Partida Rol por web

Saelh observó a los elfos alejarse en la oscuridad, con el sigilo habitual en su raza. Se quedó muy quiero, en silencio, hasta que los vio perderse en las sombras. 

Por mera costumbre, preparó su arco, aunque sabía que si eran descubiertos, su mejor opción sería tratar de escapar hacia la superficie sin ser vistos.

Se quedó quieto como una estatua, con los sentidos agudos alerta ante cualquier indicio de peligro.

Os acercáis poco a poco al tunes de donde viene la luz, es un pasadizo en forma de L que desemboca en una pequeña sala, llena de pequeñas celdas excavadas en la roca. Veis una hoguera, cuya luz parece reflejarse en unas lámparas de plata situadas en el techo. En el interior de la sala, dentro de unas de las celdas, se observa la figura de un cuerpo maltrecho sobre el camastro de piedra y paja. No notáis a nadie moverse fuera de las celdas.

Ves a tus compañeros adentrase en el pasadizo, parece que hay un recodo. Te reconforta que sus pasos son apenas audibles aunque escuchas como cruje ligeramente el arco de Annienor al tensarse, súbitamente, después del sonido del quejido de la madera élfica, sientes unos pasos descalzos que se mueven lentamente hasta rozar contra una pared. Estás seguros de que ambos elfos iban calzados y además esas pisadas se mezclan con las de tus compañeros.

- Maese Drûm. - dijo Saelh, susurrando. - Estoy seguro de haber oído el sonido de pies descalzos cerca de los dos elfos. Alguien los está acechando. - Dudó antes de decidir cómo actuar. - Si gritamos para advertirles, revelaremos nuestra posición. ¿Avanzamos hacia ellos? Ay, maldita oscuridad...

Saelh tenía su arco preparado, pero sabía que era inútil, a menos que quien fuera que estuviera allí se acercara a una luz que revelara su presencia.

Al oír a Saelh, enarqué las cejas. Le respondí en un susurro.

 -"Claro, vayamos tras esos pasos que has escuchado. Además de orcos, puede haber otras criaturas acechando. Ven detrás de mí."

Avancé hacia donde me indicaba mi compañero, con el mayor sigilo posible y el hacha preparada.

Saelh asintió y comenzó a avanzar tras el Naugrim, sin alejarse demasiado y confiando en su pericia para orientarse en la oscuridad.

Llevaba el arco preparado, listo para disparar

Daebeg se detuvo y se dio tiempo para escuchar, hasta para olfatear el aire. Tiempo suficiente.

Daebeg se quedó a la entrada de la sala, quieto como una de las piedras que los rodeaban. Escuchaba, olía, más que miraba. Annienor lo imitó un largo momento, y luego, lentamente, elevó el arco y lo tensó, llevándose el emplumado de la flecha a la cara. Cuando el laiquendi diera un paso, el arco del faledhel estaría protegiéndolo. Dio un leve paso a un lado, buscando mejor perspectiva, y recorrió la sala con los ojos, lentamente.* Parecía contener el aliento pero en realidad respiraba muy despacio, sin apenas movimiento. Miraba y esperaba.

En un momento dado, los elfos se dan cuenta de la presencia alerta de Karel Drûm y Saelh. El hombre de Brethil parece especialmente tenso, con su arco dispuesto en la mano. Los dos elfos perciben un olor característico, trasgos, hay una presencia dentro de la sala, ahora que os habéis concentrado notáis su respiración y su olor acre y nauseabundo. Al examinar la sala podéis ver lo que parece un calabozo y parece que esta era su función original debido a la buena calidad de la cantería y de las rejas. 

Un nuevo vistazo delata que el cuerpo malherido que yace en la mazmorra parece un elfo, aunque está tan quebrado y torturado que solo la delicadeza de sus formas lo delata.

Retrocedió con cuidado, haciendo señas a los demás para que aguardaran a una distancia prudencial: una vez a la altura de todos, susurró muy muy quedo:

──Trasgo. Creo que uno solo. ¿Arriesgamos un grito? ¿Atacamos a la vez? ¿O nos arriesgamos a intentar atraerle con algún ruido, a una emboscada más cómoda para nosotros? ¿Qué os parece?

Annienor no había cambiado de postura, ni lo hizo mientras se reunieron y Dabeg relató escuetamente la situación. Ahora tenía al trasgo en el punto de mira, su encorvada figura apenas una sombra encorvada al contraluz de la hoguera. No vio otros. Deseó que solo fuera uno.

-Atacamos a la vez -confirmó a Daebeg, sin esperar la opinión del hombre y el enano que notaba justo detrás-. No debe hablar, y menos huir; tendrás que rematarlo de cerca si la flecha no lo acaba.

Y en seguida, casi de improviso, como sin reflexionar o como si no cupiese otra posibilidad, soltó la cuerda y la flecha voló hacia el bulto negro encorvado. Y sin aguardar un instante avanzó, ligero, metiéndose en la sala y haciéndose a un lado para permitir a Saelh y Karel entrar detrás, mientras colocaba otra fecha en el arco, los ojos fijos en la puerta que tenían enfrente, al otro lado de la sala.

La precipitada reacción del Elfo le pilló por sorpresa, no esperaba que disparara sin discutirlo antes. Aún así, lo hecho, hecho estaba. Se adentró en el gran salón iluminado y agradeció la luz, por tenue que fuera. 

Se quedó a un lado de la sala, apuntando hacia el ser al que había disparado Annienor. No estaba seguro de que fuera un Orco... pero le extrañaría que fuera un Elfo, un Enano o un Hombre, allí perdido en la oscuridad. Aún así, no disparó. Se quedó esperando, atento a ver si algún otro ser aparecía, o si el propio ser herido trataba de pedir ayuda.

Le gustaba la decisión. A veces Daebeg necesitaba a alguien así: un poco atolondrado. Jóven como era, algunos de los suyos le decían que parecía un viejo. Es bien cierto, se ha relatado, que los elfos no viven el tiempo de manera lineal. Quién sabe. En todo caso, a hechos consumados, él tomó flecha y arco con la misma presteza y disparó poco después.

Tras el disparo, avanzo sacando su arma cuerpo a cuerpo, un puñal largo, tan típico de los suyos, aunque su intención era más cubrir y servir de auxiliar, previendo que sus compañeros más robustos entraran a saco con sus espadas.

Por eso, anduvo atento a si había más enemigos en la sala cuando entró y tuvo el ángulo de visión apropiado como para abarcarlo todo.

Al acercarnos a los elfos, vimos al trasgo y dónde se encontraba. La luz que habíamos divisado era una fogata que alumbraba las celdas aledañas. El cuerpo de un elfo moribundo estaba tirado en una de ellas. Los elfos dispararon con el arco, mientras que Saelh y yo nos acercamos corriendo a la víctima. El humano se quedó a un lado apuntando por si acaso. Yo me acerqué con el hacha en la mano y con el escudo interpuesto por delante. Si seguía vivo, el filo de mi arma lo remataría.

Flecharon, golpearon y acuchillaron salvajemente, para evitar que el trasgo que se suponía que estaba de guardia diera la voz de alarma... Para darse cuenta, con bastante vergüenza, de que habían estado maltratando un petate de esos que se llenan de paja y sirven de colchón.

Con la cara colorada, y sin dejar de empuñar su cuchillo largo, Daebeg recogió el arco que había dejado caer, puso la espalda contra la pared y miró el resto de la sala, no fuera a haber de verdad algún enemigo fuera de la vista.

Tiraron sobre el bulto oscuro, que no se movió. Todo siguió en un impecable silencio. La satisfacción por una maniobra realizada a la perfección se trocó en embarazo cuando Daebeg comprobó que el enemigo... Era solamente un saco de paja. Annienor mantuvo la posición, esforzándose por mantener una dignidad que se le escapaba entre los dedos...

Al furibundo asalto de los elfos, le siguió un sonoro suspiro-ronquido de alivio. Una figura, pequeña, deforme y encorvada salió corriendo de la esquina de la puerta mientras con sus manos preparaba un cuerno para soplarlo mientras se dirigía hacía la salida en el extremo opuesto de la sala.