Partida Rol por web

No prepararon demasiado el viaje hacia Tenklor a través de la carretera del norte, que curiosamente discurría hacia el sur, pues el nombre de dicha carretera lo impuso la capital de la comarca y no la pequeña villa de Nocoavov. No obstante, antes de partir regresaron al Templo donde prepararon sus equipajes y escogieron tres caballos para el viaje. Además, dejaron instrucciones precisas a los monjes de mayor grado para llevar a cabo las labores del Templo, así como para oficiar en su ausencia las misas y rituales religiosos diarios.

Así fue como a lomos de sus monturas, los tres altos representantes del Templo de la Tríada partieron del mismo en busca de respuestas. ¿Y porqué iban ellos, las tres figuras de autoridad en aquel lugar, hacia una misión tan secundaria para la fe de su iglesia y no enviaban a alguien en su lugar? Podía ser porque llevaban poco tiempo al mando de la iglesia y la palabra delegar todavía no entraba en su vocabulario. Podía ser también porque sabían que si querían que algo saliera bien, era mejor hacerlo por si mismo y suficientemente se había retrasado ya el inicio de las obras. O puede que supieran de alguna forma que detrás de todo aquello había algo oculto que podía comprometer la seguridad de toda la región y que sólo los más válidos podían hacer frente a tal amenaza. 

Fuera por la razón que fuera, los tres religiosos avanzaban por la carretera del Norte con un intenso sol que abrasaba sus cabezas y les hacía sudar bastante, sobre todo a los dos hombres, que enlatados en sus relucientes armaduras, empezaban a sentir como se cocían a fuego lento. Seyran reinaba sobre sus cabezas y aunque eso llenaba de regocijo a Florian, también le castigaba como al resto. Por suerte, algunas zonas de la carretera discurrían entre altos bosques y el ramaje les cubría de sombra haciendo que la tortura fuera más llevadera, tanto para ellos, como para los animales que tenían que cargar con su peso.

Era de admirar como los sureños soportaban temperaturas mucho más elevadas en los desiertos que cubrían la zona más meridional de Harvaka. Por lo demás, el viaje no estaba teniendo mayor complicación y acompañados por el precioso paisaje que les rodeaba, el agradable canto de los pájaros y el dulce aroma a las flores que adornaban los prados, hacía mucho más llevadero el trayecto. Fue tras casi seis horas cuando divisaron algo que les llamó la atención, pues sobresaltados, se toparon de frente ya pocos metros, con una criatura enorme situada a un lado del camino.

Ante ellos se alzaba un enorme oso con protuberancias óseas marrones en forma de cresta que le salían sobre la cabeza como una corona y bajo la barbilla. Unas enormes garras afiladas como guadañas lucían en sus pavorosas garras, acompañando a una mirada negra y fría, que no obstante poseía un brillo salvaje y destructivo.

Se encontraba rebuscando algo de espaldas al grupo en la cuneta de la carretera. Además de aquella enorme criatura a la que era imposible ignorar, el grupo percibió claramente otra cosa, olor a putrefacción muy fuerte. Había algo muerto en los alrededores. Algo grande y en descomposición.

Guideon había viajado junto a Nindra, hablando de trivialidades. Estaba de buen humor volviendo al camino, después de estar trabajando meses en la restauración del templo. El sol apretaba y se cocía en su armadura, pero no se fiaba demasiado de la diligencia de los gobernadores locales a la hora de mantener seguros los caminos. Su intuición resultó ser acertada. Florian los avisó de la criatura en el camino, y Guideon se puso a su altura para ver de qué se trataba.

—¿Qué monstruo es este? —le preguntó Guideon a Nindra en un murmullo, aprestando su lanza.

Era grande, feo, lleno de pelo horroroso. Era un oso, pero parecía algo más que un oso, un ser horrendo y peligroso.

—¿No deberían tener los hombres del duque la carretera libre de amenazas como esta? —suspiró Guideon, pero era una pregunta retórica—. Dejad que me prepare para el combate.

»Oh Protectora de la Luz; oh Luz imperturbable… auxiliad a vuestro elegido.

El viaje fue uno largo, y por mucha dedicación que tuviese el joven caballero, no terminaba de acostumbrarse a tan extensas caminatas, aún a lomos de su corcel. Florian había llamado con sumo orgullo a su propia montura de los cielos para que lo acompañase, un corcel blanquecino y resplandeciente casi tan envuelto en bardas metálicas como su jinete. Sus ojos portaban un brillo similar al del Aasimar, y su cabello era tan precioso y lacio como el del mismo.

Su gruesa y mágica capa ayudaba a cubrir un poco sus espaldas, mas la bendición de la luz del sol hacía resplandecer con fuerza toda su armadura, así como elevar su temperatura. Su aprecio por la naturaleza y el paisaje le daban cierta oportunidad de distracción, y por muy seria que haya sido su instrucción desde la infancia, lo cierto era que el joven también cargaba por dentro cierta vanidad. Cuidaba sumamente su delicado aspecto, en especial su largo cabello, y a veces no podía evitar sino regocijarse ante la perfección del mismo a través del reflejo que le propinaba su reluciente escudo, o el filo de su espada.

La última hora debió ser la más agobiante, las distracciones comenzaban a aburrirle hasta que pronto surgió una totalmente diferente y capaz de llamar su atención, dando fin a cualquier tipo de charla trivial. Era una bestia enorme, y mucho más de lo que debía ser para la figura que representaba. No estaba sumamente lejos, así que sus ojos no debían engañarlo. Era realmente grande.

- Puede que esta bestia haya abrumado tales fuerzas mundanas. - Suspiró Florian en respuesta, deteniendo a Adamantina en su lugar, y observando al gigantesco animal con algo de duda. No quería acabar con la bestia así como así, la carga de tener el poder de decidir quién debe vivir y quién debe morir, era demasiado y muchas veces lo hacía dudar de su propio juicio ¿Tenía realmente una opción? ¿Era la concreción de la carretera y la expansión de su iglesia, motivo suficiente para justificar la toma de esta vida?

...

Sí, debía serlo. Era por lo que luchaba, era en lo que creía, al fin y al cabo. Y la vida de un animal, era una con la que se veía incapaz de razonar. De dejarla viva, sólo continuaría hablando el único idioma que conocía y seguiría masacrando mercaderes y viajeros inocentes. El olor a descomposición era evidencia de ello. No, dejarle viva o ignorarla, sería una evasión de su responsabilidad.

- No será fácil, pero debemos hacerlo. - Afirmó tras su largo y pensativo silencio, en el cuál Guideon se había enfocado en sus largas plegarias. Reafirmó su escudo, y desenvainó lentamente su espada, colocando sus rodillas con firmeza sobre su silla de montar para guiar a su caballo con ellas.

Nindra estuvo hablando con Guideon, contenta por estar en el camino, lejos del Templo y de su absorbente gestión. Echaba de menos hacer locuras y vivir aventuras, pero estaban tan ocupados que ni siquiera tenían tiempo para pensar que los quehaceres diarios los estaban volviendo simples aldeanos.

La aparición del oso horrible provocó que detuvieran la marcha. Nindra se apartó el cabello de la frente para mirar con atención a la bestia.

-Pues no tengo ni la más remota idea de lo que es eso... Pero no vamos a dejar que nos detenga, ¿no?

Nindra comenzó a recitar un conjuro y una armadura de color azulado parpadeó sobre su cuerpo. Después extrajo una bolita de su bolsa de componentes. 

-Hora de jugar a la pelotita.

Recitó las palabras arcanas y su túnica ondeó cuando el poder comenzó a vibrar bajo sus pies. Lanzó la esfera y un enorme bisonte apareció junto al oso.

Mucho más serio y menos despreocupado, Guideon evolucionó por un costado con la lanza preparada, dejando a Florian vía franca para que pudiera cargar desde su montura.

El bisonte celestial al que todos conocían como Margarita, atacó de forma tímida al oso terrible. No causó ni un simple rasguño a aquella enorme criatura de terribles garras y afilados colmillos. Lo que sucedió después fue aterrador, sobre todo para la pobre Margarita. Con sus garras y sus colmillos, aquella bestia pavorosa se abalanzó sobre el bisonte, desgarrando su piel arrancándole varias extremidades y finalmente partiéndole el cuello de un mordisco. Margarita regresó a su plano natal, dónde acabaría de desangrarse...

Florian observó, casi perplejo, cómo aquella bestia había descuartizado en un instante y casi por completo a aquel bisonte, emisario del plano celestial. Podía notarse cierto dolor en su expresión.

- Es una criatura de temer... - Pensó en voz alta tras atestiguar la escena. Estaba claro que no podían confiarse y simplemente embestirla así como así.

Guiando su montura con las rodillas, el jinete y su montura se fueron desplazando lateralmente a paso de trote cuidadoso, en busca de un buen ángulo para atacarle, acortando también un poco las distancias. Mientras se movilizaban, enfundó de nuevo su espada, calculando su próximo ataque. Posiblemente necesite parte de su auxilio divino para enfrentarla. Observó a la criatura, mirando más allá de su piel y directo en su alma. Necesitaba estar seguro de lo que haría, si aquella era simplemente una bestia salvaje intentando sobrevivir o realmente un emisario de mal.

A Nindra siempre le dolía ver como sufría Margarita. Era una buena criatura y ese oso era un ser horrible y malicioso, que había destrozado a su maravillosa amiga.

-Cuidado con este bicho, no os acerquéis demasiado -sugirió la arcana, mientras los dos hombres avanzaban-. Voy a cegarlo. 

De su bolsa de componentes extrajo un puñado de fina arena, colocó una mano debajo y espolvoreó el polvo mientras conjuraba, mientras la magia crepitaba a sus pies y hacía ondear su cabello. Una pequeña nube de arena de colores atravesó el camino del bosque y se expandió por encima del oso, cubriéndolo de un polvo brillante y cegador.

El oso terrible fue envuelto en una nube de partículas rutilantes doradas. Los destellos le cegaron enseguida y trató de rascarse los ojos sin éxito. Había quedado completamente cegado. 

Por otra parte, Florian no detectó en aquel enorme ser un ápice de maldad. Al fin y al cabo, aunque enorme y muy fiera, aquella criatura ni dejaba de ser un animal.

El oso se puso sobre las patas traseras para rascartse los ojos al haberse quedado ciego gracias al conjuro de Nindra. Era todo el hueco que Guideon necesitaba. El saulita activó el poder de la varita de su lanza, que refulgió con un brillo plateado y clavó profundamente el asta en el abdomen desprotegido del úrsido. El animal rugió dolorido, y aún gruñó una vez más cuando Guidon sacó la lanza de un tirón. El saulita retrocedió con cautela, para que el animal no pudiera localizar dónde estaba, antes de reanudar su ataque.

Una vez cegado y malherido, el oso dudó unos instantes si correr por su vida o luchar. El viento, que soplaba de noroeste, no le ayudaba a olisquear a sus presas y sin embargo, se trataba de un oso obstinado, pues empezó a avanzar mientras olisqueaba el ambiente en busca de aquellos que le habían interrumpido en su festín y parecían pretender matarle.

Impresionado por los conjuros y juegos de luces de su compañera, el joven planodeudo observó casi incrédulo cómo la bestia se cegaba por completo y luchaba contra los mismos vientos y el aire ante la imposibilidad de ver a su presa. Aún así, en su olfato parecía conservar una noción de dónde se encontraban. Por mucho que Guideon lograse retroceder y evitarlo, no podían arriesgarse y contar con ello para siempre.

Florian meditó durante una fracción de segundo. Aquella, por terrible y bestial que fuese, no era una criatura engendra del mal. Era, probablemente un ser natural, sólo luchando por su propia supervivencia. Uno del que tocaría despojar, más allá de las intenciones que tuviese, ya que significaba un peligro para numerosas vidas y un obstáculo para su nuevo destino. Pero no podía permitirse a sí mismo imitar las tácticas del saulita y hostigar incansablemente al animal en su ceguera. Su código de honor se lo impedía. Ésta no era una criatura maligna, y aún en su desventaja, correspondía brindarle cuanto menos el derecho a defenderse y luchar justamente por su vida.

Pronunciando suavemente una muy breve oración, mientras emitía un rápido gesto con su mano libre, el caballero acudió a la fuerza del sol para que guiase su filo en su acometida, si así lo consideraba justo. Su corcel, Adamantina, se veía igualmente imbuida por aquella fuerza divina, y fue con esa seguridad que su jinete dio la orden y ambos se lanzaron a la carga mientras el último desenvainaba su espada, desembocando en una embestida realmente feroz y comparable a la de su colega.

- Lucha conmigo, noble bestia de la naturaleza. Este sol será el último para uno de los dos. Dejemos que su justa luz lo decida. - Encaró noblemente al animal, aún si éste no le comprendía, instándolo a que lo ataque a él con la clara potencia y proveniencia de su voz en su largo hablar. Con su escudo al frente, estaba preparado para recibir su justo contraataque. El joven no temía, confiando en que la fuerza de la rectitud estaba de su lado.

Guideon atravesó al oso con su lanza, aunque a Nindra no le gustaba la violencia, la que solía practica Guideon tenía cierta exquisitez. Florian atacó por el flanco con igual intensidad, pero la pelea no estaba ni mucho menos decidida. Tenían que mantenerse alejados de aquella bestia y acosarla de lejos, una de sus garras podría matar a cualquiera de los dos.

Nindra volvió a echar mano de las bolsas de su cinturón, lanzó la bolita al aire mientras la energía arcana la envolvía y recitó las palabras arcanas con más deteminación que antes.

-¡Por el flanco! No os acerquéis a él. Atacada por el costado ahora que está rodeado.

Guideon no tenía la idealizada visión del mundo de Florian, y aquella era a menudo una fuente de desacuerdo dos hombres que, por lo demás, solían estar de acuerdo en las cosas importantes. La nobleza y bondad de la Madre Naturaleza era uno de esos temas en los que discrepaban. Era cierto que los parajes naturales podrían contener una belleza que hacía que uno contuviera la respiración, pero la Madre Naturaleza también traía prolongadas sequías, huracanes, graves epidemias o animales mortíferos como al que se estaban enfrentando. Nadie fantaseaba sobre la belleza de aquellos aspectos de la naturaleza, aunque eran igual de reales que la hermosura de aquellos paisajes que uno podía asociar al paraíso. En opinión de Guideon, era precisamente a causa de la existencia de aquellas cosas que los humanos (y los elfos, y los enanos…) habían intentado cambiar lo que les rodeaba, proteger a sus hijos, construir ciudades y carreteras, cultivar comida y aprender magia. Si la Madre Naturaleza no se mostrara tan dedicada a acabar con los humanos, les resultaría mucho más fácil vivir en total armonía con lo que ella disponía.

—¡Lo tengo!

La lanza de Guideon volvió a relampaguear, absorbiendo de nuevo su fuerza vital para cargarse de poder. El Saulita apretó los dientes, y cuando se recuperó de aquella sensación entumecedora tomó impulso y se lanzó hacia delante. Tiró una lanzada a fondo, buscando la garganta del úrsido, imprimiendo al golpe toda la inercia del movimiento de su cadera.

Y la lanza de Guideon atravesó el cuello del úrsido. Aunque trató de resistirse a la llamada de la parca y tardó unos segundos en aflojar su fuerza, finalmente miró con cierta tristeza a Guideon y finalmente sus músculos perdieron toda la fuerza, provocando que aquella enorme criatura se derrumbara con su último aliento. El oso había muerto y ellos estaban a salvo sin un solo rasguño.

No obstante y pese a que estaban ilesos, el encuentro no había sido sencillo o carente de peligro, sino todo lo contrario. La magia de Nindra había evitado que aquella bestia se abalanzara sobre ellos y los despedazara, pues tras unos pocos segundos en igualdad de condiciones con el oso, difícilmente lo hubieran contado ninguno de ellos. No obstante habían sobrevivido sin tener que huir, cabe decir, contra todo pronóstico.

Fue entonces, una vez muerto aquel animal terrible, cuando los tres pilares de la nueva iglesia que se había instalado en la región, pudieron contemplar como en la cuneta de aquella carretera se hallaban lo que parecían ser tres cadáveres en estado de descomposición y de ahí el olor que habían captado nada más plantarse frente al difunto oso. Los tres cadáveres eran de hombres y los tres vestían con ropajes humildes.

Guideon limpió de sangre el extremo de su lanza en la piel del oso antes de acercarse a los cuerpos despatarrados de aquellos plebeyos.

—Pobres diablos —comentó mientras se tapaba la nariz y la nariz y la boca con un pañuelo de lino.

Tratando de aspirar lo menos posible aquellas miasmas hediondas, hincó la rodilla en el suelo y examinó los cadáveres. El avanzado estado de descomposición sugería que no los había cazado el oso así que trató de discernir cuánto tiempo llevaban muertos y qué los había matado. Después buscó en sus bolsillos y en sus ropas algo que permitiera saber quiénes eran, de dónde venían y qué estaban haciendo en la carretera de Tenklor a Nocoavov.

Era evidente para Guideon que a aquellos pobres diablos no los había matado el oso y que llevaban no menos de tres o cuatro días allí tirados. Sin embargo, la causa de la muerte en un principio no le era demasiado evidente, pues el oso no era el primero que había tratado de alimentarse de ellos. Otra alimañas además de insectos y gusanos habían dado un festín y seguían dándoselo con ellos.

Lo que si que localizó entre los muertos fueron algunas herramientas. Concretamente uno de ellos portaba un cinturón del que todavía pendía una maza de trabajo, un martillo, una cuña y escafilador. Sin duda podía tratarse de algún tipo de artesano o trabajador.

—Artesanos —dijo Guideon.

Se levantó, se alejó de los cadáveres y pidió algo de jabón a Nindra, que siempre solía llevar encima. Vertió algo de agua de su odre en sus manos y se las lavó.

—Por las herramientas canteros o picapedreros —dijo sacudiéndose las manos para secarlas—. Bien podrían ser los esforzados hombres que debían arreglar la carretera que conduce a nuestra santísima iglesia. Cabe decir que quizá el gobernador Docpher no es, contra todo pronóstico, un completo inútil.

Señaló en derredor.

—¡Busquemos pistas alrededor! Si son ellos toda esa piedra ha debido ir a alguna parte.

Florian se bajó de su reluciente corcel y se acercó a la escena. No se consideraba a sí mismo un gran investigador, pero debía comprobar con sus propios ojos el estado de aquellos hombres. El hedor era desagradable, mas el Paladín no tenía nada que temer de su contaminación, ya que él sabía que bajo la luz de Seyran su cuerpo siempre permanecería impoluto. Su rostro bajó un poco al ver que no era la bestia la causante, y probablemente eran los mismos trabajadores que buscaban, y se encontraban fuera del alcance de su salvación.

- Quién lo haya concretado, no ha tenido la delicadeza de sepultar o siquiera ocultar sus cuerpos... Mas sí su transporte. - Concluyó en voz alta, con pena el joven caballero. No parecían portar las heridas de una bestia salvaje, y si el resto de sus pertenencias faltaban, eso podía indicar que habían sido víctimas de un grupo inteligente y sin escrúpulos.

Mientras Guideon buscaba en los alrededores, el aasimar se dedicó a inspeccionar un poco más de cerca sus cadáveres. Necesitaba confirmar, si podía, cómo habían muerto ¿Había sido a mano de un hombre, una bestia o un accidente natural? También buscó entre sus herramientas. Si eran trabajadores, quizás hubiese cerca alguna pala o elemento que le sirviese para cavar un poco de aquel suelo y al menos brindarles un entierro digno.