Partida Rol por web

La puerta a la habitación personal de Setrakian estaba cerrada. Bastó un par de golpes en el metal macizo para llamar en su interior. Él no tarda en abrir, sin parecer sorprendido por la visita que recibe. Su aspecto es el de un cuerpo frágil, que se apoya en aquel bastón para ayudarse a caminar. La realidad es que nada es lo que parece.

-Pasad, por favor- les invitó al interior y pudieron ver su austera estancia, aunque privada. Llena de libros por todas partes. -Sabía que acabarías preguntándoos ciertas cosas, acomodaos donde podáis.

Llamaron a la puerta de la habitación y tras ella no tardó en aparecer Liv. La doctora seguramente estaba más que intrigada con su nueva condición. Sonríe a todos los presentes, casi de manera tímida, como si fuera la primera vez que los veía. En cierto modo así era.

-Hola… Buenas noches. No quiero importunar, ni molestar, ni nada…- comenzó a hablar atropelladamente. Como si aquel discurso lo hubiera ensayado y tratar de expulsarlo fuera de sí antes de que se le olvidara algo. –Me preguntaba si os importaría pasar por el laboratorio para obtener una muestra de sangre. Veréis, tuvimos hace no tanto un vampiro… Pero no tenía nada que ver con vosotros. Os contaré más si Setrakian me deja, pero el caso que me gustaría estudiar vuestra sangre en el laboratorio- sonrió tras acabar su proposición, mirando a los presentes.

¿Quién sería realmente el que había devorado a Heikki? ¿Damon o lo que tenía dentro? Ahora decía que tenía tres dentro. Tobías no dudaba de ello. Sentía lástima por Heiki. 

—De acuerdo en no avivar una guerra —quizá Syria era la única que mantenía la cordura— y sí, creo que en cuanto vuelva a anochecer (ya no tenía sentido usar "mañana") tendremos nuevos compañeros. Hay mucha gente en esta instalación. 

Ya da igual todo. Íbamos a acabar con el Maestro, —con nuestro hermano descarriado—. ¡No, con el Maestro! Y ahora esos imbéciles se desviarán del objetivo en post de sus locuras y caprichos. 

Entro Liv. A mi también me interesaba lo de la sangre de vampiro. —Sí, yo voy, no se me ha olvidado como usar el instrumental. 

A fin de cuentas, me dedicaba a ello. Una vez. 

Se quedó pensativa, dándole vueltas a lo último que había dicho Tobias, hasta la llamada a la puerta la saca de su hilo mental.  No espera que fuera aquella mujer. La había visto antes del viaje, pero habían pasado desde entonces tantas cosas que parecían haber pasado siglos. 

¿Habían tenido otro vampiro? Eso si lo quería saber, quizá el viejo no nos había todo lo que debía.

- ¿Ahora? - en referencia a lo de ir al laboratorio para extraernos sangre. 

Cuando despertó, se sintió extraño, ajeno, diferente. No comprendía realmente que acababa de pasar, y los recuerdos de la noche le fueron llegando como flashes. Al principio solo eso, pero entonces sobrevinieron eventos del pasado que él no había vivido jamás, que el ukraniano no había experimentado y, ahora, los sentía extrañamente como suyos. 

Se levantó con lentitud, pero sin imaginarselo comenzó a percibir cambios. Lo primero que se dio cuenta es que percibió mejor su alrededor, era capaz de ver los restos de lo que hace poco era un ser humano y los miró con cierta fascinación y sorpresa. Identifico pedazos de un fémur, logró distinguir el occipital del parietal de su cráneo, y se divirtió viendo su colón y adivinó que tenía una infección a juzgar por la inflamación que presentaba. Svass no era médico y ahora, parecía saber como el que más. Sin duda no iba a vomitar por ver semejante desaguisado, los había visto a cientos a lo largo de su vida como militar, y la gran mayoría de las veces, era el propio Svass quien lo provocaba.

Sin duda algo maravilloso había ocurrido, e intentaba figurarse que diantres sucedió hasta que recordó las palabras con los recién llegados. La deducción era lógica, aplastante y tan insultantemente fácil que Svass se dio con la palma de su mano en su frente - ahora somos vampiros - dijo sin más, girando su rostro hacía shadow, aceptando su nueva realidad sin temor alguno, esa sensación de poderío le estaba gustando demasiado. 

Siguió caminando junto a Collins y de repente le hizo gracia recordar que cuando llegaron por primera vez al búnker también lo hicieron juntos, como si el destino tuviese una forma retorcida de advertirles de lo que iba a suceder después. Esa idea colgó una sonrisa en la comisura de sus labios, que duró hasta que la puerta de Setrakian se abrió. 

—Gracias. 

Pasó al interior y sus ojos ya estaban moviéndose rápidos, registrando el lugar. Cerró la puerta cuando Collins pasó y se quedó cerca de ella, de pie. Sus pupilas buscaron al anciano y se dilataron un tanto. Suponía que Collins querría hablar de los dormitorios o de la seguridad. Pero ella quería volver a ver el brillo del viejo. 

—No eres como ellos —aseguró—. Tampoco como nosotros. Eres algo fascinante. 

Patricia apreciaba la ironía. Le parecía curioso que un sitio como este, que se habían convertido en los oídos de todos durante años en un sinónimo de muerte, ahora fuera el único sitio seguro que conocía. Y seguro que no era la única que lo pensaba. Era lógico, al fin y al cabo, teniendo en cuenta que precisamente por eso se habían escondido allí.

Dar con La Resistance y llegar allí había sido... Complicado. Pero si algo se le había pegado de su padre era la capacidad de echarle narices cuando las cosas se ponían feas. Se había hundido una vez, tras lo de Rick, y había aprendido la lección.

Al oír os rumores decidió dirigirse adonde se suponía que estaba el grupo de expedición. Y no porque no hubiera mucho más que hacer allí, sino porque cualquier novedad iba a ser bienvenida.

Collins se había mantenido en silencio los últimos instantes antes de llegar hasta la puerta. Llamó a la puerta, y entró tras la invitación del anciano.

Cuando fue a abrir la boca, Danica le interrumpió lanzando su pregunta. Soltó una risilla con un ligero tono incómodo.

Bueno, yo no iba a ser tan directo, pero desde luego iba a acabar lanzando esa pregunta. No sé el resto de nuestros compañeros, pero nosotros hemos visto algo… en ti. No eres como “ellos”, los humanos corrientes, pues tu aura es diferente a la suya, pero también diferente a la nuestra. Mientras nosotros estamos apagados, tú brillas. – Guardó silencio, dejando la pregunta en el aire – Mis compañeros parecen pensar que vas a traicionarnos, si no lo hiciste ya mandándonos a Lesbos sabiendo que sería nuestra muerte. Yo estoy dispuesto a confiar en ti, pero para eso deberíamos comenzar a… compartir algunos secretos. Creo que lo merecemos.

Quienes conocían a Konstantin, solían decir que era o bien un genio o estaba irremediablemente loco. En muchas ocasiones, decían ambas cosas al mismo tiempo. En un mundo diferente, sus credenciales y su larga trayectoria como historiador habrían significado algo más allá de los confines de lo que quedaba de Ucrania, habría gozado de algún prestigio en conferencias internacionales y su nombre sería mencionado con admiración entre los exclusivos círculos académicos en los que hacía parte. Pero era sólo otra potencial bolsa de sangre. Una de las que hacía parte de la resistencia.

Allí, su robusta figura, su cabello desordenado, su barba enmarañada y descolorida, su olor a cigarro y a café, se perdía entre la preocupación y la mierda que apestaba los túneles. Caminaba susurrando por lo bajo pasajes de alguno de sus libros que había logrado traer consigo en aquel traslado, haciendo flexiones mentales y distrayéndose de lo sobrecogedor y deprimente de aquel sitio. El, mejor que nadie, sabía los riesgos de la exposición a aquel lugar irradiado, y mientras cada cierto tiempo farfullaba de forma molesta, no parecía quejarse activamente o en voz alta.

La llegada del grupo de expedición y los rumores de lo que habían traído excitaron la curiosidad de Konstantin. Caminaba hacia el punto de encuentro, mientras cruzaba miradas y asentía sin sonreír, como cualquier eslavo propio de estas regiones, para quienes la llegada de los Strigoi sólo había hecho desaparecer la necesidad de sonreír del todo, en un mundo que se había ido al carajo sin más. Se movía pesadamente, como balanceando su cuerpo con cada paso, dándole el aspecto de un enorme pingüino canoso y antaño pelirrojo, que graznaba a su manera ininteligibles frases.

Setrakian cerró la puerta cuando ambos hermanos pasaron, puede que él no los viera como los mellizos que eran, o puede que sí. Igualmente fueron bien recibidos en sus estancias privadas.

-Soy más como ellos que vosotros, yo soy humano pero soy algo más. Los años y el estudio me han permitido aprender cosas, no lo suficiente como para salvar a la humanidad, ni para evitar lo que estaba por ocurrir- dijo con cierto pesar y fue a sentarse con aspecto cansado a su pequeño escritorio lleno de libros y papeles.

Miró a ambos confuso cuando hablaron de traicionar.

-¿Traición? ¿En qué sentido? Yo no sabía que había en Lesbos, desde luego no esperaba esto- señaló a Collins y a Danica. –Cuando partisteis a Lesbos, la doctora y yo fuimos a Turquía, siguiendo otro rastro. No solo en Lesbos había rumores de vampiros, en las catacumbas de Turquía también. Ahí encontramos a uno y conseguimos enlazar su destino a un humano. Eso es lo que esperaba que encontrarais, un vampiro. Nunca desee que volvierais convertidos como uno, mucho menos como lo que parece que sois… Porque no sois cualquiera, esas estatuas implica que sois los Primeros.

Aún no habían asumido lo que eran del todo, incluso había un cadáver en el suelo que indicaba que las cosas no eran como antes. A partir de ese momento nunca lo serían. Algo los sobresaltó, dos de las estatuas se movieron de nuevo, levantándose de sus tronos.

En ese momento pasaron por la puerta de aquella estancia Patricia y Konstantin. Acababan de llegar y sabían poco sobre lo que había ocurrido las últimas semanas. Sin duda pudieron ver como en esa sala donde se suponían guardar unas estatuas sentadas en tronos de piedra, dos de ellas se habían levantado y otras dos habían desaparecido, quedando solo una sentada aún.

Lo siguiente que llamó su atención fue los restos del cuerpo que en algún momento fue uno de sus compañeros de la Resistance. El cadáver de uno de los suyos se encontraba ahí, fresco y reciente, pero además dos de sus compañeros tenían sus ropas y cuerpo cubierto con la sangre del compañero caído. Parecía que Svass y Shadow, presos de alguna enajenación transitoria lo habían devorado.

Y no hubo tiempo a mucho más, porque en un movimiento tan rápido que les pareció un flash, las estatuas levantadas se acercaron a los recién llegados.

Aquello era como una película de egipcios, donde los faraones muertos se levantaban como momias de sus tronos para castigar a los impuros. Ambos sintieron placer al notar como esos dientes atravesaban su piel, uno que no habrían sentido en sus vidas. El éxtasis se vio superpuesto con las imágenes, visiones y sensaciones que inundaban su cabeza. Aquellos seres eran mucho más antiguos que la edad media, databan de varios siglos antes de cristo y así es como se lo hicieron saber a los nuevos elegidos.

Aquellos seres estaban bebiendo de ellos al tiempo que nublaban su mente con el pasado que ellos habían vivido. Poco a poco notaron como perdían la fuerza de su cuerpo, dejando sujetarse por aquellos brazos férreos que les agarraban. Pronto su corazón lucho arrítmicamente para suplir la hipovolemia que estaban sufriendo sus organismos. La vida se escurría de sus cuerpos, poco a poco. Tanto que apenas notaron que perdían la inconsciencia y que todo se tornaba negro.

Las estatuas se desmateliarizaron, cambiaron su estado a sangre en una forma casi imposible. Aquello no podía explicarse de ninguna manera racional. Lo siguiente que ocurrió es que esa sangre penetró en los cuerpos de los dos nuevos. Fue absorbida como si aquel fuera su recipiente original, como si estuvieran destinados a ello. 

Ambos supieron que no era esa la sensación que habían sentido cuando las estatuas les tomaron a ellos, sin embargo no era lo mismo verlo que sentirlo. Conforme toda la sangre que antes eran las estatuas fue absorbida por sus nuevos cuerpos, estos se pusieron de inmediato a devorar los restos del militar caído. Estaban hambrientos tras el letargo. Ahora solo quedaba una estatua.

Y pronto fueron cuatro, cubiertos de sangre ajena y sintiendo que eran ellos pero al mismo tiempo eran algo más. Alguien más.

La doctora asintió un par de veces a lo de ahora, prefería tener tiempo para examinar su sangre, así si tenían que marcharse ella tendría tiempo para analizar con calma las muestras. Guio a todos los que quisieron hacia su pequeño laboratorio. Ahí solo había estado Tobías, para el resto era un sitio extraño que desconocían.

-Sentaos, os haré unas extracciones de sangre, no mucha, no os preocupéis- dijo sacando el instrumental necesario para tomarles muestras a todos. -¿Puedo coger algo de pelo y eso? Y una prueba de sangrado si alguno de vosotros se presta…- les miro con cierta esperanza para que les dejara hacer algún análisis complementario que otro. -Contadme también un poco cómo os sentís, me ayudaría mucho en mis estudios.

Siria no se sienta de primeras. Observa con curiosidad aquel pequeño lugar donde pisaba por primera vez. La parte mortal que un seguía viva en ella, se sentía atraída por todos esos cachivaches. Le gustaban las ciencias y, aunque no una profesional como la propia chica o Tobías, le gustaban ese tipo de salseos. Aquel contacto le removió un poco, pero luego volvió a la realidad.

Es entonces cuando se sienta y se centra en aquella chica. Tenía su aquel. Siria no había dejado de ser lesbiana, eso desde luego, aunque otras cosas dominaran ahora sus adentros.

- Coge lo que gustes, no creo que sea problema. - le acaba diciendo - Y eso del sangrado puede ser divertido... - añade con despreocupación, pues ella misma tenia cierta intriga sobre la nueva fisiología que habían tomado sus cuerpos.

La pregunta de cómo se sentían, podía ser tomada con diferentes matices.

- ¿Mentalmente o físicamente? Físicamente bien, jodidamente bien... - sonríe satisfecha - Mentalmente es complicado, aunque sobre todas las cosas me siento poderosa. Un poder tangible, no metafórico. - responde, en un intento de explicación.

Acudimos a la clínica, donde Olivia quiere hacernos todo tipo de pruebas. Yo si me senté y remangué ambos brazos. Allí no había nada que pudiera hacernos daño. 

—Adelante, no te cortes, nosotros somos los primeros interesados en saber cómo hemos cambiado. Empieza con Syria y yo me haré las pruebas personalmente. 

Syria le explica cómo nos sentimos. Es muy sincera y tiene razón. Por mi parte me encogí de hombros. Tomé instrumental y comencé las extracciones y las pruebas en mi propio brazo. 

—Es muy raro, nuestro corazón no late salvo que nos concentremos en ello. Me encuentro no respirando a veces... pero puede estar así horas. Pero no nos sentimos mal por ello... 

Bueno, nosotros no, quizá los otros hayan enloquecido con lo que tienen en la cabeza. 

—Fuimos el problema y somos la solución —resumió la exploradora tras escuchar al anciano. Sus ojos seguían brillando mientras lo contemplaba—. Pero sabiendo lo que somos, sabiendo que las estatuas que trajimos con nosotros están vivas y buscando un recipiente... Aún así habéis dejado a vuestros hombres solos con ellas. No ha sido inconsciente —señaló, sin dudar—. Sabes lo que haces y lo que puedes conseguir si ellos resultan ser dignos. Quieres la herramienta definitiva, ¿pero realmente crees que estás preparado para mantenerla bajo control?

Tras esas palabras miró a Collins y asintió ligeramente con la cabeza, cediéndole a él la voz cantante en aquella conversación. Ella volvió a quedarse en silencio y su mirada regresó a Setrakian, a la espera de su respuesta. 

Era maravilloso. El éxtasis fluyó por su cuerpo, pero incluso a su edad y con el cansancio de la edad madura, no era la oleada de placer la que lo embelesaba, sino las visiones de tiempos y lugares diferentes. Su mente recibió una sobrecarga, como si décadas, siglos de visiones y recuerdos que no le pertenecían se vertiesen sobre él, llenando sus sentidos de sensaciones muertas que habían ocurrido en lo que serían centenares de vidas pasadas. Saboreó cada momento, realizando el sueño de cualquier historiador, sintiendo la orgásmica satisfacción de tener consigo la oportunidad de ver hacia el pasado a través de los poderes misteriosos que ahora mismo extinguían su vida.

Konstantin habría felizmente fallecido en ese instante, habría abandonado aquel mundo de miseria y horror con una última visión de los siglos perdidos. Habría dejado un cadáver sonriente y todos sus arrepentimientos en aquel asqueroso rincón irradiado de las profundidades de la tierra bajo su natal Ucrania. Pero su destino no era ese, y aunque en aquellos instantes se había felizmente resignado a abandonar la vida y caminar hacia lo que hubiese más allá, de haber algo, pronto se descubrió que su inconsciencia no provenía de la muerte. Y a medida que su cerebro comenzó a funcionar, se descubrió aún en aquel valle de lágrimas que llamaba hogar.

Sus músculos respondieron lentamente, a través de espasmos. Ese olor a óxido lo inundaba todo, y fue increíblemente consciente de sus sentidos, de sus músculos, de sus huesos, de cada sensación a su alrededor. En su cabeza se agolpaban extrañas ideas, cientos, miles de conceptos se regeneraban y morían a gran velocidad, todos con implicando una sed... una sed de justicia. No entendía aquellos pensamientos alienígenas, no sabía dónde estaba o lo que le había ocurrido.

-¿Do... dónde estoy?- preguntó en voz baja. Su voz le parecía extraña, ajena, poco familiar. Su duda nació como un impulso, distante, ajeno, al que no pudo resistirse. Sabía dónde estaba, y al mismo tiempo, no estaba seguro.

Parpadeé. Miré alrededor. No estaba confuso, porque la confusión era un estado demasiado humano. Estaba... Tranquilo.

Patricia siempre había sido una mujer resoluta. Incluso cuando había caído en la decadencia, lo había hecho con fuerza. Bien por ella. Ahora su rostro reflejaba más bien una calma casi absoluta, como si nada de lo que estaba sucediendo fuese un verdadero contratiempo. Cambié mi postura, apoyando de forma un poco lánguida el peso en sólo una pierna mientras cruzaba un brazo por delante de mis costillas. No necesité mirarme de arriba a abajo para saber que estaba hecho una mierda.

Los ecos del placer que ese cuerpo había sentido segundos atrás aún estaban presentes. Era una de esas cosas que echaba de menos, pero con esos últimos latigazos de gozo ya tenía suficiente para un buen tiempo. Al ver la confusión de mi compañero una sonrisa de suficiencia brotó en mi cara.

—Eres uno de los hombres más feos que he visto en mi vida.