Partida Rol por web

A pesar de haber renegado de ello, Chuck toma por unos momentos las calaveras de las manos de Ylsa antes de que esta las guarde. Sus pensamientos al respecto quedan ocultos tras su mal genio y espesa barba, para luego devolver a la mujer las tallas.

Al avanzar y descubrir el lugar con el letrero, el Enano blande el escudo delante de su cuerpo mientras señala el desastrado edificio.

- Brrrrr... creo que podemos ver si se fueron con prisa o de manera organizada por lo que aún contenga esa "tienda". Aunque siendo un local de orejas picudas puede que vendieran lechugas y brocoli y sólo haya polvo. Vamos chico, abramos camino - Comenta en dirección a Yan. Luego mira a Ylsa. - A no ser que quieras ver si hay alguna medida de seguridad activa. -

Los "profesionales" eran aptos para ese tipo de búsquedas, y a la morena mujer tenía pinta de dársele bien todo aquello.

—¡Eso, vayamos de compras! —se emocionó Marianne, y miró en dirección a la piscina—. Quizá vendiesen ropa de baño, aunque no estoy segura de que nos sirviera la ropa de esas elfas esmirriadas.

Aquellas escaleras eran hermosas, pero pulidas y mojadas eran un peligro, por lo que ascendió con sumo cuidado hasta que se toparon con lo que Ylsa calificó como una tienda. Dudaba que en el interior hubiera algo de interés. Probablemente ya no quedara un solo producto de los que se vendieron cuando aquella ciudad estaba todavía habitada, pero sí, podían seguir explorando en el interior de la misma, como en cualquier otra parte.

Patrice asintió.

- Veamos que nos ofrece este local. - Comentó. - Quizás tengan una buena botella de vino de trescientos años. - Soltó una risotada.

—Venga —responde Yan a la orden de Chuck. Le tocaba el trabajo duro, pero la imagen de una tienda repleta de misteriosos objetos era suficiente para motivarlo. 

El grupo accedió al edificio, aunque preparados y alerta por si encontraban a alguien dentro de esa "tienda" con intenciones hostiles. Accedieron a una sala muy amplia, pero de la que no quedaba ningún mueble, más allá de sus muros y de media pared en su centro, que a lo mejor en su día debió ser el mostrador o simplemente, un expositor. Chuck se fijó en los muros, construidos en piedra, suavizados por el viento marino y la arena, y las marcas de sal de distintas inundaciones. Por lo demás era una construcción puramente decorativa, más orientada a ser caprichosa y ambiciosamente atractiva, pero que el paso del tiempo había provocado grietas y un derrumbe en una esquina por la que entraba la vegetación.

Dentro olía a algas podridas. Bueno, olía a algas cuando las sacas del mar; olía a algas, simplemente. Había un centímetro de agua en el suelo, algas, raíces, y un enorme árbol de la jungla entrando por la gran grieta de la esquina. Lefebre inspeccionó el lugar un poco por encima, pero algo le llamó la atención y se aproximó al brillo que encontró incrustado en una de las paredes. Finalmente, dio con un pequeño tesoro: en orificios practicados en el muro, había monedas. Las sacó con entusiasmo, sin comprobar si había trampa alguna, pero por fortuna nada le saltó a los ojos esta vez.

Se trataba de monedas de oro, platino y cobre, y aunque el dinero era dinero, tenían formas distintas a las que estaban acostumbrados a ver. Algunas eran redondas, otras cuadradas, otras tenían forma estrellada, otras tenían un orificio en el centro, y estaban acuñadas en distintos lugares. Ylsa las revisó por encima y determinó que algunas, probablemente, tenían que ser de otro continente e incluso, de otro plano, porque no las reconocía.

Yan entró en el edificio alerta como los demás, aunque debía estar pensando en otras cosas, porque pisó sin querer una de las raíces. La raíz se enfadó con Yan, se enroscó en su pie y lo levantó del suelo. Lo zarandeó, lo sacudió como un muñeco, y finalmente lo lanzó al otro lado de la habitación, donde el bárbaro aterrizó entre el follaje húmedo que cubría los muros y los suelos.

En ese momento, todas las raíces, ramas y algas del habitáculo comenzaron a sacudirse en todas direcciones, las enredaderas se giraron hacia los exploradores y se zarandearon amenazadoramente.

- Plantas animadas... - Murmuró con hastío el marinero. - Odio esas cosas casi tanto como los no muertos... - Tragó saliva. 

Y es que sus ataques eran del todo ineficaces contra ese tipo de criaturas. Si no podía localizar sus puntos vitales, no podía pinchar y cortar de forma eficaz.

—Una vez jugué a un juego de tablero llamado Plantas contra Zombis —comentó ociosamente Marianne, mientras se preparaba para el combate—, pero me aburrí enseguida. No se apostaba dinero, ¡ni prendas!

—¿Pero qué cojo...? —exclama Yan mientras vuela por los aires después de haber sido zarandeado violentamente por una planta.

Sí, una planta había humillado al joven bárbaro. Rabioso por la humillación se levanta con cierta torpeza y se dispone a pasar por el filo de su arma a todas las plantas del lugar.

La profesional se encontraba demasiado cerca de la planta para el gusto de Chuck, así que se movió en su dirección mientras balanceaba su hacha. No sabía cuánto de duras serían estás criaturas, pero tener un hacha a mano para talar una planta, siempre estaba bien.

- Malditos orejas picudas, no podrían vender pan, tenían que vender lechugas asesinas, grmblfhgggg... -

La bardo abrió el cuaderno de notas y buscó información sobre las plantas, pero una de ellas le dio un latigazo en la mano.

-Lo siento, no sé qué son estas cosas, chicos. ¡Pegadles con todo lo que tenéis!

Marianne trajo a su mente un concurrido mercado en las calles de Athkatla, con puestos alineados a los dos lados. Escuchaba las voces de los vendedores llamando a los transeúntes para que probaran sus productos. Una mujer atrajo la infantil y curiosa mirada de Marianne, porque caminaba de la mano de otra mujer con toda la naturalidad del mundo. Observaban detenidamente las mercancías y se detuvieron en un vendedor de libros, comentando entre ellas los tomos antiguos y hermosos. Una levantó un libro y se lo enseñó a la otra, que lo cogió, lo comentó y lo volvió a colocar en la estantería. Entonces la primera volvió a coger el libro y, rápidamente, le pagó al comerciante antes de que la otra pudiera objetar algo. Se alejaron del mercado cargadas de libros, siempre cogidas de la mano, muy cerca la una de la otra, cómodas en su compañía.

Marianne las siguió a hurtadillas hasta que pasaron por una calle desierta. Un objeto golpeó, de repente, a la mujer en el pecho y rebotó, rodando hacia uno de los edificios. La mujer se detuvo y miró el objeto, una manzana, y después a la persona que lo había arrojado. Aquel hombre no tenía nada de especial, aparte de su mirada iracunda y que llevaba dos manzanas más. Antes de que ninguna de las mujeres pudiera moverse, el hombre sacó otra manzana y se la lanzó. Esta vez le dio en la frente de la segunda mujer. Les gritó algo burlón e hiriente que Marianne no terminó de entender del todo. La mujer levantó la cabeza y se limpió el jugo y los trozos de fruta de la cara, y se quedó mirando al hombre con una actitud desafiante. La primera mujer le apretó la mano y colocó la otra sobre el hombro de su compañera tratando de calmarla. La otra mujer sacó un libro de su bolsa y lo colocó ante sí, susurrando algo por lo bajo. Se soltó la mano, hizo un gesto sobre el libro y Marianne sintió más que vio el aura que se formaba a su alrededor. La primera mujer aún estaba intentando calmarla, pero ella no escuchaba. El hombre, indiferente a lo que estaba sucediendo, lanzó la tercera manzana. La fruta voló hacia ellas formando un arco, y la segunda mujer levantó la mano y apuntó hacia la fruta. Una esfera brillante de energía salió de su mano, impactó contra la manzana y la hizo explotar.

Los trozos de fruta cayeron como lluvia sobre el camino y los edificios de alrededor.

De vuelta a la Isla de los Manantiales, Marianne sonrió orgullosa del poder templado por mesura de aquella maga. Insufló magia a su recuerdo y envió tres de aquellas brillantes esferas de energía mágica contra la planta gigante.

La enredadera grande era un montón de algas furiosas con dientes y ramas que se agitaban como látigos. El hacha de Chuck se clavó en uno de sus gruesos troncos y no le hizo el más mínimo daño, pero sí que la enfureció aún más cuando la magia de Marianne le abrió una fea quemadura en la superficie. Con un chillido sobrenatural, agitó sus raíces y la vegetación comenzó a crecer, atrapando a los aventureros entre sus armas.

Acto seguido, movió las ramas en dirección al enano, pero golpeó contra su escudo.

Patrice valoró usar sus tobilleras mágicas para acercarse a aquel ser plantiforme y así evitar un posible ataque. Lo cierto era que su envergadura le preocupaba bastante, pero finalmente decidió no malgastar aquel preciado objeto mágico. Al fin y al cabo, sabía que contra los vegetales animados, lo más que podía hacer era convertirse en una distracción y esperar a que sus rudos nuevos amigos la aplastaran.

- ¡En gard! - Le dijo a la planta y acto seguido le pinchó en una de sus hojas con su estoque. - ¡Ja, ja! - Rio de forma burlona.

-Por Sune, qué clase de fertilizante usan en esta isla -dijo Ylsa retrocediendo a duras penas.

Alzó de nuevo su varita de madera, colocó el tambor en posición y comenzó a tocar una rítmica tonada que avivó el espíritu de los exploradores.

-Hay poco sitio para bailar, pero podemos mover las caderas -comentó la bardo, moviendo su voluptuoso trasero de un lado a otro, acompasándo el golpe de las caderas con cada golpe de tambor-. Así, a un lado, y a otro. Pam, pam, pam, pam. ¡Vamos! 

La planta enfurruñada estaba muy enfadada, la música de Ylsa no le gustaba nada y los exploradores hacían mucho ruído. Con lo tranquila que estaba ella durmiendo, hasta que le habían pisoteado las raíces. Agitó las ramas, chapoteó en el agua y una enredadera gigante brotó de entre las ramas del suelo. Lanzó una rama contra Ylsa con una violencia tremda, le golpeó la cadera en movimiento y la derrumbó, al momento siguiente se enredó alrededor de su cuerpo y comenzó a apretar, asfixiándola entre sus ramas.

—¡Rayos! —grita Yan cuando las enredaderas a su alrededor comienza a moverse—. ¡Estas jodidas plantas están vivas! Bueno, antes también estaban vivas, pero ya me entendéis...

Este momento de distracción provoca que las enredaderas lleguen hasta él sin que se de cuenta y lo inmovilizan completamente. Comienza a forcejear para liberarse, pero todos sus esfuerzos son inútiles.

—Eh... ¿gente? —solo acierta a decir mientras continúa peleando contra las plantas.

- ¡Maga! Revienta a la pequeña. Si sigue llamando a más de las grandes no acabaremos nunca... Grmbfghhhh. -

Efectivamente si esto se convertía en una selva, les aplastarían por mero peso de hierba. Chuck se preguntó por medio segundo si estas plantas se podrían fumar. Luego comenzó a enfadarse de veras, y cuando lo hacía, siempre soltaba su escudo. Entonces la vegetación comenzó a cubrirle y se escuchó un gruñido más fuerte.

​

Más escurridiza que sus compañeros, Marianne se libró del agarre de las enredaderas.

—¿Grmbfghhhh? ¿No era "grmblhfjjj"?

Marianne volvió a asir el recuerdo de la hechicera y envió una andanada de proyectiles mágicos contra la planta pequeña.

—¡Estoy en ello! ¡Pero como maten a Ylsa os voy a cortar las pelotas a todos!