Partida Rol por web

- ¡Milagro! dijo el sacerdote, - nunca hubiera podido encontrar algo así si el altísimo no me hubiera guiado. Dijo persignándose y dejando su equipo en uno de los azulejos después cogió su cantimplora la llenó de agua pluvial que había allí y bebió... 

Entre el astuto plan de Drak y el gran descubrimiento de Anselmo, Margrave se encontraba alto de ánimos. Pensaba que si el día estaba yendo tan bien, de verdad el dios de Anselmo debía estar ayudándoles y lo haría hasta el final.

Ahora solo quedaría ver qué hacer hasta que llegara el momento. Todavía quedaban varias horas para retomar fuerzas y descansar, pero esas no eran las únicas actividades que podían hacer

-Nunca pensé que en mis días llegaría a ver a un dragón de verdad, y mucho menos enfrentarme a uno. Necesitaré tu ayuda con la ballesta, Drak, pero también la magía de Racktar, la fe de Anselmo... y quizás vosotros también podáis ayudar desde los márgenes.-dijo mirando al resto de personas.

Pero lo primero era preparar los zapatos especiales que había comentado Drak para poder colarse al mediodía sin ser descubiertos.

La pata decidió volver a su nido, que sus huevos no se cuidarían solos.

Durante la noche se desató una tormenta que duró no mucho más que un par de horas. Por el hueco del techo se colaba un poco de agua que iba al charco del fondo de su burbuja. El ruido de estas gotas era imperceptible al lado del rugir del viento entre las hojas. Luego la calma. La noche era oscura, y el interior de su refugio más oscuro aún.

Amaneció más tarde que de costumbre pues las nubes seguían tendiendo un velo oscuro en el cielo. Media hora después el vapor de las roca que se iban secando al subir al temperatura era perceptible a simple vista. Recién cerca del mediodía la brisa del sur se llevó las nubes.

Anselmo se sació del agua del manantial, - esta agua está riquísima es pura... cristalina... dijo mientras se saciaba sin sobrepasarse pues sabía que si bebía mucho iba a ser igual de perjudicial para pasar bien la noche, también llenó su cantimplora y se acostó en aquel suelo amortiguado como si fuera una cama de plumas. - ¡Qué alegría descansar de esta forma!, necesitamos dormir, pero antes comamos... Dijo el clérigo buscando si tenía algo para llevarse a la boca o si allí había algo para comer.

Anselmo buscó por la cueva... ¡Mirad hay bayas! comentó mientras la olisqueaba y le daba un mordisquito pequeño para ver si eran comestibles. Una vez que se cercioró llenó su saco de todas las bayas que había, y las compartió con todo el grupo. - ¡Vamos comed!, comer y dormir mañana será un día duro, tenemos que reponer todas nuestras fuerzas. Comentó en su habitáculo mientras sentado puso las bayas frente a él para irlas comiendo dejando sitio para que los demás participasen en el banquete. 

Mientras Anselmo buscaba y repartía comida, Margrave se dedicó a su investigación particular. La visión de aquellos cristales, que daban reflejos tan hermosos, le había dado una idea. Así que procedió a comprobar la dureza y brillo de los cristales, probando a colocarse de tal manera que la luz le golpeara en los ojos, y a ver si podía soltar trozos de roca dando golpes aquí y allá con el mango de su daga o alguna otra herramienta adquirida durante la huida de la cueva.

Después de todo, quizás hubiera alguna manera de facilitarles la pelea con el dragón.

Ya descansaría y comería cuando sus conclusiones llegaran.

Luego de ayudar a Drak a cortar las telas de los ropajes de algunos compañeros para formar botas silenciosas, Margrave se puso a golpear con varios elementos los cristales hasta que cuando ya estaba por renunciar logró quitar una cuantas escamas de cristal blanco de casi un palmo de diámetro.

Resolvieron que dada la escasez de botas, sólo cuatro irían a la cueva: Anselmo, pues él había tenido la visión, Racktar pues aparentemente haría falta un mago para trabajar con el el duende, Margrave pues un guerrero era indispensable si ibas a enfrentar a un dragón, y Drak porque si iban a confiar en sus botas todos querían que él pusiera el cuerpo en la aventura.

Las bayas de Anselmo fueron miradas por desconfianza por todos, pero el hambre pudo más y acabaron comiendo un puñado pequeño cada uno. A pesar de la pequeña cantidad, todos empezaron a sentirse mareados aunque tardaron en comprender el motivo. El primer síntoma que reveló lo que realmente pasaba fue cuando Margrave, intentando golpear cerca de la punta de un cristal, golpeó como 15 centímetros más atrás. Lo que ocurría era que las bayas habían alterado la forma en que funcionaba su vista.

Cerca del mediodía avanzaron hacia la cueva. El calor y la humedad de que se levantaba de la lluvia de la noche anterior. hacía que la piel se sienta pegajosa. Y la brisa cálida del sur empeoraba la sensación.

La entrada de la cueva estaba tal cual la habían dejado, con la piedra que bloqueaba la puerta corrida los dos lagartos que montaban guardia en la puerta estaban inmobiles en el único rincón donde no daba el sol.

Anselmo intentó decir a los demás que tenían que ir en sigilo... para ello susurró a los principales maestros de la destreza para que fueran delante.

Después del buen descanso que tuvo el grupo y que se pasara el efecto de las vayas de Anselmo, cosa que anoto en un diario Racktar, tratando de describir lo mejor que pudo la fruta e incluso haciendo un dibujo lo más detallado que pudo, decidió tomar algunas por si las ocupaban en un futuro y emprendió el viaje con el grupo. Tras llegar a la cueva decidió quedarse un poco a tras junto a Anselmo para dar oportunidad a Drak y Margrave de ser los primeros en entrar.
-Señor Drak, Señor Margrave vayan adelante, ustedes que son más hábiles.  susurro tratando de no hacer mucho ruido.

—Qué hacemos con los guardias? ¿Les tiramos desde lejos o intentamos acercarnos más?—preguntó Drak mientras cargaba su ballesta.

Después de comer y experimentar los efectos secundarios de esas bayas, Margrave se guardó un par más. Aunque la perdida de visión era una clara desventaja, quizás les hicieran falta para luego.

-Acerquémonos más.-le susurró a Drak. Confiaba en que el sueño de los lagartos, los nuevos zapatos y su experiencia fueran suficientes para acercarse sin llamar la atención a acabar con ellos.

Los lagartos estaban sentados a la sombra con los ojos abiertos. De tanto e tanto se pasaban su propia lengua por los globos oculares como suelen hacer algunos anfibios.

No parecían reaccionar, aunque los héroes estaban ya tan cerca que era imposible que no los vieran, Margrave y Drak por delante, Anselmo y Racktar por detrás.

Los héroes pasaron silenciosamente frente a los lagartos que hacían guardia, parecían dormidos con los ojos abiertos. El último en pasar fue Anselmo que pudo ver claramente cómo uno de los dos guardias giraba lentamente la cabeza para seguirlo con la mirada.

Jugtar no había mentido, pasada la guardia el hall estaba desierto y algo más limpio que la última vez que estuvieron aquí. (¿Fue hace dos días?)

Al fondo de la larga galería se abrían tres túneles.

El de la derecha estaba iluminado por la vacilante luz de unas antorchas y por él llegaba a ustedes un vaho de azufre y orina que hacía llorar los ojos.

El pasillo central descendía de manera más pronunciada que los otros dos, estaba completamente a oscuras y subía por él una brisa cálida con algo de olor a azufre, pero no tan desagradable como el del otro pasillo.

El pasillo de la izquierda descendía de manera zigzagueante, por el se adivinaba el reflejo de alguna antorcha encendida más adelante y llegaba una brisa refrescante que aliviaba algo el calor agobiante y el hedor del resto de la cueva.

Anselmo respiró aliviado cuando vio que había sobrepasado a los guardias reptilianos, el hecho de haber esperado hasta el mediodía había dado sus frutos. Ahora ante las indicaciones que había dado el duende rojo, Anselmo siguió ese camino que había dicho para una vez en su laboratorio ayudar a la enorme tarea de vencer a la gran bestia, igual que la profecía que había tenido.

Margrave arrugó la nariz, asqueado ante la mezcla de hedores. Más por el azufre que por la orina, pues en sus épocas de soldado novato se había tenido que acostumbrar a rondar por calles infestadas por mugre antes de poder ascender a calles con algo de menos suciedad.

-Acabemos con esto rápido.-murmuró, echando a andar con Anselmo por el pasillo que les había indicado Jugtar.