Partida Rol por web

El enano se introduce en el pasadizo, es el tamaño justo de un elfo caminando a cuatro patas. Parece que los orcos nunca descubrieron esta zona de Nargothrond, ya estáis seguros de que habéis accedido al reino de Felagund. Karel Drûm dedica unos minutos a inspeccionar la zona buscando algo por las paredes y examinando el pasadizo con calma. Pasa el tiempo pero parece no encontrar nada tras adentrarse una decena de metros dentro del túnel. 

La sensación de asfixia, se dio cuenta, era más imaginada que real. Lo supo al sentir una brisa fresca sobre la frente, una brisa que venía de las profundidades y salía hacia el exterior. A veces parecía retraerse y entrar, como si algo se moviera en el interior de las  cavernas más abajo e hiciera el vacío.

Todo esto le traía información que no sabía decodificar muy bien: tantos olores diferentes, y algunos no demasiado buenos, pero no todo tan terrible como pensara. Se mantuvo al márgen, esperando a que los guías tomaran una decisión.

Saelh prefirió esperar a que el señor Enano les indicará que podían seguirlo. Confiaba en el criterio del Naugrim en lo referente a túneles. Se podría decir que él los había visto campo a través... pero ahora el guía era otro.

Tras inspeccionar un trecho del pasillo y no encontrar nada, retrocedí hasta la sala donde estaban mis compañeros.

-"Todo en orden, el camino es seguro. Creo que el pasillo se adentra hasta el interior de Nargothrond. Encended una antorcha y seguirme de uno en uno, no hay espacio para más. Yo iré el primero, unos metros por delante del borde de la luz de la antorcha, para detectar cualquier cosa antes de que vean la luz. Seguidme."

Tras decir esto y ver que los demás estaban preparados, volví a introducirme en el pasillo y avancé en silencio por él. Iba mirando y escuchando según iba avanzando.

El cazador asintió ante las palabras del Enano y encendió una antorcha. - Adelante, Maese Drûm, os seguimos

Daebeg asintió. La antorcha bailoteaba delante de él conforme avanzaban, deslumbrando más que alumbrando.

Encorvado, sin decir palabra y lanzando frecuentes miradas atrás, Annienor procuró no perder de vista la espalda de Daebeg. Respiraba agitadamente, intentando no hacer ruido, y prestaba cautelosa atención ante cualquier giro o cruce, con la intención de dejar alguna marca si se daba el caso; parecía sentir poca seguridad dejando atrás la única salida de Nargothrond que conocían.

Estos pasillos parecen no haber sido recorridos en años, hay polvo y telarañas, no hay huellas en el suelo y tampoco pintadas. Tras un largo recorrido, atravesando pequeñas salas con pozos y salas que parecían barracones o forjas abandonadas. Sin embargo, al llegar a uno de las salas empezáis a oler un olor nauseabundo y penetrante, el frío olor de la descomposición y de los orcos. Huele a heces, orina y sudor, a ceniza quemada y comida podrida. Habían pintadas en las paredes, restos de tapices desgarrados y sucios colgaban de las paredes. Una mancha de sangre seca atraía a las moscas en las paredes. A lo lejos se distinguía un ligero destello de luz a lo lejos, como llamaradas ardiendo en la oscuridad. Parece que estáis en territorio enemigo.

Al ir en último lugar, el carpintero de barcos se había librado de la mayoría de las telarañas y suciedad de los pasadizos; pero se había cuidado de hacer una pequeña muesca con su cuchillo sobre la superficie ennegrecida de la piedra a la altura de los ojos en los lugares que habían atravesado y que podían prestarse a confusión en una vuelta atropellada; había marcado siempre a mano izquierda, definiendo la dirección de la que venían y la que habían seguido, para que fuera fácil encontrar la salida.*

Aquella última sala era distinta. Las huellas de lucha y de presencia orca eran evidentes. No solamente eran nauseabundas; también provocaba un cierto vértigo ver las estancias de Finrod y los noldor mancilladas de aquella manera. Y lo que resultaba todavía más amenazador era aquel lejano resplandor. Allí había algo vivo. ¿Serían las forjas que estaban buscando?

Indeciso, Annienor miró expectante a sus compañeros mientras guardaba el cuchillo y husmeaba reticente entre los restos de la sala.

Saehl hizo un gesto a sus compañeros para que se acercaran a él. - Los Señores Eldar nos dijeron que la cámara que buscamos estaba en las forjas. Quizá esa luz... - señaló hacia el lejano brillo. - sea una de esas forjas que aún esté en funcionamiento... - Por un momento, se calló. - Herreros orcos. - Los despreciables Yrch eran capaces de crear armas y armaduras, si no bellas, funcionales. 

- Deberíamos investigar el lugar. Yo no puedo ver en la oscuridad, no como se dice que pueden hacerlo los Elfos o aún los Enanos. Si no, me ofrecería voluntario para acercarme y hacerlo. Sin la antorcha.

Después de avanzar un buen trecho, llegamos a una sala de la cuál emanaba un olor hediondo a putrefacción.

-Orcosss...

Olfatee el ambiente y reconocí la podredumbre de estas criaturas allá donde miraba. Todo había sido mancillado por la negra mano de la Sombra. Debíamos de tener mucho cuidado a partir de aquí. Al fondo se veía una luz cautivadora a mis enaniles ojos. Estaba casi seguro que era el fuego de una fragua. Si lograba acercarme un poco de seguro que notaría el calor, los ruidos, el olor tan característico de algo tan familiar para mi. De todas maneras, no dejaba de mirar alrededor en busca de trampas o algo que fuera raro.

-"¡Malditos orcos!" Dije susurrando.

-"Creo que lo que se ve a lo lejos es la zona de fraguas. Debemos acercarnos para verificarlo, pero con mucho cuidado. Noto la presencia de la Sombra en cada piedra de este lugar."

──Yo puedo moverme en silencio──, dijo Daebeg, aunque odiaba cada segundo que pasaba en el lugar. Le movía el sentimiento de que, cuanto antes acabaran, antes saldrían de ahí. ──Si os parece bien, iré yo mismo. Pero es posible que no sepa qué estoy viendo, ni qué necesitamos encontrar.

- En primer lugar, habría que ver si las salas están vacías y son seguras de explorar. - sugirió Saelh ante la pregunta de Daebeg. - Después deberíamos usar el anillo que nos dieron para encontrar la cámara secreta, pero eso podríamos hacerlo todos juntos.

──Buscar enemigos──, sonrió con media boca. ──Eso puede hacerse. ¿Quién viene de apoyo? Unos pasos por detrás, por si ocurre algo.

La gélida peste de la sala llenaba la nariz de todos, y un sofocante silencio los envolvía, solo roto en susurros. El lejano resplandor rojizo resultaba amenazador, pero al mismo tiempo parecía llevarlos un paso más cerca de su objetivo. Annienor alargó el cuello hacia la tenue luz, como venteando el aire. Luego miró la piedra húmeda a sus pies y dio un paso en pos de Daebeg.

-Voy.

Tanto fuego, dirías que son fogatas, grandes hogueras.

No distingues trampas, crees que los orcos no tienen trampas en esta zona, posiblemente apenas hayan pensado que hay una entrada por aquí.

Se entendieron con la mirada los dos elfos. Ambos conocían bien el método sin necesidad de hablar. Uno iba delante. El otro le seguía a una distancia prudencial, por si ocurría algún tipo de accidente, y podía decidir si se buscaba socorro o era una situación desesperada que aconsejaba la huída sin más. Como se había propuesto primero, Daebeg salió primero.

──Vamos.

Mientras que los elfos iban a explorar la lejana luz, yo me quedé observando los alrededores junto a Saelh. Buscaba trampas, puertas secretas u otros caminos que pudiéramos tomar. La mampostería del lugar era exquisita, qué pena de reino perdido... ¿quizá en un futuro?...

Dando a Aenion una distancia prudencial de unos cuantos pasos, Annienor fue tras él, vigilando el bulto difuminado en que se convertía al escapar de su campo de visión. Al mismo tiempo, procuró dar máxima atención a dónde ponía los pies, como si de un baile entre cristales rotos se tratase, moviéndolos con delicadeza y plantándolos con firmeza. Un chasquido o un tropezón inoportunos podrían ser fatales.

Tras avanzar un poco y dudar bastante, decidió aprestar el arco y una flecha. Lo hizo muy lentamente, evitando ruidos y movimientos bruscos. Quizás el espacio no fuera el idóneo para usarlo, pero tal vez una flecha colocada a tiempo en una gargante indiscreta podría marcar la diferencia para todos ellos. De todas formas, y Daebeg lo sabía, la situación desaconsejaba heroismos vanos, por lo que ambos elfos se movieron con toda la cautela de la que eran capaces.