Partida Rol por web

-Así pues, ¿alguno sabría decirme el nombre del hombre que recogió las últimas palabras del Primer Profeta la noche anterior a ser ejecutado?- El hermano Tomás era un hombre en la treintena, enjuto, de ojos marrones y mirada serena. Vestía una sencilla túnica de tela de saco con un cordel raído como cinto. Con uno de los Testimonios Escritos sostenido en su mano, su mirada serena de ojos marrones, escrutaba a los muchachos de su clase esperando una respuesta.

-¿Nadie...? Muchachos, por favor.- Tañó entonces la esperada campana una, dos , tres veces. Los niños, delgados, casi huesudos, miraron al monje que presidía el aula con una mezcla de angustia y ansia.

-Está bien, está bien.- Sonrió el hombre de buen corazón. -Podemos dejarlo por hoy. Es la hora de comer.-

El hermano Tomás podría haberles pedido que salieran con calma, pero en su fuero interno le gustaba ver salir corriendo a los muchachos, sonrientes, en busca de uno de sus momentos más felices del día: La hora de la comida.

En un suspiro, Armando y su hermano habían salido de uno de los barracones de aulas y se habían unido a la marabunta de niños salidos de otros barracones de aula en dirección al edificio del comedor.

El achaparrado edificio de una planta, silencioso hasta entonces, recibió a varias decenas de niños gritando efusivamente, los cuales se fueron sentado en cochambrosas sillas de madera frente a grandes y alargadas mesas de roble en las que se encontraban los platos vacíos. Pronto se encontraban todos sentados en un enjambre de gritos, risas y llantos.

Al abrirse la puerta opuesta del fondo, todos se callaron, Armando y su hermano vieron desfilar en fila a los siempre silenciosos hermanos, los monjes del monasterio. Todos ellos vestían túnicas marrones salvo el primero, el Abad Bernardino, que vestía de estricto negro y con una tela sobria, pero de mucha más calidad que la de los otros miembros del monasterio.

No fue hasta que Bernardino, de severo rostro, tomó asiento que el resto de ocupantes de la sala pudieron hacerlo. Entonces el Abad rezó en Theano clásico mientras todos los presentes permanecían con la cabeza gacha, y sólo cuando Bernardino terminó el rezo entró a la sala el gran perolo de comida.

La olla era gigantesca, y los niños huesudos esperaban ansiosos frente a sus platos vacíos. El cocinero llenó primero el plato del Abad Bernardino, a rebosar, para luego ir pasando por los delgaduchos monjes y niños, y servirles una escueta ración en sus platos. Al llegar su turno, y ver apenas dos cucharadas en su plato, el hermano de Armando preguntó al cocinero : -¿Eso es todo?-

El cocinero, algo avergonzado, enseñó el contenido de la gran cacerola vacía y respondió: -No queda casi apenas nada en la despensa. Hago lo que puedo con lo poco que tengo.-

Pronto, se pudo ver el rostro de decepción del resto de muchachos. Llevaban varias semanas así, y estaban hambrientos. Aquello no saciaría su hambre. Los monjes también tenían rostros huesudos y pálidos, pero procuraban controlar su gesto, quizás en apoyo moral a los niños huérfanos que cuidaban.

El hermano de Armando, una versión algo mayor y casi idéntica del muchacho, le dijo a su hermano: -No podemos seguir así. Los más pequeños lo pasarán mal pronto.-

En un gesto de generosidad, el muchacho cogió su plato y lo vació repartiendo su contenido entre dos de los niños mas pequeños. El se quedaría sin comer... otro día.

El rostro del padre Tómas se iluminó al ver la escena, e imitó al mayor de los Bastardo con dos de su monjes hermanos más paliduchos. Luego, al mirar a todos los niños de la sala faltos de comida, el gesto del monje Tomás se volvió a ensombrecer.

Mientras, el Abad Bernardo comió a dos carrillos. Su plato contenía buena carne, y no agua con gachas como los de los demás. E incluso repitió plato mientras el resto de la sala le observaba en silencio.

Nadie podía levantarse de la mesa hasta que el Abad lo ordenara. Obediencia y respeto al superior era la norma en el monasterio.

-Hermano, no puedes pasar otro día sin comer, compartamos mi plato!- le ruego a mi hermano, con una mirada de tristeza, aunque en el fondo siento un orgullo de sus acciones. -Quisiera poder actuar como el pero la ultima vez que lo intente apenas pude ayudarlo en las calles. Volteo a ver alrededor como todos los hermanos comparten su comida con los niños mas pequeños y observo al Abad Bernardo hartando su comida sin la menor pizca de remordimiento. Porque todos comparten menos el? que lo hace diferente del hermano Tomas o de los niños?- Sin darme cuenta alzo la voz mas de lo debido y cualquiera con media oreja mi escucho claramente, mi hermano mayor me mira con unos ojos fulminantes y otros alrededor hacen silencio por mi tonteria.

Cuando Armando le ofreció compartir su plato a su hermano, colocando el mismo entre ambos, este se negó iniciálmente intentando poner la mano para apartarlo el plato de vuelta en dirección a Armando.

Sin embargo, el pequeño de los Bastardo insistió, y Fernando estaba tan débil que no pudo resistirse una segunda vez.

Armando empezó a introducir cucharadas en la boca de su hermando. La mirada de Fernando seguía manteniendo ese brillo de ánimo que siempre le acompañaba incluso en las peores ocasiones, y sin embargo, su cuerpo mostraba las marcas de la desnutrición más que los otros jóvenes. Su rostro estaba más demacrado y sus costillas más hundidas.

Cuando Armando habló en alto, criticando la actitud del Abad, se produjo un silencio, y muchos quedaron mirando en dirección a Armando.

Uno de los monjes susurró algo al oído del Abad Bernardo. Este se levantó hecho un basilisco. En su brusquedad golpeó con su enorme barriga la mesa de comensales que se tambaleó haciendo caer su plato al suelo, el cual se derramó sobre el mismo desperdiciando su valioso contenido.

-¿¡QUE INSOLENCIA ES ESTA...!?- Se limpió su barba llena de comida con la manga de su túnica, ensuciándola, Miró hacia la alargada mesa que discurría paralela a al de los monjes buscando entre los niños al posible culpable con la mirada. -¡Malditos niños! ¡Sabéis muy bien el castigo por ofender la santidad de vuestro Abad!-

-¡Que salga ahora mismo el culpable!- Era presa de la ira, y señalaba con el dedo a todos y cada uno de los niños. -¡Si no sale y confiesa, recibiréis todos el castigo!-

El hermano mayo de Bastardo se levantó de la silla para ponerse de pie de inmediato: -¡He sido yo!- Mintió -¡Yo os he insultado, señor Abad!- Lanzó una mirada de súplica su hermano, para quedara callado.

—Théus exige una penitencia por este acto. ¡Veinticinco azotes!— Los niños se miraron entre sí. Veinticinco azotes eran muchos.

—¡Traed la paleta!— Uno de los monjes se levantó en busca del instrumento de castigo. Mientras tanto, el Abad empezó a rodear la mesa en la que estaba sentado para situarse en un punto entre la mesa de los niños y la de los monjes. —Venid aquí, Bastardo.— El abad señaló al suelo en su punto. —Y arrodillaros pidiendo la clemencia de Théus, al que habéis ofendido con vuestras palabras.—

El hermano mayor de Armando Bastardo se acercó donde estaba el abad Bernardo, arrodillándose junto a él como este exigió.

Al poco apareció uno de los hermanos, con una pala de azote formada por una sola pieza de madera formada con un asidero y por otra zona plana y alargada. Era un instrumento  similares a las tablas de madera usadas para cortar con un buen cuchillo la carne encima en cocina, pero la zona plana era un rectángulo estrecho y alargado ** .

Tomás vio el rostro compungido de Armando y se dirigió hacia el abad Bernardo. Sabia que no iba a poder convencer al orgulloso Bernardo para que perdonara a Fernando Bastardo, pero intentaría aliviar el sufrimiento del resto de huérfanos:

—Por favor, señor abad. Delante de los otros huérfanos no. Llevadlo a castigarlo a otra parte ¡Su hermano está delante!—

KINGDOM OF HEAVEN - MURDER

—¡Mejor aún! Así todos serán testigos de las consecuencias de la desobediencia en estos muros. Hermano Tomás, debemos darles una lección a estos zagales. La disciplina es primordial para que crezcan al amparo de théus.—

El hermano Tomás calló y obedeció. Era cumplidor con las reglas de la orden a pesar de que sus ojos revelaban que no estaba de acuerdo para nada con la decisión del abad Bernardo.

El abad tomó el instrumento de zote de las manos del hermano que lo había traído. Luego, levantó su brazo armado con intención de "castigar" delante de todos al joven Fernando que se hallaba frente a él.

Fernando asume la culpa de mis palabras, me doy cuenta de lo grave que de mis acciones, su mirada demuestra su molestia, su preocupación y lo que a causado mi indiscreción. -Hermano no!- Se para y se dirije hacia Bernardo, el Hermano Tomas trata de ayudarlo pero no logro nada. -El maldito de Bernardo va azotarlo, no puedo quedarme aquí sin hacer nada y dejarlo asumir la culpa, no mas injusticias.

Me levanto de mi asiento y corro directo al Hermano Bernardo trato de arrancarle el fuelle con todas mis fuerzas antes de que azote a Fernando!

-Fui yo! Fui yo, no le pegues! Una persona tan virtuosa como usted no lastimaria a un inocente, el unico culpable soy yo! Las lagrimas corren por mis ojos y los mocos llenan mi rostro, un sollozo sale de mi voz incomodo y doloroso.

Armando cogió de sorpresa al abad Bernardo, que vio cómo el pequeño le arrebataba el instrumento de castigo con sorprendente agilidad. 

 Armando vio también como tal gesto provocaba preocupación en el gesto de Fernando, a pesar de que su hermano pequeño le había librado por el momento de una buena tunda. Se puso de pie nervioso: -Hermano...-

Hubo una repentina reacción en forma de carcajadas y vítores por parte de de los niños presentes (e incluso por parte de alguno de los hermanos monjes más jovenes) que se desvaneció pronto ante el gesto de furia del Abad en respuesta a la humillación que había sufrido.

-Maldito chiquillo. ¡Quién te crees que eres!- Los lloriqueos y súplicas de Armando no parecían haber hecho mella en el espíritu agresivo del abad Bernardo. Este tenía un corazón de piedra. -¡Ahora lo pagaréis los dos!.

El Abad agarró con fuerza el antebrazo de Fernando. Este se sacudió intentando liberarse, pero a pesar de ser mayor que Armando seguía siendo un muchacho malnutrido ante la corpulencia de un hombre adulto.

-Hermanos...- Ordenó al resto de la congregación y señalando con su brazo acusador a Armando: -...cojan a este niño para que reciba su merecido castigo. 

A su pesar, los monjes se levantaron de sus sillas y cumpliendo con su voto de obediencia empezaron a rodear al pequeño Bastardo, armado ahora con la madera de castigo, en un intento de aprehenderle.

-¡Muha ha ha! ¡Muha ha ha ha ha ha!- Se carcajeó el desalmado abad mientras mantenía su presa de hierro sobre el joven Fernando: -¿Quién es el que se ríe ahora?-

Al escuchar la decisión del hermano Bernardo mi rostro pasa de lloriqueos y llanto a preocupación e ira.

Los otros hermanos como siempre aceptan los ordenes de Bernardo ciegamente, agarro la tabla con ambas manos y le pego con todas mis fuerza a la muñeca de Bernardo que aferra a mi hermano! -Hermano Corre!-

Sin llegar a romperle hueso alguno, el golpe de Armando fue lo suficientemente fuerte como para que Bernardo soltara a Fernando. El abad se llevó la otra mano a la zona herida mientras gemía de dolor.

Los monjes se lanzaron entonces sobre Armando y su hermano, ahora libre de la presa de Bernardo.

Fernando dudó un momento antes de empezar a correr detrás de su hermano. No tenían mucho tiempo antes de que los monjes estuvieran sobre ellos.

Fernando y yo comenzamos a correr por los pasillos de la abadía, el único pensamiento en mi cabeza es que debemos huir. Volteo a fernando mientras cruzamos por un pasillo y con una sonrisa y confianza fingida le pregunto. -Hermano que castigos crees que esto nos traiga?.