Partida Rol por web

Un magnífico mercedes con la carrocería en crema y la capota plegada se detuvo para frente a la entrada de la tienda. En el habitáculo trasero la Señorita Stauton y Shearer os sonrieron mientras indicaban que subierais al coche. -Me alegra verles de nuevo- dijo Karen mientras dejaba un espacio junto a ella y retiraba ligeramente la sombrilla. Elisabeth, que vestía con un conjunto de arqueóloga compuesto de camisa beige y pantalón a juego, dió una breve orden al cochero. Con un rugido, el vehículo continuó su marcha hacia la zona portuaria.

A medida que uno se aproximaba al puerto de Londres se advertía la gran afluencia de gente que había acudido ante la llegada del Newcastle. La pequeñas casas, arracimadas en torno al pavimento, alimentaban la sensación de claustrofobia de todos aquellos que se habían dado cita en aquel punto de la ciudad. Carteristas, vendedores ambulantes y toda clase de embaucadores hacían negocio en los alrededores, aprovechando la atípica oportunidad.

El vehículo se abrió paso entre los viandantes y os permitió resguardaros un poco más de la fina y persistente lluvia. El British Museum había colocado una enorme carpa para dar cabida a las personalidades que acudirían a recibir la expedición. Afortunadamente, vuestras influencias os habían logrado un hueco bajo la carpa. Os apeasteis del vehículo y un amable policía os permitió franquear el acceso.

A medida que uno se aproximaba al puerto de Londres se advertía la gran afluencia de gente que había acudido ante la llegada del Newcastle. La pequeñas casas, arracimadas en torno al pavimento, alimentaban la sensación de claustrofobia de todos aquellos que se habían dado cita en aquel punto de la ciudad. Carteristas, vendedores ambulantes y toda clase de embaucadores hacían negocio en los alrededores, aprovechando la atípica oportunidad.

El vehículo se abrió paso entre los viandantes y os permitió resguardaros un poco más de la fina y persistente lluvia. El British Museum había colocado una enorme carpa para dar cabida a las personalidades que acudirían a recibir la expedición. Afortunadamente, vuestras influencias os habían logrado un hueco bajo la carpa. Os apeasteis del vehículo y un amable policía os permitió franquear el acceso.

A medida que uno se aproximaba al puerto de Londres se advertía la gran afluencia de gente que había acudido ante la llegada del Newcastle. La pequeñas casas, arracimadas en torno al pavimento, alimentaban la sensación de claustrofobia de todos aquellos que se habían dado cita en aquel punto de la ciudad. Carteristas, vendedores ambulantes y toda clase de embaucadores hacían negocio en los alrededores, aprovechando la atípica oportunidad.

El vehículo se abrió paso entre los viandantes y os permitió resguardaros un poco más de la fina y persistente lluvia. El British Museum había colocado una enorme carpa para dar cabida a las personalidades que acudirían a recibir la expedición. Afortunadamente, vuestro trabajo en la institución os había logrado un hueco bajo la carpa. Os apeasteis del vehículo y un amable policía os permitió franquear el acceso.

A medida que uno se aproximaba al puerto de Londres se advertía la gran afluencia de gente que había acudido ante la llegada del Newcastle. La pequeñas casas, arracimadas en torno al pavimento, alimentaban la sensación de claustrofobia de todos aquellos que se habían dado cita en aquel punto de la ciudad. Carteristas, vendedores ambulantes y toda clase de embaucadores hacían negocio en los alrededores, aprovechando la atípica oportunidad.

El vehículo se abrió paso entre los viandantes y te permitió resguardarte un poco más de la fina y persistente lluvia. El British Museum había colocado una enorme carpa para dar cabida a las personalidades que acudirían a recibir la expedición. Afortunadamente, tus influencias te habían logrado un hueco bajo la carpa. Te apeaste del vehículo y un amable policía te permitió franquear el acceso.

A medida que uno se aproximaba al puerto de Londres se advertía la gran afluencia de gente que había acudido ante la llegada del Newcastle. La pequeñas casas, arracimadas en torno al pavimento, alimentaban la sensación de claustrofobia de todos aquellos que se habían dado cita en aquel punto de la ciudad. Carteristas, vendedores ambulantes y toda clase de embaucadores hacían negocio en los alrededores, aprovechando la atípica oportunidad.

El vehículo se abrió paso entre los viandantes y te permitió resguardarte un poco más de la fina y persistente lluvia. El British Museum había colocado una enorme carpa para dar cabida a las personalidades que acudirían a recibir la expedición. Afortunadamente, tus influencias te habían logrado un hueco bajo la carpa. Te apeaste del vehículo y un amable policía te permitió franquear el acceso.

Al introducirte entre la gente las palabras del Dr. Butler, tu jefe, volvieron a tu mente. "Debe vigilar bien los pasos del Señor Honeybourne. Le distinguirá con facilidad, es un hombre de mediana edad, joven, atractivo y muy vanidoso. No tardará en encontrarle bajo la carpa que se instalará para las diversas personalidades. Vigile con quien habla y trate de saber que le interesa. Debe, además, de encontrar a personas especialmente sensibles a todo aquello que se escapa a nuestro discernimiento inmediato. Es vital para nuestros nuevos trabajos y esta es una magnífica oportundad. Le deseo suerte."

Daniel se abrió paso entre la multitud hasta el policía y le enseñó su identificación al serio policía que allí había. El hombre asintió inmutable y con movimientos medidos se hizo a un lado quitando el cordón rojo para que pudiesen pasar. El joven arqueólogo le dio las gracias con un gesto y avanzó hacia delante.

-Por aquí, doctor Lowell-le instó a su acompañante volviendo ligeramente la vista atrás para ver si le seguía. Vacilante miró alrededor en busca de su mentor-El doctor Pitrie debería de haber llegado ya...con tanta mochedumbre nos hemos retrasado un poco-comentó estirando el cuello en un intento de ver por encima de las cabezas de la gente. Vestido con su gastada gorra marrón y una gabardina holgada que parecía haber corrido mejores tiempos, el joven tenía un aire de modestia y humildad entre las arregladas personalidades de la ciudad que les rodeaban.

Nieman se colocó su gabardina y descendió el primero del coche para, tras abrir su paraguas, mantener la puerta abierta y ayudar a bajar a las damas que le acompañaban, aunque más bien era él quien las acompañaba. Durante el camino les había agradecido su inestimable ayuda para que tanto él como Anne pudieran acceder a la zona de personalidades, además habían charlado animadamente sobre los tesoros arqueológicos que ivan a encontrar allí. - Señoritas ya hemos llegado y parece que a tiempo.

El Dr. Lowell parecía molesto. Toda esa gente arracimada - aún siendo ilsutres personalidades - inquietaba al Dr. Últimamente Petrie parecía escoger sus apariciones de forma inoportuna.

- ¿Se puede saber dónde estará? - masculló entre dientes. Avanzó hasta donde le indicaba su acompañante con los brazos cruzados y un gesto hosco. Tal vez, de haber entrado en sus consideraciones, Lowell se hubiera mofado del aspecto que tanto él como su colaborador ofrecían en la carpa, al ser su atuendo poco apropiado. Si bien Daniel ofrecía un aspecto raído y humilde en su gabardina, el Dr.,apenas se había olestado en ocultar su bata blanca bajo un abrigo marrón de lana. Lowell estiró la cabeza tratando de distinguir entre la muchedumbre a algún colega universitario dentro de la carpa.

- Muchas gracias señor Nieman. - agradeció Elisabeth la gentileza del anticuario al bajar del coche.

Mirando a su alrededor dijo:
- Ahora veamos quiénes han venido al acto. -

A pesar de la aparatosa tormenta que la noche anterior había azotado Londres la mañana había resultado ser uno de aquellos escasos momentos en Inglaterra en los que el sol brillaba con fuerza. La damas, vestidas para la ocasión, suponían un magnífico espectáculo de color y variedad con sus sobrillas desplegadas. Parecía que toda la alta sociedad se había dado cita bajo la carpa para recibir al eminente científico y sus descubrimientos.

-¡Mira Elisabeth ha venido ha venido el joven Arthur!- dijo a muchacha sin poder contener su alegría y sonrojándose al percatarse de que Joss y Anne se encontraban junto a ella. -También estan el alcalde, el jefe de policía y hasta el Obispo- dijo mientras miraba a su alrededor -¿Los conocen?. Si lo desean puedo presentárselos- tras volverse de nuevo y mirar a Anne la dijo -Acompañeme, vamos a saludar a Arthur- y sin esperar la respuesta la agarró de la mano y caminó hacia una pareja de ancianos y un joven.

Encogiéndose de hombros y sonriendo, Elisabeth cruzó una mirada con el anticuario que quería decir:

- Sí, a veces es así de impulsiva. -

Luego se limitó a seguir a su amiga para reunirse con ella.

- Muchas gracias - dijo cortésmente lord Oliver al policía, y se dirigió al lugar de la carpa que se le había reservado. Una vez allí observó con mirada atenta el puerto, la gente que se amontonaba junto al muelle y el resto de personas que ocupaban el espacio reservado, junto con él.

Me habia vestido a toda prisa para ir a buscar a mis dos acompañantes antes de ir a darle la bienvenida al barco cargado de antigüedades y curiosos tesoros. Sabia que toda la sociedad de Londres estaría reunida bajo esa carpa blanca que asomaba por encima de las demás cabezas. Había pensado en ello esta mañana y aunque no me encontraba en mis mejores momentos como para atender las sonrisas y comentarios falsos y las numerosas miradas recriminatorias me había resignado. Es mas me apetecía acompañar a la señorita Hemingway al evento, su entusiasmo era contagioso y hacia tiempo que no veía a nadie emocionarse tanto con la simple llegada de un barco.

Después de recogerla tuve la suerte de enterarme que la señorita Peacock también nos acompañaría, esto terminó de colocar en su lugar mi sonrisa. Había sido un grato descubrimiento y esperaba poder compartir mas noches y charlas con ella. Parece que hemos tenido suerte y podemos avanzar mas con el coche. Cuando por fin estábamos suficientemente cerca de la carpa aparque el vehículo y les indique a mis acompañantes que había paraguas para todas. No se lo tomarían nada bien si llegamos empapadas una risa sincera y breve acompañó mi comentario. Bajé del vehículo y agradeciendo al policía su gesto al dejarnos pasar con un leve movimiento de cabeza me dispuse a otear los alrededores para ver quien se había dignado a venir. Bueno compañeras...empieza el juego.

Joss se quedó plantado con Elisabeth en medio de aquellas personas sonriendo mientras observaba como Karen arrastraba a Anne, mientras un botones vestido con levita se acercó a ellos para recoger el paraguas que le tendió y la señorita Staunton seguía a las dos damas. Solo, se encogió de hombros y siguió los pasos de sus acompañantes, parecía que ellas se movían como mucha más soltura en aquel lugar de lo que él podría, con la mirada fue buscando algún rostro conocido, compañeros de profesión o amigos de su padre. - Está realmente concurrido el lugar, algunas de las más altas personalidades de Londres han venido a recibir la expedición. Parece que la fiebre por Egipto se ha extendido desde Francia hasta Inglaterra.

- Por suerte para las que estamos interesadas en estos temas. - dijo Elisabeth subiendo un poco el tono de voz para que el anticuario la escuchara entre el barullo - De esta forma, aunque no se nos tome en serio, al menos se nos ponen menos trabas para poder indagar en asuntos de egiptología. Se supone que como somos mujeres es normal que curioseemos en algo que está de moda. - guiñando un ojo añadió - Lo que no saben esos "guardianes del conocimiento" es que esa es una grieta en su férrea defensa por mantenerlo alejado de manos femeninas. Grieta que mujeres como yo sabemos aprovechar para conseguir que pasen de tolerarnos como curiosas a admitirnos como expertas, aunque esto nunca lo confesarán en público. -

Mientras acabo el té apresuradamente después de colgar el teléfono pienso en la ropa que voy a ponerme. Me arreglo con esmero, ya que parece que se va a dar cita gente importante. Decido estrenar la falda que hace poco llegó en uno de mis pedidos, y que todavía no he puesto a la venta. No hay que perder oportunidad para hacer propaganda de las nuevas colecciones. No es atrvida pero sí lo suficientemente vistosa. Es negra y recta, justo me tapa las rodillas, y está adornada con dos filas de flecos azul celeste que bailan cundo camino. la complemento con una blusa negra y le doy un toque de color con un colgante azul celeste en forma de mariposa. Me pongo unos pendientes de plata no muy largos, que tienen al final dos bolitas del mismo color que el collar. Miro por la ventana. Amenaza lluvia, así que me pongo zapatos de invierno, un chal y un sombrero negro con una pluma azul de ala algo amplia.
Estoy retocándome en el espejo cuando escucho la bocina.
El viaje resulta muy agradable. El entusiasmo de la señorita Rachel es contagioso, y Cathelin también parece estar de buen humor.
Me sorprende la cantidad de gente reunida en el puerto, parece que se encuentra aquí toda la ciudad.
Salimos del coche protegidas por el paraguas, y trato de distinguir caras conocidas entre el gentío que se aprieta debajo de la carpa. Sonrío a Cathelin ante el comentario - Divirtámonos entonces -

A pesar de la aparatosa tormenta que la noche anterior había azotado Londres la mañana había resultado ser uno de aquellos escasos momentos en Inglaterra en los que el sol brillaba con fuerza. La damas, vestidas para la ocasión, suponían un magnífico espectáculo de color y variedad con sus sobrillas desplegadas. Parecía que toda la alta sociedad se había dado cita bajo la carpa para recibir al eminente científico y sus descubrimientos. El alcalde, el jefe de policía y el Obispo se afanaban en saludar a todo aquel que se aproximaba a ellos. Tras observar a tu alrededor apreciaste que los Wellington, una acaudalada familia que siempre apoyó a tu padre, estaban charlando con dos jóvenes mujeres, la joven Eleanor y una mujer desconocida para ti.

A medida que avanzabais entre la muchedumbre os planteabais la posibilidad de que el Dr. Petrie llegara tarde aquella mañana. No veiaís a nadie perteneciente al museo y la gran afluencia de personalidades había convertido a la enorme carpa en un exiguo espacio. Hombres y mujeres vestidos con carísimos trajes os observaban a medida que pasabais entre ellos y cotilleaban acerca de vuestra identidad sin ningún tipo de pudor. Por fortuna, tras rodear a una oronda inglesa que reía sin parar ante los comentarios de un jovenzuelo, encontrasteis a Pitrie. Estaba vuelto de espaldas, saludando al alcalde y disfrutando de una magnífica copa de Jerez.