Partida Rol por web

Terminas tu jornada laboral y a toda prisa sin entretenerte sales de la oficina. Rebuscas entre tu bolso las llaves de tu flamante Ford Fiesta de hace 10 años y pones rumbo a casa con la mente ocupada en que vas a hacer, pruebas y posibilidades de tus habilidades...

Llegas a tu casa y aparcas a un par de manzanas. Como siempre encontrar un sitio a estas horas es un calvario y todo el mundo se pelea por el más cercano a su puerta. No tardas en subir a tu piso, cerrar la puerta con llave por si acaso y dar un respiro... parece que es hora de pensar que puedo hacer, como y hasta donde puedo llegar...

Caramba, creo que durante el trayecto he estado a punto de tener un accidente. Dos veces. Pero no estoy muy segura, debe ser porque tenía la cabeza en otro sitio. Bueno, eso ahora ya no importa, lo primero es . . .

Entro en el minipiso como un elefante en una cristalería, arrojando el bolso sobre la mesa de la cocina (que es lo primero que se ve al entrar) y donde por cierto aún está el vaso del café con leche de esta mañana. Salí con prisa y lo dejé para fregar ahora. Me voy quitando los zapatos en el salón que es la siguiente habitación, y empiezo a desabrocharme la chaqueta. Cierro las ventanas abiertas para que se ventile todo, corro las cortinas y bajo las persianas aunque no del todo.

Intimidad conseguida, ahora sigamos. 

Termino de quitarme la ropa que queda desperdigada desde el salón al dormitorio donde me pongo a toda prisa un viejo chándal que solo uso para estar en casa. Me suelto la coleta, agito la cabeza para soltar el pelo y me quedo en medio del salón mirando a todas partes como si supiera cuál es el siguiente paso. Entonces Clío, mi gata, sale del baño para refrotarse contra mi pantalón. Es su manera de decirme hola. 

¿Y ahora qué? Cálmate nena o vas a estallar como un cohete de fuegos artificiales.

Sentándome en el suelo cruzo las piernas en posición de yoga y empiezo a respirar acompasadamente hasta conseguir serenarme. Cuando he logrado calmarme algo le hago unos mimos a Clío, le cuento mi aventura de hoy y le pongo comida y agua.

Valeeeeee, mucho mejor así. Vamos a dejar que la parte racional de esa cabecita linda tome el mando. Lo primero útiles y luego organización.

Con más tranquilidad me dirijo a la cocina. Allí al ver el vaso me quedo mirándolo y por un momento una idea me tienta pero supero ese momento delicado y simplemente aplico autodisciplina. Con normalidad forzada llevo el vaso a la fregadera (es decir, me vuelvo y ya estoy ahí mismo) y lo friego cuidadosamente. Lo pongo en el escurridor y continúo, salgo de nuevo al salón y cojo de la mesa el portátil, mi única posesión valiosa. Antes de sentarme de nuevo voy al cuarto pequeño (en teoría otro dormitorio pero si alguien sabe como meter una cama ahí tiene premio) y cojo un cuaderno de cuando iba a la facultad y un lapicero (porque bolígrafo no encuentro).

Con el portátil, el cuaderno y el lapiz me siento en el suelo y cierro los ojos. Ahora la organización.

Ante todo información, debo buscar por la red a ver que descubro sobre las mutaciones. Luego observación, sobre mi misma. Tengo que anotar lo que ha sucedido hoy y tengo que empezar a hacer pruebas pero con mucho cuidado.

Así transcurre casi una hora hasta que tras haber curioseado algo en internet y anotado mis propias observaciones me decido a empezar los experimentos. Ya tengo claro que el sujeto de experimentación tiene que ser alguien que no vaya a sufrir daño así que le toca al almohadón del sillón. Bajo la atenta mirada de Clío me pongo en pie mirando fijamente el cojín y luego empiezo a imaginar que se eleva por el aire, lentamente, hasta tocar el techo. Luego, como si levitara, lo hago descender suavemente hasta el suelo.

A este sencillo experimento siguen otros, trato de mover el cojín sin verlo. Lo pongo frente a mi, cierro los ojos y trato de visualizarlo, de localizarlo, de tocarlo, de moverlo.

Continúo haciendo pruebas sin riesgo hasta que me doy cuenta que son las 3 de la noche y que mañana aún tengo que ir a trabajar.

¡JODER! Calma nena, no puedes hacerlo todo en un día, más bien una tarde. Se que será difícil pero anota lo que has hecho y a dormir por hoy.

Cuando por fin estás en calma y comienzas a realizar pruebas parece que descubres tu verdadero poder; lo de antes no ha sido una casualidad. Logras elevar el cojín, desplazarlo y regresarlo a su posición. Al principio se te descontrola un poco y casi termina saliendo por la ventana pero salvando un cuadro descolgado no hay accidente mayor.

Clío parece divertirse sin importar que las leyes de la física se estén viendo alteradas y saltan tras el cojín en vuelo tratando con poco éxito de agarrarlo. Luego lo haces más rápido, es más costoso pero funciona igual, contenta por tus pruebas decides dar el siguiente paso... pero un fuerte dolor punzante se clava en tu cabeza haciendo que cierres los ojos y ante ti se muestre algo realmente extraño, como una visión. En ella te encuentras junto a un grupo de gente rodeando un baúl y sujetando un libro en las manos. El libro solamente lo tenéis seis personas. Puedes ver perfectamente sus rostros, aunque no con la misma claridad el del resto de gente que no sostiene el libro. De nuevo un fuerte dolor y otra imagen; esta vez os encontráis en la costa, de nuevo los mismos de antes. Todos a tu alrededor están empleando extrañas habilidades, habilidades sobre las que estabas leyendo. Una gran velocidad, una muchacha a quien reconoces como a ti misma mueve una gran roca contra alguien o algo. Es entonces cuando te percatas que todos tenéis un objetivo... esta muy borroso casi negro pero de eso emana un aura negra, un aura de destrucción...

Solo uniéndoos conservaréis el futuro... En tu mente resuenan esas palabras. Después una intensa luz te saca de tu estado regresando a tu piso, jadeante, confusa... el cojín ahora está en el suelo y Clío te mira intrigada por tu comportamiento.

...una intensa luz te saca de tu estado regresando a tu piso, jadeante, confusa...

Aspiro con fuerza aire y exhalo, casi dando un involuntario grito. 

¿Qué ha sido eso? Nunca me había pasado nada igual, era como una visión, como si . . . como si estuviera viendo el futuro pero . . . ¿qué era eso, un libro? ¿Y luego? ¿Qué era esa oscuridad?

Pero todas esas dudas quedan relegadas por un súbito pensamiento.

¡No me jodas! A ver si voy a ser vidente también. No, creo que no. Más bien parecía como si algo o alguien estuviera imponiendo esa visión en mi. Como una impronta, como si me estuvieran transmitiendo una película que podía ver y sentir. Y no estaba sola, había más . . . ¡SUS CARAS!

Reacciono tras unos minutos mirando atontada a Clío y dándole vueltas a la cabeza. Esas caras, esa gente. Podría intentar   encontrarles ahora que aún están frescos en mi memoria. Rápidamente regreso al portátil, a lo que he visto y almacenado sobre mutantes conocidos aquí, sobre extraños sucesos y similares. Quizá con suerte en algún sitio aparezca una imagen, un video de youtube o algo para localizar a alguna de esas caras.

Pongamos que es viernes: 30 de septiembre de 2011.

Son las siete de la mañana y el despertador no perdona. Te sientes mentalmente exhausta. Te acostaste muy tarde rastreando aquellas caras de la visión. Hay muchos vídeos en Youtube grabados con móviles sobre proezas mutantes, sobre todo de ese grupo español abanderado de la justicia al que pertenecen Tornado o Llamarada. (Esta última aparece desplegando su piroquinesis para reducir a unos ladrones de banco, y debajo del antifaz estuviste a punto de pensar que sí, que podía adivinarse uno de esos rostros femeninos a los que te aferras, pero… Decidiste que no.)

Manoteas para guillotinar los timbrazos y empiezas a incorporarte. Alfredo Bejar está sentado en un diván en un ángulo de la habitación, a los pies de la misma. Te está apuntando con un arma.

La sábana tenue no oculta la voluptuosidad de sus formas. Alfredo –si es que se llama así- sonríe lúbrico, a pesar de la rigidez, puesto que lleva un collarín, y tal vez un corsé ortopédico.
 

-Ni se te ocurra intentarlo de nuevo -susurra. -Te pegaré un tiro. Digo yo que al jefazo no le importará si te llevo viva o muerta. Venga, vístete. Nos vamos.

Por supuesto, no pretenderá retirarse por no verte en bragas y pasar por algo así como un caballero.

Si no le importara ya estaría muerta o como poco no pensarías en llevarme a ningún sitio.

Las palabras salen de mi boca sin que pueda controlarlas. Aún estoy dormida pero encontrar a ese tipo ahí mismo me traslada a la vigilia tan bruscamente que reacciona antes la parte analítica de mi cabeza que mi consciencia. 

¡Dios mío! ¿Y Clío?

Y parece que también la emocional está reaccionando, todas de fiesta menos la que necesito. Permanezco unos segundos apoyada en los codos, mirando con los ojos muy abiertos al hombre. Diría que la amenaza no es vana. Miro su collarín y por fin mi cabeza empieza a funcionar. Puede que él me pueda amenazar pero es un mandado. Y puedo forzar la mano o como poco intentarlo . . .

Me incorporo más en la cama, dejando que las sábanas baratas resbalen por mi torso y se amontonen arrugadas sobre mis piernas. Intento mostrar una seguridad que no poseo pero que se refuerza por la desesperación y la rabia. Este tipo se ha colado en mi casa, en mi cuarto y me amenaza. 

¿Y mi gata?

Si puedo distraerle . . . siento como el frescor de la mañana provoca la reacción de mis pezones pero no aparto la mirada de sus ojos. No muevo ni un músculo.

Clío jamás te defraudaría: es permitirse Alfredo un breve recreo en las vistas y regresar la gata, en este justo instante, como una extensión de tu voluntad, de algún tipo de expedición nocturna, relamiéndose los bigotes; da un testarazo a la puerta entreabierta y sobresalta al intruso.

-¿Qué…?

Su respingo te hace pensar que no las tiene todas consigo. Sea como sea, aquí tienes tu oportunidad.

Estoy preparada. No sé cómo ha podido suceder, así, de repente. Ni por qué. Pero desde ayer me siento liberada de una losa que me ha estado lastrando durante toda mi vida y de pronto ha desaparecido. Como si hubiera arrastrado toda mi existencia una pesada bola de presa y me la hubiera quitado.

Aún en el extraño momento en que el sopor está desapareciendo, el cuerpo apenas empieza a despertarse y la adrenalina inunda mi torrente sanguíneo albergo el íntimo convencimiento que puedo superar esta situación. Que puedo dar la vuelta a la tortilla. Hay un nuevo yo emergiendo de las profundidades. 

En el mismo momento en que su atención se ve en otras cuestiones que no son la pistola me preparo para actuar pero la aparición de Clío es providencial. Por un segundo casi me desconcentra a mi pero simplemente verla entrando me produce alivio y recupero la concentración inmediatamente. Tengo visualizada la pistola, la mano, el brazo. Concentro toda mi energía en la pistola para arrancarla de su mano pero también visualizo como retengo el dedo sobre el gatillo. No sé de armas así que no puedo hacer nada más preciso.

El golpe le pilla tan de sorpresa que el arma vuela literalmente contra la pared pero su mano y su brazo se ven golpeadas como le hubiera bateado el brazo para arrancarle la pistola. No me importa si tiene algo más roto, quería hacerme daño y me amenazaba. Pero no pretendo matarle.

Me pongo en pie y empiezo a vestirme mientras le hablo.

Eres ofensivo, zafio, grosero, desagradable y lascivo. Lo que te ha pasado te lo mereces pero si te comportas como una persona educada en adelante podremos resolver esto sin hacernos más daño.

¿Yo he dicho eso? ¿Con ese aplomo? ¡Dios mío!

Alfredo ha compuesto un rictus de dolor, se ha sujetado la diestra bajo la axila izquierda en un gesto reflejo y estado a punto de levantarse y echar a correr.

Pero se lo ha pensado. El arma ha ido a parar debajo de las cortinas, asoma como una suerte de insecto soñado por Cronenberg. Clío desapareció del susto.

-La cagué en lo más fácil–admite. –“El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”, qué gran verdad. Pero claro, son cosa inaudita, tus capacidades. Ni tu padre ni ese viejo chiflado hubiesen podido aventurarlas.

“Voy a sacar algo del bolsillo, no te inquietes. Son tus llaves de repuesto. Las que le dejaste a tu madre.

Así obrará con tu consentimiento, y las arrojará sobre la cama, para que lo compruebes.

Serán esas llaves.

Me pilla abotonando la blusa y por un momento sus palabras me dejan congelada. 

Debería haberle obligado a que se fuera, o a que se diera la vuelta. Podría llevar otra arma. O podría estar a asociado con otros delincuentes y venir a por mi en busca de venganza.

Todo eso estaba pensando así que me cuesta un poco digerir lo que acaba de decir. ¿Ha nombrado a mi padre y a mi madre? 

Le vigilo atenta mientras saca las llaves y las miro cuando caen sobre la cama. Las reconozco. Una vez más siento como mi cabeza empieza a bullir al ritmo que impone la creciente furia.

¿De qué conoces tu a mi padre? Y lo más importante ¿qué le has hecho a mi madre?

Mi madre es mujer de armas tomar, es raro que este bravucón haya podido con ella. Pero ¿y si la cogió por sorpresa? ¿Quién es el viejo chiflado? Me siento mareada como si me hubieran metido en una batidora desde que ayer llegué al parque.

-Imagino que podrías romperme cada uno de los huesos del cuerpo con ese… poder. Estás tentada de hacerlo…

Sonríe con malignidad y prosigue por su propia voluntad:

-Tu madre vive en Getafe, sé la dirección porque tu padre me la reveló. La sorprendí cuando regresaba de su turno en el aeropuerto. Está bien, si acaso un poco… drogada. En Inteligencia tenemos acceso a fármacos que te hacen cantar como un pajarillo. A tu padre se le daba bien componerlos…

“Tu padre… Qué cabrón. Un artista de la química, y un cobarde irredento. Le dije que te pondría a salvo. No le mentía del todo. El jefazo dice que poner bajo arresto a un puñado de mutantes le favorecerá en las elecciones. Figúrate, la masa está culpando a un hipotético mutante de la posibilidad de una erupción en Canarias. Así está el percal.

“Pues bien, yo haré lo que esté en mi mano para no caer con estos: Victor Lars, tu padre, ese cabrón de Miura… -Miura pertenece a un grupo de justicieros españoles, junto con Torbellino y Llamarada. -Una panda de visionarios. Y muy peligrosos. No querrías conocer a los niños de Lars. Así los llama él, sus niños. Una trouppe de fenómenos de circo, tarados y deformes, con capacidades que hielan la sangre en las venas -este remate le conlleva un temblor en los labios. Se rehace y concluye: -Claro que, pensándolo mejor, tú también eres uno de sus niños… Estás maciza y todo eso, pero… Por tu genética discurre el genio de Lars (con la connivencia de tu bendito padre, dicho sea de paso).

Los colores en mi cara deben delatar que no soy inmune a lo que oigo. El arrebato se debe a la constante mención a mi padre. No guardo muy buenos recuerdos pero le hacía lejos, perdido en un pueblecito en la sierra entre Cuenca y Teruel.

La referencia a mi madre drogada me provoca cierto dolor de cabeza y noto una pulsación en la sien derecha. Automáticamente se entrecierran mis ojos y procuro controlarme o empezará una de mis habituales migrañas. Lo malo es que ahora que sé que puedo liberar toda esa tensión podría verme tentada a descargarla sobre este cabrito pero no debo . . . no debo . . .

El labio me tiembla cuando termino de vestirme y por fin me siento capaz de articular palabra.

¿Alguien más ha venido contigo?

Demasiada información de golpe. Necesito tiempo para asimilar todo eso.

¿A dónde debías llevarme?

Alfredo niega con la cabeza. Se moja los labios y responde:

-A un lugar de la Sierra de Guadarrama. Un sanatorio abandonado. Mi intención era entregarte, como muestra de buena voluntad, para que me dejasen volver al redil. Porque el jefe se caga en la parábola esa del hijo pródigo, ¿sabes? Seguro que ha puesto en marcha su operación, pero ignora la mayor parte.

“Y es igualmente seguro que algún untado ya le ha dado el toque a Victor. Así que no te hagas la remolona, nena, y ven conmigo a ese sitio. Te ahorrarías un montón de problemas. No querrías conocer a Victor Lars.

Tuerzo la cabeza y el gesto al escuchar que aún pretende llevarme a alguna parte. Con parsimonia cojo la pistola que ha caído y busco algo que parezca un seguro. En las películas siempre se ve que tienen un seguro, no puede ser demasiado difícil encontrarlo. Eso me distrae unos segundos del tal Bejar mientras mi cabeza no dejar de dar vueltas sobre qué debo hacer.

Así que una excursión a la sierra . . . no me disgusta la idea.

-Ten cuidado con eso, Sarita –bromea. -Sería un engorro tener que cargar con tu cadáver… si te disparases con ella, quiero decir.

Alfredo se levantará con cuidado, con tu anuencia. Se dispondrá a salir, te esperará al alcance de la vista por si tienes que recoger alguna cosa.

-Tengo el Audi cerca. Esa porquería de coche que tienes nos dejaría tirados a mitad del camino –comentará.

Aun aguardará pacientemente en el vestíbulo, por ver si te decides del todo o no. Preguntará:

-¿Vamos? Casi me partes alguna falange, ¿lo sabes?

Sea como sea, se te escapará el detalle: una lengua de seda que se cuela por debajo de la puerta que da al hueco de escaleras del edificio, provisto de ascensor, cuyas luces no funcionarán y que está actualmente cuajado de telarañas.

Serán las siete y veinticinco.

Me siento completamente perdida. No tengo ánimo ni para mantener la fachada de chica dura así que más vale que tome la decisión de acompañarle o no rápidamente. 

Mientras investigo el arma, busco la manera de sacar el cargador y la bala de la recámara voy pensándolo. 

No puedo quedarme al margen y pensar que si me espera una trampa la evitaré es de ilusas. Si voy y es una trampa estoy perdida. Pero necesito información, necesito saber que está pasando y necesito saber como afecta todo esto a mi padre . . . y a mi.

Está bien, llévame de paseo.

Y a paseo con las dudas. Si es el momento de una nueva Sara tiene que salir del cascarón y ser capaz de afrontar lo desconocido sin dolores de cabeza.

Señor Bejar, siento haberle hecho daño aunque usted también me lo hizo a mi.

Prefiero corregir el trato con este desconocido que sabe mucho más que yo de donde me estoy metiendo. Le acompaño a su coche tras meter la pistola descargada en la mochila que preparo junto con ropa de abrigo, cantimplora, linterna, abrelatas, unas latas de comida, en fin, lo que suelo llevar a las excursiones y está siempre dentro.

Antes de salir lleno el plato de Clío con agua y comida, le hago unos rápidos mimos y me despido:

Cuídate mi diosa y si ves que no vuelvo llama a mamá para que envíe el rescate.