Partida Rol por web

El reverendo Alan Rumsfeld, por su parte, permanecía sentado y vestido en la cama de la habitación donde le habían realizado las curas para el brazo. Miraba hacia la ventana, contemplando el atardecer y no se movió cuando oyó entrar a Moira.

Había logrado de algún modo que alguien le proporcionara una Biblia y la sostenía en su mano sana, abierta, como si hubiera estado leyendo hasta hace poco.

Guardaba silencio pero casi se podían oír los engranajes de su cerebro funcionando, preparando sin duda su siguiente movimiento.

 DeFuss revisaba sus papeles y anotaciones, busca algo que le dijera cuál podía ser el "apóstol" más doblegable, el más suceptible a la presión. Pues ya tenían todas las piezas del tablero de Rumsfeld, pero no servía de nada si las mismas no les abrían paso a la macabra mente del reverendo. Sin embargo, el veterano detective estaba teniendo problemas en encontrar indicios. Quizá ya estaba sumamente cansado y su mente se había nublado.

- ¿Tú que crees, Lewis? ¿Por cuál de las dos deberíamos ir?

Scott sabía que, tal y como estaba, era probable que Tim Mortimer terminara quebrándose fácilmente. Era la mano derecha de Rumsfeld, pero con lo que habían encontrado sobre él y el testimonio de Mansfield era suficiente como para apretarle las tuercas.

-Su abogado, el señor Mansfield, está testificando contra usted en estos momentos, interrogado por la agente Greenwrim -Era mentira, por supuesto. Mansfield ya había testificado antes, pero Mortimer no tenía por qué saberlo-. Está detenido, en este mismo hospital. Lo arrestamos junto a Jessica Heldal, Peggy Slater y Alan Rumsfeld. Nos ha contado con todo lujo de detalles lo que usted y el reverendo Rumsfeld hicieron. Creo que no va a poder servirle como abogado a estas alturas...

El ranger se aproximó hasta la mesilla de noche y agarró el colgante que había llevado Mortimer previamente.

-Qué bonito -afirmó, observándolo, con curiosidad mientras jugueteaba con el colgante-. Señor Mortimer, le seré sincero. A estas alturas, no hay nada que pueda librarles de terminar en prisión. Y para bien o para mal, usted es uno de los que más manchado está en todo esto. Samuel Tillman, Ellenore Smith, Theresa O'Hara... Conocía bien a los padres de esos niños. Todos eran, de una forma u otra, cercanos a usted. Aunque no esperaba lo de las prendas de Theresa O'Hara en su despacho, desde luego -dijo, observando fijamente a Mortimer, con gesto serio-. ¿Las mantenía usted guardadas? ¿Le atraen los niños? ¿Ese era su oscuro secreto? ¿O más bien su amigo Rumsfeld y Susan Delacroix fueron quienes colocaron esas prendas en los cajones de su despacho?

Mientras DeFuss repasaba anotaciones, Lewis miró intensamente a las candidatas que tenían a la mano. De pronto, lo noto. Un gesto, un movimiento involuntario, una torcion en los labios... Era lo que está buscando.

-Tenemos a la siguiente.- Dijo hacia su compañero, sintiendo confianza. -Vamos.-

¿Cuánto tiempo llevaban sin dormir?, se preguntó Jordan DeFuss. Los cafés habían dejado de tener efecto y ahora, más que nunca, su cuerpo le pedía un descanso: dos persecuciones, tiroteos, refriegas… y todo, siempre, bajo aquel puto calor sempiterno. Además, la particular organización de los expedientes que había hecho su compañera le estaba sacando de quicio; ¡no se entendía un carajo! No iba a dejarlo ahora, él era un profesional, pero tal vez sí convenía levantar el pie del acelerador un poco. ¡Qué cojones, había cumplido de sobra con el Bureu, con su jefa, con el caso y con el mismísimo Jesucristo!

Lewis, impertérrita, levantó ante él la fotografía de Peggy Slater, la secretaria del sheriff Smith. La beata que les había recibido a tiros en casa del reverendo y que, ya solamente por aquello, estaba cubierta de mierda hasta el cuello. Esta hija de puta va a pagar por toda la basura que sus conciudadanos han vertido sobre Jordan y sobre mí simplemente por ser negros, pensó con furia mal contenida.

Se dirigió con paso firme hacia la sala de interrogatorios, donde Peggy Slater aguardaba.

 Su búsqueda por los archivos no había resultado en nada, aunque en ese momento a DeFuss todo le parecía que estaba mal. Estaba convertido en un verdadero viejo gruñón. Las anotaciones de Lewis le parecían flojas y desordenadas, todos los testigos eran unos paletos idiotas y no faltaría tiempo para que le dijera algunas malas palabras a Taylor y arruinara la única buena relación con la autoridad que tenían en ese momento. Estaba fuera de su elemento, pero nunca lo admitiría en voz alta.

 Y cuando Lewis encontró sin problemas el eslabón débil de la organización, Jordan no lo pudo ver tan claro. Lo cual le dio una tremenda rabia interna.

- ¿Peggy...? Mierda, ¿cómo... cómo no me di...?

 El viejo se levantó de su asiento y tiró el resto del café que estaba tomando a la basura.

- No. Ahora mismo no voy a lidiar con esto, a mi no me mandaron hasta aquí para romperme el lomo entrevistando desquiciados y machacándome el cerebro sin dormir por horas. Tengo una pierna hinchada y un dolor en las costillas que no debería tener. Voy a ir a hacer otra cosa, Adele. Tu encárgate de este interrogatorio y Dios te ayude para mantener la calma y no estrangular a esa loca...

 Con ese además egoísta pero con el cual se podía empatizar, el hombre se calza su abrigo del FBI y se va a la salida.

- Hay un lugar al que tendría que volver.

Ahí estaba, el culpable con letras mayúsculas de todas las desapariciones, todos los asesinatos, leyendo tranquilamente su biblia como aquél que espera su café en una cafetería. Le enervaba la tranquilidad que mostraba y sabía que no sería fácil sacarle de sus casillas para hacerle hablar, pero esperaba tener las pruebas suficientes. Sino, sabía a quién llamar.

Miró de reojo a la enfermera, molestándole su presencia, antes de acercarse a la camilla para apoyarse en la barandilla inferior.

- No voy a andarme con rodeos, Rumsfeld. Estás solo, tú y tus “doce apóstoles” pasaréis el resto de vuestra patética vida entre rejas.- Mencionó el tema de los apóstoles de manera superficial, una forma de demostrar que tenían ese conocimiento.- ¿Tienes algo que decir al respecto?

—¡Un momento, un momento! —exclamó Tim Mortimer, tan alterado que incluso fue capaz de sentarse en la cama y hablar con voz rasposa—. Eso de la ropa de la niña de los O’Hara en mi despacho es pura mierda… Nunca no hemos guardado la ropa de los… bendecidos. No era necesaria para su transición —a pesar de los nervios no dejaba de lado su retorcido lenguaje—. Así que, o se lo está inventando usted, agente, o esa sucia pecadora lo ha urdido todo para incriminarme —no mencionó al reverendo, pero hizo una confesión inesperada—. ¿Sabe usted que ella es la que siempre empuña el cuchillo.

Mortimer hizo un movimiento violento con su mano buena, como si apuñalara a alguien inexistente.

—Además, Heldal es una zorra artera que está tan pringada en todo esto como Mansfield, Slater y el mismísimo alcalde Fallon —cantó pero todavía sin implicar al pastor.

—¿No se cansa de todo esto, sargento Greenwrim? —rompió su silencio el pastor con voz sosegada—. Seguro que su hijo…, Kurt, ¿verdad?, sí, seguro que debe de estarlo. Mucho. Siempre solo o cuidado por otros. ¿Es esa la infancia que quiere darle a su pequeño? —clavó sus ojos fieros en los de la mujer—. Tenga cuidado, agente Greenwrim, cave, cave, Deus videt; Dios está mirando, siempre. Y él jamás permite que sus criaturas sufran una vida de temor y de miseria, prefiere librarlos de miserias y penalidades, y llevarlos pronto a su vera.

Rumsfeld pasó la mano por la cama, alisando una arruga inexistente, pero el gesto se le antojó a Moira como el paso de una guadaña que segara el trigo con su hoja afilada.

—Por favor, necesito contactar con mi abogado. No voy a hacer ninguna declaración hasta que él esté presente —concluyó antes de retomar la lectura de la pequeña biblia.

-Lo sé. Que justamente las ropas de Theresa O'Hara aparezcan después de su detención y que arrestásemos a Susan Delacroix en su despacho... Cualquier tribunal podría ver que Delacroix estaba queriendo ponerle en el punto de mira como único culpable -afirmó Scott Bennet, en tono neutro, mientras observaba a Mortimer-. Tal vez bajo las órdenes de Rumsfeld o por su propia iniciativa. Sea como sea, parece ser que Rumsfeld o Delacroix sí que guardaron la ropa de los bendecidos para una situación como esta. Quizá no para incriminarle justamente a usted, pero sí como un plan B si uno de los doce resultaba detenido...

El ranger no pretendía jugar a ser el poli bueno. Pero veía con claridad que Delacroix, ya fuese por iniciativa propia o siguiendo las órdenes de Rumsfeld, había tratado de apuntar directamente a Mortimer como responsable de todas las muertes. Y si podía, Bennet iba a asegurarse de que los doce resultasen incriminados.

-Pues no sabía que ella fuese la que siempre empuñase el cuchillo -reconoció Bennet, extrañado. Aquel dato sí que era nuevo para él-. ¿Por qué ella? ¿No debería hacerlo el líder de vuestro culto? ¿O tal vez la escogiste por ser la que tenía más sangre fría? -Por lo poco que Scott había conocido a Delacroix, podía aventurar que aquella mujer no albergaba ningún tipo de empatía. La creía lo suficientemente capaz de asesinar a un niño en un ritual. Quizá eso era justo el trabajo sucio que Rumsfeld o los demás no podían llevar a cabo-. Y Heldal... ¿Cuál es su implicación en todo esto? ¿Cuál era su papel dentro del culto? Era muy cercana al padre Rumsfeld, por lo que comprobamos.

Lewis se quedó mirando al agente un momento, pero al final le dejó ir. Después de todo, su atención estaba especialmente en la persona sobre la cual estaba a punto de recaer todas las frustraciones, el calor, las pérdidas, los prejuicios, la actitud hacia ella por ser quién era. -No te alejes demasiado, DeFuss. Una vez que terminemos aquí, iremos al hospital o dar una mano a los Rangers, a ver si acabamos de una vez con esta pesadilla.- De algún modo, hasta prefería que fuera así. Estando ambos agentes, era posible que la mujer dirigiera su atención hacia el hombre creyendo que él era la autoridad entre los dos. La mujer sonrió, con una idea en mente. -Que Reeves me acompañe. Ya esta mujer intentó matarme hace un rato, no dudo que intente hacerlo de nuevo ahora.- Así también podría mostrarse ante Slater en una posición de poder sobre un subordinado, y el color de piel del chico haría que la perra racista odiara el sentirse identificada con alguien negro. Adele dio vueltas a su taza, y entró.

No dijo nada al entrar, de hecho ignoró cualquier cosa que la secretaria pudiera decir hasta que no se hubo sentado. Abrió la carpeta con los expedientes, procurando que la otra no pudiera leer lo que allí había, aunque si podría ver las fotos de los feligreses que estaban con Rumsfeld. -Peggy Slater. Peggy viene por Margaret, ¿cierto?- Dijo, sin esperar realmente una respuesta, pues por otros segundos siguió hojeando los papeles. Finalmente los cerró y los puso de lado. -¿Sabes? Tengo mucha curiosidad por saber cuál era tu función entre los doce de Rumsfeld. Manfield era el de las leyes, Hanks financiaba, Mortimer y Carter cazaban a los niños, los Blackman y Redbear eran el músculo. Incluso Teaspoon, aparentemente insignificante, tenía importancia al ser quién custodiaba el lugar donde hacían los sacrificios. Pero tú, Peggy... ¿que importancia tenías? ¿Que importancia tienes? Pensaba que eras la espía dentro de la comisaría, pero ya Delacroix le chupaba la polla a Smith, así que ella es más útil como espía que tú.- Dio unos golpecitos a la carpeta con el índice. -Oh, no creas que eso te va a salvar, por cierto. Que seas tan pusilánime y dispensable para Rumsfeld y sus seguidores no elimina el hecho de que eres cómplice de esconder a un criminal y asesino en tu casa, además de intentar agredir a un agente del FBI. Pero realmente, ¿le importas a alguien? ¿A quien sea? Ni siquiera el resto de los "apóstoles" te ha mencionado en sus confesiones, como si olvidaran tu existencia... No, espera, si hubo uno que te mencionó.- Volvió a abrir la carpeta y a "leer" sin leer realmente nada. -Según palabras de Mansfield, está convencido que eres la zorra que se chivó con el FBI sobre donde estaba Rumsfeld, y que nos dejaste pasar. Está convencido de que nunca estuviste realmente entregada a la causa y que a la primera señal de peligro los delataste a todos.- Volvió a cerrar la carpeta y esperó. Esperó a que la carnada hiciera efecto, y que la misma Peggy se hundiera en la mierda hasta el cuello. 

—¡No, no, no, no! Yo no elegí a nadie. El reverendo lo hizo. Él supo ver que la perversión de esa tipeja la podía convertir en el… Bueno, qué demonios —se interrumpió a sí mismo—. Ella no empuñaba el cuchillo. Lo hacía el reverendo… —su tono de voz se volvió débil otra vez—. Ella, Delacroix, recogía la sangre de los pequeños para concluir el ritual.

»Heldal es una manipuladora. Es forastera pero se fue ganando la confianza del reverendo…, a saber de qué manera. ¿La ha visto? Está de buen ver todavía y sabe arreglarse, como las furcias de ciudad. No me extrañaría que se hubiera intentado tirar…, quiero decir, seducir al buen pastor.

»Oiga, no voy a negar lo que he hecho, lo que hemos hecho; pero me niego a cargar con más culpa de la que me corresponde. Yo no le he hecho daño a ningún niño, Diana Carter tampoco, ni Peggy… Nosotros, nosotros simplemente creímos que Dios estaba de nuestro lado…

El agente especial DeFuss aparcó su Lincoln de nuevo ante la puerta del local de Elisha. Dentro hacía el mismo calor de siempre, pero no había ningún parroquiano. La parrilla estaba mediada después de haberse servido los almuerzos, aunque todavía quedaban piezas que se veían apetitosas.

La propietaria salió de nuevo a recibirle con su eterna sonrisa.

—Buenas tardes, agente DeFuss. Un placer tenerle de nuevo en mi casa. ¿Viene por negocios o por placer? —preguntó finalmente sin dejar de sonreír.