Partida Rol por web

Sophie estaba inusitadamente calmada. Podría haber sentido miedo. Podría haber sentido ansiedad. Podría haber sentido incluso asco al sentir su cuerpo contra el suyo. Llevaba tanto tiempo convenciéndose de que ella era la culpable... Pero no sentía nada de eso. Sólo... calma.

Había sacado dos conclusiones. Bueno, tres. Primero, algo le había pasado al señor Montillet. Algo malo. Segundo, su madre corría peligro. ¿Entradas a un estreno? ¿Un palco? ¿Una oferta generosa de esa mujer? No podía ser nada bueno. Y tercero, Vendela quería acabar el trabajo que quedó inconcluso en el accidente.

No. No entraba en los planes de Sophie morir, no de momento. Cierto que no le importaría comer aquella tarta de manzana y hablar con su abuela durante los años que hiciese falta esperar al resto de sus seres queridos. Pero tenía cosas que hacer.

Con calma, Sophie se preparó para cualquier cosa que le estuviera preparando. ¿Que bebiera? No bebería. ¿Que fuese con ella? No iría. Ojalá pudiera comunicarse con ella. Ojalá pudiera decirle que no estaba dispuesta a caer en sus hechizos.

Sophie empezó a esforzarse en no seguirla, la oscuridad daba paso a un paisaje luminoso vio el ciprés blanco, la fuente, empezó a sentir sed.

Y luego otra vez la oscuridad.

Y su hermano Zac le presentaba a su primera sobrina, Jacqueline, que lloraba sobre la cama llenísima de vida.

Y luego su padre le contaba chistes malos. Y todos los detalles del día en que nació.

Cuando despertó todo eso quedaba lejano y el aire fresco llenaba sus pulmones. Estaba tumbada en una cama de hospital.

Por la ranura de la puerta del baño vio como la chica, de melena rizada color castaño, se movía lentamente y se quitaba el respirador. Los monitores hicieron ruidos nuevos que sin sonar alarmantes, indicaban un cambio.

La habitación era grande y estaba a oscuras, iluminada sólo por la luz de la Luna. Había una estantería con algún libro y otra cama más pequeña vacía. Notó un ruidito y se dio cuenta que tras la puerta entornada del cuarto de baño había alguien.

Al ver moverse a la chica le dio un vuelco el corazón. Se alejó de la rendija abierta y se quedó detrás de la puerta con la espalda contra la pared. Aprentando los ojos con fuerza y el jarrón contra sí pensaba: «¿y si ahora se levanta para ir al baño? ¡¿Y si cierra la puerta tras ella y me ve aquí plantado?! ¿No será mejor salir antes de que pase eso?» Pero las piernas no parecían obedecerle de momento. El corazón amenazaba con salir disparado de su pecho.

Arthür sabía que tenía que salir antes de que pasara más rato y la chica -o alguien más- pudiera entrar y sorprenderle. De no hacerlo parecería un psicópata y/o un pervertido; saliendo y explicándole el motivo por el que estaba allí parecería… un tipo extraño y, bueno, esa impresión era más justa… Ahora mismo pensaba por qué no se había marchado sin hacer ruido nada más darse cuenta de su error, pero recordar el olor de aquellas flores casi hacía que no se arrepintiera de su actual situación. Eso sí, preferiría no darle un disgusto y una mala impresión a Nausícaa (así había bautizado a la chica automáticamente en su cabeza mezclando el recuerdo de los narcisos con el resto de la conversación con su hermana). 

Abrió la puerta lentamente y carraspeo un poco. Dando un tímido paso fuera del baño dijo:

—Perdona, por favor. No quería despertarte.

Qué querías pues, ¿moverte por su habitación sin que se diera cuenta?— Le pareció que no había una buena forma de parecer normal.

Allí se quedó sin querer mirar fijamente a la chica ni tampoco apartar los ojos de ella, sosteniendo el jarrón vacío entre sus brazos. —Como un idiota.

Primero la chica le miró fijamente, sin incorporarse de la cama. Luego sus ojos parecieron atravesarle y quedó mirando al infinito. Paralizada como una estátua.

Uno de los monitores fue reduciendo el intervalo de sus pitidos hasta alcanzar un ritmo inquietante.

El chico sostenía un bonito jarrón de cristal. Su imagen se fue emborronando como si una niebla cada vez más densa lo cubriera. Hasta que volvió de nuevo la oscuridad.

Al ver la mirada perdida de la chica y darse cuenta que probablemente no lo estaba viendo ni oyendo, Arthür comenzó a inquietarse. En el instante en que perdió el conocimiento y los monitores comenzaron a pitar dejó el jarrón sobre la primera superficie que encontró y se lanzó a pulsar el botón de llamada varias veces. Mientras lo hacía no dejó de mirarla preocupado de que convulsionara o algo peor y de llamarla en voz alta diciendo: —Nausícaa, ¡quédate conmigo, por favor! ¡Vamos!, ¡VAMOS!, ¡QUÉDATE CONMIGO!, por favor, por favor...

Tres sanitarios entraron rápidamente. Un médico con aspecto de buen hombre y pelo blanco le estuvo mirando los ojos con una linterna hasta que los cerró.

Hubieron unos segundos de incertidumbre hasta que el médico, visiblemente emocionado, gritó.

-¡Ha habido respuesta visual! ¡Era una respuesta visual!

Todo el mundo se puso muy nervioso. Pero en lugar de lo que podía temer Arthür: que fueran nervios de pánico ante un peligro inminente, eran nervios emotivos y triunfales. Les faltaba poco para parecer hinchas celebrando la entrada en semifinales.

Allí estuvo, como si fuese invisible, hasta que el médico, mientras los enfermeros comprobaban hasta el último cable, se plantó ante él y le chocó la mano con una sonrisa y una mirada que eran un poema:

-No tengo ni pajolera idea de quién diantres es usted, pero creo que le voy a invitar a... -miró la hora, serían las ocho y pico de la noche- ¿Cenar?

Ah... soy... esto..., soy el doctor Oliver Sobol. ¡Mucho gusto de conocerle!

—El gusto es mío, Dr. Sobol —respondió Arthür chocando la mano de aquel hombre tan peculiar. No pudo evitar sonreír contagiado por la efusión de alegría general pero en su gesto debía ser fácil leer lo confuso que le tenía lo que fuera que estuviera pasando. Sin querer ser descortés miraba disimuladamente por el costado del doctor tratando de ver si la chica se movía. Por un instante se olvidó de la pregunta que le había hecho:

—A… Arthür. Arthür Guitry. ¿Cómo está ella doctor?

-Bien, bien, mejor que nunca desde que la conozco, Arthur. Ha dado... el primer signo de despertar desde que entró en coma. ¡Estás hecho un príncipe encantado, machote!

Le pegó una palmetada en un hombro palpando de paso, como si buscara alguna contractura.

-Mira chaval, con tres años y seis meses en coma es jodidamente improbable que despierte y hasta ahora no había hecho ni un mínimo gesto que nos diera una pizca de esperanza. Pero cuando llevas tanto tiempo en off, raramente te despiertas de repente, digamos que vas aterrizando poco a poco, como una piedra que tiran a un lago. Este es el primer impacto... ¿Habrá más? ¿Quién coño lo sabe? Pero esto es alimento para nuestra alma y no veas para sus padres, pienso brindar con ellos por su hijita.

—Tres años y medio en coma… Repetía para sí mismo Arthür que hasta ese momento había creído a la chica dormida.

Se incomodó un poco al oír lo de «príncipe encantado» pues nada había tenido que ver con aquel milagro, pero sí, había tenido la oportunidad de presenciarlo y esperaba que también de ayudarla habiendo estado presente y dando de inmediato el aviso. ¿Había llegado la chica a verle y oírle?

Era imposible no contagiarse de la alegría desbordada del doctor (no recordaba por cierto haber escuchado nunca a un médico tan malhablado) pero no podía dejar de estar apenado al conocer la condición de la chica… Esperaba que sí, que aquel fuera el primer golpe de la piedra contra el agua o, más bien, el primer aleteo de un pajarillo que empieza a volar. No le gustaba nada la idea de que esa piedra terminara en el fondo de un lago. Tenía algo perturbador.

Era evidente que el doctor no había caído (al menos aún) en que Arthür no pintaba nada en aquella habitación. Debía de pensar que era algún amigo o familiar o importarle poco o nada ese detalle en aquel momento.

El doctor revisó que todo estaba en su sitio mientras una enfermera le preguntó a Arthür los detalles del despertar de Sophie. En ese momento se enteró del nombre de la chicha: Sophie Taylor.

Luego el doctor Sobol se ofreció a acompañarle a su habitación para, de paso, pegarle un vistazo a su hermana. Parece que desde el principio se había hecho una idea de quién era.

En el corto trayecto -cruzar el pasillo- le habló rápido.

-Su hermana es una chica preciosa, Arthür. Por los últimos resultados de los análisis parece que algún capullo le dió una mezcla de Rohypnol y Éxtasis. Posiblemente diluido en alcohol. Creo que la mezcla de esa mierda con opiáceos y cocaína la sacó del tablero de juego.

El Rohypnol es una droga para facilitar el sueño, produce disminución de la psicomotricidad, somnolencia, amnesia, mareos y relajación muscular, y se está poniendo de moda como droga para abusar de las muchachas.

Su habitación estaba tan cerca que tuvo que parar en la puerta para terminar antes de entrar.

-No la agobiaría todavía, pero más adelante, cuando esté recuperada, haría un exhaustivo repaso de todos los que le ofrecieron bebida anoche. Creo que con un poco de suerte encontrarás un mamón granudo a quien romperle los huevos y quedarte bien a gusto.

Antes de traspasar el umbral de la puerta de la habitación, Arthür detuvo al doctor Sobol poniendo la mano sobre su hombro:

—¿El rohypnol puede administrarse fumando o debe ser, como ha comentado usted, diluido en alcohol? —Preguntó Arthür recordando todos los detalles que hasta ahora le había contado su hermana. Por su narración no pensaba que la gente de la sauna necesitara drogarla para tener sexo y el tipo del deportivo la había dejado en el hospital en cuanto ella comenzó con los síntomas. Aunque tal vez habría sido este último quien, después de habérselo ofrecido, se dio cuenta de que el efecto estaba siendo más grave de lo esperado.... Qué desastre...

Toda la rabia y el dolor volvieron a su mente. Respiró hondo un par de veces antes de entrar en la habitación.