Partida Rol por web

Agarro la tapa de alcantarilla y me la pongo a modo de escudo. Es lo único que tengo a mano y espero que sirva para pegar a esa cosa si se acerca.

Veo a Artie disparar, me estremezco un momento y suelto un débil-¡Ay!-cuando suena el ruido del revólver y me tapo los oidos de manera instintiva.

Diría que nada más podía sorprenderle, pero el encontrar un despojo humano en el interior del sótano no hacía si no confirmar sus sospechas: no debían estar allí ni un segundo más. Ignoraba por qué el empecinado sentido de investigación de Gumshoe les obligaba a dar un paso más, y a adentrarse en el interior de aquella mansión, pero estaba claro que todo tenía un límite. Con el cojín a modo de escudo (pues en ningún momento lo había soltado, por mucho que la sensación de relativa seguridad fuera falsa) indicó al padre Jonah con un ambiguo movimiento de cabeza. Hasta hace unas horas no creía en gran parte de lo que había visto, y ahora estaba convencido de que si algo -o alguien- podía enfrentarse a esa clase de extraños fenómenos era el cura. Por su parte no dio ni un paso más, y se mantuvo a la expectativa. En caso de que las cosas se pudieran feas no duraría ni un instante en salir de allí por patas...

La boca del cuerpo sobre la plataforma se abre de manera grotesca, estirando los resecos cartílados y músculos. La piel, cuarteada y más parecida a un cuero tratado que a un tejido orgánico, se desgarra en algunos puntos. Sus dientes amarillentos quedan a la vista pues la carne se ha retraído. De lo más profundo de su garganta emana un hondo gemido que huele a enfermedad y muerte. La reacción inmediata de Artie, como activado por un resorte, es apretar el gatillo del revólver. Una explosión sacude el cráneo del cuerpo tendido y lanza contra las paredes y las ropas del resto de investigadores trozos de carne ennegrecida mientras aquel ser cae al suelo por un lado de la estructura metálica central. Allí se retuerce y clava en el suelo sus deformados dedos, que ahora se asemejan a garras, para ayudar a levantarse.

La sensación que os provoca es de un pánico atroz. Aquella figura descarnada y con un lado del cráneo reventado azota vuestras mentes y deja una fuerte huella en vuestro interior. Huella que os martirizará para el resto de vuestras vidas.

- ¡Joder! - Gritó Artie mientras disparaba a aquella cosa.

La bala impactó de lleno contra el cuerpo del ser, ayudando a que el detective se tranquilizara, si sangraba se podía matar. No obstante, aquella visión era algo que definitivamente superaba cualquier expectativa de lo que pudieran encontrar en aquel sótano. El terror que correría por las venas de cualquiera, no afectó a aquel hombre. Artie era aun hombre duro de roer y no se iba a dejar impresionar por aquella mierda deforme. Un hombre de verdad combatía el miedo y pocos eran más hombres en aquella ciudad de Arthur Gumshoe. 

- ¡Atrás mierdecilla! - Le gritó seguro de sus posibilidades. - ¡Jajajaja! ¡Muere bicho, muere! - Le ordenó mientras una extraña sonrisa iluminaba si rostro.

Solo puedo pensar en huir de ese lugar, de aquella aterradora cosa de esa maldita mansión que al final iba a acabar con nuestras vidas, pero antes de poder dar el último paso ya me he arrepentido, no puedo dejar a mis compañeros allí, no puedo dejar a Anna.

Resoplo furiosa y busco algo con lo que poder defenderme o atacar a aquel monstruoso ser.

Tenía que ser una pesadilla.

Rachel supera el impacto de ver moverse de manera imposible a la reseca criatura y consigue agarrar un trozo de tablón de los que Artie rompió para abrirse paso.

Me situo detrás de Artie sujetando firmemente la tapa del cubo de basura a modo de escudo-¡Didpara, dispara de nuevo aún se mueve!-Digo al bueno de Artie para animarle a vaciar el cargador. Esa cosa me asquea y quiero verla muerta. Intento pensar en cosas de otro mundo, pero nunca ha sido mi fuerte y no se ni lo que es ni cómo matarlo. Llenarle de plomo me parece la mejor solución posible.

El doctor se mantuvo como protección de las damas, cojín en mano. Daba gracias de no poder verse, pues probablemente no sólo tendría un aspecto ridículo sino que el acto en sí era fútil. En cualquier caso no estaba en posición de hacer nada más, al menos por el momento
-¡Hay que salir de aquí! -aulló, dirigiéndose a Anna y Rachel. La extraña criatura había recibido disparos y parecía no sufrir las consecuencias. Pocas conjeturas podía hacer al respecto, pero empezaba a entender -muy por encima- ciertas reglas lógicas inherentes a lo que estaba sucediendo, y en base a ellas presuponía (quizás erróneamente, pero a nada más podía aferrarse) que si salían de la casa el ente no los perseguiría. Es como si la propia Mansión Corbitt fuera su hábitat natural y al mismo tiempo su prisión. De estar en lo cierto, podían aún estar a tiempo de salvar el pellejo...

Anna se aleja unos pasos de esa monstruosidad tras Artie, que con los jirones de piel reseca colgando, se mueve y camina motivada por una fuerza a todas luces irracional. El protegerse el rostro con la tapa metálica sólo sirve para no ver venir las garras ennegrecidas hacia su cuello. Los anormalmente largos brazos secos de la figura esquivan la figura del detective, que se clavan en el metal, atravesándolo, y rasgan la fina piel de la actriz. De su cuello brotan hilos de sangre que empapan de manera viscosa su vestido.

La criatura retira la garra con la tapa metálica todavía enganchada, que retira con la otra mano no sin llevarse algún trozo más de carne que cae al suelo. Abre la boca ahogando un grito de rabia inhumana y su mirada de muerte ultraterrena busca de quien alimentarse.

Artie viendo como aquel ser seguía moviéndose pese a haberle disparado, no se lo pensó dos veces y de nuevo apuntó y disparó. Estaba nervioso, eso era evidente. Nunca antes se había enfrentado a algo así. Los poderes sobrenaturales que permitían que aquel ser que debiera estar muerto, caminara, mordiera y arañara, escapaban a toda lógica y desde luego también escapaban a todo entendimiento que pudiera albergar el bueno del detective. En un momento como aquel, a Arthur Gumshoe sólo se le ocurría una cosa, disparar y disparar tratando de matar lo que ya estaba muerto. 

Y entre nervios y la tensión de aquella situación, Arthur falló el tiro que rebotó contra la pared. 

- ¡Mierda! - Gritó. - ¡Cuidado, salid de aquí, salid de aquí!

Al oír a Artie disparar de nuevo caigo en la cuenta de algo, llevo un arma encima, pero con el estrés del momento ni siquiera me había acordado, podría intentar ayudar utilizándola, aunque realmente me sentía más cómoda con la tabla que llevaba, aún así sabía que lo mejor para todos sería usar el arma, así que me armo de valor e intento disparar a aquel ser del infierno sin soltar la tabla con la otra mano.

¡Aaaaaagh!-grito al sentir las garras de la criatura rasgarme el cuello. Estoy alucinando, pero ha atravesado la tapa como si nada. En un intento insano e irracional, en lugar de hacer lo que me pide el cuerpo que es salir corriendo, cojo la tapa e intento aporrear con ella a la criatura. NADA ni NADIE toca mi precioso cuerpo si YO no quiero.

Por desgracia, es mayor el impetu que la precisión. Y fallo miserablemente , quedándome expuestsa a la criatura-¿Eso es todo lo que tienes?-digo todavía en estado de shock por las heridas.

-¡Rápido, vámonos! -hizo suyas las palabras de Gumshoe. Estaba claro que aquella criatura no era un simple 'perro rabioso', y al desconocer su anatomía ignoraba si las balas podían ser efectivas. Además habida cuenta de lo vivido entre esas cuatro paredes no pondría la mano en el fuego por nada en absoluto. Lanzó el cojín que aún sostenía entre las manos hacia el engendro -más para despistar y ganas tiempo que por otra cosa, pues ni apuntó ni tenía intención alguna de hacer daño con algo tan trivial-, giró sobre sus talones y salió zumbando de allí tratando de mantener el camino despejado para los demás y constatando (si conseguía salir) que lo estaban siguiendo

Nada más pasó por su cabeza, pues en esos momentos terribles de profundo terror y miedo eran los instintos quienes actuaban. Los tambores que notaba retumbar sobre sus sienes le impedían hacer nada más...

Los nervios comienzan a ser incontrolables, y los temblores provocan que apuntar sea una tarea ardua difícil. Los disparos de las armas de Artie y Rachel impactan en la pared de ladrillos del fondo, dejando dos humeantes muescas en ella, mientras que Anna describe un semicírculo con la tapa de metal, que la criatura detiene con el antebrazo y termina de romper. El grito del Dr. Bedford arenga a sus compañeros a abandonar el lugar, y lanza el cojín que lleva en sus manos a la descarnada figura, cosa que desvía su atención hacia el Padre Jonah mientras él abandona la sala, que se encuentra en un lado rezando en latín y conteniendo un ataque al corazón. De repente, algo cambia en el ambiente. La presión atmosférica baja de golpe o, al menos, sentís una sensación similar. Los rezos cesan, y los ojos del Padre Jonah se tornan blancos y su rosstro, inexpresivo. Suelta el misal y la cruz que había sacado de sus hábitos, que caen al suelo, y se dirige al agujero en la madera que había abierto Artie con la palanca. Allí, se arrodilla y comienza a introducirse en la boca afiladas astillas de madera y masticar con fuerza. Las encías sangran y también su garganta cuando se traga las astillas. Algunas ya le han rajado la comisura de la boca y otras se quedan clavadas en sus manos. No muestra ningún atisbo de dolor ni de raciocinio mientras brota la sangre de su boca y cae por su barbilla.

Artie empezó a retroceder. No podía creer lo que veían sus ojos. Su viejo amigo, por decirlo de alguna forma, el padre Jonah, estaba... No podía ni reproducir en su mente lo que estaba viendo. Era algo terrible, algo que ni en sus peores pesadillas hubiera podido imaginar. Quería marcharse de allí, marcharse era lo lógico, pero si lo hacía el pater moriría. Puede que ya estuviera condenado. Comer astillas le perforaría por dentro y difícilmente se recuperaría de ello, pero él ante todo era policía y la policía no abandona el escenario del crimen mientras se estaba cometiendo. Eso era algo que llevaba marcado a fuego en su mente.

- ¡Padre, padre! - Le gritó al sacerdote. - ¿Pero que hace, que coño hace? 

No lo dudó más. Apuntó  la cabeza de aquella bestia y disparó. La bala se incrustó entre ceja y ceja. Si eso no le mataba, difícilmente lo haría todo el cargador que portaba en la pistola. No obstante, no podía marcharse sin el padre Jonah. No sabía porque, sentimiento de responsabilidad, amistad... fuera lo que fuera, Artie seguiría allí hasta el final y hasta las últimas consecuencias.