Partida Rol por web

Antes de que pudiera responder al jambo que me estaba soltando el rollo de la rectitud del soldado, ocurrió lo que tenía que ocurrir: múltiples bombas reventaron prácticamente la totalidad del hospital. Me quedé aturdido por unos segundos hasta que comprendí que la única salida posible sería echar a correr por patas.

Un reducido número de personas, que supongo habían oído mi proposición, huía despavorida. El ruido era infernal, podría gritar con todas mis fuerzas y a pesar de ello no oiría un carajo. Me cago en todo, no me apetece tener que cargar con la vida de unos cuantos idiotas a mis espaldas. De hecho, dudo bastante que el avión que mencionó William sea lo más adecuado para escapar de este lugar...

Pero no me quedaba otra opción.

Era la hora de correr, el edificio se venía abajo y un segundo más allí era la muerte segura, así que eché a correr tras el piloto como alma que llevaba el diablo.

El nipón no tenía claro lo que estaba haciendo, simplemente corría para que no le alcanzasen las ráfagas de ametralladoras de sus compatriotas japoneses. Él era consciente de que desde aquella altura no era fácil distinguir a alguien en concreto como él, y que por ende, estaban disparando sin contemplaciones a todo lo que se movía. Era un objetivo como cualquier otro.

Dudaba si seguir de frente o buscar algún lugar donde esconderse, la herida del vientre le dolía a rabiar y las bombas y rafagas caían por los alrededores continuamente, llevándose vidas y haciendo saltar tierra y escombros, por lo que de momento la mejor opción parecía ser continuar adelante hacia lo que creía sería alguna especie de velódromo o similar por su forma. ¿Estarían buscando alguna contraofensiva sus enemigos? ¿Quizá pudiese contener sus heridas o buscar un avión para escapar de allí de alguna forma? No sabía con total seguridad donde se encontraba, pero intuía que podía ser Singapur o un lugar cercano, recordando los mapas que días antes había memorizado y escuchando el lenguaje inintelegible de los susodichos que hablaban a su alrededor y que no conocía de nada. Su plan era claro, buscar una forma de contener la herida, encontrar alguna forma de hacerse con un avión o similar y largarse de allí, probablemente para terminar muriendo como un héroe estampándose contra algún centro estratégico importante del enemigo...

El extraño grupo  salió a toda velocidad del hospital, y salvo el joven piloto que tenía una vaga idea de hacia dónde se dirigía, los demás únicamente se fijaban en él.

Los escombros eran tan abundantes y algunas casas simplemente ya no estaban allí. Bsjo cada piedra parecía distinguirse un brazo o una pierna, o alguien intentando retirarla en busca de hijos o padres, mientras otras personas simplemente corrían en cualquier dirección, huyendo del horror.

No muy lejos del lugar por donde avanzaban, un niño que no debía tener más de cinco años lloraba y gritaba junto al cuerpo de quien seguramente era su madre. 

No tenía cabeza.

Al mirar en otra dirección, un hombre joven parecía estar recogiendo lo que eran restos de su propio estómago, intestinos y demás vísceras, seguramente debido a los disparos de los aviones. Por suerte, no viviría mucho.

Pero ante tales horrores, el grupo continuaba moviéndose sin tregua, esquivando, saltando y de vez en cuando, agachándose.

Al llegar a una intersección apareció un grupo de soldados japoneses que parecía estar disparando sin compasión a cualquiera que encontrase a su paso. Todos habían pasado ya cuando la Hermana Claire se encontró casi frente a frente con ellos y se quedó cortada, observando con desesperación como el resto se alejaba de ella.

¿Ya estaban allí? ¿De dónde habían salido esos japoneses? Desde luego daba igual de donde hubieran salido, el caso es que estaban allí y no dudarían en descargar sus armas contra ella. Conocía bien a esos amarillos y si algo no tenían eran escrúpulos.

Sin dudarlo, la hermana contra todo pronóstico, saltó de forma felina hacia un lado rodando por el suelo y acabando por caer por un terraplén.

Allí rodó más, mucho más. Contusiones y rasguños fueron el resultado, pero siempre era mejor que ser abatida por un pelotón de fusilamiento asiático.

Parecía que les había despistado, pero tampoco podía estar segura y en todo caso, no iba a ser por mucho tiempo. Aunque estaba dolorida, se puso en pie de inmediato, se levantó la falda y comenzó a correr como si el mismo demonio le fuera detrás.

Lo prioritario ahora era reencontrarse con aquel hombre que decía ser piloto y saber dónde había un avión listo para despegar. Se trataba de un borracho, suponía que también sería un fanfarrón, pero en esos momentos era su mejor posibilidad para salir de aquella isla.

La hermana Claire vio al grupo corriendo a lo lejos, aunque no tanto como para perderlos de vista. Logró alcanzarles a base de acelerar el ritmo y aprovechar que ya sabía por dónde debía ir. 

Todos sabíais que estabais cerca del avión, porque éste solo podía encontrarse en las afueras de la ciudad y no os faltaba demasiado para llegar, pero conseguirlo no iba a ser nada fácil, teniendo en cuenta además que había aviones japoneses por todas partes.

En un momento determinado escuchasteis lo que parecía ser un zumbido y al mirar hacia arriba identificasteis de qué se trataba. Un avión japonés estaba descendiendo a toda velocidad y no tardó en empezar a disparar.

Entre gritos, la multitud que intentaba escapar o simplemente ocultarse, se dispersó en todas direcciones.

La hermana vio como aquel avión japonés se lanzaba contra ellos y lo que era peor, lanzando ráfagas de disparos contra ellos. Ya había esquivado las balas instantes atrás, estaba más cerca de su objetivo, no se dejaría matar, no tan fácilmente. Dio un quiebro hacia el exterior de su ruta, tratando de salir del punto de mira del enemigo y apresuró aún más su marcha. Las balas comenzaron a silbar a su alrededor impactando contra el suelo y levantando una nube de polvo a su alrededor.

Cerró los ojos, estaba sudando y tenía el corazón latiendo a mil por hora. Normal en una situación de estrés como aquella. En cualquier momento una bala podía arrebatarle la vida. Ella no estaba preparada para la guerra, su cometido en aquel conflicto era mucho más pacífico. Al volver a abrir los ojos vio como el avión japonés había pasado de largo. Esa era una buena noticia, aunque todavía no estaba salvada.

Podía encontrarse con nuevas tropas de infantería, el avión podía virar el rumbo y atacarle desde atrás o podía caer una bomba a su lado que sesgase su vida para siempre. Nunca antes había sentido que su vida pendía tanto de un hilo como en aquella ocasión. En ese momento todo dependía de lo que Dios quisiera para ella y de su voluntad seguir luchando y de tratar de sobrevivir.

Nos habíamos salvados de morir aplastados en aquel edificio de piedra, si, pero ni por asomo estabamos a salvo, los japones estaba ya allí y lo único que podíamos hacer era correr por nuestras vidas y la única vía factible de escape clara, era ir en aquel supuesto avión que había nombrado el piloto. Un grupo de soldados japoneses apareción listos para masacras a los supervivientes y aceleramos el paso, era correr o morir y a mi no me apetecía precisamente. Por un instante creía que habíamos perdido a la vieja monja pero la mujer desde luego parecía bendecida por Cristo porque se salvó de las balas de puro milagro, quizas yo debería de empezar a rezar...

A los pocos segundos y tras escabullirnos momentáneamente de los japos a pié, apareció otro obstáculo mucho peor, un Zero, aquellos pequeños cazas cabrones no iban a detenerse hasta liquidarnos y con aquella lluvia de balas pocos saldríamos idemnes. Observé la trayectoria que estaba tomando el caza, nos enfiló directamente así que en cuanto estabilizó el aparato salté hacia un lado y rodé un par de metros para evitar los proyectiles, si así lo conseguía volvería a ponerme de pié y volvería a corre tras el piloto.

Sextus no había abierto la boca. Quería explicar qué estaba allí como enlace, como traductor. Quería decir quién era, y porque los seguía a la carrera. Pero no parecía un buen momento para dar explicaciones de ningún tipo.

Japoneses disparando en las calles, los aviones disparando desde el cielo, las bombas. Aquello era la peor gymkana en la que hubiera participado, puede incluso que fuera la primera, no le gustaba demasiado andar corriendo como un poseso de aquí para allí.

Así que mentalmente iba quejándose de todo lo que veía, de los enemigos, de los aliados por no ir de una manera mas directa y cómoda a donde estuvieran marchando. De la luz ambiental, de los baches del camino, de su suerte, de qué bien podría estar a bordo del SS Kuala en ese memento. “Que bien le hubiera ido allí”

De repente, por su derecha, el estruendo de los motores de un avión que volaba bajo le hizo aminorar la marcha. Les ametrallaban. Maltida sean los aviones infernales, porque los humanos no podían sencillamente quedarse con los pies en el suelo para variar.

De repente vio que alguien se quedaba quieto, esperaba la ráfaga, y luego saltaba, y cómo por osmosis realizo la misma acción, estando a penas a unos centímetros de convertirse en una mortalidad gigante tirada en oriente.

Tras conseguir salir del hospital ya en ruinas, todavía no habíamos superado todas las dificultades. Aún teníamos que encontrar el avión que William mencionó, y por si fuera poco, las bombas no dejaban de caer. Nos encontrábamos en un infierno de llamas y muerte.

En un momento dado, un grupo de soldados japoneses por poco extermina mis esperanzas de salvación, pero conseguí esquivarlos junto al resto del grupo por puro azar. A pesar de ello, aquella monja del hospital lo tuvo más crudo, pero haciendo gala de una sorprendente agilidad impropia para alguien de su edad, esquivó los disparos del escuadrón. Si yo fuera vestido con una sotana, la verdad es que no sería capaz ni de echar a trotar. Esta mujer debe de haber sido una valkiria en otra vida.

Cuando me quise dar cuenta, un caza sobrevolaba nuestra posición. No tardó en abrir fuego contra nosotros, pero instintivamente y gracias a mis años de instrucción en el ejército, rodé por el suelo hasta conseguir situarme detrás de un montón de ladrillos que debían haber formado parte de alguna casa o edifico hasta hace unas horas. Aquellos escombros me ofrecieron la protección necesaria para seguir aferrándome a la vida.

La hermana parecía estar sufriendo los avatares de la guerra más de lo que hubiera pensado. El avión hizo una pasada por encima de todos los que estaban en la calle en aquel momento, que se dispersaron lateralmente como si de un reguero de hormigas se tratara, pero no había defensa posible contra balas que rebotaban por todos lados.

A pesar de haber saltado, se dio cuenta de que le habían herido. Sangraba por un costado y tenía desgarrado el hábito.

Pero no era la única.

Aquel maldito japonés también parecía estar herido y se quejaba amargamente sin que nadie pudiera entenderlo. Quizás se lo tenía merecido, dado que habían sido sus propios compatriotas quiénes lo habían hecho, pero sus más que evidentes quejidos de dolor no parecían ser aconsejables para nadie.

En cualquier caso, el avión se elevó de nuevo y pareció alejarse, aunque tampoco sabían si regresaría para rematar la faena. No había tiempo que perder si querían salir con vida de allí.