Partida Rol por web

Aún en la oscuridad, perseguía a los posibles pirómanos cual sabueso de caza, o eso creía, corriendo como no lo había hecho nunca en su vida, escuchando a sus espaldas el jadeo angustiado del trovador.

Cita:

Vamos, Munio, no desfallezcáis que a pronto los tendremos ubicados...
De repente alguien, al parecer un soldado, sale de uno de los callejones.
¡Maldición! Alcanzo a decir, sin apenas tiempo para reconducir mi alocada carrera y esquivar al hombre contra el que, a fe mia, voy a atropellar.
Espero que no sea de malas pulgas... Acierto a pensar mientras cierro los ojos ante lo inevitable del choque.

Eneko se percató, mientras don Victor se ponía nervioso y César no dejaba de hacer aspavientos con el hisopo y la cruz mirando hacia la puerta, encontró una gran cuerda junto a un andamio de la biblioteca. Seguramente aquel andamio, ya retirado, pero aún allí, había servido para hacer alguna reparación interior. La cuerda colgaba de los maderos del mismo, y el joven cazador la tomó con la mano. Claro que, miró la soga y pensó ¿Dónde amarrarla?

Lo único que había para amarrarse era una gran estantería asída a la pared, cerca de la ventana, pero relativamente; es por ello que tirando el otro extremo de la cuerda por la ventana comprobásteis que no bajaba hasta el suelo: habría que descolgarse un poco y luego... ¡saltar! ¡quizá hacia el carro de paja!

¡¡PAAAAFFFFFF!!

Un tremendo golpe de Munio hizo que el tipo contra el que se chocó, soldado de profesión, cayera al suelo, y el trovador asturleonés con él. Pero la mala fortuna hizo de las suyas, y Alfonso también se trastabilló con el tobillo casi en el aire de su compañero. Acto seguido, el soldaod se reincorporó, se colocó el casco y elevó su lanza, un poco embravecido.

¡La madre que os parió! -vió pues que veníais en dirección al castillo, y se imaginó cosas que realmente no eran así-. ¡Vosotros! ¡Vosotros habéis incendiado el castillo! ¡Hideputas! ¡Venid aquí!

Ato fuertemente la soga a la estantería y la descuelgo por la ventana. -Maldita sea, no llega hasta abajo Don Victor!. Habrá que tirar de coraje y saltar cuando lleguemos al final de la soga. Aquel carro con paja no nos quedará tan lejos y menor sera la caída desde el final de la soga que desde aquí arriba.

Sin pensarlo dos veces me subo al alfeizar de la ventana asido al cabo que hemos arrojado hacia afuera -Bajaré yo primero e intentare llevar el carro justo debajo de la ventana para facilitaros el salto cuando os descolgueis por la cuerda- 

-Allá voy-

Con poca seguridad me voy descolgando por la cuerda y cuando miro abajo me empieza todo a dar vueltas. Me da un ligero ataque de pánico pero me repongo e intento avanzar de nuevo. Voy apoyándome en las piedras del muro y voy descendiendo poco a poco. Doy un paso mientras me descuelgo por la pared y al dar el segunod piso en una porcion de musgo que no habia apreciado y resbalo. Doy un golpe contra el muro pero consigo agarrarme a la cuerda y reponerme del susto. Miro hacia arriba y veo los ojos abiertos como platos de Don Victor -Estoy bien, estoy bien, creo......- y continuo con mi descendo

Colgado en mitad de la torre, asido a la cuerda, sigo descendiendo poco a poco con mas miedo que vergüenza. Vamos alla, Eneko. Ya queda poco. Unas varas mas y estarás a salvo de ese infierno.

Ahora si, con mas seguridad, consigo ir bajando palmo a palmo, zancada a zancada, apoyando los pies en el muro y dejándome descolgar poco a poco por la cuerda, hasta que alcanzo el final de la misma. Miro enrededor buscando donde puedo amortiguar mi caida. Si el carro, sin duda es la mejor opción. Me balanceo, un poco hacia izquierda y derecha apoyando los pies en el muro, como corriendo por él, de lado a lado ayudándome con la cuerda y cuando estoy lo mas cerca posible del carro pego un respingo y salto con todas mis fuerzas hacia el montón de paja del carro -Aaaahhhh!!!!

Me incorporo rápidamente y, a una distancia de dos espadas, alzo mis dos manos en un ademán apaciguador. Por los clavos de Cristo soldado que le juro que no hemos sido nosotros, de hecho estábamos persiguiendo a los pirómanos de verdad que se dirigen en esa dirección justo en este mismo instante. Señalo la dirección por la que huían tiñendo mi voz de apremio y súplica a la par.

Vamos hombre, que se nos escapan los culpables...

¡Vosotros! ¡Vosotros habéis incendiado el castillo!

¿Cómo? - acertó a decir Munio mientras se incorporaba - ¡Que no, que no! Nos perseguimos a los que parece que....

¡Hideputas! ¡Venid aquí! - continuó el soldado sin atender a razones. 

- ¿HideCÓMO? - Al escuchar la afrenta, Munio pasó de intentar calmar al soldado a desear saltarle los dientes de un puñetazo. Y así lo intentó

Por fín, algo de esperanza entre tanto infierno. Eneko muy avispado cual chiquillo encontró una cuerda aunque no demasiada larga para llegar hasta el suelo, sí para reducir la distancia del salto hasta el carro de paja....o....¿no?
Yo estaba más pendiente del guardia caído, que muy a mi pesar no podía hacer mucho por él, y del tal César. Más este último, no demostraba ser muy sagaz, pues trataba de apagar un fuego, que tal vez él hubiera provocado, con una cruz y un hisopo.
[i]-"He de comprobar si está muerto o no"[i] pensé.
-"Vamos César, su turno. Deslícese por la cuerda y luego salte. Yo le sigo." apresuro a decirle.

Mientras Eneko se deslizaba por el último tramo con cierta soltura, César atendía a las órdenes del caballero. Eneko, por el exterior de la torre llegó al extremo de la cuerda y finalmente se descolgó intentando llegar al carro lleno de paja (que no estaba inmediatamente debajo). Sin embargo, su intento se convirtió en un fiasco, y no hizo sino estamparse contra el suelo, cayendo todo el peso de su cuerpo en su brazo derecho:

Daño: 6 (/2 por brazo): 3 puntos de daño.

César estaba ya descolgándose cuando vió a Eneko caer, y con cierto miedo (bastante, en verdad), fue bajando poco a poco mientras el fuego aún hacía de las suyas por el otro extremo del castillo. Criados y soldados aún seguían intentando apagar las llamas, y el fraile y el caballero desde las alturas aún vieron cómo Eneko empujaba con cierta dificultad (debido al golpe) el carro con paja para colocarlo justo debajo de la cuerda. Tras un momento, el fraile antoniano logró dejarse caer sobre él. Pareció que el tipo cayera y golpeárase el brazo de igual forma que el cazador:

Daño: 3 (/2 por brazo): 2 puntos de daño.

Finalmente, el caballero don Victor hizo lo propio: descolgarse poco a poco y cuando llegó al extremo de la cuerda que colgaba (más o menos por la mitad de la torre, a cuatro varas aún del suelo), hubo de hacer lo mismo sin ninguna otra posibilidad: intentar caer en el carro.

El tipo os hizo caso omiso. Aunque tampoco es que os quisiera ensartar con la lanza allí mismo, que sólo quería daros una lección por haberse topado con él. Tal vez estaba algo borracho, creíais notar (no sabíais exactamente de dónde había salido). Asique intentó picarle en una pierna a Munió para herirle un poco.

Resumen turno 1:

El soldado intentó picar con la lanza a Munio, pero vísteis definitivamente que no daba "pie con bolo". Su lanzada fue ridícula, digna de contar y hacer reir; aunque Munio no tuvo tampoco mucha suerte, y el puño voló en el aire sin rozar al soldado.

- Alfonso, a este guaje le falta sólo la espicha. ¡Está como una cuba !. Corramos, ¡que no nos ha de alcanzar!

Allá voy, al igual que el caballero, César se dispuso a descolgarse poco a poco por la cuerda. Era eso o morir arriba asfixiado por el humo o quemado por las brasas una vez llegaran las lenguas de fuego. El tipo se dejó caer a media altura hacia el carro, pero se golpeó el abdomen (cosa que le provocaría una gran contusión ennegrecida posteriormente).

Don Victor bajaba grácilmente pese a su armadura, pero cuando llegó al final de la cuerda se dejó caer en el carro dispuesto por su compañero el cazador. La fortuna o su buen hacer hicieron que cayera en la mullida paja y ningún daño hiciérase*. Lo mismo hizo César posterior a él, aunque éste si que se golpeó en el pectoral.

Andábais pues los tres ya abajo, en un lateral, entre la base de la torre y la muralla. El fuego se distinguía a la vuelta de la esquina del castillo, pues había comenzado a crecer por la otra parte y se había extendido a algunasala interior. Veíais tras asomaros por el borde del muro de la torre que aldeanos, criados y soldados seguían apagando el maldito fuego. De vuestros compañeros Alfonso y Munio ni rastro (no estaban en el lugar donde los dejásteis). Tampoco uno apostaría a que se hubieran metido en el interior del castillo.

-Donde habranse metido estos dos?- comento con desazón. -Aquí abajo los dejamos cuando subimos a la torre-

Busco entre la gente que esta intentando apagar los fuegos por si estuvieran nuestros compañeros acarreando agua

-Don Victor, quizás debamos esperar aquí mientras ayudamos en lo que podamos a las gentes del castillo a extinguir el fuego de la torre y del resto de estancias. Non deben de andar lejos estos dos y si non aparecen les encontraremos de vuelta en la posada donde descansábamos-

Miro a Cesar y reparo en lo extraño de la situación vivida en lo alto de la torre. -Con respecto a vos- le digo -os encontrais bien? Habeís tenido suerte de haber salido con suerte de aquel infierno. Mas que haciais vos allí arriba?-