Partida Rol por web

El Rey Supremo de los Noldor había convocado a su presencia a varios miembros de los hijos de Ilúvatar en esta hora desventurada. Los restos de Doriath y Gondolin florecían a orillas del Sirion bajo el poder protector de Ulmo, los hijos de Feänor huían acosados por las hordas de Morgoth, en Ossiriand muchos elfos huían hacía el este siguiendo a Thranduil y Amdir hacía tierras más seguras.

Daeber de los Laiquendi, Ehõdil de las gentes de Doriath, Annienor de la casa de Cirdan el Constructor de Barcos, Calendum Thorovin hombre de aquellos que habitaron los cruces del Teiglin y vieron morir a Turin Turambar y Niennor hijos de Hurin Thalion y Karel Drûm de los naugrim, de aquellos que no cayeron en la locura y la desgracia y renegó del derramamiento de sangre de los suyos. Era curioso ver como no habían Noldo entre los convocados, quizás el Hado del Norte tomara partido en esta decisión. 

El Gran Rey, hijo de Fingon El Valiente, de la estirpe de Fingolfin, estaba sentado en el trono flanqueado por los estandartes de los arboles de los Eldar y una gran estrella dentro de un campo estrellado. Le acompañaba el estandarte de Cirdan, un barco plateado sobre el mar azul y el de las gentes de Eärendil con su flor de Niphredil.

Hijos de los pueblos libres- Dijo el Gran Rey poniéndose de pie al recibiros- Habéis sido elegidos entre muchos para una tarea complicada. El crepúsculo se cierne sobre nosotros y la oscuridad sempiterna parece nuestro amargo sino. Hemos de admitirlo, Morgoth nos ha derrotado en la guerra y La Maldición de Mandos condenó nuestros reinos.

Hizo una pausa. Cirdan y Eärendil, presentes en la sala, se adelantaron también.

Aquel que era descendiente de Tuor e Idril, y estaba enlazado con Elwing, nieta de Luthien y de la sangre de Melian la Maia, se adelantó hacia vosotros.

Mucho hemos llorado ya nuestra suerte, se han derramado lágrimas innumerables.- Dijo con un tono cargado de rabia y rencor. Pero no perderemos la esperanza. El Gran Rey Turgon profetizó a mi padre, durante la Nirnaeth Arnoediad que una nueva estrella se alzaría.

En ese momento mostró una gema en sus manos.

He aquí el tesoro de mi pueblo... ¡El Silmaril!- La gema brillaba con la luz de los colores iridiscentes al trasluz- Tomado de la corona de hierro y con las bendiciones de los Valar. He aquí la esperanza que necesitamos, pero alguien habrá de llevar el mensaje al Oeste.... Ese habrá de ser mi cometido.

Guardo silencio, mientras guardaba la gema, envuelta en paño de seda y gamuza.

Celebrimbor nos contó que entre los tesoros de su padre, hay un objeto valioso, que creemos nos permitirá llevar el mensaje- Os miraba seriamente Y he aquí el motivo del llamado, necesitamos que vayáis a Lammoth, a los pies de las Ered Lomin, en busca del artefacto que allí fue escondido, decidme ¿Cumpliréis esta misión?

-"OOOHHHHH".

-No puede ser... sí, es ella... es el Silmaril...

Se me escapa un profundo suspiro al ver la refulgente luz del Silmaril, engarzado en el Nauglamír. Una furia interna me invade.

-"Es la joya más hermosa que jamás haya visto en mi vida... y la más odiada por mí. 'La perdición de Nogrod' la llaman algunos. Debido a la codicia de mi pueblo y al poder del Silmaril, ocurrió lo que todos ya sabéis: ¡la lucha entre enanos y elfos por la posesión de esa joya! Tanto el rey Thingol de Doriath como el Señor de Nogrod perecieron en esa contienda, junto a cientos de valientes guerreros de ambos bandos. ¡Esa joya está maldita! Si te la llevas al oeste será una bendición, ya no correrá más sangre por su culpa."

Miro en derredor y bajo el tono de mi voz.

-"Perdonad mi torpeza, mis señores. Me he dejado llevar por los sentimientos. Esa joya solo ha traído desgracia sobre mi pueblo. Os pido disculpas a todos."

Hago una profunda reverencia a modo de disculpa.

-"Puedes contar con mi hacha para esta magna misión, mi señor Eärendil. Pero decidnos... ¿cómo encontraremos ese misterioso artefacto?"

Daebeg miró sorprendido al enano. En principio con disgusto. Luego algo más complacido, pues:

...el naugrim casi ha repetido mi pensamiento palabra por palabra. Ya no podría descansar por completo tras haberla visto. Solo otra cosa temía más, pues había visto gaviotas, y las gaviotas significaban que el mar estaba cerca. Colaboraré, si el objetivo de esta misión es llevarlo al oeste. La tierra está inquieta y el enemigo se ha vuelto demasiado fuerte. Así lo relatan los pájaros, las plantas, los árboles. Se ponen agresivos y florecen o se marchitan a destiempo, y la podredumbre ha llegado aún hasta mi tierra.

Las bestias se comportaban de forma errática y dañina, y parían seres deformes, cuando no abortaban. A veces la tierra temblaba, y por el Gelion bajaban flotando cosas que parecía mejor no mencionar.

Contemplo en silencio y con profunda admiración tan bella joya, la mas bella y hermosa jamas creada. La misma que tiempo atrás Beren trajo de Angband, la misma que perteneció a mi pueblo y despertó la envidia de una raza amiga, la misma por la que tanta sangre se derramó, y la misma que ahora se halla ante mis propios ojos.

Siento un gran pesar al escuchar a Karel Drûm, pues sus palabras me hacen recordar, "yo estuve allí, persiguiendo y cazando a esa torpe y mezquina raza, yo estuve allí, en las orillas del Gelion quitando la vida a decenas de enanos tras la destrucción de Doriath, yo estuve allí, no me sera fácil volver a confiar en uno de ellos" pienso, mientras observo con cierto desprecio y gran desconfianza al naugrim. 

Al fin salgo de mi ensimismamiento, volviendo al presente, el cual tampoco carece de dolor. Doy un paso hacia adelante, miro directamente a los ojos de Eärendil y digo en Sindarin — Podréis contar conmigo para tan noble misión, pues ninguna otra esperanza parece haber, pongo mi vida al servicio de tan sabio y distinguido consejo — hago una reverencia y retrocedo hasta mi posición inicial. 

La sala en la que se reunieron no era lujosa, pero sí mostraba la grandeza de los eldar. Los anfitriones imponían un respeto difícil de obviar. Annienor los había mirado absorto, sintiendo sus palabras retumbar en lo más profundo de su ser. Las últimas palabras de Eärendil le pusieron el pelo de punta.

El primero en responder fue el enano. Su intervención provocó cierta tensión entre algunos asistentes, entre los que se incluía. Sabía que no todos los hijos de Ilúvatar eran iguales, más allá de su aspecto externo; pero las heridas abiertas por la Ruina de Doriath todavía estaban frescas.

Allí estaba lo que en verdad había provocado la caída del reino de Thingol: el Silmaril. La hermosa, la horrenda joya de Feänor, que tantas tribulaciones había traído a los Noldor y a los demás pueblos y gentes de Beleriand. Al alcance de la mano. Annienor la miró de reojo mientras Daebeg y Ehödil hablaban. El primero, de los sufrimientos de la tierra de Ossiriand. El segundo, que parecía un guerrero, aceptando lo que parecía su sino.

Annienor miró a Círdan antes de dar un paso adelante y hablar. -Mis señores, no sé por qué me habéis elegido para esta misión. Poco sé de objetos poderosos, y nunca he estado en la remota Lammoth. Quizás otros mejores que yo conozcan las rutas para llegar y cómo encontrar lo que buscamos; pero algo he andado por los marjales del Sirion, los páramos de Arvernien y los bosques de Nan Tathren. Desconzco qué ruta llevaremos, y si la haremos por tierra o por mar, pero haré cuanto esté en mi mano para conseguir traer ese artefacto.

Lo dijo con una convicción serena, casi fatalista, como si la decisión estuviera más allá de su voluntad o de sus deseos. Los que lo conocían sabían de su odio a los servidores del enemigo y de su compromiso con el triste destino de los falathrim.

-Si un mensaje ha de llevarse al Oeste -concluyó, estremeciéndose ante la idea -haré lo posible para que así sea.

Miró un largo instante a los que habrían de ser sus compañeros en una búsqueda que, no hacía falta ser un sabio para imaginarlo, sería más que ardua. Se detuvo en el hombre que callaba a su lado, con abundantes tatuajes en el rostro.

Eärendil sonrió ante vuestra determinación.

Aún no es la hora de llevar el Silmaril a occidente, no es seguro que encontremos el paso abierto al Reino Bienaventurado- Dijo con seriedad- Pero coincido con vosotros, los silmarils han de volver a un lugar donde no puedan levantar más odio entre elfos, enanos y hombres.

Sacó un anillo de una cajita de madera.

Tras la marcha de Fingon hacía la misión de Beren, el Celegorn y Curufin escondieron en Nargothrond una cámara oculta en la roca, sellada y que solo con un anillo de la casa de Fëanor se podría abrir. Os miró a todos mientras alzaba el anillo con el emblema maldito de aquel que era llamado Espíritu ardiente. En esta bóveda escondieron los planos, algunos tesoros y la ubicación de un objeto traído de las costas de aquende... El cuerno de Menellëna, un presente de Eönwe al Rey Finwë para cuando llegasen a las tierra de los Valar, el cuerno de la tierra de las estrellas que permitía entrar en las tierras del occidente.

Se dejó caer en su asiento.

Celegorm ha partido en busca de Maedhros para intentar negociar con él una tregua que ponga fin al conflicto. Dijo esto con gesto desagrado. Es por ello, que os hemos llamado para cumplir esta misión. Un naugrim, creados por la voluntad de Aüle y que entienden del trabajo en piedra, un marinero de la casa de Cirdan y que conozca el Sirion, exploradores de los elfos verdes de ojos precisos y paso quedo, y un edain de la casa de Haleth, que conoce el bosque como si fuera su hogar...

Miró al vacío con aire cansado.

Pronto me haré a la mar, buscando alguna nueva de mi padre, en un mes volveré esperando nuevas de vuestra misión. Enfocó su mirada en vosotros. ¿Tenéis alguna duda o temor?

Profundas son las salas de Nargothrond, y numerosas, o eso he oído decir. Espero, señor, que sepas dónde se halla la entrada a esa cámara. Al menos, que tengas algún indicio. Se sentía disgustado. La luz del silmaril le inquietaba profundamente. Le parecía ver su brillo a través de la gamuza, y sentía deseos de pedir que se la llevara lejos y, a la vez, de tocar la joya y volver a contemplarla. Mantuvo la compostura. Pero no podía dejar de ver el resplandor en su mente.

Respiró hondo y pensó en cómo sería el mar, y eso le calmó lo suficiente.

El relato de Eärendil era fascinante. Menellëna, el Cuerno de Finwë... Un artefacto único, no ya creado en las Tierras Imperecederas, sino procedente de los mismísimos Valar. Un escalofrío recorrió la espalda de Annienor, que clavaba los ojos en el hijo de Tuor, el medioelfo que encarnaba lo que había de más noble y poderoso entre los Eldar y los Edain.

Frunció el ceño un momento, cuando se refirió a Nargothrond. Cuando les dio pie a expresas sus dudas, lo hizo.

-Perdonadme, señor, ¿Nargothrond? Creí que el artefacto se encontraba en algún lugar de Lammoth, por lo que habíais dicho antes. Ambos lugares son hoy remotos desolados y peligrosos, pero muy distintos entre sí. Si Lammoth es remoto y oscuro, al menos podría llegarse con cierta facilidad por mar. Pero Nargothrond...

Un elfo de las Falas no podía concebir el reino oculto de Finrod sino como un lugar oscuro y misterioso, lleno de amenazas ocultas y peligros innombrables. Lanzá una mirada nerviosa de reojo a los que, sin duda, serían sus compañeros en aquela búsqueda. El hombre seguía sin hablar. Reparó un poco más en el enano, observándolo de arriba abajo. Bien sabía que en ese pueblo había habido individuos de noble carácter y notables capacidades para todo lo que no fuera navegar, y su expresión curiosa dejaba traslucir su pensamiento: ¿estaría ante uno de aquellos grandes enanos, esos enanos de los viejos relatos?

Me adelanto un paso y miro a mis contertulios uno a uno para atraer su atención.

-"Nargothrond... peligroso es el recorrido hasta allí, como bien dice Annienor. Pero más peligroso es su interior. En ese antiguo reino solo hay muerte y fantasmas de las almas de los que lo moraron."

Miro al suelo con mirada triste.

-"En un principio fue excavado por una raza mezquina de mi pueblo, los Noegyth Nibin, que le pusieron el nombre de Nulukkizdîn. Llegó a ser un gran reino en manos de los Noldor pero ahora en él solo hay ruinas. Por sus pasillos solo resonará el ruido del viento al soplar. Es un lugar funesto."

Vuelvo a mirar a los ojos a mis contertulios.

-"Pero... si nuestro camino hacia Lammoth tiene que pasar por Nargothrond, que así sea. Encontraremos esa cámara, la abriremos con ese anillo y cojeremos el mapa con la ubicación de ese poderoso artefacto. Espero que ese cuerno sea tan poderoso como decís, mi señor Eärendil. ¿Hay alguna información que nos tenga que dar para poder encontrar esa sala oculta? Como dice Daebeg, no podemos ir a ciegas buscándola. Podríamos tirarnos toda una vida allí y no encontrarla nunca."

Miro a unos y a otros, escucho sus palabras, incluso presto atención al enano. Las dudas aparecen entre los que van a ser mis compañeros de viaje. Es evidente que a ninguno de ellos, le hace especial ilusión el tener que adentrarse en los túneles y cavernas de Nargothrond, no les culpo. A saber que terribles enemigos moran allí. Bien conocido por todos, es lo que allí sucedió, Glaurong, el gran gusano de Angband, y su gran hueste de orcos...saqueando y masacrando... Se me forman lagrimas en los ojos al recordar tan terrible historia. — Si a Nargothrond hemos de ir, que así sea — Digo con tono firme y seco, sin permitirme vacilar lo mas mínimo. — Encontraremos esa cámara y hallaremos lo que tanta falta nos hace — Intento llenar los corazones de los allí presentes con un poco de esperanza, al pronunciar mis palabras de manera tan severa que no dejan lugar a ninguna duda. 

Cirdan miró con extrañeza a Annienor. Parecía dudar de su elección al proponer al miembro de su casa, pero sabía que era buen navegante y sería útil siempre que no tuvieran que atender a largos discursos.

Celebrimbor dejó las indicaciones de que las cámaras se ocultaron en las forjas, donde pasaban más tiempo él y los suyos. Dijo con voz tranquila. Es cierto, el viaje hacía la Gran fortaleza subterránea bajo el Río Narog será peligroso, los orcos campas a sus anchas tras la caída de Gondolin y cuentan que un capitán de los traidores se ha adueñado de Taur-en-Faroth, pero nuestra necesidad es mayor que el riesgo...

Sentado en el trono, el Rey Supremo de los Elfos habló.

Esta dicho, partiréis hacía Nargothrond en busca de las instrucciones que allí dejaron Curufin y Celegorn... Como Rey Supremo y con el permiso de la Dama Galadriel, os autorizo a tomar cuanto veáis de provecho en las desoladas salas de los hijos de Finarfin. Dijo en tono solemne, acto seguido se levantó. Que los valar os acompañen en vuestro cometido, id en paz.

Cirdan y Eärendil asintieron, respaldando las palabras del Rey Supremo de los Noldor.

-"Gracias por vuestra bendición, gran rey. Intentaremos acometer esta empresa con todas nuestras fuerzas y traer de vuelta la información deseada. Pero... ¿qué ruta seguiremos? ¿Hay entre nosotros alguien que conozca el camino hasta las puertas de ese desdichado reino? ¿Nos equipareis para este largo trayecto? Y perdonar mis continuas preguntas, mis señores."

Miro en derredor y nuevamente hago una genuflexión a modo de disculpa.

Miró al naugrim. Sonrió y se encogió de hombros. No, decía su actitud, jamás estuve ahí.

— ¿Cuando partimos? — pregunto con tono calmado. — Si dispusiésemos de un mapa de Nargothrond, o al menos de uno de las forjas nos seria de gran ayuda — contemplo a los sabios y poderosos elfos que tengo ante mi. Hago una reverencia a modo de respeto y servidumbre y guardo silencio a la espera de respuesta.

Cirdan fue sutil, pero Annienor entendió la explicación y se dio cuenta de que había prestado poca atención. Bajó la cabeza, algo avergonzado por su torpeza, y acompañó las siguientes palabras del Rey Supremo de los Noldor con una inclinación leve pero continuada, sin mirar alrededor. Finalmente volvió a alzar la vista, negó con la cabeza a la pregunta del enano y la mención de Ehödil a un plano le hizo volver los ojos a los señores que seguían, todavía, ante ellos.