Partida Rol por web

Patrice echó delante como un valiente que era. Lo gracioso es que al otro lado no había nada hostil esperando al grupo de atrevidos exploradores, sino una espléndida sala de baños enorme. La piscina principal era gigantesca y al fondo, a pesar del agua turbia, podía verse un espléndido mosaico que representaba a tres figuras femeninas. La del centro, para variar, vestía una gran túnica blanca, y a su alrededor había varias figuras femeninas, probablemente esas elfas marinas que habían visto ya más de una vez, cantando o adorando a alguna deidad indeterminada mientras hacian de sus cuerpos una ofrenda. Dentro de la piscina había una de estas estatuas grandes, más piedras, y algún que otro objeto, como un instrumento musical.

Al norte había tres estatuas de elfas con espuma de mar en los pies y tatuajes de estrellas y conchas marinas. Tenían los cabellos trenzados, mezclados con algas, adornados con diminutas caracolas. Una de las estatuas tenía pulseras con caracolas, pero igual que el resto de su persona, era todo completamente de piedra.

Las columnas que había en las esquinas de la piscina estaban talladas en forma de mujer, de elfa marina. En los muros había dibujadas y pintadas varias de estas elfas también, y un cuadro ornamentado con un marco de madera que ya había comenzado a pudrirse. Las ventanas o estaban rotas o estaban demasiado sucias para que entrase la luz. Había una única salida al sur, el inicio de una escalera que conducía hacia abajo, una especie de sótano, quizá. Lo único realmente llamativo es que había una gran concentración de ramas, algas y hierbas que parecían ascender por las escaleras, como si se hubiese extendido desde el piso inferior.

También encontraron un agujero en el muro, un poco más abajo de la entrada que habían usado ellos.

- Voy a inspeccionar la sala. - Informó Patrice a sus compañeros. - Quizás haya algo que no hayamos visto a simple vista. - Comentó.

Le extrañaba que quien fuera que había pasado por ahí con anterioridad se dedicara a lanzar objetos a las piscinas. ¿Por qué tirar instrumentos musicales al agua? Y si no se habían podrido ya en el fondo de la piscina... ¿Cuánto tiempo haría desde que fueran lanzados al agua? Eso era algo que no podía responder, pero la pregunta estaba ahí...

Fuera como fuera, el marinero empezó a inspeccionar minuciosamente la sala en busca de cualquier cosa que pudiera resultarles de utilidad, ya fuera una pista sobre los antiguos moradores del lugar o bien algún objeto que pudiera resultar valioso. Si no encontraba nada que llamase su atención pasaría a inspeccionar aquel agujero en el muro, junto a la entrada que había utilizado para acceder al lugar. Le intrigaba que podía haber del otro lado.

Otra sala con piscina, y eso que empezaba a secarse. Bueno, el agua no le desagradaba en absoluto si bien prefería surcar las limpias aguas del mar a fangosas piscinas de fornicadores orejudos. Eso le recordó una cosa que comentó a la Profesional.

- Oye muchacha, aquellas sombras se alejaron por el poder de tu diosa pero no acabaste con ellas, ¿no? Creo que para otra vez será mejor terminar de machacarlas. Si vuelven luego no podré volver a usar la magia de los dioses Enanos para darles golpes, ya que agoté su uso diario. Vamos, que no espantes, mejor mata y remata... Grmblfhghhh. -

Luego echó un ojo a Patrice por si el tipo necesitaba ayuda o algo le salía al paso. - La sala es grande, podemos explorarla de oeste a este por su parte norte y luego la parte sur, pero esta vez todos juntos. Si no hay nada peligros, luego miraré el fondo de la piscina. -

-Pues sí, estarán ocultas hasta que se les pase el achuchón -respondió Ylsa mientras rodeaba la piscina para comprobar lo que había al fondo-. Pero ya me dirás cómo vamos a hacerles daño si ninguno de vosotros es capaz de golpearlas. Por el momento prefiero mantenerlas a raya, hay que estar atentos y que no salga ninguna. Y si no lanzamos magia cerca de ellas mucho mejor. ¿Qué habéis visto por ahí?

Lefebre se paseó por la estancia inspeccionando cada centímetro, para hastío de los presentes. Para cada cuadrado de suelo musgoso se detenía un minuto. Casi podían ver crecer la hiedra. La cuestión es que la sala había sido saqueada previamente, no había nada interesante salvo las estatuas, que como la de la sala anterior había sido transformada en piedra, el mosaico de la piscina, y los numerosos murales que adornaban las paredes. No quedaban más obras de arte. En el fondo de la piscina había piedras y alguna que otra cosa, pero para ello había que bajar.

Inspeccionaron entonces el agujero en el muro. Cualquier cosa podría haber salido de aquella grieta y devorado a Lefebre en cuestión de segundos. Pero no, no apareció nada extraño, tan solo era una grieta en el muro. El capitán no era experto en mamposteria, sino en barcos, como Chuck. Y Chuck era un Enano, tanto daba que fuese marinero, tenía experiencia con la piedra. Y aquella grieta no era natural, habían abierto esa brecha a golpe de martillo. ¿Quién? A saber, ya que todo tipo de criaturas habitaban en aquella isla.

Pero al mirar al otro lado descubrieron una nueva sala con otra piscina, más pequeña.  Unas escaleras al norte conducían a un piso inferior y al fondo divisaron las escaleras que habían encontrado antes. Y también divisaron visitantes al balneario. Un grupo de media docena de lagartos había entrado en el edificio.

- Lagartos... - Dijo en un murmullo mientras se giraba hacia el resto para alertarles de la reciente aparición de potenciales enemigos, como también a la vez que desenfundaba sus estoques pesto para el combate.

No es que deseara atravesar a esos escamosas seres con sus hierros, pero hasta ese momento todo reptiliano con el que se habían cruzado había sido más bien hostil. No sabía razón alguna por la que en esa ocasión fuera a ser diferente.

Eso sí, se detuvo unos instantes a apreciar el color de sus escamas para tratar de adivinar a que tribu pertenecían o bien, cualquier otra cosa reseñable qu que pudiera descubrir a simple vista.

- Llevan esa tinta negra encima. - Desveló. - Recordad que Jack dijo que eso los volvía muy agresivos. Abrid bien los ojos... - Hizo una breve pausa. - ¡Vienen hacia aquí! ¡Hacia el agujero!

Marianne chasqueó la lengua.

—Mi intención de negociar con ellos se acaba de ir al pozo —digo Marianne, buscando un ángulo para poder lanzar sus conjuros sobre los hombres lagarto sin exponerse—. Intentad no matarlos a todos. Me gustaría interrogar a alguno cuando se les pase el efecto de la tintura para conocer más cosas sobre esta isla y sobre su civilización.

Chuck observaba los alrededores cuando Lefebre les dió aviso del peligro de los hombres lagarto. Le hubiera dicho a la profesional que su hacha de buen acero Enano estaba encantada, de tal manera que sí podría en teoría herir a aquellas sombras, pero la aparición de los escamosos cortó esa línea de discurso.

- Es mejor retroceder a la sala grande y llamar su atención desde allí. Si están locos cargarán y les atraparemos en un cuello de botella. -

- Estoy con Chuck. - Dijo Keytus coincidiendo con el enano. - Mientras no les superemos en número es mejor utilizar el entorno para controlar cuántos de ellos pueden alcanzarnos. - Indicó mientras aferraba su arma y buscaba una buena posición desde la que preparar sus ataques cuando los lagartos se les acercaran.

El grupo se retiró hacia una entrada más pequeña. Lefebre observó con algo de preocupación que aquellos Arva eran más grandes, aunque evaluando lo que portaban, no podían ser demasiado peligrosos. No vestían armadura alguna, tan solo sus escamas tatuadas de negro, y llevaban garrotes con púas de obsidiana. Localizó a cuatro de ellos, pero su instinto le decía que había alguno más por el edificio.

Patrice se movió rápidamente en dirección a aquellas enormes criaturas reptiloides. Si les pillaban desprevenidos sería más sencillo acabar con la amenaza. Por ello se apresuró a colocarse en cierta posición ventajosa, entre aquel estanque de lodo y la pared, donde sería difícil que le rodearan. 

En cuánto estuvo frente al primero de los lagartos soltó dos rápidos estocazos contra el mismo. Atravesando sus duras escamas por dos veces y causando heridas terribles en zonas vitales. 

Marianne entró detrás de Lefebre en la habitación de la piscina, buscando una posición desde la que dominar el pasillo.

—Esto va a ser pez comido —comentó, contemplando como Le Capitaine ensartaba a un hombre lagarto como si fuera un pincho calishita.

La Sirena de Athkatla trajo a su mente el recuerdo de una expedición que hizo junto a Ylsa a las profundidades de la tierra. Habían pasado días con toneladas de roca por encima de la cabeza, y la única luz era la que proporcionaban sus conjuros. Y de pronto emergieron a una enorme caverna natural, donde se veía a la perfección gracias a unas enormes setas luminiscentes que jalonaban el paisaje, de un color verde tan brillante que dejaban marcas en la visión durante unos instantes si uno las miraba directamente. Aquella era la primera vez que Marianne había estado en la Infraoscuridad.

Le dio al recuerdo un empujón de magia, y cuando el conjuro estaba en el aire, lo modificó como Loto le había enseñado. Aquí y allí el aire explotó en ráfagas de luz verde cegadora.

Keytus siguió los pasos de Lefebre adentrándose en la sala. Pero una vez dentro se desvió hacia la derecha dando un leve rodeo para atacar a los lagartos desde el otro extremo. Comprobó cómo el pirata ensartaba con eficiencia al lagartoide que iba en cabeza y él se dispuso a hacer lo propio con el segundo de la fila, acercándose con rapidez y golpeando con su espadón mientras se concentraba en descargar su magia.

Chuck miró como los estrategas humanos avanzaban como una manada de mangostas sobre unas serpientes. Serpientes gigantes. Lo de esperar y el cuello de botella no había calado mucho en los cabezahuecas de ellos, a´si que Chuck se sumó a la fiesta. Avanzó dando golpecitos con el pie en el suelo esperando el ritmillo que imprimía la profesional a las luchas, mientras blandía su hacha con las dos manos. Si querían una muerte rápida, ayudaría a dársela.

El esperado ritmo de Ylsa no se hizo esperar, su tambor comenzó a sonar en cuanto los exploradores se pusieron en marcha para atacar a los lagartos, un impulso inspirador que redobló las energías de sus compañeros.

-Por Sune, ¡qué buen día para partir cabezas ha quedado!

Lefebre salió de su escondite como una de esas sombras y se abalanzó sobre un desprevenido Arva de gran tamaño y escamas azuladas con tintes negros. El guerrero ni siquiera pudo entender qué o quién lo había matado, una serie de espadazos lo trincharon como a un pescado a punto de ser asado a las brasas. Keytus avanzó con el espadón y convirtió a otro lagarto en un montón humeante de cenizas.

Lo siguiente que ocurrió fue una explosión de partículas de colores que cegaron a los intrusos. Aunque, ¿quién era realmente el intruso allí? Dando manotazos, avanzaron hacia Lefebre, uno intentó golpearle cuando se chocó contra él, pero su compañero lo empujó sin querer y erró el golpe. De repente otro lagarto enfurecido apareció por debajo de la escalera con el garrote de obsidiana por encima de la cabeza, pero Keytus tuvo tiempo de esquivar el garrotazo por poco. Mientras Marianne se regocijaba por el triunfo, por el rabillo del ojo vio aparecer a uno de ellos justo a su espalda.

Patrice evaluó sus posibilidades y decidió que lo mejor que podía hacer era eliminar a otra de aquellas lagartijas gigantes. No le hacía ninguna gracia dejar atrás a las chicas, pero ellas sabían cómo defenderse.

- ¡Marianne, Ylsa no os expongáis, escondernos! - Les instó. Al final creía tener el combate del todo controlado.

Avanzó un par de pasos y lanzó un único tajo en dirección al cuello del arva con la evidente intención de acabar con su vida de forma rápida. 

Uno de aquellos lagartos medio ciego pasó a trompicones cerca de Keytus en dirección a Lefebre. Demasiado cerca del luchador que descargó un potente golpe¹ esperando herir a la criatura para que su compañero la acabara de rematar.

Pero entonces otra de las criaturas surgió a un costado suyo. Ésta no estaba cegada y por los pelos no había impactado en Keytus, así que éste se apresuró a encararla dando un paso hacia un lado y volviendo a descargar un par de golpes con su espadón mientras concentraba su energía arcana en un nuevo conjuro.

—¡Por las tetas de Umberlee! ¡Ha salido uno por aquí! —avisó Marianne a sus compañeros.

Gracias a los dioses Chuck acudió presto a su ayuda, y la Sirena de Athkatla estaba dispuesta a devolverle el favor al enano. Trajo a su memoria una aventura de su antigua tripulación. Habían seguido el mapa de un antiguo capitán pirata hasta una cala oculta. Un oxidado rastrillo era lo único que se interponía entre el tesoro del fallecido filibustero y ellos. Mientras Strakos se ocupaba de la cerradura ella había deambulado por la caverna hasta tropezar con un puñado de huesos, los restos de un desafortunado ladrón. Se había sobresaltado al patear sin querer la calavera, pero había sonreído y negado con la cabeza al ver que era inofensiva. O eso había creído. Las cuencas vacías del ladrón relampaguearon, y los huesos humearon. Contuvo el aliento, mientras contempló con pavor como el humo se solidificaba hasta tomar la forma de una criatura incorpórea. Entonces gritó, y todos se volvieron hacia ella. La sombra la atacó, y Marianne sintió como un frío le recorría de los pies a la cabeza, entumeciendo sus músculos y arrebatándole las fuerzas.

Aplicó al recuerdo una pizca del don que Mystra le había concedido y extendió el dedo índice en dirección al Arva.

—Esto te va a doler más a ti que a mí —dijo con sinceridad Marianne.

De su dedo brotó un rayo negro que cruzó el pasillo con un siseo. El conjuro de Marianne le arrebató las fuerzas mientras la antigua pirata intentaba ponerse, una vez más, a cubierto.

Lefebre acabó con la vida del lagarto después de que Keytus le asestara un espadazo. El arcano avanzó entonces hacia el enemigo que estaba bajo las escaleras y lo ensartó con el mandoble, enviando una descarga elécrtrica que debería haberlo reducido a cenizas pero que, en cambio, lo dejó muy malherido.

-Cuidado, nena -exclamó Ylsa al ver aparecer al lagarto, pero Marianne le lanzó un rayo a la cara y se retiró antes de que pudiera verla-. ¡Por Sune! Seguid hostigándoles. Ya casi lo tenemos.

Chuck se adelantó bajo la guardia del enorme hombre lagarto y es que ser pequeño tenía sus ventajas a veces. Lo cierto es un era alto para ser un Enano, si bien su centro de gravedad le permitió pivotar sobre sus recias piernas y descargar su hacha con todas sus fuerzas sobre las escamas negras del gigantón.

- Tienes cara de no poder mover ese garrote, me voy a comer tu puto corazón* -