Partida Rol por web

Ajeno al sol invicto, Ashzyx montaba al escorpión cerrando la caravana. Acostumbrados al inmisericorde orbe de Athas, el mediano y el arácnido seguían la fila de la procesión en silencio solo interrumpido de cuando en cuando por extraños gruñidos y chasquidos de mandibulas de Krick, como si el druida y su montura cuchichearan entre si. En alguna ocasión hasta os parece escuchar alguna risa ahogada. Parece que el halfling y su amigo disfrutan del paseo..

Entonces apareció aquel cadaver; echandole un vistazo superficial, descartó rapidamente la posibilidad de hincarle el diente: la poca carne que quedaba estaba curtida y reseca.. apenas daría entretener el estómago. Dando un trago a su cantimplora, optó por aplacar su sed en vez de su hambre, pues esperaba que pronto pudiera probar el "genero" local.

Aquel gordo semiorco se había detenido a examinar el cadaver junto con el tipo acorazado y la hembra de pelo extraño; decidió continuar camino pues si algo había aprendido en sus vagabundeos por el Mar del Polvo es que siempre era mejor dejar en paz a los muertos. Todavía recordaba aquella ocasión en la que estuvo huyendo durante casi una luna de media docena de enanos no muertos... y todo por meterse donde no le llaman.

La verdad es que poco le importaba el destino de la caravana. Zyx solo quería llegar a un curso de agua y reponer fuerzas. La perspectiva de volver a ver un rio o una corriente de agua le emocionaba de sobremanera pues solo cuando visitó las Montañas Resonantes en su más lejana niñez pudo ver algo parecido.. 

Absorto en sus pensamientos y recuerdos, Ashzyx continuó en última posición de la caravana, en silencio..

Los entrenados instintos de Mochuelo le llevaron casi automaticamente a querer "examinar" aquel cuerpo semienterrado. Al parecer Deornoth "el acorazado", la guerrera de pelo rojo y el enorme semiorco también habían tenido la misma idea. Mochuelo se acercó con prudencia a ellos, para evitar cualquier posible trampa o peligro. Con el rabillo del ojo podía observar cómo la caravana y el resto del grupo se alejaban lentamente, rodando por las arenas en dirección al pueblo.

 - Por qué no lo habrán enterrado o quemado? Esto no pinta bien Dulcimae.

Son tierras extrañas y cada pueblo tiene sus costumbres. Contesta con sequedad, parece que la gitana aún sigue molesta por su error de cálculo en el viaje.

Una vez que los intrépidos aventureros se han bajado para investigar el cadáver, el carro continua con su lento avance por las arenas. Las ruedas se hunden en la arena y la rueda reparada por Estragón, sorprendentemente y contra todo pronóstico, continua aguantando.

Lo que queda del cuerpo son solo los huesos y una capa correosa y dura de piel que se asemeja el cuero. Las ropas continúan intactas y, a simple vista, no porta ningún arma ni objeto de valor.

Por tus conocimientos culinarios, dirías que el cuerpo lleva demasiado tiempo expuesto a la intemperie de modo que el agua se ha evaporado y la carne se ha endurecido. Es el mismo proceso que en algunas zonas tiene para hacer la cecina, un proceso largo y que requiere de varios meses.

Registras el cuerpo y no encuentras nada de valor, las ropas son de poca calidad y el pobre hombre no lleva nada encima. Por no llevar, ni siquiera lleva zurrón para guardar monedas.

Algo no te cuadra. El cuerpo parece haber sufrido un proceso de momificación, pero este es un proceso que requiere de años, inclusos de décadas. Pero las ropas indican que el cuerpo no lleva tanto tiempo, son ropas de calidad pésima que ya se habrían degradado con el paso del tiempo. El muerto es reciente, de eso estas completamente seguro, pero que le ha producido la “momificación” ¿Una enfermedad, una maldición, algún fenómeno atmosférico…?

El cuerpo parece haber sufrido un proceso de momificación, pero este es un proceso que requiere de años, inclusos de décadas. Pero las ropas indican que el cuerpo no lleva tanto tiempo a la intemperie. ¿Qué ha pasado?

Cuando el colorido carro Vistani llega a la aldea, la gente sale de sus casas para contemplar a los visitantes. Los aldeanos se alinean en las calles vestidos con sus largas y holgadas túnicas blancas. Sus curtidos rostros marrones miran fijamente a los extranjeros. Ninguno de los aldeanos hablará, pero se hacen a un lado para que pase el carro. Los gitanos conducen el carro entre las calles de casas de adobe y techos planos, mientras la multitud se acumula en los laterales de carro murmurando en un extraño idioma.

Ahí agachado, mirando el extraño cadaver, tocando aquí y allá, me quito el yelmo para observar mejor. Bajo el yelmo se nota el pelo húmedo por el sudor, sus cabellos castaños, oscuros, pegados a las mejillas, los retiro con la mano para poder ver mejor.

Esto es muy extraño. Esta como momificado. Por su estado debería de llevar muerto muchos años, pero sin embargo la ropa nos dice que no fue hace tanto. Comento tras explorar el extraño cuerpo durante unos minutos

Tendremos que tener cuidado digo cogiendo nuevamente el yelmo y levantándome no se si ha sido una enfermedad, algún tipo de maldicion, o lo que más me preocupa, un efecto atmosférico de este extraño plano donde nos encontramos. Quizás una tormenta de arena a una temperatura muy elevada dejó la frase colocándome el yelmo

Si queréis, podemos continuar. Debemos de llegar cuanto antes a ese pueblo.

Puah, el fiambre no lleva encima ni una triste moneda. Me he bajado del carro para nada. Y lo peor es que ahora tendré que hacer el resto del camino a pie.

Sorprendentemente, Deornoth resultó no ser un gólem de hierro: al abrir el yelmo demostró que había carne viva por dentro. Ahora bien, no le preguntes a Estragón si el templario era un elfo o un humano, porque las orejas seguían escondidas en el interior del casco. Ante sus palabras, el cocinero asintió dándole la razón.

Es como la cecina: carne deshidratada. Con este calorazo, yo creo que cualquier cadáver que dejes en este sitio termina igual en unos meses, no le daría mayor importancia. Lo que no sé es la causa de la muerte. A lo mejor se desmayó por la sed mientras trataba de llegar al pueblo. O puede que alguien le matara...

Normalmente, los semiorcos se llevaban la culpa de todo lo malo que pasaba. El río se seca: culpa de los semiorcos, no de los castores que han construído una presa más arriba. Las vulpejas del burdel enferman: es un semiorco el que las ha contagiado. ¿Alguien muere? Será cosa de la comida tóxica del cocinero semiorco antihigiénico. ¡Siempre culpan al semiorco! Por si acaso, Estragón empezó a lanzar balones fuera.

O... o le pinchó algún kri-kri venenoso-dijo, en referencia a Krick, la extraña montura del mediano, señalándole como posible asesino sin ninguna prueba-. Sí. Eso. Deberíamos volver con el resto, puede que les haya pasado algo.

Me encojo un poco de hombros ante las palabras del semiorco, no demasiado convencido de esa explicación tan sencilla, y mucho menos estando en este extraño lugar.

Quizás tengas razón, aunque en este lugar, mejor andarse con ojo. Comento mientras comienzo a girarme hacia el pueblo.

Vamos, vayamos hasta allí. No creo que les haya pasado nada, pero yo tengo ganas de beber y quitarme el polvo de la garganta.

Cuando decidís iniciáis el camino hacia el pueblo el sol se encuentras en su cenit, haciendo que el calor sea insoportable. El calor hace que los olores del cuerpo muerto se intensifiques. Pero los olores que desprende el cuerpo no son desagradables, estos son intensos pero no nauseabundos como cabría esperar de un cadáver, son olor a nardo, betún, goma y especerías.

Después de delataros unos instantes con los aromas a especias, iniciáis vuestro particular éxodo por la arenas del desierto hacia la tierra prometida, o al menos, hasta el osáis con agua.

La muchedumbre que se arremolinaba entorno al carromato de los vistanis se abrió de repente, como si un artificio mágico les obligara a apartarse. Caminando por medio de la brecha caminaba una joven hermosísima, de impresionante figura, con una larga cabellera negra, que llevaba suelta sobre la espalda, con unos ojos brillantes de un fulgor extraño y penetrante como esmeraldas. Sus rasgos eran de una perfección maravillosa, y su piel tenía un tono extraño semejante solo al bronce dorado, con innumerables difuminados rosáceos de extraordinario efecto.

Llevaba el pecho cubierto con conchas de metal dorado, a sus lados llevaba una larga falda de variados colores, recamada en plata y anudada en torno a sus caderas y con las puntas cayendo hasta el suelo. Debajo lucía un kalasiris corto, a franjas blancas, encarnadas y azules, formadas por tres piezas, terminando la de en medio en una punta que le llegaba hasta la rodilla. Tenía las piernas desnudas, adornadas por gran número de anillas de oro exquisitamente cinceladas y con grandes esmeraldas incrustadas. También en las muñecas lucía pulseras riquísimas y sobre el pecho le recaía un collar de turquesas que una ninguna reina le habría envidiado.

La gran sacerdotisa de Osiris, Isu Rehkotep, os da la bienvenida a la aldea de Muhar y a su oasis. Dice en común con voz regia pero sin llegar a ser prepotente. Decime, extranjeros, que os trae por estas tierras.

Durante el camino al pueblo, Estragón se centró en hidratarse. Pero un glotón no se hidrata con agua, sino comiendo. Estragón sacó de su mochila el tarro en el que flotaba su oreja cercenada, y también unas piezas de melocotón. El almíbar es líquido, ¿no? Eso tiene que combatir la sed y bajar la temperatura a la fuerza.

Cogió un melocotón, lo chuperreteó y lo volvió a meter en el tarro. En realidad el melocotón contaba como fruta, así que no le era tan apetecible para el sentido del gusto del semiorco como lo sería un salchichón, un chuletón y otros alimentos terminados en "-ón"... que no fuesen el melocotón. Los presentes jurarían que en alguna ocasión Estragón se equivocó, y lo que sacó del tarro era su oreja. La chupaba igual y la devolvía al tarro, como si de otro melocotón se tratase.

Buagh, tengo la lengua pegajosa de tanto sudar-o del almíbar-. ¿Cuando vamos a llegar al pueblo? Pfff... ¿Os imagináis que es un espejismo, y estamos caminando hacia ninguna parte? Moriríamos seguro. Menos mal que la pigmentación verdosa de mi piel me protege de las insolaciones, que si no iba a ser una vergüenza que encontrasen mi cadáver y pensasen que era un semiorco rojo.

El padre de Estragón se llamaba Nagrod el Rojo, pero lo de su cara eran pinturas de guerra, no era un orco rojo de verdad. El cocinero añoraba a su progenitor. Desearía que en este momento estuviese aquí con él... para que se achicharrara al sol por puñetero.

Los ojos de Kelris casi se le salen de la órbitas al contemplar aquel pedazo de mujer. Pero algo hizo que el semielfo refrenara su impulso ligón y tomase una postura más prudente; era el hecho de que la sacerdotisa parecía peligrosa.

Como vio que nadie optaba por presentarse, se animó a hacerlo él. Al fin y al cabo los vistanis habían prometido dejarlos a todos en la aldea incluido a él, no les llevarían más allá.

Loados sean mis ojos al haber encontrado tan hermoso Oasis en el desierto!- tenía que darle algo de teatralidad, no podía evitarlo-. Somos un grupo de viajeros extraviados en una niebla mágica. Mi nombre es Kelris y soy hechicero, esta de aquí es Kendra también usuaria de magia, la jóven de la armadura es Niké, una ungida del 'Invencible'y el mediano del escarabajo- se había fijado tan poco en él que no se había dado cuenta de que en realidad era un escorpión, a decir verdad- no he tenido el placer de conocerle si les soy sincero. Hemos dejado atrás a otros pasajeros que se han entretenido con un cadáver que hemos encontrado al llegar, seguro que vendrán pronto.

Quizás lo de meoncinar el cuerpo no había sido una gran idea, pero pensó que la reacción de la gente del pueblo les podría dar una pista sobre qué tipo de sociedad era.

Fuimos recogidos por la familia que lleva este carruaje y los cuales no tengo ni el derecho ni el permiso para presentarles yo mismo- concluyó intentando mostrar el mayor respeto a los vistani que les habían acogido como pasajeros sin cobrarles nada-. Nos hemos perdido y buscamos refugio, señora.

Sentía lástima tener que dejar a Dulcimae. Era muy enamoradizo y solo le faltó un segundo para caer prendado de la magia de sus ojos gitanos. Pero el mundo era grande y lleno de hermosas mujeres. Ya encontraría otra.

Por un momento agradecí el llevar el yelmo que, aunque no fuera demasiado, al menos evitaba que llegasen esos efluvios directamente al cerebro, agradeciendo el alejarnos de esos putrefactos cuerpos.

Sin embargo, el camino era todavía largo, y el sol parecía que estaba allá, en todo lo alto, ajusticiándonos. El sudor recorría todo mi cuerpo, teniendo que quitarme el yelmo para no cocerme como si de un huevo se tratara.

Por Heironeous, esto es un castigo digo mientras, por un momento pienso en la carreta, aunque rápidamente la descarto pensando en que estaríamos prácticamente en la misma situación.

En estos momentos no me importaría tener la piel verde como la tuya, porque la mía, a este paso, va a llegar oscura como la de un sarraceno. Hablaba para no pensar demasiado en el calor, pero poco a poco los labios comenzaron a agrietarse, resecándose como una pasa. El sudor caía por la frente, escurriéndose por las mejillas. Era evidente que lo estaba pasando bastante mal.

La única respuesta de Enrico y Antonio fue una boca abierta y unos ojos como platos. Ante la poca desfachatez de sus hermanos y que el chico de pelo de plata prefería a la nueva chica antes que a ella, Dulciame se enfurruño aún más. No era suficiente perderse en las nieblas, que ahora tenía que venir una zorra del desierto. Pensó amargamente la vistani.

Haciendo un poco más de sentido común, Marius, el hermano mayor, tomo la palabra y presento a toda la familia. Además comento el hecho de que cuatro viajeros más habían quedado en el desierto estudiando el cuerpo que habían encontrado.

¿Un cadáver? Comenta sin atisbo de sorpresa la sacerdotisa. Seria de algún viajero extraviado. Últimamente llegan muchos forasteros a nuestras tierras y muchos de ellos son ineptos a la hora de tratar con el dios Ra y las arenas.

Podéis acampar cerca del oasis y reponer fuerzas para continuar el viaje, forasteros. El pueblo de Muhar se caracteriza por su hospitalidad.

La sacerdotisa se dispone a dar la vuelta cuando parece recordar algo. Quiero conocer al resto vuestros compañeros y charlar más profundamente. Aunque la construcción de la frase era una petición o un deseo, el tono que uso Isu fue autoritario. Tendré a bien invitaros a cenar en mis aposentos del templo, cuando Ra se oculte e Iah traiga el frio de la noche.

- Mmmm cenar. Eso ha sonado muy bien. Acepto su invitación con mucho,gusto y me atrevería a decir que mis acompañantes harán lo propio. O los convertiré en ratas. - Dijo por lo bajo, la ultima de sus frases y con una sonrisa picarona.

- si no le importa, echaremos un vistazo al pueblo para hacer tiempo hasta la cena. Y muchas gracias por su amabilidad. - Dijo al fin, realizando una leve reverencia de cabeza, acompañada de una sonrisa Cortés hacia la sacerdotisa que les invitó.

- Gracias Señora.

Kelris no estaba muy convencido. No le gustaba el tono imperativo de la sacerdotisa, ni la forma en la que parecía no importarle la suerte de los viajeros.

Acampar, decía. Él no tenía nada en lo que acampar. Normalmente habría dormido en una posada, pagando prestando algún tipo de servicio.

Observó a la líder vistani. Ella parecía compartir su sentimiento por la hermosa mujer del desierto. Se acercó a ella y le susurró;

- Dulcimae, qué haréis vosotros? En realidad no me gustaría que nos separemos en este lugar tan inhóspito. No parece seguro. Podríamos acampar juntos? Aún no te he terminado de contar aquella vez que mi primo 'Una Mano' decidió poner más pólvora a los fuegos artificiales, y no termina como tú piensas...

Los ojos del semielfo estaban llenos de promesas, una noche sin duda inolvidable que podrían pasar juntos en las románticas arenas del desierto. Sacar algo de partido a una situación de otra forma adversa.