Partida Rol por web

En estando ya con el párpado cerrado, y a punto de declinar la consciencia a favor del sueño, que era ya medianoche cuando algo os sobresaltó, cada uno en sus habitaciones. Os despertásteis del todo debido a un enorme revuelo. Vísteis a través de las ventanas de la habitación de la posada muchos aldeanos corriendo con cubos de agua al castillo de Castrojeriz, cuya torre este se halla en llamas. El fuego prodigioso hacía ver aquella estampa muchas millas a la redonda. Veíais también a los villanos y campesinos ir de casa en casa avisando al resto para intentar calmar el fuego. Todos se dirigían hacia el castillo, hacia la loma en la que se alzaba.
 

Munio dormía profundamente en parte gracias al vino, en parte gracias al agradable silencio que profería al dormir su compañero de habitación Víctor. La noche anterior apenas había podido mantener el sueño por los ronquidos de sus compañeros, pero compartir cuarto con Víctor era como hacerlo con un pedrusco. 

En su sueño estaba sentado en el suelo en una cabaña en las afueras de Nájera, desnudo junto a María, la hija del panadero, tocando el laud al calor de una chimenea. La escena era deliciosa pero se veía enturbiada por los ladridos de los perros y el crepitar del fuego en la lumbre que cada vez se hacía más fuerte. 

¿Un momento.... crepitar? ¿Tenemos chimenea en el cuarto? - pensó amodorrado Munio sobre su colchón. El alboroto que llegaba por la ventana le acabó por despertar del todo. Se asomó y vio las llamas. 

- ¡Copón! Víctor, VÍCTOR. Espabila - le dio con el pie en el lomo para despertarle - QUE SE QUEMA EL PUEBLO. 

Con el escándalo no pudo hacer más que despertarse. Y aunque estaba aún embriagado por el alcohol no había tenido un sueño muy profundo. La visión de la torre del castillo en llamas era digna de admirar, nunca había visto en la tierra semejante fuego digo del mismísimo infierno. En éxtasis estaba observando la magia del fuego cuando los gritos de Munio le acabaron de devolver a la realidad. Se vistió rápido como pudo, cogió sus bártulos, y empujado por no sé qué instinto de ayuda despertó a Eneko que aún dormía, y salió disparado para echar una mano con el fuego.

El sobresalto fue mayúsculo cuando al abrir los ojos ví el rostro Munio desencajado y gesticulando sin oir nada de lo que decía, pues aún me encontraba en un estado de sonolencia debido a la copiosa cena de la noche anterior y el buen vino que la acompañaba.
Poco a poco el zarandeo y gritos de mi joven amigo me devolvieron a la cruda realidad.
El olor a quemado, los colores vivos que iluminaban nefastamente lo que podría haber sido una placentera noche indicaban que nuestra estancia en aquel maldito lugar empezaba a estar gafada.
-"Deberíamos a ver seguido de largo y parar en el siguiente pueblo." pensé al mismo tiempo que recordé a mi Señor.
Pues el fuego provenía del castillo.
Rápidamente como si de un combate sorpresa se tratase me puse la ropa, la armadura y con mis armas en mis manos salí al exterior.
Imaginaba....recordaba algún que otro asalto a alguna fortaleza incendiada antes de la cruenta batalla.
-"Rápido, rápido Munio. Reunámonos con el resto y acudamos a buscar a Don Aldeano." le grité sin contemplaciones.

- Cagon Judas Víctor, por los huesos de San Ciriaco y las brevas de Santa Águeda.  A ver si te he tenido que sacar de sueños a golpes y me vas a meter prisa ahora - gruñía Munio al tiempo que bajaba a la calle detrás de su atribulado compañero - Además, don Aldano no está en el Castillo, ¡vamos a ver si podemos ayudar con el fuego primero guaje!

Eneko se levantó rápidamente, nunca había tenido problemas para salir rápidamente del lecho y con las voces de sus compañeros tampoco es que se pudiera dormir mucho. En cuanto miró por la ventaba vio de lo que hablaban. Si ese fuego seguía extendiéndose arrasaría toda la zona.

-¡Hay va la hostia!-exclamó sin apartar la vista del fuego-¿Pero de donde ha salido ese fuego?-se preguntó antes de girarse a sus compañeros- Don Victor, el deslenguado de Munio tiene razón, tenemos que intentar ayudar a sofocar las llamas para que no se extiendan. Don Aldano estará bien con los monjes.

Espero.

Pareciera que don Victor de Saavedra no fuera caballero militar, hijo de fé y espada de Dios, y mucho menos calatravo. Que la paz de los frailes de un convento, por muy rendidas que estuvieran las armas de uno a Dios, no podía ser desvencijada así como así (aunque en ello se empeñara el caballero). Por ende que, en un alarde de altruismo o simplemente interés, os vestísteis todos con vuestras ropas y armaduras y armas (por lo que pudiera parecer), y allá que bajásteis, saliendo de la posada de Castrojeriz.

Con esta situación, que corrísteis con otros aldeanos hacia la loma del castillo. Alguno de los pobladores de Castrojeriz os pedían que llevárais los cubos de agua que os entregaban monte arriba, para intentar sofocar allí el fuego. Y cuando una vez subísteis y vuestros rostro y cuerpo hallábase iluminado por la gran antorcha que parecía la torre más alta de la fortaleza vísteis que criados y soldados del propio castillo corrian por doquier. La puerta del castillo, abierta, era foco insalvable de hombres y mujeres acudiendo a tan impropia situación. Por ello (también por poder andar un poco a vuestras anchas en el interior de las murallas) accedísteis al patio de armas, donde se concentraba ya una cadena humana que llevaba cubos y baldes y otros recipientes cargados de agua hacia el interior del edificio.

Fuiste el único que escuchaste algo en el interior de la torre, en las alturas, donde estaba ardiendo la misma. Era una voz masculina.

¡SOCORROOOO! -era un grito de auxilio procedente de las alturas llameantes-.
 

Una vez en el exterior y habiendo avisado al resto del grupo me dirijo hacia el castillo en llamas. Con la mente puesta en el pasado, en los días de gloria y pena de las batallas vividas. En el calor de la noche por el fuego intenso oigo un grito de auxilio.
-"Munio, la Torre.Alguien pide ayuda." aviso al joven. -"Corre la voz. De prisa."
Sin pensarlo un instante corro como alma que lleva el Diablo.
-"A la Torre. A la Torre. Compañeros." grito al resto del grupo.

Munio observa la torre tras el aviso de su compañero Víctor buscando ver cuánta gente pedía ayuda ahí arriba. 

- ¿Quién habita el castillo? ¿Saben cuánta gente puede haber dentro de esa torre?- pregunta entre los soldados que colaboraban en la cadena de cubos mientras les ayudaba. 

No lograba ver Munio nada (al menos no daba su vista para ello entre tanto jaleo). Tan sólo fue el caballero don Victor quien estuvo alerta y escuchó voces en el interior del castillo, concretamente en la torre que ardía. A Munio le respondieron los soldados que aquel castillo era habitado por el marqués castellano Íñigo de Medina, hombre de renombre y señor de Castrojeriz. Victor, osadamente o quizá valientemente, no lo pensó , y se lanzó a las escaleras cubiertas en llamas en algunos de sus tramos para abrirse paso hacia arriba y rescatar a quien allí hubiese.

¿De dónde están sacando el agua? ¿Hay un pozo o similar? 

Munio está pensando en recoger las mantas de la fonda, empaparlas y usarlas para apagar focos de fuego o para cubrirse e ir tras Victor en su ayuda. 

Eneko salió corriendo detrás del caballero, como para no hacer caso a un caballero, claro, en dirección de la torre para ayudarle en lo que fuera menester para poner a la gente a salvo. El humo y el calor no le facilitaban aquella tarea pero no podían detenerse ahora o la gente de la torre quedaría achicharrada

Munio sigue buscando alternativas. 

Alfonso quedó fuera ayudando con los cubos pero no veía sentido en arriesgar su vida en tal situación. El villano que hay él le sugirió, sabiamente a su lógico entender, mantenerse al margen. 

- Yo me quedo aquí compañeros, y os sugeriría hacer lo mismo. - Alfonso miraba sorprendido cómo Don Víctor se lanzaba hacia la torre.

Don Victor subió atravesando el fuego de la entrada principal de la torre, ante los sorprendidos ojos de soldados y criados (que no atravesarían ese pequeño infierno ni llenos de vino...). Eneko hizo lo mismo, siguiendo al caballero calatravo. Mientras, Munio y Alfonso permanecerion abajo, sopesando un poquito más la situación. El fuego seguía consumiendo la torre.