que está parcialmente sumergido en el duro hielo. No puedo evitar sentirme ligeramente descorazonado. Sin embargo, esto no es lo que más me trastorna. Bajo la superficie, flotando congelados en el agua cristalizada, veo las formas grotescas de varios cadáveres de cabellos rojos como los míos. Espera un momento… Soy yo. Soy yo en varios momentos de mi vida, atrapado bajo el hielo, mirándome con expresión acusadora y horrorizada. ¿Cómo es posible?

Levanto la mirada de tan turbadora visión, buscando alguna respuesta en los ojos de Elliot. Quiero preguntarle qué significa, por qué estoy muerto varias veces ahí abajo, por qué me siento como me siento… Pero prefiero no hacerlo. Temo que si verbalizo mis miedos, estos se manifiesten en el sueño. Me esfuerzo por mantener el ritmo de mi respiración, escuchando atentamente las palabras de mi compañero.

—Aquí estoy vendido, así que confío en ti. Confío en ti con mi vida. Creo todo lo que me digas… Solo quiero encontrar a Sophie y salir de aquí, pero… —Miro en todas direcciones menos hacia abajo, sorbiendo por la nariz—. ¿Cómo lo hago? Dime qué debo hacer, porque no tengo ni idea. ¿Pensar en ella? Sí… Su risa. Su risa derretiría todo este hielo, ¿sabes? Y acabaría con este frío que ahora sentimos… Pronto lo comprobarás. Lo verás con tus propios ojos…

Frente a frente, Elliot puso sus manos sobre los hombros de su compañero. Sus ojos, también claros como los de Mats, muy grandes como sus manos, le transmitían seguridad y serenidad.

En ese momento, al menos, el soñador le pareció al periodista una balsa insumergible capaz de haber salido, preservando intacta esa mirada melancólica de niño contemplativo, de lugares más oscuros que éste.

Cuándo Mats mencionó la sonrisa de Sophie sintió su presencia, su calidez y ambos notaron una sutil pero muy agradable sensación de calor  y vieron cómo el sol brillaba entre la niebla levantándola poco a poco. Sin mirar al suelo caminaron despacio hasta la orilla y mientras el azul del cielo se hacía más claro e intenso. Durante un buen rato sólo se escucharon los quejidos del hielo al resquebrajarse. En veinte minutos quedaban sólo unas cuantas placas flotando a la deriva, el frío ya no dolía en los pulmones y se podía oír el tímido canto de un pájaro carpintero.

El sueño había mejorado pero Elliot sabía que no podían confiarse. Seguía sintiéndose observado. Le llamó la atención el canto del pájaro, tan común en el bosque de su tierra natal.

De nuevo la forma en que Mats hablaba de su amiga iluminó el instante. La luz y la temperatura cambiaron ante su recuerdo y el bosque se presentó de pronto en un modo más amable.  Las dos veces que Mats le había hablado de ella había sido en sueños y sus palabras habían producido un gran efecto en él. Elliot se preguntó si podría ocurrir lo mismo en la vigilia, si las palabras de aquel hombre siempre tendrían esa cualidad cuando hablaba de aquello que le importaba, momento en que recordó lo evocadora que le había resultado también su descripción del bosque. No sabía si la risa de Sophie Taylor derretiría el hielo, pero el recuerdo de su amigo sí lo estaba consiguiendo, de modo que siguieron moviéndose escuchando cómo se iba resquebrajando. No había caído en aquella trampa siniestra y ahora el camino parecía más amable, aunque no cabía confiarse en ningún momento.

El canto de un pájaro carpintero rompió el silencio. Eran tan familiar aquel sonido... Entonces recordó lo que su compañero le había contado acerca de la relación de la chica con los pájaros; lo buscó con la mirada esperando que les diera alguna pista acerca del camino que debían seguir hacia Sophie.

Caminaron siguiendo el golpeteo del pájaro hasta llegar a un claro en cuyo centro había un viejo árbol con un columpio atado a una de sus dos grandes ramas que Elliot reconoció de su infancia y junto a él una cochambrosa caseta de madera a todas vistas abandonada. El cielo era azul y el bosque olía a helechos húmedos.

Cuando estaban en las últimas líneas de árboles repararon que en el claro, entre ellos y la caseta les esperaba un lobo descomunal, sentado sobre sus cuartos traseros, mirando hacia ellos. Sus zarpas eran enormes y sus ojos muy grandes para su cara. Parecía más un lobo de los cuentos infantiles que un mero animal.

Al cabo de un rato, el bosque nos conduce hasta un lugar extraño que no reconozco: un claro con un gran árbol de aspecto antiguo, de una de cuyas ramas cuelga un columpio. Cerca del columpio hay una caseta de madera vieja y descuidada, en la que dudo haya nada de interés. Pero, ¿por qué estas cosas están aquí? Parecen demasiado detalladas, demasiado concretas como para ser mero fruto de la deriva caprichosa del sueño… A menos que pertenezcan a recuerdos o sueños de alguna otra persona. ¿Elliot, quizás?

De pronto, reparo en un inmenso lobo que nos está esperando, cortándonos el paso. Hay algo extraño en él, muy humano en cierto modo. Las proporciones del gigantesco animal tampoco son las de un lobo común. Miro a Elliot durante unos instantes, inseguro de qué hacer, pero por una vez, decido tomar la iniciativa.

Lento aunque con seguridad, me aproximo al lobo, esforzándome por no incurrir en ningún gesto que pueda interpretarse como hostil o amenazante. Aunque sé que debo actuar con prudencia y cautela, por algún motivo el animal no me inspira miedo… Si bien no estoy seguro de que no debiera dármelo.

—Buenos días —saludo al lobo; sin saber por qué, me da la sensación de que puede hablar—. Bonito este claro del bosque, ¿verdad?