Partida Rol por web

El Gramercy Park es un hotel de lujo situado en el número 2 de la Avenida Lexinton, en pleno Manhattan. Se trata de un hotel bohemio, pero lujoso, rodeado de los espléndidos jardines del Parque Gramercy. Estos se encuentran adornados con fuentes y estatuas de los más modernos diseños.

La entrada al complejo está a unos 150 metros de la puerta principal del hotel. Una gran verja de acero ornamental coronada por dos cámaras de seguridad impide el acceso hasta que sus ocupantes hayan sido debidamente identificados. Al otro lado, una pequeña caseta de seguridad se comunica directamente con el exterior a través de una puerta metálica situada en el muro junto a la verja, cubierta también por una de las cámaras, que permite el paso de los guardias sin tener que abrir el portón principal.

Hay cuatro guardias de servicio, tres de ellos están sentados tras el cristal blindado de la caseta, controlando las camaras y ocupándose de abrir el portón, mientras que el cuarto se encuentra habitualmente fuera, comprobando las identidades de aquellos que llegan al hotel, desviando las rutas dependiendo de si acuden a la subasta o por cualquier otro motivo. Los guardias están comunicados entre sí y con la recepción del hotel, de modo que pueden averiguar instantáneamente si las personas que quieren acceder al interior están autorizadas o no. Esta noche, la seguridad es de máximo nivel.

Tras cruzar el magnífico hall de entrada del hotel, unas amables azafatas contratadas para la ocasión te indican que la subasta se celebrará en el Salón Dorado, que está en la planta baja. Varios carteles indican cómo llegar. Además, un nutrido grupo de  personas se dirige hacia allí, todas vestidas con gran lujo y pompa. Allí puedes distinguir a algunas personalidades de la ciudad
como políticos, altos ejecutivos de compañías importantes y alguna famosa estrella del cine o la canción.

En el Salón Dorado hay dispuesto un cóctel y unos aperitivos que servirán una docena de camareros uniformados. También encuentras a tu disposición unos pequeños libros con la relación de piezas que se van a subastar, la descripción de las mismas
y la puja inicial. La subasta parece que comenzará con un poco de retraso, así que mientras esperas puedes charlar con unos y otros.

A las 23:30 en punto sois invitados a ocupar los asientos en los que encontráis una pequeña tablilla numerada que podréis alzar durante la subasta para pujar por algún objeto.

Los miembros de seguridad, taxis, proveedores y demás son conducidos a una zona apartada de la entrada al hall principal. Una zona dotada con muelles de embarque de carga y descarga. Allí están descargando alimentos, bidones de cerveza, servicios de lavandería... También hay vehículos privados en una zona habilitada como aparcamiento para eventos como éste, donde se espera más afluencia del habitual.

-Por aquí todo en calma, chicos. La clásica pompa y boato de estos acontecimientos -comunicó, en voz baja y con una copa delante de los labios, al tiempo que observaba a un lado y otro. -Parece que comenzará con algo de retraso. Janet, corto

Le había gustado eso de 'corto'. Muy de película, aunque también hay que reconoce que bastante profesional. Y a eso se dedicaban, ¿no? En cualquier caso esa sonrisa no se borró de sus labios, y se paseó con soltura y elegancia por la salita echando un vistazo a todos y cada uno de los presentes, y en algunos casos haciendo una leve inclinación de cabeza a modo de saludo. Se encontraba como pez en el agua, rodeada de tiburones mucho más peligrosos que los escualos casi prehistóricos. Pues aquella pomposidad, antesala del poder que manifestaban por su simple presencia allí, era uno de los sentimientos más antiguos del hombre

Y allí estaba ella, Janet Weissmann, embutida en una falda de tubo con un corte en el lateral derecho muy por encima de la rodilla, zapatos de tacón negro, medias y una blusa ajustada de color caoba. Las pulseras, el collar y los pendientes que adornaban su figura no habían sido elegidos al azar, sino como espejo de aquellos que encontraría en sus homólogas (aunque de mucho menor valía, debía admitir). Sin embargo no era simplemente el hecho de poseerlos, sino de cómo llevarlos. Y la mujer conseguía destacar si así lo quería donde otras pasarían desapercibidas. Por ahora simplemente se deslizó de un lado a otro, con pasos sensuales y cortos, y tratando de reconocer alguna de las caras que veía

Antes de ir al hotel habían quedado todos junto a los ocho candidatos que iban a proporcionarles la cobertura. Llegaron al hotel en el furgón que habían preparado Jason y Pancho para la ocasión. Sin lugar a dudas contaba con todo lo que les iba a hacer falta aquel día.

Por otro lado, llegaron los otros ocho en dos grupos de cuatro con un furgón cada uno. En ningún momento tenían que relacionarles. Cuando Janet comprara el grabado sería momento de que empezarán a actuar. Tenían que conseguir dar el cambiazo para que pareciera que los que habían recogido y se llevaban su compra eran el otro equipo.

Ahora solo quedaba esperar en la furgoneta. Esta era la parte más aburrida de las misiones. No le gustaba esperar, prefería la acción.

— Alguien ha traído una baraja de cartas paras entretenernos.

La subasta se desarrolla sin mayores complicaciones. El director de la subasta es un caballero de unos cuarenta y cinco años que se presenta como Albert Morrison y que hace un par de simpáticos chistes acerca de cómo piensa quitaros vuestro dinero. Después procede a subastar los primeros artículos. El ritmo de la subasta es muy parecido para todos los artículos: Albert muestra el objeto a subastar o en su defecto una imagen de video proyectada a su espaldas (la mayoría de los objetos se muestran mediante imagen, salvo los de menor valor), explica su origen y alaba sus excelencias con todo lujo de detalles y cometarios graciosos y procede a dar un valor de comienzo para la puja. Después, todo es levantamiento de tablillas numeradas e incrementos en las cantidades hasta que cada objeto encuentra un nuevo dueño.

El séptimo artículo de la noche es el grabado de “El Judío Errante”. Albert cuenta cómo el grabado, creado en el siglo XVI por un autor desconocido, perteneció a la colección privada del profesor Isaac Lakedem, un importante historiador y arqueólogo que falleció en 2009 en el incendio de su mansión de Chicago. Durante mucho tiempo se creyó que la obra había sido consumida por las llamas, sin embargo reapareció hace seis meses entre las pertenencias de Henry Lafont, un banquero francés fallecido recientemente. Sus herederos son los que se han decidido a sacarlo a subasta. El precio de salida son 700.000 dólares.

Una voz femenina salta por detrás, igualando la oferta. Te giras y ves a Samantha Irving (de la que por algun motivo que ahora no viene al caso, conoces el nombre), una voluptuosa ex-actriz porno y ahora ex-esposa de un presidente de una importante compañía petrolífera. Al momento, un tal Sr. Kleinz, delgaducho y con ojos saltones, que le confieren un aspecto de banquero, aumenta la puja. Rápidamente, un tipo rubio, alto y atlético, sube todavía más la puja. Tras un frenético intercambio de miradas y pujas, la pieza de "El Judío Errante" se coloca en torno a los 950.000 dólares. Un creciente murmullo comienza a escucharse entre los asistentes.
 

Cuando escucháis por el comunicador que un tipo que se presenta como Albert "no sé qué" comienda diciendo:

- Bienvenidos a todos al Hotel Gramercy Park... Y sobre todo, por aceptar ser despojados de vuestro dinero en esta fantástica noche.

Las risas generales que se escuchan después confirman que la subasta ha empezado.

Tras escuchar al subastador casi más por la oreja que no llevaba pinganillo Pancho no pudo resistir más la situación. Aquel traje y aquel furgón le traían recuerdos, tanto buenos como malos. Lo pasó bien y conoció gente buena trabajando de guardia de seguridad. Pero el tener que llevar un uniforme, como ahora mismo, y el no tener la libertad de hacer lo que quisiera en su trabajo, como humedecerse la garganta de vez en cuando, habían hecho que lo abandonara y aquella espera con aquel uniforme le recordaba los malos momentos, por tanto el tono en el que se dirigió a Jason no fue muy amigable. Aunque el chaval le caía bien no pudo evitar que pareciera lo contrario.

-Jason, ven aquí a explicarme que botón activa cada cosa de nuevo. ¿O vas a quedarte sentado a mi lado durante el viaje controlando tú estas mierdas?

Pancho le preguntó esto al chico mientras hacia aspamientos con las manos delante de la consola del camión.

Jason llevaba el pelo recogido en una coleta y, pese al chaleco antibalas, no llenaba el uniforme. Miró a sus compañeros, todos daban miedo con sus uniformes y sus pistolas, sólo esperaba poder camuflarse en el grupo y que nadie se fijara en él, ya que era evidente que alguien de sus complexión no podría dedicarse a ese oficio.

- ¡Voy! - exclamó antes de empezar a avanzar hacia el asiento del copiloto.

Le gustaba Pancho. Era un tío sencillo, en el mejor sentido de la palabra. Tenía las cosas claras, le gustaba el tequila fuerte, los coches potentes y la gente lejos. Si pensaba algo lo decía. Quizá no tuviera demasiada clase y se liara con la tecnología, pero tampoco le importaba demasiado y esa parecía la aproximación adecuada a la vida. A Jason le caía bien.

- La palanca negra abre y cierra la válvula del depósito de aceite - dijo señalando al salpicadero - Tenemos menos de 40 litros, así que no te emociones y cierra cuando creas que has soltado suficiente. Llegado el caso, si puedes abrirlo antes de tomar una curva será más efectivo. Ziuuuuuu ¡BUM! - exclamó mientras escenificaba con las manos un coche resbalando y estampándose contra un edificio.

- Este botón para los abrojos - señaló a una caja amarilla de la que salían unos cables. Estaba pegada al salpicadero con cinta americana y tenía un botón rojo cubierto con una tapa de plástico transparente - Tócalo y soltarás un montón de estos amiguitos por el suelo - dijo sacando de un bolsillo un pequeño tetraedro de metal, con los vértices largos y afilados - Deberían hacer trizas las ruedas de quien nos persiga. Esto mejor en rectas y cuando estén más o menos cerca, para que no los puedan evitar.

- Estos chismes no se venden, he tenido que hacerlos y sólo hay dos cargas - explicó - Una vez se gasten se gastaron.

- Por último - dijo - mientras todo vaya en orden tú conduce normal. Pero si la cosa se pone fea he puesto este botón en la palanca de cambios - señaló otra caja similar a la de los abrojos, asegurada a la palanca con cinta americana y bridas de plástico - Con esto deberías sacarle 100 caballos más al motor, que teniendo en cuenta lo que pesa este cacharro nos vendrán muy bien, aunque tampoco esperes maravillas.

- Cuidado no te vengas arriba - dijo levantando el dedo índice - Esto debería funcionar, pero sigue siendo un motor comercial y si te pasas igual revienta. Si ves que empieza a sonar demasiado mal toca el botón otra vez y volverás al funcionamiento normal. Más lento pero al menos seguiremos vivos - terminó encogiéndose de hombros.

- ¿Todo en orden? - preguntó mirándole mientras levantaba los pulgares de ambas manos.

Nadie respondió a su pregunta, además Pancho y Jason se pusieron otra vez con todos los cacharritos de la furgoneta. Los miró y con un movimiento de cabeza de negación se dio la vuelta bajando de la furgoneta. Necesitaba que le diera un poco el aire y estirar un poco las piernas para calmar los nervios.

Mientras daba vueltas por los alrededores de la furgoneta, pulso el intercomunicador.

— ¿Como vamos Janet?

En ese momento volvió a mirar hacia la furgoneta y se acerco a Luna diciéndole:

— Tendremos que ir nosotros a recoger el grabado. Pancho tiene que esperarnos aquí para conducir el vehículo y Jason. — Antes de continuar le echo una última mirada. — Así no puede ir a ningún sitio. 

La puja iba con retraso según informaba Janet por el intercomunicador. En silencio, Luna revisaba sus armas. Arthur proponía jugar si alguno tenía una bajara de cartas. A lo que Luna ignoró sin levantar su mirada de su nueva Colt Semiautomatica.

La puja empezaba y la chica guardó la Colt en su funda. En ese instante Pancho requirió, a su modo, la ayuda del chico. La joven sonrió divertida en silencio a espaldas del gran hombretón. Es único en modales pensó antes de darle un apretón en el hombro con complicidad a modo de que se calmara. Le agradó la forma en la que Jason “obedeció” y explicaba cada uno de los mecanismos que habían incorporado al furgón. Era admirable lo que habían trabajado juntos.

Arthur bajó del furgón visiblemente algo angustiado por la espera. Luna abrió una de las puertas laterales cuando el ex-fugitivo se dirigió a ella para ir a recoger el grabado. Asintió – De acuerdo. – se giró hasta el conductor. – Os avisamos cuando estemos de vuelta. Preparad una salida rápida.- estaba sobrado decirlo pero la india no dejaba como cabo suelto.  

Bajó y cerró la puerta lateral para a continuación ponerse la gorra negra del uniforme. –Comprueba tu identificación.- pidió a Arthur mientras se adelantó a él.

Presionó el botón del intercomunicador. –“Jay”- llamó a su jefa por la letra de su inicial - el “famoso” - refiriéndose a Arhtur aun sabiendo que le molestaba -y yo procedemos a entrar. Estaremos listos para la recogida.- evitó decir nombres para mantener el anonimato mientras avanzaba entre el personal del hotel.

Presionó el botón del intercomunicador. –“Jay”- llamó a su jefa por la letra de su inicial - el “famoso” - refiriéndose a Arhtur aun sabiendo que le molestaba -y yo procedemos a entrar. Estaremos listos para la recogida.- evitó decir nombres para mantener el anonimato mientras avanzaba entre el personal del hotel.

-Se pone interesante, Arthur -masculló, aprovechando el murmullo que había a su alrededor. Por el tono de su voz estaba claro que estaría pujando ya por la obra...

Era tan fácil como el mecanismo de un lápiz. Bastaba simplemente con levantar la tablilla con su número, el 23 de Jordan, para subir la puja anterior. Hasta un mono amaestrado podría hacerlo, sin embargo se contenía a intervalos cuando la guerra de tablillas aún estaba caliente y se alzaban con rapidez una detrás de otra, invalidando la puja anterior y aumentando su precio

'Vaya, vaya, señorita Irving', en su cabeza ese 'señorita' sonó con cierto retintín, '¿qué interés puedes tener en esa tablilla más allá de reducir la cantidad disponible en la tarjeta de crédito de tu maridito?'. Observó a los demás, tanto al rubio como al banquero y a cualquier otro que alzara su número. Parecía una pieza solicitada, pero lo que probablemente nadie allí supiera era que en su caso no contaba con límite alguno: a fin de cuentas sería su cliente quien pagara, no ella. Además a posteriori las pujas tenían -y supuso que esta no sería diferente- un sistema de validación bancaria para comprobar que se poseía el efectivo, y en caso de no tenerlo se adjudicaría al siguiente

Se animó. Alzó la tablilla cuando casi se alcanzó el millón, con suavidad y sencillez

-Si, 100 caballos más. Todo correcto. 

Había escuchado con atención a Jason, pero había demasiada palabrería, bastaba con que le dijera pinchos o aceite, al mexicano le sobraba con esa explicación, incluso había olvidado el número de cargas. Pero para eso estaban los demás. 

Pancho arrancó el motor y se dispuso a colocar el furgón en una posición propicia para salir sin maniobrar demasiado quedando lo más cerca posible de la puerta por donde habían entrado Arthur y Luna. 

-Por cierto, ¿Tienes algún tipo de arma o algún as bajo la manga si esto se tuerce? 

-Nosotros estamos en posición. Nos veréis al salir. 

La comunicación fue corta y rápida, estas cosas tan modernas no eran la debilidad de Pancho, aunque reconocía su utilidad. 

En cuanto la puja sobrepasa los 1.350.000 dólares, la Srta. Irving y el banquero se retiran de la subasta, y sólo queda un mano a mano entre el tipo rubio y tú. Ahora sí, la sala está llena de murmullos de asombro y admiración, con todas las miradas centradas en vosotros. A partir de este momento, el precio entra en una efervescente espiral en que va subiendo de manera acelerada hasta que finalmente, por 3.000.000 de dólares y con las manos en la cabeza del propio director de la subasta por tal cantidad de dinero para un grabado del que ni siquiera se conoce al autor, "El Judío Errante" es adjudicado a la Srta. Weissmann. Ahora ya no pasas desapercibida.

La subasta continúa con media docena objetos más para, después, ser acompañada por un ayudante del Sr. Morrison a arreglar los trámites del pago, un nerviosísimo muchacho de veintipocos años que aún no cree la cantidad de dinero que va a desembolsar la atractiva dama.

Cuando ya queda el pago efectuado, se acerca tu atractivo rival en el tramo final de la puja y se presenta, con un tono de exquisita educación, como Hanz Göering.

- Enhorabuena por la adquisición, Srta. Weissmann. Se lleva una pieza fabulosa. Dígame, ¿cuáles son los motivos que le han llevado a hacerse con "El Judío Errante"? Si me permite hacerle una confesión, no contaba con tener una oposición capaz de llegar a las cantidades que estaba dispuesto a ofrecer, y me voy de aquí con un cierto disgusto, ya que sólo he podido hacerme con unas piezas menores de la II Guerra Mundial.

Lo que escucháis por el comunicador os deja sin aliento: por un total de 3.000.000 dólares, "El Judío Errante" acaba de ser adquirido por la Srta. Weissmann. Chispas, consumido por la curiosidad, hace una búsqueda rápida en internet para ver cómo es el dichoso grabado. Incluso a través del comunicador se escuchan los murmullos y aplausos del resto de gente.

Os ponéis en marcha y, por suerte, habéis funcionado como un reloj engrasado. Todas las identificaciones falsas dan el pego y os encamináis a encontraros con Janet.