Partida Rol por web

Entras en lo que parece un túnel muy estrecho cavado a mano, totalmente a oscuras. Dejas la trampilla abierta tras de ti y, gracias a ello, algo de luz se arroja sobre el pequeño pasillo, dándote una visión de la entrada del mismo. Sin embargo, no puedes ver más allá.

Ahí abajo hace frío y huele a humedad y las raíces de los árboles de arriba se asoman por el túnel, entorpeciendo el paso y rompiendo y ensuciando tu traje. Aunque no ves nada, oyes el llanto de Adam en la lejanía.

-Si sobrevivo a esto, Tess va a matarme cuando vea cómo he dejado el traje-, pensó con toda razón el Dr. J. en una concesión al sarcasmo mientras avanzaba a tientas en aquella oscuridad subterránea, guiado únicamente por los llantos del pequeño Adam.

Wisner no parecía haber excavado aquel túnel. Y si lo había hecho, había tenido ayuda. En todo caso, daba la sensación de que era demasiado antiguo y profundo. Eso le hizo reflexionar a Jamal sobre la plausible complicidad de Martha Wisner en el secuestro. ¿Estaría compinchada con su hijo? ¿Sabría acaso lo del secuestro?

Casi tropezó con una raíz que emergía del techo, lo que le recordó que no era momento de distraerse pensando. Había que apresurarse y cazar a Wisner antes de que le hiciera algo a Adam. Apretó la mandíbula y se juró que esta vez intentaría no disparar a matar.

Solo esperaba que Wisner se lo pusiese más fácil que Barret.

Kennedy pierde por un momento la concentración, al ver la descomunal fuerza que es capaz de desarrollar la vieja con pinta de estar haciendo madalenas todo el día, y de haber dejado de marcar en el calendario la fecha de su cumpleaños para pasar a marcar los días que le quedan para morir. 

Mierda.

William frena su carrera al oír el disparo y ver estallar la lámpara. Sin tiempo que perder, el agente suelta una maldición por lo bajo y corre hacia la abuela, con intención de arrebatarle el arma.

Parece que tu gran estatura ralentiza tus movimientos y el llanto de Adam se oye cada vez más lejos. Cuando tratas de afinar el oído en la oscuridad, se oye un disparo de escopeta tras de ti, dentro de la casa. No parece que nadie te esté siguiendo, pero parece que la cosa ha pasado a mayores.

Kennedy resiste el forcejeo de la forzuda mujer y es entonces cuando Bennet aprovecha para quitarle la escopeta. Cuando lo hace, Martha deja de oponer resistencia.

Sin embargo, los perros se oyen cada vez más cerca...

El rastro se perdía en la oscuridad de aquel condenado túnel y Jamal empezaba a ponerse nervioso temiendo perder al niño para siempre. Por si esa preocupación no fuese suficiente, el característico estallido de una escopeta de caza rasgó el aire. La escopeta de Martha Wisner.

Se hizo el silencio.

Un hombre normal se habría quedado lívido de puro terror.

Un hombre normal...

Pero el Dr. J. no era un tipo corriente. Oh, no. Era un hombre negro afincado en Harlem, uno de los barrios más peligrosos de Nueva York. Él no palidecía. El estallido de las armas de fuego no le era algo ajeno. Se detuvo un instante para ubicar el disparo y notó cómo el sudor resbalaba por su sien. Venía de la casa. Temiéndose lo peor, se forzó a seguir avanzando, pues Wisner seguía a la carrera, llevándose a Adam a Dios sabía dónde.

Ahora el rastro del pequeño parecía depender en exclusiva de él.

William, al oír más cerca los ladridos, apunta su arma a la puerta por la que espera su entrada triunfal.

- Ordene a los perros parar, señora Wisner - ordena el agente sin mucha esperanza -. No quisiera decorar su bonita casa con sus entrañas.

Lo observo todo y solo me sale decir: -Señora. Eche a los perros y sentemonos a hablar.- Mi tono es de todo menos tranquilo.

Sigues por el túnel y finalmente ves la luz al final. Tal vez sea porque Wisner ha salido ya y los haces luminosos ya bañan el diminuto pasadizo. Sales todo lo apresuradamente que puedes hacia la superficie. Tu traje está mugriento y roto por algunas partes, con grandes manchas marrones de la tierra del túnel.

Cuando consigues salir, con algo de dificultad debido a tu tamaño, vislumbras una figura corriendo entre la espesura y estableces un breve contacto visual con Adam, que te mira asustado y con ojos inocentes.

Los ladridos de los perros que merodeaban por la zona te sacan de tu ensimismamiento. Echas la vista atrás y ves que no estás tan lejos de la parte trasera de la casa. Cuando te quieres dar cuenta, un rottweiler se te abalanza y te tira al suelo, gruñendo y lanzando dentelladas. Su baba caliente y pestilente cae sobre tu traje, pero ya no te viene de aquí.

Ves por el rabillo del ojo a los otros dos perros dirigirse a la cabaña, atraídos por el disparo.

Uno de los perros, un gran rottweiler, aparece por la entrada principal y trata de abalanzarse sobre Bennet. El agente estaba preparado con el arma en ristre y se mueve ligeramente hacia atrás, con lo que el perro no consigue derribarle. Sin embargo, consigue hundir sus apestosos y amarillos dientes en su pierna. 

Otro de los perros salta por la ventana rota en la parte trasera, por donde irrumpieron Kennedy y Jamal minutos atrás en un alarde de sincronización perruna. Este trata de salvar a su dueña y se abalanza sobre el periodista, mordiéndole en el brazo con el que sujeta a Martha Wisner.

¿Dónde estará el tercer perro?, podéis llegar a pensar. No importa en estos momentos, pues Martha consigue zafarse del agarre de Kennedy y se levanta aprovechando la distracción. Coge una vasija de porcelana y se la estampa a Walker en la cabeza en respuesta a su comentario.

-Señora. Eche a los perros y sentemonos a hablar.

- ¡Toma hablar, alelada! -dice a la vez que la cerámica se rompe sobre la cabeza de la profesora.

¡Aaaag!

Con un grito de dolor, William apunta al perro que le agarra la pierna y aprieta el gatillo, desaparecido todo atisbo de lástima que pudiese sentir por el chucho.

El agente dispara su escopeta, impactando todos los perdigones de lleno en el lomo del perro. Éste lanza un aullido de dolor y, empapado en sangre y a duras penas, se retira cabizbajo buscando un lugar seguro y tranquilo para sumirse en lo que sabe será su último descanso.

Jamal proseguía su persecución penosamente a través de aquel oscuro túnel hasta que un halo de luz le advirtió que la salida estaba cerca. Aumentó su ímpetu en carrera hasta quedar cegado por la luz del exterior. Su traje no sobreviviría a aquella experiencia, era ya un hecho contrastado que estaba a punto de recibir una sangrienta confirmación final.

Al emerger de la cavidad, aún deslumbrado por la luz exterior, escuchó a Adam llorar y se giró en dirección a los sollozos. Por primera vez, sus miradas se entrecruzaron a cierta distancia. Ya tenía a Wisner muy cerca...

Lo que no vio el buen doctor fue al tremendo Rottweiler que cargó contra él y se abalanzó contra su brazo izquierdo con un potente salto. ¿¡De dónde había salido!? 

El animal, un cánido corpulento de manto negro y mandíbula de tijera, era un oponente temible en las distancias cortas y le había pillado por sorpresa. Acometió con ferocidad y le desarmó, cayendo al suelo pesadamente con Jamal.

-¡Aaaaaaaaaaargh!-, gritó el doctor J. notando el rifle escapar de su mano y el peso del perro guardián contra su pecho. Aun derribado, reaccionó lo más rápido que pudo sintiendo un punzante dolor en el brazo que a los pocos segundos dio paso a un entumecimiento. La mirada asesina del perro clavada en él le hizo comprender que era una situación de vida o muerte. Matar o morir.

Maldiciendo su suerte, se las arregló para desenfundar su fiel Colt y descerrajar dos tiros al animal a quemarropa que estallaron en mitad del bosque circundante dejando de propina un molesto pitido en sus oídos. Un pitido que volvió a alejarle de los llantos del pequeño una vez más.

Kennedy suelta un alarido ante  la mordida de uno de los perros, el periodista intenta mantener la calma y tan rápido como puede lanza una serie de puñetazos a los ojos del perro.