Partida Rol por web

Yago se acerca a la mesa con una jarra de vino, sirve a Payo y a Juan, poniendo cara de asco al servir a este último (que el hedor que desprendía era cosa de aúpa) y también al ver la cucaracha aplastada en la mesa. Con un trapo bastante sucio limpia los restos del bicho. Se lleva la jarra vacía que había en la mesa y os deja la que portaba.

A la taberna entra un grupo de cinco estudiantes con ganas de broma y de beber, os saludan y se acomodan en una mesa mientras piden un par de jarras de vino y empiezan a cantar una canción picantona. Los dos hombres de la otra mesa siguen jugando y bebiendo ajenos a lo que pasa en la taberna.

Ramiro saluda a los estudiantes y vuelve a conversar con vosotros.

- Me alegro que lo veas tan claro Payo. Me parece buena idea eso de interrogar primero a Martín. Debo decir en su defensa que es persona sin seso, y poco uso le iba a dar al libro, pues no sabe leer ni escribir. - Rellena su vaso, da un pequeño sorbo y continúa.- Lo que dice Ruí tampoco me parece cosa baladí, pues si interrogáis a los dos al tiempo evitaréis que uno de ellos se de a la fuga. O si los interrogáis por separado, tendréis vigilado al otro para que no escape. Mas estas cosas os las dejo a vosotros.- Mira extrañado a Tolomeo cuando habla de la fulana, y responde a Juan- Tres días ha que le dí los libros a Martín – Luego, se queda escuchando el razonamiento de Jonah y asiente- Martín no es persona de mucho pensar, y bien pudiera ser que cogiera los libros sin mirarlos y los llevara a Cándido sin más. Aunque sí podría haberse dado cuenta de que faltaba un libro al traerlos de vuelta, no sé, la verdad es que estoy perdido.- Acaba el vaso y se frota las sienes con la mirada fija en la mesa, fruncido el ceño. Al cabo de un rato suspira, se rehace y continua hablando para Tolomeo – No, no llevan la cuenta. Cada cuál sabe lo que manda y lo que le entregan- Vuelve a rellenar el vaso y se lo bebe de un trago. Los ojos se le cierran y empieza a cabecear, parece que el vinacho le ha hecho efecto.

Bueno Ramiro, vámonos. -y Liat cargó al bachiller en un hombro para llevarlo a sus aposentos.  Vamos, vamos, tu puedes caminar bien, algo bien, pero bien.  Vamos.

Señores, ¿alguno quiere acompañarme a estas horas a asomarme a la encuadernadora para ver si está ahí?  ¿O quieren esperar a mañana para que las pestañas no se les estén cerrando?

Payo asiente.

-Quizá alguien con más luces que él y sabiendo de qué libro se trataba le ofreció buen dinero por escamotearlo, convenciéndole de que nadie se daría cuenta. Y lo cierto es que posiblemente fuese así, si no llegasen a dar con un bibliotecario tan diligente como vos.

Payo cogió la copa y la levantó en señal de agradecimiento, apuntando a su amigo.

-En cualquier caso, el siguiente paso sería ver a Cándido. Pero Cándido no ha de ser un botarate como el Martín. Y siendo así, habrá que ir con más prudencia. No sería oportuno que se supiese que ha desaparecido el libro hasta dar con el culpable.

Estoy con Payo, puede que alguien le pagara para escamotearlo. Bebo del vino que me acaban de servir. Así que es posible que haya terceras personas, incluso puede ser que lo robaran por el camino sin que se diera cuenta Martín o incluso estando el libro en la encuadernadora. Pero bueno esto ya es divagar, lo mejor es empezar por algún sitio a tirar del hilo.

Miro a Tolomeo. Yo pienso que cuanto antes empecemos mejor, si gustáis podría ir con vos Tolomeo.

El hermano Tolomeo empezó a cantar una canción que se andaban inventando entre todos los estudiantes:

Níiiger, modddo niger... 

mientras pronunciaba las notas con su melodiosa, aunque un poquillo aguda, voz, ensayando como que sería bueno decir después, cargo bajo a un hombro al bachiller, y aunque Don Francisco olía a falta de baño desde hace un año, aceptó su ayuda.  Bien, llevemos a este hombre a que descanse a sus apostados aposentos de casi-licenciado.  De ahí, mi señor Don JuanFrancisco, médico retirado de la profesión, nos iremos a dar una asomadita al lugar probable del hurto.  

Les tendremos noticias amigos, mañana por la mañana.  ¿Donde partirán el pan?  Que podemos pasar por un poco al mercado y llevároslo antes de que los oratorios reclamen vuestra presencia.  Y a mi, dejar listo el puesto de telas en el mercado.

Rui hizo un gesto de saludo con la cabeza y aferróse al laúd cual un muslo de buena tornura.

-Ay, que pintan piques -el hombre sonrió ante los que se afanaban en musicar-. A ver si van a ligar un par de acordes buenos y voy a tener que acompañarlos, que para esto de los ritmos, uno nunca debe tener la cabeza en su sitio, más bien lo contrario.

Tras un par de notas perezosas, un ojo perdido en la moza que pasó al lado con viandas y un carraspeo, Rui se encogió de hombros.

-Yo al carretero tentaba primo, que ya dije, éstos son más avisados que los que afanan en talleres. Si vamos a hacer dos grupos, a mí en el del carro, ni dudarlo. Y cuando queráis, que éstos habían empezado bien, pero desafinan ya, y es pronto. Me quito de mengas haciendo coros para aprendices.

Tengo yo ganas de ir a ver a Cándido y su lugar de trabajo, pero en sabiendo que ya van dos... -miré al ladrón Rui, un tipo como yo-, iré con vos -le dije-. No es bueno que atoremos la entrada de los sitios en yendo tanta gente, que cuanta menos... mejor -dije con cierta sonrisilla, pensando en poder latrocinar algo...-. Adelante, vos primero.

-Pues no se hable más-dice Payo bajándose de una lo que restaba en su copa de vino-nos dividimos. Unos le vamos al Martín y otros le iréis al Cándido. Y luego quedamos aquí mismo para intercambiar impresiones. 

El levantarse de la mesa fue árdua tarea. Payo ya no llevaba la cuenta de los justillos de vino que llevaban, pero empezaban a ser más de los recomendables, aunque menos de los necesarios. Lo cierto es que un poco de vino desataba la lengua y el ingenio, pero bien le vendría el paseo y airearse un poco si quería que la cabeza fuera en consonancia, lo cual era más que recomendable en asuntos tan sutiles como el que les ocuparía.

Dejando ya al bachiller en sus aposentos, reposando rico gracias al vino, Liat se dirige con el mendigo hacia el lugar de encuadernación.  ¿Que tan sigiloso se puede mover usted Don Juan Francisco? 

Pues si le digo la verdad Tolomeo, no está dentro de mis virtudes eso del sigilo, el señor no me bendijo con ese don. Me hecho la mano a la barbilla y me la arrasco pensativo ¿Por qué lo preguntas? ¿Qué se te ha ocurrido hacer?

Pues a estas horas, ¿habrá alguien en la encuadernadora?   Si no lo hubiera, me gustaría entrar como gato y revisar lo que hay, o no hay.  El sigilo fuese necesario en esa circunstancia, ¿no cree?  Para no atraer problemas. 

En todo caso, si los hubiera, inventaría algún pretexto.   Que para eso soy buena. 

Entiendo, podría quedarme fuera en la puerta y si viniese alguien dar un par de toques para avisarte y si se fuera ese alguien dar tres toques. ¿Te parece o se te ocurre algo mejor?

La noche salmantina despertaba. Las calles estaban llenas de estudiantes en busca de buenos sitios donde zascandilear, beber y darse a otros vicios. Algunos lugareños se sumaban a la algarabía general confiando en recibir su cuota de diversión. Las fulanas se amontonaban en las calles y las mancebías, a la espera de buenos mozos, o no tan buenos, que se dejasen los dineros en pasar un buen rato.

Vosotros volvíais a la Universidad cargando a Ramiro que llevaba una cogorza de aúpa. Si por él fuera, en ese mismo momento cargaría contra el rector de la Universidad y toda su plana mayor. Dios sabe de qué cosas los acusaba el bachiller borracho. También se llevaban su parte Cándido y Martín, y si no se dormía pronto, vosotros mismos.

Cuando lo acostasteis os dividisteis en dos grupos, uno que iba al taller de Cándido y el otro a la conserjería a ver a Martín.

Cuando llegáis al taller de Cándido, os sorprende ver luz en él y escuchar ruido dentro. Al asomaros, veis a un hombre de aspecto bonachón que está cepillando una mesa.- ¿Puedo ayudarvos en algo? -os pregunta sin volver la mirada y siguiendo con su trabajo.

Cuando llegáis a la conserjería, os la encontráis cerrada. A través de la puerta se escuchan unos sonoros ronquidos.

¿Es usted Cándido?  Mi nombre es Borromeo.  Soy estudiante del primer año.  Si, ya ve, ahora con exámenes.   Quería, quería venir aquí porque... me da pena, pero hay un examen mañana que me harán para el Trivium, y si no, no hay más libros y no he repasado.  La cosa es que dejé mis notas en medio de un libro que estaba desgajado y pues que lo vengo a buscar.  Sus ojos se le veían suplicantes.  ¿Podría hacerme el gigantesco favor de dejarme rebuscar entre los libros que tiene para encuadernación para ver si lo reconozco, y veo las hojas?  Se lo han de haber traído aquí hace unos días, pocos días, según mi cálculo.

Por favor, me salvaría la vida.  Y la honra, que no es menos. 

Payo decidió no intervenir en la conversación. El ardid de su compañero le parecía convincente por lo que bien merecía aguardar como resultaba. Dedicose pues a repasar con la mirada los volúmenes almacenados en estanterías y mesas del taller, por si viese alguno que pudiese reconocer como el mítico "Ciprianillo".