Partida Rol por web

Ya está entrada la tarde cuando llegais de nuevo a Laviana, ya que habeis dado un buen rodeo y os habeis mantenido ocultos gran parte del camino para evitar que os vieran los habitantes del pueblo. Y siguiendo las instrucciones de Vasco os quedais en un bosquecillo desde donde se divisa la casona palacio del Conde de Tiraña. Su aspecto gris y amenazador es bastante contundente, lo suficiente como para hacer temblar a alguien que conociera la leyenda de su dueño.

Estais agazapados mirando en dirección a la casa.

-Llegó la hora -dije-. He de prepararme.

Entonces me separé un poco y saqué el último tarro que me quedaba del ungüento que despertaba en mí aquella especie de sexto sentido que me otorgaba un mejor dominio sobre todo lo mágico, pero a la vez me hacía más vulnerable. Unté mi nuca, mis pómulos y mi frente con él. Sintiendo el frescor del preparado verdoso, comencé a recitar la letanía necesaria para ejecutar el hechizo, concentrándome todo lo que pude, pues sabía que iba a necesitar su poder.

Sin embargo, nada sentí. Había desperdiciado mi última dosis, y ya no podría utilizar la liga. Pero, al menos, me quedaba el talismán que me permitía intuir la presencia de magia alrededor. Tendría que confiar en mis habilidades y en mi inteligencia esta vez... precisamente cuando nunca antes la situación había estado peor.

Volví junto a los demás, fingiendo estar satisfecho para darles seguridad.

-Estoy listo -dije.

Sixto deambulaba medio zombie por esos caminos, notando cada vez más dentro al bicho que lo estaba matando.

A la mierda la vida. Ese era el pensamiento de Mu´tamid cuando pasaron de nuevo por Laviana y llegaron a la mansión que se citaba en sus sueños. Si estaba allí era precisamente por que tenía miedo a lo que pudiera pasarle por no ir y no cumplir la voluntad de algo que tiene el poder de aparecer en los sueños de quien guste. Mucho más miedo que le tenía a aquella casa.

Tras ver las maniobras del que parecía entender de cosas del diablo*, y verle con la sonrisa en la cara, se quedó un poco mas tranquilo, pero no mucho.

Esperó a que los demás se pusieran en marcha, y se quedó en última posición, para tener el camino libre para correr hacia atrás en caso de necesitarlo.

-Qui el Dios nos pille confiesados.

Os encaminais con cuidado hacia la casa. Un cuervo grazna en la distancia. Al estar cerca veis como la casa se alza amenazadora ante vosotros. Hay ventanas rotas y abiertas y algunas tabicadas con algunas maderas. La puerta de madera principal está cerrada. En ella hay grabado en la madera un escudo heráldico perteneciente seguramente a la familia Tiraña. El día vuelve a cerrarse, las nubes están cada vez más negras y en el aire volveis a oler la lluvia. Está oscureciendo.

Con un pequeño empujón lograis abrir la puerta y un aire gélido os golpea en la cara, la vista del interior de la casa hace que os estremezcais pero seguís valientemente adelante. Justo cuando estais en el centro de la estancia la puerta se cierra con un portazo, os girais rápidamente pero no veis nada, solo silencio.

Os dais cuenta de que a Mu´tamid se le ha caido el turbante al suelo.

Sientes como te dan una fuerte colleja que hace que se te caiga el turbante al suelo.

Mu,tamid, tembloroso entra en la casa, con la mano metida en el zurrón agarrando su oxidado cuchillo.

Al poco de entrar la puerta se cierra y alguien le golpea la cabeza:

AU!!

Se da la vuelta instintivamente ya empuñando el cuchillo. Allí no había nadie. Era imposible, le acababan de golpear y nadie podía ser tan rápido para esconderse en tan poco tiempo.

-Vamonios de aquí por fiavor, hay fantasmas! Uno me ha golpiado la cabisa.

Viendo lo que le había ocurrido a Mutamid y cómo se había cerrado la puerta, me dirigí hacia ella rápidamente e intenté abrirla.

-¡O madre de deus! -exclamé en portugués, sin advertirlo-. Non podemos quedarnos aquí, habemos de salir. Además, acabo de recordar que en el sueño la mujer decía que non soltáramos la cuerda hasta hacer pie. Habemos de descolgarnos por algún sitio, un pozo o algo ansí -decía mientras trataba de abrir.

Después de Vasco forzara un poco la puerta, se vuelve a abrir.
 

Sientes que te soplan en una oreja y que te dan una colleja fuerte y oyes una risita demoniaca muy flojita.

Es verdad hay fantasmas en esta casa, más Don Vasco no confunda el pozo con la casa, debemos darnos prisa antes que se haga la noche , la lámpara hará huír al poder maligno.

Así que empecé a buscar en las habitaciones de abajo por si encontraba aquel objeto en caso contrario empecé a subir por las escaleras al piso de arriba...

Veis como Diego se va de la entrada y comienza a buscar en las habitaciones.
 

Entras en una habitación parece la habitación donde comian, una gran mesa de madera desgastada por la humedad se encuentra en el centro, y una enorme chimenea con cenizas y carbones apagados enmarca la habitación. Comienza a hacer frio.

- ¡Que haceis en mi palacio, como osais entrar a esta mi casa sin mi permisooo!- Resuena esta voz atronadora por toda la estancia.

Al ver que Diego insistía en quedarse allí, no tuve más remedio que echar mano de mi última baza: las esencias de éter, de las cuales solo me quedaba una dosis. Si conseguía activarlas, podría moverme por toda la casa sin ningún miedo, ya que los fantasmas no me verían. Pero era un hechizo muy complicado.

Saqué el tarro del zurrón, introduje rápidamente los dedos y me unté con la grasa la nuca y la parte posterior de las orejas, y después recité la letanía en latín lo mejor que supe:

-Aether corpus meum est, odorem cutis non reddat...

La repetí varias veces, pero fue inútil; la característica de aquel hechizo era que la piel del que usaba el ungüento dejaba de desprender olor, y yo seguía apestando después de tantos días de viaje sin descanso, así que era obvio que no había funcionado.

Acto seguido, grité:

-¡Don Diego, es muy peligroso permanecer aquí! ¡Debemos salir et pensar algo mejor!

Todo ésto me hacía pensar que debíamos de darnos prisa , esta casona estaba embrujada y pronto se haría la noche, era mi deber encontrar la lámpara ... si no la veía aquí seguiría buscando en otros cuartos. El frío sepulcral empezaba a recorrer mi cuerpo, más mi determinación y gallardía hicieron que mi postura fuese firme antes tales hechos.