Partida Rol por web

Mientras Daebeg exploraba por delante del grupo. Saelh se encargaba de borrar los rastros de forma concienzuda y precisa.

Volvió casi sin que nadie se diera cuenta pálido como un aparecido. Se movía como si su cuerpo fuera un frágil encaje de escarcha cerca de una hoguera.

──Balrog. No podemos seguir. No podemos seguir. Atrás. Escondeos.

Caminaba junto a Karel, el aire taciturno, o más bien impaciente y ensimismado; hacía girar en su dedo el anillo que le había dado el enano y miraba con frecuencia hacia el Oeste. Había dado la razón a Saelh: cualquier camino es peligroso en esta peligrosa tierra. Ahora solo quedaba confiar en la habilidad de Daebeg abriendo camino y de Saelh borrando su rastro, en la buena fortuna y en el favor de los Valar.

Pero el regreso apresurado del elfo verde borró de un plumazo todas las esperanzas, sustituyéndolas por miedo y horror. Annienor se quedó quieto y pálido, como incapaz de creer lo que oía y, al mismo tiempo, con la certeza de que el abismo se abría bajo sus pies.

-¿Un balrog? ¿Un balrog? -siseó incrédulo antes de reaccionar, retrocediendo con sus compañeros. -¿Solo o con huestes a sus órdenes? ¿Qué...? ¿A qué distancia, viene hacia aquí?

Parecía pensar a toda prisa, con el ceño fruncido y lanzando fugaces miradas sobre su hombro, en alguna manera de sortear el peligro; porque la determinación de seguir adelante seguía, a pesar de todo, brillando en sus ojos.

Al escuchar las palabras de Daebeg, Saelh palideció. De todos los servidores del enemigo, el Balrog era el más temible, y la visión de sus látigos y espadas de fuego evocaba el terror en todos aquellos que habían tenido la desgracia de estar en su ominosa presencia. Saelh nunca había visto uno, y no tenía ningún deseo de que eso cambiara. 

Rápidamente buscó a su alrededor, tratando de encontrar un refugio donde la compañía pudiera ocultarse, si es que tal cosa fuera posible.

Hay una zona desde donde podríais descender usando cuerdas, también podríais retroceder y recorrer el sendero del puerto en dirección contraria, pero luego tendríais que rodear estas montañas, unas veinte o treinta millas para bajar a las llanuras del Nenning. 

El tipo de piedra no facilita la existencia de cuevas y recovecos, no hay muchos lugares desde los que esconderse. Otra opción, muy peligrosa, sería ascender escalando y cruzar la montaña por la ladera, pero os parece algo en extremo complicado y no tenéis equipo para ello.

Las opciones parecen tres: descender por los riscos, con la dificultad que entraña; enfrentar al demonio del enemigo o rodear las montañas.

- No creo que debamos arriesgarnos a la lucha, por muy buenas que sean las armas con la que nos equipamos en Nargothrond. - Saelh era un explorador, no un guerrero. Sabía que sus habilidades marciales no serían apenas rival para un Balrog. - Quizá podríamos descender con cuerdas hasta la llanura. - Era arriesgado y peligroso, pero prefería enfrentarse a un barranco al que podía enfrentarse con su habilidad y destreza que a un demonio llameante que infundía el terror con la mera mención de su nombre.

──No había "huestes". Solamente la patrulla de cuatro orcos. Y él. Los fuegos encendidos y un martillo negro, nada de látigos. Derrite la nieve a mucha distancia de si mismo. Eso me hace pensar más todavía que nos buscan.

Pensó en trepar.

──Yo he traído una buena cuerda, aunque no tengo experiencia trepando rocas. Más nos vale hacerlo bien, porque para el balrog no será difícil acercarse a nosotros si nos descubren, aunque nos subamos al nido de un águila.

Lo pensó un poco más.

──De acuerdo por mi parte. Yo también intentaría descender por ahí.

El enano observó el barranco y miró al grupo:

Yo podría bajar el último y recoger la cuerda. Dijo 

Annienor bajó la mirada hacia el risco que se desplomaba, irregular y poco acogedor; y luego miró a Saelh, Daebeg y Karel alternativamente, y de nuevo al risco. Se pasó la lengua por los labios y dio unos pocos pasos hacia el punto donde el desnivel se hacía más acusado. Desde allí le parecía un verdadero acantilado.

Miró atrás; la perspectiva de enfrentarse a un balrog le obligó a sacudir la cabeza.

-De acuerdo, vamos allá -dijo ceñudo y algo pálido-. Pero no seré el primero.

- Si queréis, bajaré yo primero, y veré si el camino es transitable. - No era Saelh hombre acostumbrado a dejarse llevar por el miedo, ni a rehuir el peligro, aunque era consciente del peligro al que se exponía. La armadura de cuero que había encontrado en Nargothrond no le estorbaba el movimiento, así que comenzó a desembarazarse de su escudo y sus armas, que unió en un hatillo con una cuerda. - Atad una cuerda a un árbol o una roca resistentes, para ayudarme en el descenso. Después, podréis ir bajando vuestro equipo, que iré asegurando a mitad de camino. El último que baje debería intentar recuperar la cuerda, o bajar sin ella para no dar pistas a nuestros enemigos de cómo les hemos esquivado.

Aseguradas sus pertenencias convenientemente, Saelh se aferró a la cuerda y comenzó el peligroso descenso. Trató de no mirar hacia abajo en ningún momento para no perder su presencia de ánimo y se movió todo lo rápido que pudo. En algún momento temió que la cuerda no soportara su peso o que las fuerzas le fallaran, pero al fin logró llegar hasta un saliente lo suficientemente ancho como para permanecer en él sin peligro. O al menos, sin mucho peligro. Hizo un gesto a sus compañeros para indicarles que comenzaran a bajar el equipo.

Daebeg había subido árboles, claro, pero no era un tipo de ejercicio que se pareciera en nada a este. No eran iguales las superficies, ni el entorno y, para colmo de males, la duración, la tensión constante, la necesidad de prestar atención a músculos que ni siquiera sabía que tenía...

Annienor puso todo el cuidado en hacer un nudo firme pero que resultase fácil de deshacer después desde abajo, y ayudó a bajar la impedimenta, su propia armadura y armas incluidas. Lo hizo en completo silencio, con el ceño fruncido. Vio bajar a Saelh y contuvo el aliento al verlo descender con éxito a pesar de las dificultades; y vio la angustia en los ojos de Daebeg antes de deslizarse por la cuerda tan comodo como si estuviera estirándose en la cama. Tampoco entonces habló. Ni lo hizo cuando se colocó para bajar, sudando antes de empezar. Su mirada a Karel tenía tintes de despedida.

Al principio todo fue bien, a pesar de su inseguridad. Luego cometió el error de mirar abajo; sintió que el estómago se le encogía. Deseoso de salir de aquello, apresuro la bajada, perdió pie y, simplemente, cayó. Hizo un movimiento reflejo, intentando aferrarse a algo primero y luego, sencillamente, caer de la mejor manera posible...

Annienor se soltó, para él ese momentó duró una eternidad, cayendo como una centella contra el suelo y rebotando levemente girando como una croqueta por el suelo totalmente magullado y con un leve golpe en la frente que sangraba vistosamente. El elfo sentía el cuerpo dolorido, pero estaba aparentemente bien, pero iba a necesitar de un buen descanso tras semejante caida.

Karel se asomó al borde del barranco:

-¿Estás bien? Preguntó levantando la voz.

Al ver que el elfo seguía moviéndose, se puso manos a la obra, desató la cuerda y se la arrojó a Saelh. Empezó a descender cuidadosamente hasta llegar al suelo, con la cara visiblemente pálida y algo contraída. La caída de Annienor y el complicado descenso habían causado que sus genitales enaniles dejaran su lugar habitual buscando zonas más cálidas por la garganta.