Partida Rol por web

- Sabemos poco. - Dijo entonces Trash. - Hemos pasado los últimos días, ya ni recuerdo cuantos, aquí arriba. Trabajábamos durante las horas de sol y cuando llegaba la noche nos metían en un viejo y ruinoso establo, custodiados en todo momento. - Bajo la cabeza. - Me hubiera gustado poder plantearles cara antes, pero... - Bufó con rabia. - Éramos menos, estábamos desarmados y nuestro conocimiento marcial es limitado. - Se disculpó. - Lo único cierto es que creo que pensaban quedarse aquí un tiempo. ¿De lo contrario, por qué tanto interés en restaurar la muralla?

- Señor... - Interrumpió uno de los peones, quien tras quitarse su sombrero de granjero, parecía una persona totalmente diferente.

- Ahora no Wudwold... - Le respondió el arquitecto. 

- Creo que es importante... - Insistió. - Es algo que escuché a esos canallas...

- Está bien, ¿qué es, hijo? - Accedió Trash.

- Creo que sé que buscan allí abajo. - Comentó. - Creo que allí abajo hay reliquias. Puede que sean aparatos de culto de ese dios... Blubar... O como se llame...

- ¿Algo más? - Intervino el arquitecto. 

- Sí... - Respondió seguro de sus palabras. - Tienen una legión de trasgos enormes a sus órdenes...

- ¡Ja, ja, ja, ja! - Río de pronto Dunrat. - ¡No impediréis nada! - Les gritó. - ¡No sois nada! - Negó con la cabeza mientras una demente sonrisa se dibujaba en su perturbador rostro. - No habrá... Nada. - Guardó silencio unos instantes. - ¡Ja, ja, ja! - Volvió a reír. - ¡Muahahahaha! - Soltó una risotada terrible. - Está todo escrito. Nada podés hacer. ¿Me oís? ¡Nada!

Tan pronto los malhechores aceptaron su propuesta de rendición, Florian se apresuró a asegurarse sus armas y objetos sacrílegos estuvieran fuera de su alcance, para colaborar con Guideon en el labor de sanar y estabilizar a los peones malheridos, así como amarrar posteriormente a quienes ahora habían asumido el papel de prisioneros.

- Aún en la ceguera de su culto, han tomado una decisión sabia. No habrá más sangre derramada este día, y tienen mi palabra de que serán sometidos a un juicio justo. - Les garantizó férreamente, apuntándoles con el filo de su espada en un acto más simbólico y caballeresco que amenazante. Aún en la impureza de sus actos, habían aceptado el cese de hostilidades, y era un acto digno de considerar por su parte. Por más que fuesen reos, se aseguraría de que recibiesen un trato digno y buena alimentación hasta que las autoridades dictaminasen su destino.

De la misma manera que trató a los peones, si aún había posibilidad de salvar y estabilizar a algunos de los enemigos caídos, lo haría para amarrarlos junto a los demás. Dar muerte no era algo que el joven hidalgo aún se tomase a la ligera, era una responsabilidad demasiado grande, una que prefería evitar siempre que pudiese. También lo haría para con su persona y sus compañeros, que habían luchado a su lado.

- Qué destino tan oscuro... - Suspiró Florian tras escuchar lo dicho por Guideon, no pudiendo imaginarse el cruel destino que deberían suportar sus adoradores ¿Y con qué fin? - No existe lo inevitable, y nunca es demasiado tarde para iniciar un cambio. A veces cuando no existe un segundo camino, está en nuestras manos el forjar un segundo. Siempre habrá una nueva salida del Sol, luego de cada noche. Incluso para usted, Dunrat. - Soltó en un breve discurso el Aasimar, incapaz de verse afectado por las fanáticas palabras y risotadas del oscuro sacerdote. Él mismo había podido hallar su propio camino cuando toda su vida creía su destino se encontraba tallado en piedra. En el fondo creía que hasta un hombre como él, podía hallar un nuevo camino. Aunque aquello, sólo dependía de su propia persona.

Él, parecía decidido a afrontar aquella amenaza trasga, más el sacerdote de Saule tenía un punto. Era una prioridad el dejar a estos obreros a salvo, y concluir con el juicio de aquellos herejes.

- Ustedes los paladines... - Dijo con evidente hastío. - ¿Un juicio justo? ¿De qué me servirá eso? ¿Eh? - Escupió en dirección a Florian y el gargajo resultante cayó a pocos centímetros de la bota del aasimar. El gesto de derrota de Dunrat se incremento entonces. - Ni en eso puedo ganar hoy... - Dijo en voz alta. 

Aquel hombre bajó la mirada. No le interesaban las respuestas del paladín, ni de ningún otro miembro de aquella iglesia. Un juicio justo sólo significaba una condena segura. Primero porque conocía mejor que nadie sus fechorías, segundo porque cualquier jurado popular condenaría a alguien como él. ¿Por qué esperar entonces a ser juzgado? ¿No sería más piadoso ser ejecutado allí mismo y así evitar el lanzamiento de fruta podrida contra ellos, los insultos e incluso la esperanza vaga de ser absuelto para inequívocamente acabar siendo sentenciado de igual modo? 

- Nos habéis despojado de nuestras armas y habéis malogrado nuestros planes. - Intervino entonces la mujer de pelo rojo. - ¿No es suficiente castigo ya? Nuestro dios patrón no estará contento con nosotros. El tormento al que nos someterá es suficiente pena. - Trató de convencer a sus captores. - ¿Y si prometo no volver a hacerlo? ¿Podría marcharme entonces? - Sonrió, pues sabía la respuesta.

- ¡No os arrastréis más! - Gritó la arcana terriblemente iracunda. - ¿No veis que únicamente estáis alimentando su ego desmedido? - Negó con la cabeza. Estaba realmente enfadada, aunque no lo parecía tanto con los siervos del bien, como con la actitud de sus propios compañeros. - Tan solo nos espera un destino. Un juicio justo en el que seremos acusados y sentenciados sin posibilidad en contra. Seremos sentenciados y no a una pena piadosa, sino a la peor de todas. Suerte tendremos si antes de ser quemados en la hoguera, no somos torturados hasta la extenuación. - Miró alternativamente a sus tres captores. - Sólo una esperanza me queda y es que nuestros hermanos acudan en nuestro rescate y de ser así, juro ante todos los testigos que hay hoy aquí, que os destriparé uno a uno con mis propias manos. - Una sonrisa sádica se dibujó en su rostro. - ¡Ja, ja, ja, ja! - Rió de forma estridente. - ¡Muahahaha!

—¡Y así ha de ser! —interrumpió Guideon a Vacra, sin dejarla acabar, silenciando su risa como el rugido de un león acallaría la de las hienas—. ¡Y así lo escribieron en el cielo los ángeles! Quien hizo daño y quien cedió a la tentación del mal no puede trasponer sus doradas puertas. A quien sigue la senda del justo le premian los dioses, pero a los que ya llamó Glubar les espera la hoguera, la horca y la espada. ¡Fuego, acero y dolor!

»Lo juro por Saule, no cejaré en mi empeño hasta que todos hayáis pagado por vuestros pecados. ¡Testigo son el cinturón, el sol y la luna, la Sagrada Tríada, de que daréis ejemplo con vuestra muerte a aquellos que sigan vuestros pasos en vida!

Nindra cogió aire para contestar de malos modos a los cautivos cuando Guideon tomó la palabra. La maga se hizo a un lado y se abanicó con la mano, de repente el calor de la bola de fuego no lo era tanto si lo comparaba con el calor que le causaban los sermones del sacerdote cuando se exaltaba. Con un suspiro y un carraspeo, regresó a la conversación para arrojar un poco de juicio en aquellas cabezas locas. Aunque estaba claro que habían perdido la poca cordura que tuvieran antes de unirse a Glubar.

-Vuestro dios no está contento porque sois un hatajo de inútiles -constató la maga, guardándose el libro de Vacra en la mochila-. Bastante castigo es para nosotros tener que escuchar vuestras sandeces. Habéis perdido la razón y solo os espera la muerte; en el mismo momento en que os unisteis a Glubar, vuestro destino quedó sellado. Él venera la destrucción, de modo que no podéis sentiros desdichados: vais a ser destruídos, vais a convertiros en lo que vuestra deidad proclama.

La lógica del argumento caía por su propio peso, pero dudaba que a esos perturbados les entrase en la sesera.

-¿Hablas de egoísmo? -exclamó Nindra-. Tú, precisamente, una estudiante de la magia y de lo arcano. Requiere cierta inteligencia y a ti veo que te falta. ¿Qué esperabas al esclavizar y matar a unos trabajadores que no tenían nada que ver con vosotros para que os hicieran... el trabajo que tuviesen que hacer? Con lo fácil que habría sido contratarles, por amor de Maahn. ¿Y crees que somos bárbaros? El juicio probará que estabáis realizando actos impuros y seréis ahorcados. La pira no es un castigo en estas tierras. Y nadie os torturará de forma horrible porque no nos hace falta ser crueles para obtener la información que necesitamos de vosotros. Esa es vuestra forma de proceder, no la nuestra. Joder, que parecéis nuevos -protestó la maga, mirando a Guideon con una expresión que significaba "Por favor, diles algo que yo no puedo"-. ¿Qué hermanos? Mira, tenemos que marcharnos de aquí, si es verdad que tienen un ejército de goblins ahí abajo, regresemos al Templo, entreguemos a esta gentuza al burgomaestre y volvamos con otro ejército.

Florian no parecía verse tan afectado y acalorado por las palabras de aquellos hombres. Era cierto, se suponía se esperaba de alguien como él, un hombre dispuesto a juzgar, a castigar, a imponer orden. Como el campeón de Seyran que le habían criado para ser. Mas, en el fondo, su pasión no se encaminaba directamente hacia allí. El corazón del joven aasimar era más puro, quizás hasta más inocente, que ello. Él prefería creer que la luz de Seyran no siempre tenía que calcinar... Él, podía iluminar.

Tras escuchar y dejas desahogarse los agitados corazones de todos los presentes, dejando pasar una ligera brisa de viento proveniente de las puertas abiertas de la fortaleza, el hidalgo aprovechó esos segundos de relativa calma para acercarse con un par de pasos hacia Chenashi. No sabía si sus palabras eran verdaderas o simplemente una mofa de su convicción, mas de cualquier manera, le ilustraría la verdad.

- No es a mi a quien debes convencer, ni al juicio de las autoridades locales. Nosotros, no somos más que hombres, al fin y al cabo. - Le enmarco a la mujer, hablándole de cerca, mirándole a los ojos con los suyos que reflejaban la misma luminiscencia del sol. La realidad era, él sí era más que un hombre, contaba con una sutil pero marcada herencia celestial. - Sino a ti, y tu propio corazón. Si tu arrepentimiento es verdadero y tu corazón dispuesto a abrirse de nuevo, puedes confiar en que Seyran te abrirá su camino. Porque el dios sol todo lo ve, y no existe juicio humano que sea capaz de sobrepasar el suyo. - Le plasmó con toda su seguridad, no para sí ni para las autoridades, sino para ella. Creía plenamente en lo que le decía, y tal como la misma sacerdotisa había clamado, la voluntad de los dioses era mucho más fuerte que la de meros hombres. Si su cambio de fé era verdadera, Florian confiaba su destino le permitiría una oportunidad de salvación, de alguna manera. A todos.

- Ya veo... - Dijo Dunrat tratando de guardar la compostura. - Creo que está todo dicho y visto para sentencia. - Miró con rabia al saulita. - Glubar no intercederá por nosotros. Le hemos fallado y... - Sonrió de forma triste. - Ahora lo entiendo. He estado equivocado todo este tiempo... - Bajó la mirada. - La hoguera es poco castigo para todas mis fechorías. - Suspiró. - Llévame ante ese juicio. Debo encontrarme con mi castigo... - Afirmó de forma solemne.

Casi se habían creído su alegato cuando una sonrisa demencial se dibujó de nuevo en su rostro. Empezó entonces a reír de nuevo como un maniaco. 

- ¡Vais a morir todos! - Gritó entre sus risas. - ¡Antes de que despunte el alba Glubar os habrá castigado! ¡No somos más que sus peones! - Soltó otra risotada estridente. - ¡No importamos nada! ¡Sólo importa él! ¡El caos! ¡La destrucción! ¡la nada os alcanzará muy pronto! - Y siguió riendo como un demente.

- ¿Hablas de actos impuros? - Le preguntó la arcana a Nindra. - ¡Tú eres una mahanita! ¡Los tuyos han perpetrado los actos más atroces! ¿Eres tú la que me habla a mi de bondad? ¿De actos puros? - Negó con la cabeza incrédula. - ¡No eres más que una estafa! ¡Una estafa a tu gente y a ti misma! - Miró de reojo a Guideon. - Entiendo que hayas dejado de lado tu fe por ese hombre. Es rudo y bien formado. Estoy convencida de que el y su lanza te lo hacen bien. - Sonrió de forma malévola. - ¡No eres más que su ramera! - Sentencíó.

- Tus palabras son muy bonitas, paladín. - Le dijo Chenasi a Florian en un tono neutro. - Pero ni lo que yo crea, ni lo que mis dioses crean, me van a salvar de la pira. - Dijo bajando la mirada. Se notaba que realmente estaba asustada. - A mi madre la mataron también. Le acusaron de brujería. - Resopló. - Hubo uno de esos juicios justos de los que tú hablas. - Le miró a los ojos. - Un caballero que impartía justicia en el pueblo donde nací, decretó que debían pesarla. Pesó lo mismo que un  ganso y entonces... un pueblo lleno de odio y prejuicios la quemó. - Una lágrima recorrió su mejilla. - ¿Hubo justicia entonces? Yo creo que no...

Guideon lanzó un conjuro de silencio sobre los tres Glubaritas antes de que Dunrat empezara a hablar. Sus palabras no las escucharon ni ellos mismos. Solo movían la boca y gesticulaban de forma graciosa.

—Amordazadlos.

-¡Gracias! -exclamó la maga-. Sus estupideces me estaban dando dolor de cabeza.

Se arregló un poco la túnica porque se le estaba cayendo a pedazos y acabó atándola con una cuerda a la cintura.

-Menos mal que en esta región no hace mucho frío o me dará una pulmonía. La próxima vez prepararé un hechizo para reparar mi ropa, ya que parece que todos los arcanos que me encuentro saben cagar fuego como los dragones. Este asunto de Glubar es muy grave, volvamos con esta gente al pueblo y regresemos con un ejército. Mejor, con diez ejércitos.

Florian escuchó las palabras de los tres, algunos más furiosos, otros enardecidos en su propio fanatismo, y otros quizás acarreados por el propio destino... Una vida dura, más allá de sus motivos y creencias, debía ser la que soportaban los adoradores de tales deidades ¿Por qué lo harían? ¿Cómo podían hacer para soportar tanto? La mera idea de actuar para una deidad a sabiendas que la misma te calcinaría como parte de su recompensa, era algo que escapaba a la comprensión del joven. Un camino consciente lleno de sufrimiento, donde sólo hallarían sufrimiento al fin...

El caballero se dio media vuelta y emitió algunos pasos hacia donde aguardaba su montura, algo apenado. Antes de volver a subir a lomos de Adamantina, giró su cabeza hacia atrás una vez más, observando a los cautivos. Les miró, no sólo en sus figuras y expresiones, pero más allá de ello. Sus ojos portaban la luz de Seyran, la misma que le permitía iluminar las almas puras, así como enmarcar las que estaban envueltas en sus propias sombras.

Ninguna sorpresa se llevó Florian al detectar las auras de aquellas mujeres y de aquel hombre. Los tres eran abiertamente malignos. Aunque dadas sus acciones realizadas, eso era algo ha evidente se por sí. Casi tan evidente como la locura que emanaba de sus cabezas.

- Hay más de mis hombres allí abajo. - Dijo un preocupado el arquitecto. - Deben estar sufriendo allí abajo. No nos trataban bien, ¿saben? - Miró a sus peones y luego volvió a dirigirse a los miembros de la Tríada. - Tienen hambre... - Carraspeó. - ¿No tendrán algo para...?