Partida Rol por web

Peggy Slater dio un respingo cuando levantó la cabeza y vio a la sargento Moira Greenwrim delante de ella dándole los buenos días. Instintivamente se agarró el crucifijo, tragó saliva dramáticamente y compuso una sonrisa falsa casi dolorosa.

—Bu... buenos días, agente. N...no, el sheriff Smith no está ahora mismo en la oficina. De hecho no hay nadie aparte de mí —paulativamente sus palabras fueron cogiendo velocidad—. ¿En qué puedo ayudarla? ¿Viene sola? Si quiere puedo avisar al alguacil de guardia. Estará aquí en unos minutos.

La mujer levantó el auricular y se quedó mirando a la Ranger. Su instinto le avisó de que había algo muy sospechoso en el comportamiento de la secretaria. Su lenguaje corporal denotaba miedo y, en una capa más profunda, un rechazo visceral hacia ella.

Entre todas las opciones de respuesta que podía darle por su llegada, la que menos se esperaba era miedo. La miró confusa durante unos segundos queriendo cavilar de dónde procedía o si directamente ella era el motivo principal, comprobando que ni siquiera quería mantenerle la mirada.

En realidad quería hablar con usted.- Lo único que se le ocurría era la conversación con los Watson, los dueños del hotel, quienes se mostraron reacios al saber que investigaban al profesor. Si eso era cierto las noticias habían volado y tendrían a parte de Marion en contra.- La Iglesia de Marion, ¿por dónde queda? – No le había pasado desapercibido la reacción de agarrarse el crucifijo, la misma que había tenido Rose en el video de su testimonio, siendo una posible conexión a tener en cuenta y, tal vez, una manera de acercarla a la secretaria.- Quería pasarme antes de reunirme con el Sheriff.

—Bueno, eso depende de qué credo profese usted —respondió con suspicacia—. Muy cerca de aquí tiene templos de casi todas las confesiones: católica, metodista, baptista...

Peggy Slater no podía ocultar su incomodidad ni su nerviosismo ante la agente Greenwrim. El auricular del teléfono había permanecido todo el tiempo descolgado, como si se hubiera olvidado de él. Al mismo tiempo, agarraba su crucifijo y lo manoseaba como si temiera tener su mano desocupada.

—¿Quiere entonces que llame a algún ayudante para que la atienda después de rezar? —preguntó con escepticismo.

No había calculado que había un amplio abanico de credos en ese lugar, tantos que la búsqueda de uno en concreto podía ser más complicado que el caso que se traían entre manos. Volvió a mirar la cruz a la que tanta adoración parecía procesar, como si fuera una vía de escape a su presencia.

Católica.- Moira era creyente no practicante, posiblemente debido a la educación que había recibido desde pequeña. Recordaba algunos domingos asistir a misa con los Greenwrim, al igual que el bautizo de Kurt, pero hacía demasiado tiempo que no pisaba un suelo sagrado como para necesitarlo. De todas formas aquello era una excusa para buscar alguna conexión con Peggy y pareció fallar. Tendré que ser directa.

Como he dicho antes quería hablar con usted, no con los ayudantes.- Sonrió, pero no con delicadeza y simpatía, sino empezando a cansarse de aquella actitud tan incómoda hacia su persona.- ¿Hay algo que quiera decirme? Está claro que no le gusta que esté aquí.

La secretaria arrugó los labios al escuchar la palabra católica, pero fue un breve acto reflejo que quedó muy pronto sustituido por una expresión de angustia.

—¿Yo? No, yo no... Discúlpeme si la he importunado, agente Greenwrim —dijo soltando por fin el auricular y el crucifijo, plateado y simple—. No era mi intención. Debe ser que ando medio dormida todavía—mintió torpemente—. Pero, ¿de qué quiere hablar conmigo? No puedo contarle nada sin permiso del sheriff, ¿sabe? Me metería en problemas.

Estaba dándose de bruces contra un callejón sin salida y, aunque no le gustaba tener que adjudicarse el papel de “poli malo”, la secretaria ya le había demostrado que se lo puso sin necesidad siquiera de abrir la boca. Está bien, hagamos uso de ello.

En los seminarios que había asistido, sabía que el método de presión podía resultar productivo o contraproducente dependiendo de las circunstancias. La mujer ya planteaba un cuadro de rechazo, divagando con las respuestas o directamente no dándole lo que quería, por lo que debía demostrar que debía enfrentarse a ella como único recurso si quería escapar de aquella situación.

Lo sé, lo sé perfectamente.- Por ello un simple gesto, el dejar su bolso sobre la mesa en una señal de que no iba a moverse, anclando su posición.- Pero es demasiado tarde para eso.- El segundo paso, la coacción. No necesitaba mentir puesto que todo era de dominio medianamente público, al menos para la secretaria al estar presente de la agenda del Sheriff.- Estamos al tanto que se han producido al menos dos desapariciones de niños que no se nos ha informado en la anterior visita, sobre todo teniendo en cuenta de que el Sheriff conocía desde un primer momento nuestra presencia.- Sonrió con cierto aire intimidante, como si fuera una amenaza velada. No les habían dicho nada, teniendo que enterarse por el FBI.- Por supuesto puedo esperar a que venga él, seguro que tenemos una larga charla al respecto.- Miró a otro lado, pensativa, queriendo dejar que Peggy pensara y actuara por sí misma.- Pero teniendo en cuenta el recibimiento que nos dio ayer, ¿cree que querrá cooperar? – Recordaba perfectamente que Peggy estaba delante cuando le preguntaron, incluso intentó mediar en el comportamiento del hombre.- Sería una verdadera pena que el departamento de Marion se viera envuelto en un escándalo por frenar una investigación, sobre todo para todos aquellos que trabajen para él.- No sabía si iba a resultar, pero esperaba que mínimo le hiciera reflexionar. Smith no va a ceder, Skinner menos.

Parece una buena mujer y no me gustaría que se viera salpicada por esto, no después de haber visto cómo la trata.- Y por último el paso final, el intento de acercamiento, suavizando un poco sus facciones.- ¿Podría ayudarnos? Las familias necesitan descansar y no pueden encontrar la paz siquiera procesando su fe, pero necesitamos recabar todo lo que podamos.

A Peggy Slater se le saltaron las lágrimas, se levantó de su silla y reculó alejándose del mostrador de recepción.

—¿Qué es lo que pretende? —comenzó a gimotear—. ¿Me quiere buscar un problema con el sheriff Smith? Yo no puedo ayudarla. No sé nada, soy una simple secretaria. Todo está en los archivos, pero yo no puedo autorizarla a entrar en ellos. Estaría cometiendo un delito, ¿sabe? —exclamó llorando y boqueando como si le faltara el aire—. Están al fondo de la sala. Entre si quiere, seguro que una Ranger puede hacer lo que le dé la gana, pero yo no voy a ser su cómplice.

La mujer se apartó dejando el camino libre a Moira. La miraba con los ojos anegados y la boca abierta de espanto, realmente asustada.

Una secretaria escucha, ve y siente lo que ocurre en la oficina.- De alguna forma que no podía explicar Moira se sentía en esos momentos como un cazador apuntando a un cervatillo, siendo el animal la información que necesitaban. Se relamía por dentro al pensar en la carne que cenaría esa noche, aunque eso supusiera acabar con el último espécimen. No iba a soltarlo.- Una secretaria sabe más de lo que quiere saber, sobre todo si tenemos en cuenta el tipo de persona para los que trabaja. Puede fingir todo lo que quiera pero ambas sabemos que lo que digo es cierto.- Tranquilamente, como si el tiempo no corriera en su contra, bordeó la mesa del escritorio mientras cogía su bolso, acercándose paso a paso a ella.

Si no quieres problemas simplemente tienes que ayudarme.- Miró hacia el pasillo libre y luego a la puerta de entrada, bajando el volumen de voz.- Ahora mismo sólo tiene que avisarme si viene alguien, o retener al Sheriff y sus ayudantes si se presentan antes de tiempo mientras me encargo de mirar los expedientes que nos corresponden. Puede encargarse de algo tan sencillo, ¿verdad? – Una torcida sonrisa dibujaron sus labios mientras alzaba levemente el rostro.

La secretaria se pegó a la pared que había a su lado negando reiteradamente con la cabeza y mirando a Moira con terror mientras caían al suelo chinchetas, carteles y un póster quedaba medio descolgado.

—No, no, no, no... No puedo hacer eso... No me pida que mienta... Puede hacer conmigo lo que quiera, estoy en paz con el Señor; pero no permitiré que me convierta en un instrumento del mal.

Cerró los ojos con fuerza, ladeó el rostro y colocó los antebrazos delante de su cuerpo con los puños bien cerrados, en una pose que recordaba más a una chica que no quería ser besada que a una mártir cristiana.

Peggy, mírame.- Aunque sabía que no iba a huir, apoyó una mano en la pared, cerca del rostro de la secretaria, en una clara muestra de no dejar que esperaba. Chasqueó los dedos de la mano libre para captar su atención, alzando la mano levemente para conducir su mirada sobre la suya.- Si no quiere ser cómplice y que sobre su conciencia recaiga la desaparición de más niños respóndame. ¿Por qué el Sheriff Smith escondería esas desapariciones? Desde que asumió el cargo no se ha reportado ninguna a pesar de existir casos.

Peggy.- Le agarró del mentón para obligarla a mirarla, cansada de tanta esquiva. La Ranger había perdido por completo la empatía por la secretaria, tratándola como un criminal que conocía parte de la verdad que la ayudaría al caso, y sobre todo a posicionarse con su familia. Es lo que hay que hacer.- Deje de llorar, esto será rápido si coopera.

—Está bien, está bien —se rindió la secretaria—. El sheriff es mala persona, un mal cristiano. No le falta un prejuicio* y desprecia a todo el mundo. Pero obedece siempre al juez Corman y el viejo es otro pecador irredento y un tirano. No es ningún secreto que los dos han ignorado reiteradamente las peticiones del sheriff Taylor y del juez del condado de Harrison para iniciar una investigación conjunta... Simplemente han ido archivando los casos sin apenas investigarlos... Amenazaron al periódico local con sacar sus trapos sucios e incluso hicieron lo mismo con algunos de los padres que viniero a quejarse... ¡Dios mío! Tantos casos... Sus carreras podrían quedar arruinadas si llegaba al gobernador lo que estaba sucediendo... que esos niños... —abrió mucho los ojos y los clavó en Moira antes de continuar—. Usted ha visto a sus ayudantes... ¿cree que alguien de esta oficina movería un dedo por esos... pequeños... desgraciados...? —la mujer estalló en lágrimas—. ¡Oh Señor! ¡Perdóname, perdóname por ser débil y estúpida!

Peggy Slater dejó caer todo su peso sobre la agente Greenwrim y, cuando su boca estuvo cerca de su oreja le susurró en un tono muy distinto.

—Tú también eres malvada y cruel, ramera de Babilonia... Vienes a roer los huesos de los inocentes que ahora se sientan a los pies de Dios Padre...

Se separó bruscamente de la Ranger y tapándose el rostro con sus manos corrió a encerrarse en el aseo que había a la derecha de la sala.

Escuchó con atención y silencio todo lo que soltaba por su boca, almacenando en su mente cada detalle, cada pista, con tal de no perderse ninguna palabra. Juez Corman. Tenía más preguntas al respecto pero dudaba que pudiera obtener nada más de ella, no en el lamentable y frágil estado que parecía estar.

Dejó que la secretaria la insultara sin intervenir, haciendo oídos sordos de las “palabras bonitas” que le dedicaba antes de fijarse en cómo huía al baño más cercano. Lejos de preocuparse en pedirle disculpas o saber su estado, dio la espalda a la puerta para mirar el reloj y la entrada, preguntándose cuánto quedaba para la llegada del Sheriff y sus ayudantes y, sobre todo, el agente del FBI que técnicamente debía acompañarla. Así que al final no vino.- Teniendo en cuenta que lo último que sabía de él era la búsqueda de conflicto con su compañero y la negativa a ir con ella, imaginó que dejó de lado esa orden de Adele para ir por su cuenta o estar con ella.

En cualquier caso no le importaba, podía hacerlo sin la ayuda de un hombre.

Buscó su móvil dentro del bolso mientras se dirigía al exterior. Su intención era llamar a Scott mientras esperaba al Sheriff, sino iría a buscar información sobre las desapariciones en la hemeroteca, queriendo comprobar lo que Adele le comentó en la cena.

Al girarse para enfilar la puerta de salida, la agente Moira se topó de frente con el alguacil de los ojos saltones que se había deslizado sigilosamente hasta colocarse a su espalda. El tipo mascaba un palillo de dientes y su aliento apestaba a una mezcla de café, bourbon y tabaco. Sus ojos irritados revelaban que acababa de terminar su noche de ronda.

—Vaya, vaya... —sonrió como un hiena—. Así que a la agente zorrita le gusta hacer sufrir a las pobres secretarias, ¿verdad? Podría arrestarle por esto, agente zorrita. Está usted en mi jurisdicción y se ha extralimitado en sus competencias.

Estaba tan ensimismada en la secretaria que ni siquiera vio venir a uno de los ayudantes cavernicolas de la comisaría.

¿Y arrestara también a la persona tras las desapariciones de su condado o seguirá haciendo la vista gorda? - Le había molestado aquél comentario, pero pensar en el caso le hizo solventar medianamente la situación. - Aparta y déjame seguir con mi trabajo. Alguien tendrá que hacerlo. ​​​

—¿Que me aparte? Te recuerdo que estás en mi oficina, "sargento" —recalcó la última palabra con un evidente tono de burla—. Para trabajar aquí debes pedir permiso..., pedírmelo a mí...

La forma de mirar a Moira era ciertamente repulsiva, ya que no disimulaba el desprecio y, al mismo tiempo, el deseo que le provocaba la mujer. Su lenguaje corporal indicaba tensión contenida, como si estuviera al acecho esperando el momento de saltar sobre ella.

La puerta del aseo sonó con un clic, abriéndose apenas una rendija por la que Peggy Slater debía estar contemplando la escena sin atreverse a salir.

—Bueno, ¿qué? ¿Vas a ser una buena cachorrita y vas a pedir las cosas por favor?

Puede que fuera el hecho de haberse rodeado parte de su vida con ese prototipo de hombre ególatra y subido, o de traumas que psicólogos querrían sacar de su psique, pero Moira no entendía siquiera su propio gusto. Cada uno tenía una especie de “medidor de cabrón” pero, llegado a un punto bastante alto y dependiendo también de otros factores, ese asco se transformaba en un fuerte atractivo. Ya le había pasado con el padre de Kurt, un hombre que detestaba pero que, con dos copas de más, le producía demasiada atracción sexual.

Estás enferma, Moira.

Pedírtelo a ti? Ya veo que ni siquiera los propios perros de Smith respetan a su “jefe”.- Sin girar demasiado el rostro, desvió la mirada para observar de reojo la puerta del aseo tras escuchar el clic, imaginándose que Peggy estaría disfrutando de aquella escena. Después, por inercia, miró la puerta de entrada esperando que alguno de sus compañeros entrara, sorprendiéndose de que todavía no hubieran terminado de desayunar o pelearse. En cualquier caso no quería perder más tiempo allí dentro.- Cuidado con las babas, no vaya a ser que te resbales.

Le dedicó una afilada sonrisa mientras intentaba avanzar, ladeando un poco sus pasos aunque sus hombros chocaran si decidía no moverse.

Cuando Moira chocó con el hombro del ayudante Bush este aprovechó el giro del impacto para lanzar su mano y agarrar el culo de la Ranger tratando incluso de meter sus dedos por la divisoria de sus pantalones.

—¿Ya te vas, cachorrita? ¿Me tienes miedo o quieres ponerme cachondo con tu indiferencia?

La puerta del aseo se volvió a cerrar con fuerza. Sin duda, Peggy Slater debía imaginar que se encontraba a las puertas del infierno junto a dos demonios pecadores. Moira podía imaginársela allí dentro, rezando y fustigándose... y, en aquellas circunstancias, la imagen no podía ser más perturbadora.

Antes de escuchar siquiera el sonido de la cachetada, ya podía sentir cómo la mano del tipo se amoldaba a su nalga o sus dedos serpenteando entre sus piernas, tal vez buscando el inicio de esa fantasía que estaba formándose en la cabeza del ayudante.

De manera inmediata, como si aquel acercamiento hubiera activado un recuerdo guardado en su mente, visualizó las clases de defensa personal que había dado hace años y la gran ayuda que le había ofrecido ese conocimiento. Rápidamente, mientras él terminaba de hablar, enumeró pequeños detalles para saber cómo atacar.

El aliento a alcohol barato y nicotina, las ojeras de la noche, el cansancio de haber estado en el turno trabajando y la manera en la que se había dirigido a ella desde un principio le hizo saber que una patada en la entrepierna no sería suficiente, tenía que dar un golpe más directo.

Por eso se giró de manera rápida con la palma estirada con la intención de darle un golpe en la nuez de la garganta, una zona frágil a la par que dolorosa para los hombres que podría matarle si se hacía con demasiada fuerza, queriendo únicamente detener su respiración de manera temporal para demostrarle con quién estaba jugando.

El alguacil Bush se echó las manos inmediatamente a la garganta, al notar que le faltaba el aire. Trastabilló, chocando con la mesa de la secretaria, derribando la pantalla del pc cuando perdió el equilibrio le dio un manotazo. Buscando el aire que le faltaba se apoyó con ambas manos en el respaldo de la silla más cercana y miró con ojos atónitos a la Ranger de Texas.

—Mal... maldita... zo... —trató de articular—. Es... estás... loca...

El tipo continuó jadeando mientras se recuperaba poco a poco del golpe. La puerta del aseo se entreabrió de nuevo y esta vez Moria pudo ver a Peggy Slater asomando apenas un ojo y su nariz por ella.

Vuelve a tocarme y la próxima irá con más fuerza.- De nuevo el sonido de la puerta hizo girar el rostro hacia el baño, imaginándose a la secretaria combatiendo entre la culpa y la curiosidad continuamente, aunque todavía no sabía qué lado estaba ganando en la batalla.

En cualquier caso escuchar los jadeos de Bush eran suficientes para intuir que no volvería a intentar un nuevo acercamiento, al menos no ahora, dándole tiempo a pensar en una nueva estrategia cuando tuviera que volver a la comisaría. No quiero estar aquí cuando llegue el Sheriff, demasiadas explicaciones.

Tengan un buen día.- Había aguantado a duras penas ambas “amenazas”, sintiendo un ligero cansancio mental que debía cuidar para no colapsar, sobre todo después de ese acercamiento abusivo que evidentemente le había molestado.

No queriendo pertenecer más tiempo entre esas cuatro paredes, prefirió el calor del exterior con tal de no soportar ahora la presencia de Skinner o Smith, queriendo dirigir sus pasos hacia la hemeroteca para buscar un lugar tranquilo donde poder recomponerse mientras seguía con el caso.

Ya daría más tarde las explicaciones a sus compañeros.