Partida Rol por web

Otros ya habían pronunciado el nombre de su hijo en su presencia, pero no era lo mismo escucharlo de un paleto del condado que del mismísimo líder de una secta que se dedicaba a secuestrar y posteriormente asesinar niños.

Sintió una oleada de pánico y rabia al creer que el nombre no sería lo único que supiera. Tal vez la dirección de su casa, de su colegio… En su cabeza surcó una “bonita” visión, la de ella tomando su pistola y dando un único disparo en la frente de Rumsfeld para terminar así con el miedo de que pudiera hacerle algo al pequeño. Pero por desgracia sólo era eso, una imagen de sus deseos más internos.

Moira se mordió con tanta fuerza la lengua que notó el sabor metálico en su paladar. ¿Qué podía hacer? Nada, absolutamente nada. Rendirse.

- Arderás en el infierno.- Se marchó de la habitación sin darle tiempo a responder. No quería quedarse allí ni un segundo más porque sabía que, si lo hacía, esa visión se haría realidad.

—¡No, por favor, cállese! —Peggy Slater se tapó las orejas con sus manos en un gesto muy infantil—. No quiero escucharla. Es usted mala, todos ustedes lo son. Yo no me chivé, lo juro, lo juro. ¡Jamás traicionaría al reverendo! —estalló en un llanto desconsolado—. Yo siempre creí en él y él me confió una misión muy importante: Peggy, debes estar atenta a todo lo que se dice y se hace en la oficina del sheriff Smith, ¿me comprendes?; porque es un hombre malvado, un pecador irredento que podría entrometerse en nuestra iglesia…

Su rostro cambió de repente a una máscara de furia.

—Pero ella, Delacroix, esa maldita pervertida… Avisé al reverendo de que esa fulana fornicaba con el sheriff, que ambos cometían adulterio… Y el dulce pastor me decía: Paciencia, Peggy, no todos pueden resistir las tentaciones del Maligno con tu entereza… Y sin embargo la ramera recibía la Gracia Divina igual que el resto, ¡más que yo! —comenzó a llorar de nuevo ruidosamente—. ¡Oh, Señor, te juro que siempre hice lo que me pedías, fui fiel al reverendo Rumsfeld, a su iglesia, a sus enseñanzas; asistí a los rituales a pesar de que vomité, tuve pesadillas y ya no pude borrar de mi cabeza el grito y los llantos de esos niños!

Se derrumbó sobre la mesa gimiendo e hipando, los sollozos ahogados entre sus brazos.

—Pobrecitos…, pobrecitos…

-Pobrecitos.- Repitió Adele, átona, mirando a Reeves con una ceja alzada. Incrédula a lo que estaba escuchando. Se puso en pie, y sacó varias fotografías de la carpeta. Fue dando la vuelta a la mesa hasta quedar tras Peggy. -Pobrecitos.-

Una a una, comenzó a poner las fotografías de los niños sobre la mesa, frente a ella. -Mirelos. Mire sus ojos, sus sonrisas. Su inocencia. Mírelos y diga otra vez "Pobrecitos". Como si realmente le doliera, o le importara.- Con lentitud, empezó a nombrarlos uno a uno, junto a su edad. -Samuel Tillman, 6 años. David Blansky, 5 años. Tanya Washington, 9 años. Barbara Dawson, 4 años. David Smith, 8 años. Trisha, Olegario, Daniel, Loui, Elleonore, Loreen, Mark. Theresa O'Hara.- Le tomó las manos sin herirla para evitar que se cubriera el rostro, y dejando éstas sujetas con una de sus manos, usó la otra para forzarla a mirar la mesa. -Lo más triste, Peggy, es que todos estos rostros la atormentarán para nada. El "dulce reverendo" seguro se folla a Delacroix y por eso ella recibe tanta Gracia. Usted, en cambio, jamás le interesó. Ni a Rumsfeld, ni a nadie. ¿Valió la pena? ¿Todos esos niños, para acabar así? Sola. Despreciada. Ignorada. Olvidada.-

Mortimer había confesado la implicación de Rumsfeld en los rituales, indicando que era quien empuñaba el cuchillo y que era Delacroix quien se encargaba de recoger la sangre de los niños cuando concluía el ritual. Mortimer también había mencionado a Heldal, aunque sobre su función dentro de la secta no tenían gran cosa, más allá de que había intentado proteger el grimorio.

-No cargará con más culpa de la que le corresponde, siempre y cuando sea capaz de dar esa misma declaración ante un tribunal, señor Mortimer -dijo Scott, depositando finalmente el colgante de Mortimer sobre la mesita-. Rumsfeld, Fallon, Delacroix... Ellos también caerán.

Bennet abandonó la habitación de Mortimer, reuniéndose con Greenwrim. Ya habían hablado con Mansfield y Mortimer, tenían sus confesiones, pero cuanto más escarbaban, más herramientas estaba viendo el ranger para exponer al reverendo.

-Mortimer ha confesado. No quiere cargar con las culpas de los asesinatos. Dice que, pese a ser cercanos a Rusmfeld, ni él ni Carter o Slater se mancharon las manos de sangre -explicó Bennet a su compañera, poniéndole al día del testimonio de Mortimer-. Quien empuñaba el cuchillo en los rituales era Rumsfeld y quien recogía la sangre de los niños era Susan Delacroix. Delacroix era bastante más que una lunática dentro de la jerarquía del culto y, por lo que ha dicho Mortimer, existe la posibilidad de que Jessica Heldal fuera la amante del padre Rumsfeld. No sé si exprimir a Dutch y Teaspoon vaya a ofrecernos más resultados, pero creo que Delacroix y Heldal aún pueden tener mucho que decir. ¿Cómo te ha ido a ti?

 DeFuss estacionó su auto y salió del mismo para mirar la parilla. Apoyado en el techo de su Lincoln, el hombre dio un hondo respiro, sintiendo que por un pequeño momento la brisa caliente de aquel desértico páramo era un poco más fría y placentera. Era la primera vez que se alejaba del punto caliente de la investigación en casi 24 horas de pura acción y adrenalina. Disparos, botes, piernas hinchadas, interrogatorios, más peleas pero en sótanos, dolores indescriptibles... apreciar aquel pequeño momento de paz en las afueras de aquel local era necesario.

 Pero el deber le llamaba. El veterano detective entró al lugar y se encontró con Elisha, quien estaba igual de radiante y amigable que la última vez que la vio, hace algunos días.

- Buen día... diría que por los dos. Necesito uno de esas chuletas jugosas que se ven desde aquí, y un buen café. Esa es la parte del placer...

 DeFuss atina a sentarse en el mismo lugar que se había sentado la última vez, cerca del piano. Animal de costumbre. Miró a la mujer con la poca simpatía que le quedaba en aquel momento. De todas formas, sabía que Elisha era una de las personas más dulces que se había encontrado en su viaje. Aunque la vara estaba baja.

- Y la parte del trabajo es con usted, si es que me permite el atrevimiento... ¿me permitiría un segundo de su tiempo, Srta. Elisha? La última vez que estuve aquí me dio la sensación de que podría haberle hecho algunas preguntas...

- Ese cabrón tiene contactos hasta con el diablo.- No hacía falta decir que no había ido especialmente bien, sólo necesitaba leer el enfado que llevaba encima y los nervios de moverse a un lado a otro.- Sabe sobre nosotros, Bennet. No va a ser cosa únicamente de exponerle los hechos, nos hará caer con él.

Sacó un momento su móvil y lo miró, dubitativa. Respiró hondo, tanteando una idea poco ortodoxa.

- Hasta que no se vea realmente amenazado no va a ceder, y creo que sé cómo hacerlo.- Volvió a guardar el teléfono y tomó del brazo a Bennet, queriendo apartarse a un lado. No le apetecía que las enfermeras pudieran escucharlos.- Mcknight. Una llamada y le haremos saber quién es el responsable de todo esto, seguro que estará impaciente.- Ya había visto hasta dónde podía llegar tras haber amenazado la vida de su hijo. Dudaba bastante que pudieran pararle y eso, tal vez, fuera algo que aprovechar a su favor.- Es nuestro plan B, Bennet. Seguro que su abogado encuentra la forma de sacarle de caso… Pero no podrá salvarle de él. Sólo tenemos que demostrarle que confesar es su única opción.

Peggy Slater manoteaba tratando de librarse de la presa que ejercía la agente Lewis. Negaba con la cabeza, cerraba los ojos y gemía desesperada.

—¡Basta, basta, basta! Deje de hablar así… Sus palabras, siempre utilizan esas sucias palabras… —se rindió ante la evidencia de que tenía menos fuerza física que la policía afroamericana—. El reverendo Rumsfeld nos convenció de que era lo mejor para los niños: liberarlos de su sufrimiento en la tierra y entregarlos al Señor. Nosotros no éramos más que los instrumentos imperfectos de Su misericordia…

»Lo decía su libro, donde tenía escrito los rituales: El sacrificio de Isaac, tal como Dios lo había concebido en su origen, antes de que los humanos erráramos y lo convirtiéramos en una triste metáfora… Así nos lo dijo; nos convenció de ello. Yo dudaba, pero había gente más lista, más fuerte que yo que afirmaba que el reverendo tenía razón: el alcalde Fallon, el señor Hanks de Dallas, el abogado de Nueva York y Jessica Heldal; todas personas con estudios, ¿sabe? —Peggy Slater buscaba algún atisbo de empatía en los ojos de Adele Lewis, en vano.

»Y después de cada liberación un ángel bajaba del Cielo y se llevaba el alma de los pequeños. ¡Yo lo vi con mis propios ojos! ¡Y los demás también! ¡No pueden negarlo, no pueden negar a Dios! Y luego la Gracia Divina se derramaba sobre nosotros, sobre nuestras familias, nuestros negocios… Era la señal última de que el plan del reverendo contaba con la bendición del Señor.

De repente, fijó la vista en la mesa, en las fotografías y pareció despertar de un extraño sueño.

—Es cierto que todo era muy raro: elegir a un niño maltratado o abandonado por sus padres, asegurarnos de que estaba solo para tomarlo, cuidarlo y alimentarlo hasta el día del… sacrificio. Diana Carter se encargaba de ellos, con su dulzura y su buena mano de maestra educadora. Les trataba bien, les consolaba, les acompañaba hasta el altar…

Un relámpago de horror cruzó los ojos de la mujer.

—Oggie debía enterrar sus cuerpecitos. Primero en la fábrica, luego en el lago… Sin ceremonia, sin que nadie rezara una última plegaria por sus almas ¡Oh, Señor, perdóname! ¡Perdóname!

Una convulsión recorrió el cuerpo de la señora Slater, como un escalofrío letal.

—¡Quiero confesar! ¡Quiero confesarlo todo! ¡No quiero morir en pecado mortal!

Elisha miró divertida al espigado agente federal.

—Depende de que tipo de preguntas se trate, agente. Parece usted cansado.

Se movió diligentemente para servir la comida a DeFuss, agarró una silla cercana y se sentó junto a él, ya con gesto más serio.

—Los rumores dicen que tienen ustedes una buena montada en los dos condados, ¿verdad? Si no fuera tan vieja y hubiera sido testigo de tanta maldad e injusticia, hasta me alegraría de que por fin los culpables de todas esas muertes fueran a terminar entre rejas. Pero usted y yo sabemos que en esta tierra no hay ley ni justicia que ampare a los nuestros...

 DeFuss asentía ante las palabras de Elisha mientras se bebía aquel café que le había traído. Después de tanto instantáneo y tanto café de máquina, un verdadero brebaje casero y hecho con cariño era lo que necesitaba el paladar del buen detective. Y aquel pedazo de carne dorado no estaba nada mal, tampoco.

- No puedo confirmar ni negar nada, pero... si, realmente se han hecho avances en la investigación. En ese sentido, estoy contento de haber venido aquí y de haber puesto mi granito de arena. Quiero creer que se va a impartir justicia. Pensar que los niños que han muerto tienen un poco de paz dónde sea que estén... es algo... lindo.

 Jordan reflexionaba un poco sobre el caso, especialmente sobre lo que significaba el final del mismo. Como Elisha había dicho, el mal ya estaba hecho y el mal no iba a desaparecer. Pero por lo menos pondrían tras las rejas a muchos psicópatas y dementes religiosos. Eso era la justicia a la que podían apelar en aquella terrible situación.

 DeFuss, sin embargo, tenía su mente en otro tema el cual quería hablar con aquella mujer... cautelosamente.

- Por otro lado... detesto este lugar. Que un paleto me diga "negrata" realmente no me importa, ya lo he superado, pero... el calor esta de muerte. Y además... y, realmente no quiero sonar supersticioso, pero... he sentido que estos días han pasado... cosas raras. Mi compañera incluso habló sobre cuestiones sobrenaturales, aunque no quise darle caso a esas teorías...

 Era una charla tranquila y amena, pero Jordan estaba trabajando. Algo le decía que aquella mujer guardaba algo de interés, algo que quizá se le escapó la primera vez que fue a aquel restaurante. El detective lanzó aquellas palabras ambiguas en el aire, haciendo referencia a lo sobrenatural y a lo fantástico, atento a si la mujer mostraba reacción ante esas palabras.

Bennet escuchó a Greenwrim, notando que su compañera no había tenido especial suerte con el reverendo Rumsfeld.

-No cederá fácilmente -afirmó el ranger, de acuerdo con ello. Tenían la confesión de Mortimer y la de Mansfield, pero iban a necesitar más si querían poner al viejo reverendo contra las cuerdas-. No sé hasta qué punto informar a McKnight pueda ser de utilidad a estas alturas, pero quizá sí que podamos usarlo en nuestro favor. Él conocía bien al alcalde Fallon, tal vez conozca sus trapos sucios y, de ahí, a Rumsfeld. Ocúpate de ello, yo estaré interrogando a Susan Delacroix -informó Bennet a su compañera para, acto seguido, dirigirse a la habitación en la que se encontraba Delacroix.

Adele no mostró gesto triunfal, pero dentro de ella se sentía mucho mejor viendo la manera en que la pelirroja se daba golpes de pecho. Recogió todas las imágenes y las colocó en la carpeta. -Indícanos como llegar al altar, Peggy. Empiece su redención.- Entregó papel y pluma a la mujer, y se dispuso a escuchar con mucha atención y supervisar la confesión completa, hasta que hubo firmado con su puño y letra. Luego la dejó haciendo una seña al alguacil para que la dejaran sola. Que el silencio la torturara aún más...

Envió un mensaje a DeFuss y los dos Rangers, antes de continuar hacia donde tenían retenido a Oggie Teaspoon.

Slater ha confesado, constataré la información con el guardia de la fábrica de municiones y saldré con un equipo hacia el lugar. ¿Te vienes, DeFuss?

Entró en el cuarto donde tenían a Teaspoon y sin preámbulos, se dirigió a él con la intención de que al ser sorprendido de ese modo revelara información. -Slater dice que se encargó de los cuerpos, Oggie. Que los desmembraba pedazo a pedazo y lo lanzaba en el pantano. Está mucho más hundido en el lodo de lo que nos hizo creer... ¿Disfrutaba hacerlo, Oggie? Cortar esos deditos, los bracitos, las piernas. Unos niños tan frágiles, especialmente la pequeña Bárbara, con sólo cuatro añitos...-

—¿Cosas raras, agente? —Elisha puso cara de sorpresa; las palabras de DeFuss la habían pillado desprevenida—. ¿A qué cosas raras se refiere? Porque es cierto que el calor y la humedad pueden nublarle el cerebro al más pintado, cuanto más a ustedes, que llevan días yendo y viniendo a todas horas por el bayou y por los senderos perdidos.

»Pero ustedes deberían ser un gente de ciencia, ¿no? Imagino que eso es lo que les enseñan en esa academia suya, donde aprender a ser federales —ahora el tono se había vuelto abiertamente jocoso—. ¿O es que pretende burlarse de mí? Ande, no sea malo y cuénteme algo de lo que está sucediendo, que una escucha toda clase de locuras y ya no sabe qué creerse...

Mientras hablaba con su compañera, Bennet recibió un nuevo mensaje a su teléfono móvil:

Guárdalo por ahora. El abogado de Rumsfeld será Julian Luttwak. Entrégaselo.

Aquello parecía tener cada vez menos sentido. Primero el fiscal, a través de Millie, una conocida de su círculo literario, se interesaba por un supuesto grimorio y ahora le pedía que se lo entregara al abogado defensor del reverendo Rumsfeld, Julian Luttwak, un conocido letrado de Dallas famoso por defender casos difíciles, y caro, sobre todo muy caro en sus honorarios.

Bennet miró el mensaje en su teléfono móvil.

Al leerlo, primero se sintió confuso. Después, asqueado. Había pensado en que Frank Riley podría tener algún tipo de interés intelectual o académico en el grimorio. No era nada extraño, dado que un libro de una antigüedad como esa podía resultar un objeto valioso para cualquier erudito interesado en las artes ocultas. No obstante, saber que el hombre a quien tendría que entregarle el grimorio era el abogado que defendería a Rumsfeld durante el proceso... No, aquello empezaba a tornarse de lo más extraño, y Bennet comenzaba a tener dudas sobre lo que debía hacer.

-Mi esposa. Nada importante -se excusó Bennet con Greenwrim, apresurándose a guardar el teléfono móvil.

En esos instantes, el ranger decidió dirigirse hacia la habitación donde estuviera Susan Delacroix. Estaba tenso y, cuando acabara con aquel interrogatorio, estaba decidido a echar un vistazo a aquel libro. Si iba a entregárselo a alguien, primero iba a tener que asegurarse de cuál era su contenido. No estaba desmantelando una secta solo para dar instrumentos a alguien para que crease otra.