Partida Rol por web

El enano no añadió nada al plan, empapado y todavía inquieto por casi ahogarse en el río no creía que fuera necesario intervenir hasta llegar al momento idóneo.

Se colocó en un escondite esperando que el mediano les diera la información que necesitaban.

─Oh, vaya... ─fue lo único capaz de verbalizar el pequeño hobbit al encontrarse ante la "obligación" de desnudarse para cumplir con su parte del plan.

Por supuesto cabía la posibilidad de la retirada, de no hacer caso al mago y negarse a trepar por aquella fachada, pero Rudigar se sentía impelido a contribuir en todo lo que pudiera, en especial por haber llegado tarde a la realización del plan previo. De manera que, sin otra cosa dicha y sin siquiera refunfuñar o lanzar un bufido desaprobador, el guerrero de La Comarca se desnudó en el callejón más cercano con la única presencia del mago elfo y conservando la ropa hasta el último momento, de manera que el noldo no le viera más que su culito respingón.

Una vez receptor del hechizo y tras haberse familiarizado un poco con la sensación, el hobbit se dispuso a subir, no sin antes lanzar una advertencia:

─Necesitaré esa ropa más tarde, por favor, haced de custodio de ella.

Y no sólo era el frío, también estaba el tema de la talla. Si perdía aquellas ropas sólo podría ponerse ropa de niño humano mientras un sastre le fabricaba ropa más adecuada...

 El pequeño hobbit escaló hasta la ventana del piso superior.

 Una vez dentro encontró una pequeña habitación que ocupaba todo el piso, con las vigas del techo justo sobre ella. Un arcón y una cama ocupaban el centro, con el techo más alto. En una de las alas bajas, había un orinal lleno por cierto. En la otra ala, observando de cerca por la misma ventana que había usado Rudigar para entrar estaba Lorindol.

 No parecía ver a los compañeros, pero observaba la calle. Aún no se había puesto la armadura de cuero que yacía junto a su cama, pero tenía ceñida su espada corta y su arco corto estaba entre sus manos. Su carcaj junto a él, en el suelo.

 No vió a Rudigar, aunque pasó ante sus ojos. Tampoco lo escuchó arrastrarse por la habitación, lejos de su alcance. Una trampilla daba a unas escaleras de mano que podían retirarse, estaban apoyadas, no fijas. Esas escaleras bajaban hasta la oficina, llena de mapas y documentos marineros. Sin embargo, la puerta estaba cerrada con llave y esta no se veía por ningún lugar.

 Mago y herrero se fueron un momento al callejón de atrás.

 Minutos después volvió el noldo, pero lo hizo solo. Si Rudigar era invisible o sencillamente no lo acompañaba, el resto de compañeros no podían saberlo.

 Ragnar y Elendorn se ocultaron en las esquinas cercanas y oscuras. Justo bajo la ventana quedaban Elendin, Tirlindë y Fjalar.

 Los tres se miraron como esperando el siguiente paso.

El pequeño hobbit, ligero, de pies ágiles y acolchados y, por si eso fuera poco, también invisible, se coló en la casa con bastante facilidad (aunque algo de frío). Lorindol, aunque vigilante, todavía no había visto al grupo y eso les daba ventaja. Al menos mientras no cambiara la situación. Había que actuar con presteza.

Todo había ido bien hasta el momento, pero la cosa cambió al enfrentarse a la cerradura de la oficina. No disponiendo de la llave ─que probablemente llevase encima el propio Lorindol─ Rudigar pensó en forzar la cerradura con su daga... que no llevaba encima. ¡Estaba desnudo!

Rudigar debía buscar una alternativa. ¿Tal vez alguna otra puerta o ventana simplemente atrancada? Siendo una oficina, el lugar tenía que tener una o varias ventanas para disponer de luz con la que poder escribir durante el día sin gastar en velas... Las ventanas se atrancan o disponen de algún mecanismo simple más ligero para mantenerlas cerradas en caso de necesidad, pero rara vez se les ponen cerrojos...

El enano permaneció en su escondite esperando una señal del hobbit, algo que les indicará que podían entrar.

Esperaba que, con la detención del contrabandista, sus días en la ciudad fueran menos atareados y pudieran dedicarse a algo más apacible.

Dudaba, de todas formas, en que todo fuera tan fácil como podía parecer a simple vista.

No había nada que ellos pudieran hacer, esos instantes de espera y silencio solo servían para estresar a quienes probaban su paciencia...

El noldo prometió custodiar fielmente las prendas del hobbit, para acto seguido informar a sus compañeros de que ahora sólo les quedaba esperar a que el mediano abriera la puerta principal, aunque en ningún momento dijo el ardid que habían urdido para lograr semenajsnte meta...

 El hobbit se acercó con naturalidad a la cerradura, pero comprobó que no tenía ninguna herramienta a mano que le permitiese abrirla. Estaba tan desnudo como el día que nació.

 Tras percatarse del fallo, buscó otros accesos. Efectivamente, había ventanas para entrar la luz pero se asemejaban a ojos de buey, como los de los barcos. Puras claraboyas a una altura inaccesible para él. Y aunque las alcanzase subido a una silla, probablemente serían muy estrechas para salir por ellas. 

 Quizá contorsionándose un poco.

 Pero era una oficina al fin y al cabo. Allí tenía que haber material de oficina como cortaplumas o alguna cizalla con un poco de suerte. O un cincel. 

 Ragnar y Elendonr permanecían ocultos entre las sombras del callejón.

 Pero no así Tirlindë, Elendin o Fjalar. Un proyectil, una flecha, salió disparada desde algún lugar y se clavó en la hombrera de cuero de Elendin. La armadura detuvo el dardo afortunadamente sin daños, pero esto dió la voz de alarma.

 ¿Dónde está? ¿Nos disparan desde la casa? preguntó Elendin mientras guardaba el escudo y echaba mano de su propio arco compuesto.

 La joven montaraz lucía su bello arco compuesto.

 Dedicó los primeros instántes a coger una flecha y cargar el arma. También colgó su escudo a su espalda. 

  Escudriñaba el edificio de Lorindol, pero también los de alrededor.

 ¿De dónde han disparado? ¿Veis algo?

Cargando su arco revisaba el origen de aquel proyectil, con poco tino, no se esperaba aquel ataque y no supo estar preparado.

No creía que hubieran hecho tanto ruido como para alertar a alguien, pero quedaba visto que estaba equivocado. Si recibían otro ataque y no podían intervenir podría poner en problemas a sus desprotegidos compañeros. Solo podía esperar a que buscaran una cobertura que les mantuviera a salvo.

Cuando escuché a Elendin, armé mi jabalina y me dispuse a arrojarla al primer enemigo que asomase su cabeza por las ventanas de aquel almacén.

El enano buscó de donde salida el disparo y algún lugar donde parapetarse mientras descubrían desde dónde les atacaban.

¿Qué podía hacer Rudigar en una situación como aquella? ¿Qué hubiera hecho su tío-abuelo Rodericus Panzagruesa? La figura de tal familiar se había utilizado a menudo como sinónimo de un hobbit que se metía constantemente en problemas, sí, pero que también solía salir de los mismos con buen pie, algo que ahora mismo el pequeño guerrero juzgaba meritorio, a diferencia de lo que pensaba su tía-abuela, "Regañinas" Panzagruesa. Así las cosas, necesitaba salir de allí y las estrechas ventanas no parecían una buena opción, en especial si tenía en cuenta que sus compañeros estarían esperando que les abriera una puerta. Flaco favor les iba a hacer si se quedaba atorado en una ventana, o, peor todavía, si perdía la invisibilidad estando atorado en la ventana, con sus vergüenzas al aire mientras boqueaba fatigado tratando de caer al otro lado del muro. No, tenía que resolverlo de otra manera.

Tal vez hubiera algo en la habitación que pudiera servirle para abrir la puerta, aunque no fuera la llave de la misma. Tal vez un cuchillo o algún otro cubierto, un alambre, incluso algunos huesecillos largos y duros olvidados en algún rincón por mala higiene de la casa... En caso de que no encontrara nada se vería forzado a volver por donde había entrado, que al fin y al cabo, salvo imprevistos, iba a ser igual de fácil de bajar que lo que había sido de subir. Los dioses solían sonreirle con estas cosas.

La saeta rompió la tranquilidad del momento, sin duda alguna aquello no iba a ser tan fácil como con Liam, pero no iban a desistir en su tarea, a cosas peores se habían enfrentado... Así pues, colocándose espalda contra espalda junto a su amada, sacó su arco y preparó una flecha, listo para devolver el proyectil en cuanto consiguiera averiguar de donde demonios habían disparado...

 Ragnar pudo ver la figura en sombras de Lorindol en la ventana. Estaba recargando su arco corto. Parecía dispuesto a terminar con el hechicero, el enano y la montaraz allí mismo en la calle. No podía verlo con tanto detalle pero estaba casi seguro que sonreía. 

 El enano fue a buscar la pared, justo debajo de la ventana, por si era desde ahí que disparaban. Ragnar y Elendorn observaban desde sus escondites a lado y lado de la casa de enfrente, justo en los callejones. Obstinadamente, Tirlindë y Elendin seguían en medio de la calle, eso sí espalda contra espalda y con ambos arcos cargados y dispuestos.

 Sin embargo pasaron los segundos que parecíeron horas sin que se disparase un segundo proyectil, ¿que estaba pasando?

 Rudigar buscó por la oficina de manera desesperada. Al principio no encontró nada que sirviese: velas, documentos, tintero y pluma,... pero aquel marino no parecía tener nada rígido y de metal lo suficientemente pequeño.

 El pequeño guerrero respiró. No era posible. Allí tenía que haber algo útil. Cuando ya casi había desistido y se dirigía escaleras arriba observó lo que buscaba: una caña de pescar. No parecía el objeto más útil para abrir una puerta pero si la caja pequeña de madera que había al lado de la caña de pescar era lo que creía, sí sería el objeto perfecto.

 ¡Anzuelos!

 Una caja llena de anzuelos de pesca de diferentes formas y tamaños. Era casi como tener sus fieles ganzúas consigo.

 Era curioso observar que, aunque él seguía siendo invisible, los anzuelos no. Aquellos pequeños trozos de metal parecían moverse solos en el aire...

En cuanto distinguí la figura de Lorindol a traves de la ventana arrojé mi jabalina sin pensarmelo. Allí arriba!! grité señalando la posición exacta del piloto. Mis compañeros corrían un grave peligro, si sabian desde donde les atacaban, al menos tendrían una oportunidad.