Partida Rol por web

-MMMmff..... - hice un gruñido arrugando mi nariz. No me esperaba más cadáveres de esos lamentables humanos por aquí. Al parecer aquellos malditos llegaron a meterse bien dentro de la tumba. Pero estaba claro que mis hermanos se defendieron bien pues me esperaba más cadáveres visto el olor a descomposición que había en el aire.

Pero estaba en otra encrucijada, y tenía que seguir buscando hasta encontrar una pista o algo que no fuese un camino sin salida. Tras apuntar varias veces con mi antorcha en las varias direcciones posibles, me decanté por una.

Avanzas por el corredor y pronto te encuentras con una blanquinosa telaraña que cubre por completo el paso. Te preguntas qué criatura puede tejer una telaraña de este tamaño mientras observas los gruesos filamentos.

-UUUuuuhh... mal rollo. Mal rollo - una telaraña tan grande significaban malas noticias. Patas. Muchas. Enormes. Antes de quemar aquella telaraña, pensaba revisar todo lo posible de los pasillos anteriores. Me di media vuelta con un gran dejavú del  laberinto del bosque.

El corredor desciende una leve pendiente durante veinte metros hasta que acaba en una encrucijada de caminos. En el suelo del cruce hay el cadáver de otro caballero de Stumlad, no más que una armadura con un desmembrado esqueleto en su interior. El aire es aquí viciado, con un leve hedor a materia en descomposición.

El corredor lleva hasta una pequeña sala de cuya pared norte cuelgan una serie de tapices. Las telas han perdido el color por el paso de los años, pero aún muestran imágenes de altos reyes elfos en diferentes momentos históricos. Así, reconoces a Benthor y Crishal, reyes de Litdanast, en el día de su boda hace más de 13 siglos. En otro tapiz se reconstruye la extraordinaria aventura de Bieldor, el príncipe elfo que cruzó el continente hasta el límite occidental y el mar. En la imagen, el apuesto elfo reposa enfermo en los brazos de su madre Crishal, víctima de una terrible fiebre tras regresar de su larga expedición. Recuerdas la leyenda sobre cómo el príncipe encontró a los salvajes hombres, que habitaban en cavernas, y les instruyó en el uso del fuego y los metales. Miras la triste expresión de la Reina, preguntándote si hicieron bien los elfos al educar a los salvajes, ya que sus descendientes fueron los responsables de la destrucción de este lugar. Sin perder ni un momento más, abandonas la estancia y regresas por el pasillo.

El corredor desciende una leve pendiente durante veinte metros hasta que acaba en una encrucijada de caminos. En el suelo del cruce hay el cadáver de otro caballero de Stumlad, no más que una armadura con un desmembrado esqueleto en su interior. El aire es aquí viciado, con un leve hedor a materia en descomposición.

Esta vez eran unos tapices, descoloridos. Aún así se podía entender el paso de la historia sobre ellos. - Está claro que se les daba mejor la piedra... - dije contemplando el penoso estado de aquellos tapices. Pero no importaba, aquella historia continuaba.

Benthor y su boda. Su hijo Bieldor el viajero y enfermo, el que educó a los que luego arrasaron con su reino. Sería él, el abuelo al que hay que mencionar en la puerta? sólo habría un modo de comprobarlo.

Pisando fuerte los restos huesudos de uno de aquellos desgraciados cadáveres profanadores de tumbas, me presenté frente a la puerta para probar mi primer intento. Con aquellos tres nombres.

Llegas ante la enorme puerta de piedra, que permanece cerrada. El polvo flota en el inmóvil ambiente de la tumba y contemplas los cadáveres de los caballeros de Stumlad. Sin tiempo que perder, lees de nuevo la inscripción sobre la puerta:

Morada de Reyes. Respeta sus nombres. Primero el Abuelo, luego el Padre y por último el Hijo.

Te sitúas ante la puerta de piedra y recitas varios nombres en voz alta, con la esperanza de que se abran los pesados bloques.

Me presenté ante la puerta y volví a releerlo todo.

"Morada de Reyes. Respeta sus nombres. Primero el Abuelo, luego el Padre y por último el Hijo".

Y a repetir los nombres:

El rey Ahe era el dueño de esta tumba, y era el último Señor de Dalannast. Ese sería el último nombre, el hijo.

Su padre sería Dailnud, tal y como mencionaban las escrituras.

Hacía más de 13 siglos que Benthor y Crishal fueron reyes de Litdanast, y su hijo se llamaba... Bieldor.

Bieldor pudo ser el padre de Dailnud.

Cogí aire y dije los tres nombres en voz alta.

-Beildor  =  B  =  [ 2 ] 

-Dailnud = D  = [ 4 ]

-Ahe =  A  =  [ 1 ]

Te sitúas ante la puerta y pronuncias los nombres de los tres últimos reyes de Shalanest Oeste: Bial el Sabio, Dailnud Pelo de Nieve y Ahe el Alto Cazador. Al cabo de unos segundos, se escucha un prolongado chirrido y los bloques de piedra se desplazan, centímetro a centímetro, hasta que la enorme puerta queda abierta. A través de la abertura, contemplas una vasta estancia, tan larga que se pierde a lo lejos. Te adentras un par de pasos y ves que, a los lados de la sala, se alinean columnas de mármol blanco, unidas por bellos arcos tallados en forma de ramas de árbol. Más antorchas iluminan este gran recibidor y sus danzantes luces bañan con una claridad amarillenta la gris piedra de las paredes. Recorres con precaución la alargada estancia hasta el otro extremo, donde dos pasadizos se abren en las paredes laterales.

Aguanté la respiración durante los pocos segundos que no pasó nada, mientras pensaba en si debía adentrarme en la zona de al telaraña para saber más nombres gravados en las paredes. Pero entonces sonreí de oreja a oreja cuando oí el chirrido y los bloques desplazándose. - Si! jeeejejejeje. - me regodeé en mi propia inteligencia en tanto que esperaba que la puerta se abriese lo necesario para dejar entrar toda mi enormidad. En cuanto paró, supuse que bastaría, y con antorcha en alto penetré en aquella estancia cerrada por tantos siglos. 

Laaaaaaaaaaaaarga estancia -Sí si... la dignidad ante todo. - tanto caminar, tanto caminar... les gustaba explayarse con sus construcciones de piedra, pero desde luego había que admitir que aquellos bellos arcos tallados en forma de ramas de árbol me recordaban al bosque petrificado del exterior. Una vez más llegaba a una encrucijada de caminos, y tenía que elegir por donde ir.

Antorcha en mano izquierda, giré por la izquierda, siguiendo la luz.

Un corto pasadizo lleva hasta una sala cuadrada, adornada con ricas armaduras ceremoniales. Al otro lado de la estancia, en la pared oeste, hay un gran portón de gruesos bloques de piedra que da paso a otra cámara. Junto a la abertura, sobresalen de la pared tres alargadas palancas de hierro negro.

-Una sala ceremonial - miré todas aquellas armaduras. Pocas eran de mi talla. Una lástima, me hubiera venido bien una en caso de necesidad, pero eran demasiado pequeñas. Tampoco es que debiera pensar en profanar una tumba tan sangrada como la de mis hermanos de Dalanast, pero...  bueno. La única opción era seguir adelante, aunque el extraño aspecto de ese portón me causó mala espina.

Estamos en una tumba. Habría que jugar los trucos y juegos que sólo los elfos más astutos sabrían, o si no cualquiera podría haber averiguado los nombres y entrar a robarlo todo.

Dudé en si arriesgarme y pasar o no pasar directamente. Pero al ver las tres palancas... *jummmm... - la curiosidad me pudo. 

Y sin tener idea de lo que hacía, hice pito pito y probé una de las palancas. La de la derecha. 

Accionas la palanca y el pesado portón de piedra se cierra ante ti con un agudo chirrido. Al ver que esta palanca cierra la puerta, pruebas la palanca de la izquierda y compruebas que la entrada se vuelve a abrir, dejando el paso libre hacia la siguiente habitación.

Con aire juguetón, me entretengo abriendo y cerrando varias veces la puerta. Abro, cierro, abro, cierro, abro...

-Jeh. Cómo habrán hecho esto?

Entonces por inercia tiro de la palanca del centro. * Y ésta que hace?

Activas la palanca del centro y un chirrido se oye a tu espalda. Te vuelves para ver caer un bloque de piedra que cierra el pasadizo por el que has llegado a esta sala. Pensando que has quedado encerrado, te acercas para tratar de moverlo o ver si hay alguna forma de volver a despejar el camino. Pero, pasados cinco minutos, el mecanismo vuelve a ponerse en funcionamiento y el bloque se alza para desaparecer en el techo.

Al principio me paralizo al pensar que me acababa de quedar cerrado por jugar con palancas. Me acerco tratando de mover ese bloque de piedra con toda la fuerza de mis poderosos músculos durante unos 4 minutos en los que casi me revienta la vena de la frente del esfuerzo.

Justo cuando me aparto, el mecanismo vuelve a ponerse en funcionamiento y el bloque se alza para desaparecer en el techo. Lo miro sorprendido.

-Oh... Ok. - me recoloco el cabello caído hacia mi frente y todo orgulloso suelto un bufido y tiro p'alante, a la siguiente sala. 

Cruzas el portón de piedra y te encuentras en una alargada sala rectangular, adornada con delicados minaretes de piedra. De las paredes penden antorchas que iluminan una serie de nichos excavados en la roca. Sobre cada tumba se puede leer el nombre de un guerrero elfo y en el interior descubres los esqueletos de los guardias reales, aún enfundados en sus armaduras ceremoniales, con largas espadas de doble puño aferradas sobre el pecho. En el centro de la sala, un majestuoso ataúd de piedra parece atraer la poca luz de la estancia.

Reconoces el lugar donde te hallas; se trata de la cripta de Ahe, el último rey de Dalannast. Caminas dentro de la cámara mortuoria hacia el altar. El aire es denso y dulzón, con polvo de siglos flotando en el estancado ambiente. Te acercas a la tumba sin dejar de echar nerviosas miradas alrededor y compruebas que es un pesado ataúd de roca sólida, con infinidad de inscripciones y filigranas adornando su superficie.