Partida Rol por web

A primera hora de la mañana, dejáis Londres en un tren rumbo a Dover. El profesor Smith ha venido a despedirse de vosotros (Beddows le acompaña y os trae bocadillos para el viaje). Os deja el fez rojo en su vieja caja de sombreros y os desea suerte. Os recuerda que el conde Von Hofler subirá al Orient Express en Viena. Que tengáis cuidado con Hieronimus Menkaph y su banda de sicarios. Sus recomendaciones dejan un aire de amenaza planeando sobre vuestras cabezas. 

Con todo, no deja de ser una experiencia unica el unirse al famoso Orient Express. Al subir al ferry de Dover estáis de mejor humor, al llegar a Caláis sois casi un grupo de turistas. Polat es el más contento, pues a fin de cuentas tiene a su familia a dos pasos de Estambul, y vuelve a casa.

Después de despedirnos de Smith y Beddows me dispongo a entrar en el tren en compañía del resto del grupo. Avanzo por el pasillo del vagón observando los números de los distintos departamentos hasta localizar los nuestros.

- ¿Alguien tiene preferencias para elegir sus compañeros? - pregunté mirando de soslayo a Amelia...

(Continuación).

Las aguas del Canal de la Mancha están tranquilas hoy, y llegáis a Caláis sin incidentes y a la hora en punto (sobre las 14 h). Luego hay que recoger el equipaje y coger otro tren a Paris. No tenéis tiempo a visitar la capital francesa, pues aún os falta un tercer tren hasta Chalons-Sur-Marnes. Dejáis pues la Ciudad de la Luz, os esperan las sombras... En más de un sentido, pues ya es de noche cuando llegáis a la andana donde espera el convoy del Orient Express.

El personal de CIWL, muy atento, lleva vuestros equipajes hasta las cabinas y os ayuda en todo. El conduteur* que os toca parece amable:

- Buenas tardes, damas y caballeros, bienvenidos al Orient Express. Henri está aquí, y les atenderé en cuanto necesiten.- Se fija en vuestras caras y reconoce una.

- Freiherr Von Hartzman, encantados de tenerle con nosotros de nuevo. - dice en perfecto alemán**.

- Das vergnüge ist meins, Henri - respondo complacido al saludo del empleado del tren.

Ataviada con un cómodo vestido de viaje y con los ojos pegados a las páginas de la Bradshaws Continental Railway Guide, es evidente que a Amelia le encanta viajar. Además parece tener sobrada experiencia en ello, viendo cómo esquiva a los numerosos pasajeros sin apartarse de sus acompañantes.

Cuando el barón les habla cierra un momento la guía, manteniendo un dedo en la página que estaba leyendo: se ha dado cuenta de la mirada de soslayo pero prefiere fingir que no lo ha hecho. Al llegar el conduteur dirige una sonrisa amable al hombre, ligeramente aliviada de que conozca a alguno de sus acompañantes.

-Caballeros, dejaré que ustedes se agrupen como deseen.- Comenta con una risa ligera.- Yo disfrutaré de la ventaja de no tener que compartir mi espacio…

Polat miraba todo como el que ha tenido que hacer el mismo viaje por otros medios mucho más... baratos, y ahora comprueba lo que es el lujo. No es fácil hacerse a la idea de que un viaje que normalmente duraría tanto tiempo puede hacerse de verdad en tan poco... Hasta que la realidad comienza a desplegarse delante de tus ojos asombrados.

—En efecto, la señorita Meadowcroft disfrutará de su propia compañía, como no podía ser de otra manera. —El alemán, con su moral en exceso liberal le había llenado de rubor, tanto que parecía tan rojo como el fez que, valientemente, se había atrevido a adquirir y llevar con orgullo patrio.

—Ya se que algunos de ustedes conocen de antes mi amado país, pero sepan que ahora me sentiré personalmente orgulloso de darles la bienvenida, y procuraré servirles de la mejor manera posible como el más afortunado de los anfitriones.

Luchaba contra el incombustible rubor ora mirándose la punta de los zapatos, ora mirando las nubes viajeras en el ventoso firmamento.

Son las 22.30 h cuando el tren sale de la estación. Habéis tenido un duro día de viaje. Algunos queréis iros a la cama ya. Otros quizá preferís ir al salón del ten a tomar algo.

Si bien se ha hecho tarde y debería estar agotada la joven no puede dormir, así que decide ir durante un rato al salón para poder tomar una bebida caliente mientras sigue ojeando la Guía de viaje...

Aunque la noche ha caído hace ya unas horas, aún no tengo sueño suficiente como para irme a dormir, por lo que opto por ir al vagón salón para tomar un té.

- Creo que me voy a tomar un té. Sería un placer que me acompañara, Amelia - digo con tono seductor.

Al escuchar al caballero asiente con la cabeza, el libro apretado contra el cuerpo. Tiene que intentar que se le pase esa costumbre de llamarla por el nombre de pila en público.

-La verdad es que también es un poco temprano para mí.- Comenta con suavidad.- Así que aceptaré ese té con gusto.

Estaba agotado. Aunque se consideraba un viajero experto, se daba cuenta de cuánto le faltaba aun por aprender.

—Yo me retiraré a rezar mis oraciones y a descansar, para así poder levantarme bien temprano. Que tengan ustedes una muy buena noche.

Dejó dicho al mozo que le despertara justo quince minutos antes del amanecer y se retiró a hacer sus abluciones. Una vez aseado, se vistió con una inmaculada chilaba, extendió en su habitación la alfombra para orar, realizó sus numerosas genuflexiones y luego se acostó con un pequeño librito escrito a mano, con una letra microscópica y líneas muy apretadas. Cualquiera que estuviera con él se daría cuenta de que la escritura era suya, pues en ocasiones extraía una finísima pluma, una delicada maravilla de la técnica que cargaba la tinta en un pequeño depósito que había que rellenar con cuentagotas, y con ella añadía algo en las páginas por rellenar.

El profesor O'Leary tiene que ocultar su asombro a cada paso que da. Jamás había viajado con tanto lujo y la pomposidad y la clase que desprende el Orient Express le abruma por unos instantes. Pero luego recuerda el por qué están aquí y su rostro se ensombrece.

Después de que el personal del tren acomode sus bultos y maletas, sonríe ante la invitación del capitán.

-Buenas noches, doctor Polat. Espero no despertarle cuando regrese al compartimento*. Creo que yo iré también a tomar algo, aunque no quiero molestar a la pareja.

Y se adelanta rápido al vagón salón.

Tras dejar vuestro equipaje, los que no desean descansar van al salón, cómodamente amueblado con sofás y mesas donde hay algunos pasajeros leyendo, hablando o jugando a los naipes.

El grupo principal lo forman un anciano gentilhombre que juega a las cartas con una dama y un joven bastante más jóvenes. El chico está contando una anécdota jocosa en francés y el caballero, que parece algo achispado, ríe de vez en cuando, mientras la señorita finge ignorar sus banalidades y estar concentrada en su próxima jugada. A poca distancia, dos sirvientes están listos para atenderles.

A cierta distancia una señorita de aire inglés tiene una mesa cubierta con un mapa de Anatolia y está tomando apuntes de un libro en varias cuartillas.

AMELIA está saliendo de su compartimiento cuando llega su compañera en este viaje, con un mozo cargando su maleta. No habla inglés, así que Henri la presenta como la senhora Manuela Oliveira, de Sintra, Portugal. Esta dice algo educadamente en su idioma, pero parece cansada y se prepara para irse a dormir.

Finalmente el profesor O'Leary también se dispone a acompañarnos a Amelia y a mí al salón a tomar algo.

Cuando nos acomodamos, miro a nuestro alrededor intentando identificar si alguno de los camareros que se encuentran trabajando son conocidos para mí de mis anteriores viajes. Después de todo, el reencuentro con Henri no ha dejado de ser una agradable sorpresa.

- Y bien, señorita Meadowcroft, ¿qué esperanzas tiene para nuestro viaje? ¿alguna ciudad nueva por conocer? - le pregunté intentando enfatizar la pronunciación del titulo señorita. No sería tan formal si no estuviera aquí el profesor, querida... pensé mientras me deleitaba con la hermosa línea de su mandíbula.

Amelia se da cuenta enseguida de que no hablan un idioma común. Con una sonrisa amable murmura un saludo en inglés sabiendo que la otra mujer no la va a entender, y la deja a solar para que pueda arreglarse para descansar.

La joven espera pacientemente a que les sirvan el té sentada en una mesa enfrente de los dos caballeros. Mientras el camarero les atiende observa con curiosidad al resto de pasajeros que hay en el vagón, especialmente a la joven que tiene un mapa extendido en la mesa enfrente a ella y que está tomando notas.

Al escuchar al barón hablarle centra su atención en el hombre, sonriendo ligeramente.

-Sinceramente no tengo un plan trazado al milímetro pero el mundo es muy grande y me gustaría verlo todo, Freiherr Von Hartzman.- Dice, empleando la pronunciación alemana para decir el nombre. No suele tener los planes totalmente trazados, si no que se deja llevar.- La City resulta...interesante. Pero debo confesar que una vez he visitado a mi padre para mí se torna un lugar un tanto opresivo.- No está segura de si el caballero ha escuchado los chismorreos que lamentablemente trajeron aparejadas sus dos últimas apariciones en público, y enrojece ligeramente al rememorarlo todo. Con gesto resuelto coge su taza de té.- ¿Y qué hay de usted?.- Sonríe de medio lado, como una niña a punto de hacer una travesura. Sus ojos abandonan sólo un segundo su bebida caliente para clavarse en los del hombre.- Escuché de un conocido que su familia estaba haciendo negocios en Londres...- Sólo los que la conocen muy intimamente serían capaces de discernir si está preguntando con sincero interés o si está bromeando con lo que cree es una excusa muy bien traída para pasar tiempo en la City. En éste caso lo segundo. Todo ello con el decoro y la amabilidad de una auténtica dama, al menos en apariencia.- ¿Ha encontrado algo que merezca su atención...?.

KAZIMIERZ WOYTEK-LEZCZYNZKI.

Siendo como eres el más joven del grupo, aquejas menos el cansancio de la jornada y decides dar un vistazo por el salón, quizá para tomar un refrigerio antes de retirarte a descansar. Al pasar al salón, pero, no necesitas licor ni café para sentir que tu sangre se enciende. ¡Allí sentado en un sofá está el gran duque Rudolf Razumovsky, ex gobernador de Cracovia y carnicero del pueblo polaco! Sus patillas han encanecido desde que lideró la gran represión en 1864, pero su reputación sigue igual de negra. Aquí está, sentado en un tren de lujo sorbiendo coñac, rodeado de sicofantes y mujeres, mientras tantos de tus compatriotas sufren sabañones y lloran su exilio en Siberia. ¡Por culpa de ese hombre!

"Swinia, morderca*" murmuras para tus adentros...