Partida Rol por web

Cuando el pequeño Rudi, nos indico la probable procedencia del peligro. Empuñé mivieja jabalina y me preparé para la inminente confrontación.

Repartamonos los blancos para no desaprovechar flechas...susurré a mis compañeros

Rudi, tu al primero, Ele al segundo...yo me encargaré del tercero...justo después llegaría el turno del enano...miré hacia atrás y le dediqué una mirada cómplice para comprobar que estaba preparado.

Después de que disparemos será tu turno de cargar...no temas , estaré contigo en lo que tarde en desenvainar mi lanza.

 Rudigar señaló el lugar. La torre inundada hacia dónde precisamente se dirigían. Allí, justo entre la torre y el cuerpo principal del castillo podían verse cuatro figuras intentando vadear el arroyo. Los rayos de Anar golpeaban en sus feas caras, cegándolos casi por completo.

 Eran cuatro orcos, armados con arcos, flechas y hachas. Llevaban armaduras de cuero endurecido y escudos. Parecían regresar de una larga caminata por el bosque. Seguramente pensaron que llegarían justo a tiempo de esconderse en el castillo antes del amanecer, pero fallaron por pocos minutos y se vieron sorprendidos a descubierto.

 Los dos primeros ya habían cruzado el arroyo e intentaban patéticamente sacar sus arcos y apuntar, pero los otros dos aún intentaban cruzar, pasando de piedra en piedra...

Los orcos señalados por Rudrigar podían ser el último obstáculo del día, o al menos eso esperaba. Estaba cansado, solo quería un poco de calma, relajarse y cantar algo a la luz de la luna.

El beomida dijo de repartirse los blancos, pero pensó que los primeros y sus arcos que eran un primer obstáculo, no eran un peligro tan grande como "permitir" que se unieran los dos de detrás, si caían al agua podían llegar a ser un problema menos. Respetando la petición del beomida, atacó al más atrasado, esperando un mejor resultado.

Aunque su tiro no fue lo preciso que hubiera esperado, esperó que ver la flecha de cerca bastara para ponerlo nervioso y que cayera.

Tirlindë en cuanto el hobbit señaló la dirección por la que venían los enemigos, apuntó con su arco hacia dicho lugar, y acto seguido los vio intentando vadear el río. Por ello, aprovechando su posición ventajosa a lomos de su corcel, se tomó su tiempo y apuntó a uno de los que intentaba cruzar, pues así aprovechaba que no podía protegerse con su escudo y con un poco de suerte lo derribaría...

El enano, asintiendo a su compañero se dispuso a cargar y encontrarse con los orcos. En esta ocasión estaban todos juntos y, esperaba, todo saldría bien.

Cuando vio las flechas salir a sus respectivos orcos se lanzó al ataque esperando que los engendros no pudieran reaccionar ante la iniciativa y cayeran rápidamente.

Rudigar no se lo podía creer. Esto era casi el equivalente de pillar a alguien con los calzones bajados. Versión orca, claro. Aquellos cuatro no iban a poder ir a contar nada a nadie en su vida, una vida que iba a acabar en breve. Era el final de su violenta, fea y malvada existencia, el hobbit lo remarcaba mentalmente, asintiendo para si mismo.

Apuntó con calma, controló su respiración, recordó fijarse en la brisa existente, entrecerró los ojos en suma concentración y por fin pulsó el gatillo. El virote salió disparado directa e inequívocamente hacia el primer orco arquero.

 El primero de los orcos recibió un virote de ballesta en su ojo izquierdo que le atravesó el cerebro en el acto y lo envió al abismo con sus ancestros antes de que supiera que había pasado.

 Tras el disparo del hobbit, Ragnar arrojó su jabalina. Lo hizo con acierto, pero estaban demasiado lejos, a casi treinta metros y la jabalina se desvió con el viento, cayendo a mitad de camino en el patio.

 El noldo utilizó su arco para intentar impactar contra uno de los que cruzaban el río y lo hirió, pero tan sólo fue un rasguño en un brazo. Incluso para su élfica puntería se encontraban demasiado lejos. Elendorn lo intentó con el otro, pero él si falló, golpeando su flecha en el agua.

 Elendin vigilaba las monturas que no estaban siendo utilizadas para que no se asustasen y Fjalar cargó contra los orcos, pero sus piernas eran cortas, por lo que aún no alcanzó a los enemigos, pero aprovechó para desenvainar su hacha y prepararse.

 Contra él dirigió su flecha el orco armado superviviente, pero fue en vano. Los otros dos orcos avanzaban dándo saltos entre las rocas, pero parecía que aún tardarían en conseguir cruzar. No sólo la luz les cegaba, si no que era evidente que temían el agua del riachuelo.

El silvano tomó una nueva flecha y cargó su arco, se sorprendió al ver caer al primero con tanta precisión, aquel hobbit era realmente sorprendente y letal, su arquería era menos precisa pese a su experiencia, o tal vez era su benevolencia que le hacía controlar sus tiros de forma inconsciente. Sin duda matar nunca era agradable, y quizás aquel pequeño no sentía esa presión dada su inocencia.

-¡Bien! -exclamó mentalmente el pequeño guerrero, satisfecho con su mortífero disparo.

Pero la situación estaba lejos todavía de resolverse, quedaban tres orcos vivos y con actitud violenta, aunque la luz solar jugaba en su contra.

Crecientemente disciplinado, el hobbit comenzó la recarga de su ballesta. Ya no le quedaban casi virotes, pero no así en su fiel montura, donde tenía otro carcaj esperando. A las malas podría tomar más virotes, pero eso sería sólo si el combate se alargaba.

El mago aprovechó su momento de recarga para avanzar unos cuantos metros que le permitiera acercarse a su objetivo herido, para intentar derribarlo de una vez por todas.

Mientras se desplazaba, contempló asombrado como el virote del hobbit mataba en el acto a uno de los orcos, por un momento empezó a pensar que quizás dicho artilugio era una obra maestra; pero teniendo en cuenta la pericia del hobbit en diferentes situaciones, había que admitir que su puntería era equiparable a la de los propios arqueros noldor...

Mi jabalina se perdió a medio camino, en el patio. Por fortuna, el pequeño Hobbit acertó a fulminar a uno de los arqueros.

Algo frustrado pero sin perder un instante me eché a correr tras Fjalar y desenvainé la nueva Jabalina.

  Fjalar y Ragnar avanzaron sus posiciones mientras Rudigar y Elendorn recargaban sus armas. Tirlindë hizo ambas cosas mientras Elendin se quedaba atrás.

 El orco que tenía un arco en las manos disparó sobre el enano que ya se le tiraba encima, fallando por poco. La flecha "peinó" al guerrero enano.

 De los otros dos orcos, aunque uno avanzaba poco a poco, el otro estaba ya a punto de cruzar y había embrazado escudo y hacha, dispuesto a atacar al guerrero khazad.

El enano atacó al arquero tratando de mantener su atención en él. Uno de los otros orcos estaba a punto de salir del paso y tendría, si no terminaban con él sus compañeros, que enfrentarse a dos engendros a la vez. No era algo que no hubiesen hecho antes pero, a pesar de que el sol les cegaba, el combate se podía complicar en un momento cualquiera.

Lanzó un débil ataque y se preparó para defenderse de dos atacantes.

Aquellos segundos cruciales, en los que el hobbit recargaba su mortífera arma, eran siempre muy tensos para él, pues durante esos segundos sus compañeros, sus amigos, corrían grave peligro. Iban al combate cuerpo a cuerpo porque él no había logrado acabar con todos los enemigos antes de que éstos llegaran empuñando sus armas. Claro que Rudigar diezmaba a los enemigos y les causaba graves daños, pero todavía no tenía la pericia necesaria para acabar con ellos de forma tan efectiva como el disparo previo, sólo parcialmente efecto de su habilidad.

Completamente concentrado en lo que estaba haciendo, el pequeño guerrero ni se distraía en pedir a los dioses que se apiadara de sus compañeros, su mente por completo ocupada en mover sus hábiles dedos.

La confrontación cuerpo a cuerpo están por iniciar, y de ella la necesidad de mermar a los rivales, volvió a apuntar y disparar, en esta ocasión al que mantenía el arco, el que en principio era la presa del beomida, por tal de dejar un blanco herido para sus compañeros.

Si solo uno llegaba a tomar las armas sería beneficioso para el grupo, y el combate estaba por iniciar, cuanto antes cayera cada uno de ellos, más posibilidades de victoria rápida habían.

Cuando estuve a unos 6 metros de los orcos, arroje la jabalina contra el que había empuñado su hacha y ahora se dirigía al encuentro de Fjalar.

El enano paso a mi lado como una centella, resoplando y jadeando mientras cargaba contra nuestro enemigo.

Sin dejar de avanzar me dispuse a desenvainar mi lanza. El arquero no era una prioridad en aquellos momentos, dejaría que mis compañeros se encargasen de el.

La joven montaraz contemplaba la escena calmando con dulces palabras a los caballos, pues era la única forma que tenía de que no huyesen sin control. Se preguntaban que harían con los objetos, algunos malditos; venderlos, tirarlos, usarlos... todo tenía su riesgo. 

A pesar de todo, Elendin se planteaba por qué no habían decidido irse de allí mientras esos orcos hacían lo propio en vez de entablar combate... el sol estaba ya fuera, y esas bestias huían... tal vez el grupo quisiera volver a esas ruinas más adelante y quería eliminar enemigos... fuese lo que fuese, estaban perdiendo un valioso tiempo para ir a Tharbad.

Tirlindë aprovechando que ahora estaba más cerca, disparó al enemigo que se encontraba aún cruzando. Pero quizás por la premura de su disparo o por la velocidad que traía de su anterior movimiento; disparó sin pensárselo un segundo y por consiguiente su disparo se marchó muy muy desviado...

 El orco arquero recibió la flecha de Elendorn, pero apenas le rasguñó el antebrazo. El orco que salía del arroyo recibió la jabalina de Ragnar que se le clavó firmemente en un costado, pero eso no pareció disminuir su avance en absoluto. Tirlindë también disparó pero no quedó claro contra quien, golpeando la torre inundada con su flecha.

 El arquero, tras esquivar el ataque de Fjalar, dejó caer el arco y embrazó también su escudo y su hacha. Mientras su compañero se lanzaba a por Fjalar, aunque el enano bloqueó el ataque con su escudo. El último orco ya estaba a punto de cruzar el riachuelo. Si lo lograba, se enfrentarían a tres guerreros orcos, cegados por el sol, pero equipados y dispuestos para el combate...

Necesitaba frenarlo, el tercero aun no estaba armado, pero no por ello era menos peligroso, avanzó unos metros el silvano, disparando una flecha rápida. Y si el último orco llegara al cuerpo a cuerpo, la última que estaría dispuesto a disparar. Seguramente le tocaría entrar en combate con su espada que tanto mal azar le había traído, y no le gustaba la idea, la espada de aspecto reptiliano, tampoco parecía muy fiable, pero seguir disparando sería peligroso, a menos que el orco más atrasado tropezara y no llegara al lado de sus repulsivos compañeros orcos, en cuyo caso otra flecha rápida sería posible y eficaz.