Partida Rol por web

Eulendileas se movió con absoluto sigilo a través de las almenas de la fortaleza, avanzó sin ser visto hasta llegar a lo que parecía unas escaleras descendientes. A juzgar por el lugar donde se encontraba, debían ser las escaleras que descendían a la taberna repleta de orcos que antes habían investigado, así que lo mejor sería continuar hasta la otra zona donde podían estar escondidos los aventureros. 

Con mucho cuidado, pues otro guardia estaba a unos pocos metros de él, alcanzó una nueva puerta que accedía a la parte del norte aún sin investigar. Podría entrar en esa puerta, o bien continuar bordeando el edificio en busca de otra entrada un poco más discreta. Aquella corría el peligro de llamar la atención del guardia, pues apenas estaba a más de cinco metros de distancia.

Dreyden se encogió de hombros. El cambio era así, escurridizo, fluido... no tenía sentido combatirlo. El mago acarició la cabeza de su halcón, que permanecía en su hombro mirando en todas direcciones constantemente.

-Está bien. Registremos la sala de las literas y lo que haya más allá. Tengo curiosidad. Kell, permanece atento.

Después, Dreyden sacó un pedazo de cuero de su zurrón y lo apretó con su puño. Canturreó y una armadura fantasmal parpadeó un par de veces sobre su cuerpo.

-Mejor estar preparado.

El guerrero desenvainó sus armas y asintió a las palabras del mago.

Adelante.

Y tomó la delantera encaminado sus pasos hacia la habitación de las literas tratando de hacer el menor ruido posible.

Algo más tranquilo al ver que uno de los "altos" tomaba la iniciativa, el mediano se mantuvo en segundo plano, con su guja en una mano y la vista fija en el pasillo

- Vean que esté vacía y yo verifico que nadie nos ataque por la retaguardia - les informó - luego podemos ir avanzando sala a sala, asegurándonos que no dejamos ningún peligro a nuestras espaldas -

Esta habitación contiene tres literas de madera que están tan a punto de derribarse como las paredes. Nadie en su sano juicio dormiría aquí.

Eulendileas tenía el corazón en un puño de la emoción. ¿Qué hacer? ¿Qué podía hacer? Si Guau hubiera estado con él, le habría dado la solución a su problema, pero le había tenido que dejar ocn los demás. No era tan habilidoso como el mediano, y siempre tenía que hacer pis en todo lo que veía, no podía ser un espía como lo era él...

El mediano no dejaba de mirar de un lado a otro. Por un lado, la puerta y el orco. Sí, estaba el orco. Pero la puerta era taaaaaaan atractiva, y además estaba taaaaaaaaan cerca, casi casi la podía tocar. Por otro, había más camino a explorar, más aventuras y seguramente otros tesoros... Y no había que olvidarse de la gente a la que buscaba. Sí, eso también era importante.

Así que con mucho dolor en su corazón, decidió esquivar esa puerta y seguir caminando, buscando otra entrada por la que pudiese entrar y el peligro no fuera tan obvio.

Con el sigilo que caracteriza a los medianos, Eulendileas logró alcanzar una nueva puerta por donde acceder al interior de la fortaleza. Sin ser descubierto pudo abrir una de ellas y acceder al interior de la sala. Un lugar completamente vacío, con tan solo una escalera que descendía a la planta inferiantesor, otra puerta que seguramente fuera la que había evitado antes y una tercera puerta que llevaba a otro lugar de la fortaleza

El mago se acercó ala puerta más cercana. Ya que iban a ciegas, al menos, no dejar sorpresas a su espalda.

Se apoyó contra la pared, junto a la puerta y esperó a que alguien la examinara.

-¿Y bien? Quién abre?

Fausto se situó en frente de la puerta con sus dos armas desenfundadas, preparado para entrar y arrasar con lo que hubiera allí dentro.

Miró al mago y asintió con la cabeza. Estaba preparado.

Qué tensión pensó Eulendileas, emocionado al ver las nuevas perspectivas. Eliminó de su mente una de las puertas, porque pensó que era la que había visto y había descartado. Así que sólo le quedaba otra puerta y unas escaleras. ¿Qué podría hacer? No lo tenía muy claro, pero su misión sí que estaba clara.

Pensó que los secuestrados estarían en el subsuelo. O por la parte de abajo. Así que, sintiéndolo mucho, bajó por las escaleras lentamente.
 

Zurkor asintió a los planes de sus compañeros y aferró su guja con ambas manos. Sin embargo, a diferencia del explorador, el prefirió asegurarse que nadie los pudiese atacar por la espalda, por lo que se acercó a la puerta siguiente y, tras verificar como se abría se colocó en las sombras, dispuesto a impedir que nadie saliese de la misma

Antes de que el mago abriera la puerta se escuchó su voz desde las sombras donde se había acomodado - Si hace falta, estoy tras Uds., pero si alguien quiere atacarlos por la espalda se encontrará una sorpresa -

Finalmente Jedemiah optó por la opción de abrir la puerta, mientras que fue Fausto el que cargó contra cualquier criatura que se hallara allí. Frente a Fausto se encuentran dos orcos distintos a todos los anteriormente encontrados, estos son más altos y tienen cabezas bestiales sobre sus inmensos hombros. Sus ojos son de un rojo brillante e inyectados en sangre y tienen hocicos porcinos y largos colmillos. Llevan pequeños huesos anudados en su desengreñado cabello, y visten una tosca armadura de cuero tintada de rojo oscuro y amarillo mostaza. Presentan muchas cicatrices. 

Una gran mesa de madera se extiende a todo lo largo de este oscuro salón. Dos pesados bancos de madera y dos enormes sillas rodean la mesa. Todo el mobiliario está dañado y manchado, y fragmentos de loza rota y jarras mugrientas salpican tanto la superficie de la mesa como el suelo.

Un tapiz cuelga del muro sur está bordado con la imagen de una legión de orcos incendiando un claro élfico y transportando a prisioneros elfos cargados de cadenas. El tapiz está roto por varios lugares y no tiene valor alguno.

Un par de puertas conducen hacia dos lados diferentes de la sala.

Al ver como el Explorador ingresaba a la habitación y utilizaba sus armas, Zurkor se olvidó de sus planes de ocultarse y se acercó, presuroso, a la puerta que acababa de abrir el mago.

Al ver a los dos extraños, y enormes, orcos entrecerró sus ojos e irradio una leve aura verdosa que, centrada en su cuerpo recorrió el aire sin, al parecer afectar a ninguno de los presentes, ni aliados, ni orcos.

Sin embargo al mediano no pareció molestarle, simplemente se ubico cerca de la puerta y movió su arma, buscando alcanzar al mismo ser que había atacado su compañero. Su arma se balanceó una y otra vez hasta que descendió buscando el cuerpo de su objetivo

Sin embargo usar un arma tan larga como la suya no le permitía apuntar como habría querido - Que no avisen a nadie que estamos acá - susurró, esperando que el mago fuera capaz de ayudarlos en eso - Debemos matarlos antes de que den la alarma - insistió, malhumorado por no haber golpeado de la forma que quería haberlo hecho - O estaremos en problemas -

Arraman saco su varita y la activo, lanzando un rayo violaceo hacia el orco mas cercano.

-No tengo magia para silenciarlos! Matadlos rápido! Kell, vigila el pasillo!

fausto entró como un vendaval enarbolando sus afiladas hojas en un baile de acero que prometía muerte. Se detuvo un segundo al observar al extraño enemigo, nunca había visto orcos semejantes, pero un orco es un orco, así que se plantó delante de uno de ellos y atacó con sus dos espadas. 

Aquí ha tenido que haber una pelea pensó el pequeño Eulendileas al ver tantas cosas rotas y desgarradas. Vale que los orcos eran unos puercos, pero tampoco tenían que ser así sin ningún motivo, ¿no?

¿Y por qué podían pelear los orcos? Por muchos motivos, claro: Comida, son imbéciles, chocarse, son imbéciles, por ascender, son imbéciles, por los prisioneros, son imbéciles, por oro...

Oro los ojos ambiciosos de Eulendileas se iluminaron como una potente antorcha. Se ensanchó su sonrisa y se puso en modo buscador al instante. Allí tenía que haber algo.