Partida Rol por web

Wisner se deja esposar sin oponer resistencia, pues parece que se ha dado por vencido porque ellos le han abandonado. Da un último largo vistazo a la pared que estaba aporreando, con la mejilla pegada al suelo por la presión de Bennet. Seguidamente, suspira.

-¿Por qué...? Tengo que saberlo. ¿Por qué lo hizo...?-. La voz del alienista estaba presidida por una frialdad aplastante. -¿Quiénes debían venir esta noche a recoger al niño? Hable, Wisner, maldita sea.

        
- ¿Cómo no iba a hacerlo? ¡Si me lo pidieron ellos! ¡Los maestros! ¡Se lo debemos todo! ¡Me dijeron que les trajese al niño de los Cornelisz, que era peligroso! -emite un sonido de furia-. ¡Y aquí estoy, siendo esposado en el puto suelo! 

De repente, la pared del fondo de la cueva, la que Wisner aporreaba, desaparece. Se desvanece por arte de magia ante vuestros ojos, como si nunca hubiera existido. En un momento está, y en el otro, en cuanto parpadeáis, ¡fum!, ya no está. En su lugar, parece haber otra caverna. Cualquiera podría pensar que el muro nunca había estado ahí, pero lo habéis visto ser golpeado.

Las paredes de la caverna adyacente son distintas, más pulidas, más lisas, más elegantes. Está claro que no es una continuación de esta cueva. De ella proviene una luz azul eléctrico que ilumina la estancia más allá de lo poco que pudieseis ver hasta ahora. Y, más importnate, advertís dos recortadas figuras de hombres encapuchados se acercan hacia vosotros, altos y espigados, de forma lenta pero segura. Uno de ellos tiene los brazos a la espalda, mientras que el otro porta una gran lanza plateada que apoya en el suelo mientras camina.

No iba a ser tan fácil, claro.

Wisner parecía ido. Como si divagase perdido en incoherencias. De nuevo aparecían en sus palabras esos "maestros" a los que había hecho alusión el loco Zeke, aquel indigente que habían encontrado atrincherado en la iglesia. Nada que satisficiera la curiosidad galopante de un Jamal que tuvo que resignarse a aceptar que aquel desequilibrado obraba movido por una suerte de voces en la cabeza, como ya hiciera su paciente, Dustin Coleman.

Jamal dejó que William esposase a aquel cobarde y comprobó que la profesora Walker había calmado con gran eficiencia al pequeño Adam. Al fin estaba a salvo tras aquella odisea.

Fue entonces cuando la realidad pareció alterarse a su alrededor y dos figuras, dos largas siluetas sin rostro quedaron al alcance de su visión. Caminaban hacia ellos por una sección de la caverna que nunca había estado allí. Al menos, no hace unos instantes.

Hasta para Jamal, hombre de razón ante todo, aquello era demasiada casualidad. ¿Acaso estaban ante esos maestros a los que llamaba desesperadamente Wisner?

El alienista sostuvo el rifle con firmeza, pero no apuntó directamente a los dos encapuchados. Se puso en frente de Kennedy y la profesora Walker. Notaba el sudor manar por su rostro, pero ese era su lugar en aquel momento. Miró de reojo a William, pero no dijo nada. No aquella vez. Simplemente, aguardó a la expectativa de encontrar una respuesta para aquel misterio.

¿Por qué querían aquellos hombres al pequeño Adam?

advertís dos recortadas figuras de hombres encapuchados se acercan hacia vosotros, altos y espigados, de forma lenta pero segura. Uno de ellos tiene los brazos a la espalda, mientras que el otro porta una gran lanza plateada que apoya en el suelo mientras camina.

Kennedy al ver semejante escena sacude su cabeza intentado desvanecer esa mala visión producto de su mente, desafortunadamente las dos terribles figuras siguen ahí dirigiéndose hacia el grupo.

 Por los clavos de Cristo!!! ¿qué clase de esperpento es este? - aún dado la sobrecogedora situación nuestro periodista es capaz de mantener la calma - señores debemos hacer algo rápido, creo que estos engendros quieren coger al pequeño de nuevo - Al mismo tiempo el periodista se interpone entre las dos figuras y Walker.

William observa con estupefacción como la pared desaparece. Y antes de que pueda recuperarse de la impresión, ve a las dos figuras acercándose lentamente.

Reponiéndose momentáneamente, William sujeta a Ambrose con fuerza y, con un empujón, lo obliga a ponerse de rodillas. Seguidamente, el agente levanta su arma y la apunta a los dos extraños.

- ¡Alto ahí! ¿Quién va? - pregunta a voz en grito, disimulando la preocupación que realmente siente.

Mientras esas dos personas se acercan, os ponéis en guardia de la mejor forma que podéis, preparados para el encuentro. Unos segundos más tarde que se hacen eternos, esos dos encapuchados se detienen a escasos centímetros de donde ha desaparecido la pared, a su lado de la caverna.

Uno de ellos está un poco más adelantado y parece llevar la voz cantante. Se retira la capucha y deja al descubierto una tez pálida, casi mortecina, como si nunca le hubiese dado el sol. Tiene las pupilas extremadamente dilatadas por la falta de luz, hasta el punto en que casi todo su globo ocular es negro. Su piel parece fina y, sus rasgos, delicados. Su larga melena ondea un poco con la electricidad estática del ambiente. Parece alguien de otro planeta, pero, sin embargo, a la vez parece muy humano.

Ahora que se ha acercado, podéis ver una tira que cuelga de su hombro y se extiende hacia su espalda. Tímidamente asoma una extraña arma digna de una de esas películas de ciencia ficción que tanto se están poniendo de moda. El artefacto emite un pulso constante de luces azules y se ilumina levemente.

- No tenéis nada que temer -tranquiliza el ser-. Sé que tenéis preguntas, puedo sentirlo. Somos los Vigilantes. Entregad el niño al sacerdote -reclama, haciendo un ademán hacia su compañero de la lanza- y tendréis las respuestas que buscáis.

En el momento en que el portavoz interpela a su compañero, éste da un paso hacia adelante y cruza el umbral que separa ambas cuevas. Sus pisadas hacen crujir el suelo y generan eco. De repente, sois conscientes de vuestro entorno. Ese sonido ambiental os hace caer en la cuenta de una cosa: la voz del vigilante no ha resonado por la caverna. Si no habéis perdido del todo la cabeza, juraríais que le habéis escuchado directamente en vuestra mente...

El sacerdote pasa de largo por donde se encuentran Bennet y Ambrose, y se planta delante de Jamal y Kennedy. Ambos defendiendo a Walker, quien protege a Adam entre sus brazos. Golpea dos veces con la punta de la lanza en el suelo sin mediar palabra.

El arma, vista de cerca, es todavía más impactante. Mide unos dos metros, y está elaborada completamente de plata, con una pulida hoja en la parte superior con algunos símbolos ceremoniales grabados. 

El individuo se quita la capucha y, para vuestra sorpresa, nada tiene que ver con el portavoz. Se trata de un hombre casi cadavérico, escuálido, de tez morena y con marcadas facciones de nativo americano. Aunque lleva una túnica igual que la del portavoz, le sienta distinto y lleva un colgante con uno de esos atrapasueños. La maraña de lacio pelo cano le enmarca la cara y le hace parecer todavía más viejo.

Tiene el ceño fruncido, el semblante serio y los dientes apretados. Sin embargo, no dice nada. Hay algo extraño en sus ojos, más humanos que los del otro ser. Determinación.

-¿Entregaros al niño, decís?... ¿Para qué?-, inquirió con voz firme Jamal mirando de reojo la brillante punta de la lanza sostenida por el guardián con rasgos nativos. Para su sorpresa, mantenía la conversación de forma telepática. ¡Aquello era inaudito! ¡Al menos un telépata se hallaba de pie frente a ellos!

-No podemos hacerlo. No sé por qué deseáis que os lo entreguemos, pero este niño, este pequeño e inocente niño, nada tiene que ver con los pecados de sus padres, si es eso lo que os mueve hasta aquí-, dijo Jamal apretando la mandíbula y señalando a Adam, ahora dormido en el regazo de la profesora Walker. Lo cierto es que hablaba guiado por su intuición, porque la verdad es que no tenía ni la más remota prueba de qué hacían aquellos seres, aquellos... Vigilantes, en aquella gruta subterránea aguardando a Wisner. Todo empezaba a tomar el cariz de una insidiosa pesadilla sin sentido.

-¿Quiénes sois? ¿Qué hacéis aquí?

Las palabras de Jamal resuenan por la caverna en esa forma de comunicación tan ordinaria, tan invasiva, tan molesta. El portavoz cambia el peso de pie de forma imperceptible, molesto. El arma que lleva detrás suyo se balancea, pero él no mueve un dedo.

- La sola existencia de ese niño es un pecado -resuena de nuevo la voz en vuestras cabezas, tranquila pero firme-. Debemos poner fin a su existencia, es nuestro deber.

Acompañando a sus palabras, un torrente de imágenes os asalta la mente. Unas imágenes acompañadas de los gritos de una mujer desnuda y de una forma oscura y deleznable descendiendo sobre ella desde el firmamento. Unas imágenes que a algunos de vosotros ya os resultan hasta familiares.

Los gritos se convierten en un latido cada vez más grave, más intenso. De la vagina de la mujer sale entonces un recién nacido que comienza a hincharse y a hincharse, deformándose en un grotesco ser a medio caballo entre lo humano y lo divino. No sabríais describirlo de otra forma. El ser os mira, con ojos inyectados en sangre y llenos de odio.

Notáis vuestro cuerpo completamente paralizado por un momento y, de repente, todas las imágenes desaparecen. De nuevo, la voz telepática del hombre mortecino que tenéis ante vosotros, en la cueva, os devuelve a la realidad. ¿Acaso son estos dos hombres más reales que las visiones?

- Sacerdote -ordena secamente, y el nativo americano retrocede un paso para crear el espacio suficiente como para poner su lanza en ristre, preparado para cargar.

William se queda paralizado ante la aparición de estos seres y, seguidamente, ante las visiones que aparecen en su cabeza.

Antes de tener tiempo para permitirse perder la cabeza, William se sacude y, tras agarrar con fuerza a Ambrose, apunta con la pistola al sacerdote que parece prepararse para atacar.

- ¡No muevas ni un músculo, anciano! - grita el agente, a quién le tiembla levemente la voz al pronunciar la última palabra - No sé quienes sois, ni me importa, ¡pero no os vais a llevar al crío!

La visión fue clara a pesar del horror que narraba. Las imágenes eran aún más reales de lo que lo fue el sueño que tuvo la pasada noche. María Dabrowsky había sido violada, pero no por Jacob Cornelisz. Si no por un... ente. Un ser hecho de sombras y oscuridad proveniente de la noche.

Jamal soltó el rifle con calma. Su superioridad numérica le parecía engañosa. Se notaba cansado, agotado. La visión era demoledora y terminó por consumir sus energías tras procesarla. Si las imágenes que le enviaba telepáticamente aquel ser de otro mundo eran ciertas -y Jamal empezaba a creer que podían serlo-, significaba que había un elemento sobrenatural en toda aquella historia, algo ajeno a lo que denominaban realidad, mucho más antiguo y poderoso de lo que pensaba, tal y como sospechó mientras investigaban la mansión Cornelisz. Olga Lesek habló refiriéndose a sus patrones como "Demonios" y trató de alejarle de la casa. Ahora entendía por qué.

-Will, tranquilo...-, dijo en voz baja a su amigo. Jamal era un hombre notable por su frialdad y por su inagotable aplomo. El doctor extendió las palmas hacia el vigilante que ejercía de portavoz, dejando claro que no tenía intención de hacerle daño. Acto seguido se dispuso a jugarse el todo por el todo. En su mente, una fugaz imagen de su mujer y sus dos hijas le recordó que aún tenía algo por lo que luchar. Se agarró a su fe en sí mismo como a un clavo al rojo vivo y habló con toda la calma que pudo atesorar.

-Vigilantes... Guardianes... Apelo a vuestra piedad. Es sólo un niño. Un niño perfecto. Le estáis juzgando como si hubiese tenido tiempo de cometer el más abyecto de los crímenes... Dadle una oportunidad de vivir. De... Dejadnos cuidar de él. Nosotros... Yo...-. Jamal tensó la mandíbula y clavó sus ojos rasgados en su interlocutor. -Si la visión que... Que has compartido con nosotros es cierta, el pequeño tiene sangre humana, la de su verdadera madre muerta. Ni siquiera vosotros podéis asegurar que es un monstruo por completo. Os... Os ofrezco una alternativa... Yo le vigilaré. El pequeño saldrá sano y salvo de aquí, pero no regresará junto a sus padres, os doy mi palabra.

Jamal tragó saliva. Estaba pensando literalmente todas y cada una de las palabras que pronunciaba sin dejar de mantener contacto visual con aquel ser de ojos insondables.

-Dejadle crecer. Dadle la posibilidad de cambiar su destino. Su madre era una mujer buena que vino a esta tierra buscando una oportunidad. Los Cornelisz se aprovecharon de su inocencia, ahora lo veo claro. Pero este niño... Este niño no debe pagar los pecados de sus padres. Si cuando crezca...

La mirada de Jamal se ensombreció. Sus palabras eran pura determinación.

-Si cuando crezca resulta ser uno de ellos... Yo mismo haré lo que hoy estaba dispuesto a hacer tu sacerdote...

El sacerdote mira con cara de póker al portavoz y a los pocos segundos baja la lanza y vuelve a plantarla en el suelo, cuadrándose de hombros.

- ¿Estás seguro de eso, mortal? Ese niño te devorará tarde o temprano. Tampoco podemos controlar a toda nuestra gente, muchos irán a por él -hace una pausa-. De ambos bandos. Si las cosas se ponen feas, necesitarás esto -dice, haciendo ademán a su compañero-. El niño no puede volver con esos hechiceros.

El sacerdote hace entrega a Jamal la lanza que porta con él y seguidamente se retira un poco. El portavoz camina hacia Bennet y Wisner. Se agacha con impresionante gracilidad y toca con su mano suave y mortecina a Wisner.

Ambrose, agarrado por el agente, solloza levemente mientras las venas azules de la mano del portavoz se dilatan y, de repente, igual que con la pared, Wisner ya no está. Las manos de Bennet chocan contra el frío suelo rocoso y el sonido metálico de las esposas resuena por toda la estancia.

Ambos vigilantes se retiran a su parte de la caverna, más allá del muro desmaterializado.

- Ambrose no ha cumplido con su parte del trato. Te estaremos observando.

Jamal sostuvo silente la lanza en sus manos. Por alguna razón que no supo explicar, era más ligera de lo que parecía. Quizás porque el peso que implicaba ya había caído sobre su alma al comprender la magnitud de lo que estaba en juego en aquella cueva, en aquel preciso instante.

El alienista miró a los ojos al vigilante de piel albina y asintió, lacónico.

-No volverá con los hechiceros, tienes mi palabra. Le encontraremos una familia y le mantendremos vigilado-, dijo más apesadumbrado que solemne el doctor. Sabía que había ganado el tiempo suficiente para salvar la vida de Adam, pero sentía que era imposible saber si había adoptado la decisión correcta a largo plazo. -Y si llega el día...-. Jamal se sumió en un lúgubre mutismo. Agachó la mirada al suelo y su rostro quedó ensombrecido por la oscuridad que anidaba en la cueva. -...Estaré preparado.

-Gracias-. Fue la última palabra que Jamal dedicó a aquel ser alienígena.

* * * * *

Con el desvanecimiento de Wisner, el doctor Jamal se giró a sus compañeros. Parecía haber envejecido unos años aquel instante.

-Le hemos salvado. Ahora no podemos condenarle. Ese niño no puede volver con sus padres. Al final, Olga Lesek tenía razón... Esto... Esto nos supera completamente. Tenemos que ocultarle-.

William observa lo que parece ser el desenlace de esta aventura boquiabierto. Incluso cuando Ambrose desaparece ante sus ojos, ante su agarre, no puede ni replicar.

Hasta que Jamal no le llama la atención, no es capaz de volver en si.

- Estás... ¿Estás seguro de esto, Jamal? - pregunta el agente tragando saliva. El nudo de la garganta no desaparece - Esto puede ser muy peligroso.