Partida Rol por web

Ya basta, humana. Te estás extralimitando.

Rafaíl se desmarcó, retrocediendo un par de pasos y obligando a su oponente a alejarse más del puente. Cuando Valanthe también fue tras Rafaíl, recibió el ataque a traición del lobo que había permanecido imparcial hasta el momento.

Ooops... Ese perrillo está bajo mi control mental, lo siento, elfa. Pero voy a tener que hacer también algo con Helene. ¡Ataca! ¡Mátala! Sin mordiscos, no quiero que andéis extendiendo por ahí vuestra enfermedad, como una plaga de ratas superdesarrolladas.

Dos garras afiladas se estrellaron contra la armadura de Helene, pero el lobo no intentó morderla. El licántropo era plenamente receptivo a las órdenes de la vampiresa.

Así se formaron dos grupos:

-En el camino, Rafaíl peleaba contra Valanthe y el licántropo que no estaba poseído. El vampiro recibió un zarpazo en la cara, tan leve que se le curó de inmediato.

-En un extremo del puente, de la misma orilla, Helene se tenía que medir contra el licántropo controlado por Sasha Ivliskova. Y prácticamente era un combate de uno contra uno, ya que aunque Vjelkus quisiese intervenir, ni sus flechas ni su cimitarra servirían contra la regeneración natural de los lobos.

¡Ah! ¡No p-puedo bebebebesar a Paparrrr...iwimple! ¡Qué vevevergüenza!

Si el fruto rojo se puso colorado no había manera de saberlo, porque Ida se tapó la cara con las dos manos. Bastó retirar la imposición del beso para que la acólita capitulase y aceptase seguirles con tal de que no volviesen a ponerla en un apuro romántico. Con la nueva integrante en las filas, mucho más joven, guapa y a favor de las meriendas que Helene (por los dioses, si hasta no le replica a Urik, es la sustituta perfecta), el grupo viajó según lo planeado.

Abandonaron el camino y se internaron en el bosque, que al final en aquel rincón no era más que una arboleda breve. Bastaron cinco minutos de caminata para encontrar una cabaña destartalada. Una de las ventanas estaba rota, la otra no, y en medio de ambas había una puerta cerrada.

A través de la ventana rota, los aventureros pudieron ver en el interior de la casa a un niño, de la edad de Ivalic, o puede que uno o dos años más pequeño. El niño miró en dirección de los recién llegados, y se escondió hasta salirse del ángulo de la ventana sin cristales.

Helene se resistió a emplear la lanza contra el licántropo, sabiendo como sabía que estaba mentalmente dominado. Era más cuestión de distrarerlo que otra cosa y además, Valanthe se había apartado lo suficiente como para no poder ayudarla nuevamente. Y Helene no deseaba apartarse del río.

-Valanthe, no avances hacia él. Mantente cerca de la corriente de agua. Usa tu cerebro, no tu estómago -gritó, pese a saber que en su forma animal, quizá sus palabras cayeran en saco roto.

- "¿Habías visto antes a ese niño, Ivalic?" - Pregunto con curiosidad.

La sorprendente exigencia de Ivalic había tenido la virtualidad de cerrar la bocaza de Parriwimple quien se encontraba profundamente azorado. Él nunca había tenido novia, y realmente, no tenía nada claro que ser novios fuera algo así, como contaba Ivalic. Había, después de todo, visto a la gente, y era evidente que la cosa era más complicada, y incluía permisos de familia, peleas, reconciliaciones, ir cogidos de la mano y hablar mucho, o poco. Algo, como casi todo, muy complicado, y que Parriwimple siempre había pensado que no tenía nada que ver con él.

No es de extrañar, por tanto, que guardara silencio, y que ni siquiera ante las nuevas preguntas de Ser Urik el más peculiar y estúpido (¿y quizás bondadoso?) de los burgomaestres que habían existido en esta tierra hablara.

Tenía que dejar que su cabeza rumiara las cosas, pensara, reflexionara... y que como casi siempre no llegara a ninguna conclusión.

- Ir primero leñador. Luego ver si Varikov bien. Y luego ya pensar qué hacer.- dijo finalmente pocos segundos antes de llegar hasta donde estaba la cabaña del leñador y encontrar a un niño asustado, que nada más verlos, se escondió.

-Vale, no pasa nada, mucho mejor así.

La verdad es que Ivalic acogió con alivio la decisión de su amigo Parriwimple y su casi novia Ida, no solo porque besarse en la boca era asqueroso, si no porque no había que ser muy listo para saber que los amigos con novia siempre tenían que hacerle caso a la chica y no podían ir a jugar con sus otros amigos y no quería que Parriwimple dejara de jugar con él, bastante tenía con que ahora era el nuevo burgomaestre y eso ya le iba a quitar demasiado tiempo a su amistad.

-Pero entonces Parriwimple y tu no seréis novios. -Afirmó para dejar clara la situación a todos.- ¿A que no Herr Urik?

Con aquel pequeño problema resuelto y ya en compañía de Ida, a la que consideraba una buena compañía, se dirigieron hacia donde habían escuchado los ruidos del leñador para encontrarse una cabaña que Ivalic no había visto nunca y lo más sorprendente era que había un niño.

-No Herr Urik, nunca lo había visto, vive muy lejos del pueblo. Voy a saludarlo.

Con una gran ilusión Ivalic avanzó hacia la cabaña sonriente y mientras se acercaba confiado gritó al niño y saludó con la mano, parecía que se había escodido pero igual les estaba viendo por alguna rendija, al menos eso es lo que él hubiera hecho.

-¡Hola! ¡Soy Ivalic! ¿Tu quien eres? No te preocupes no vamos a hacerte daño, somos todos buena gente. Herr Urik es un paladín y tiene una capa muy chula y guay y además tiene una espada y armadura, si sales le diré que te la enseñe, y el alto es Parriwimple, es mi amigo también y el burgomaestre, ahora es una persona muy importante, y la chica se llama Ida, antes era un fruto rojo, pero ahora ya no, ahora es nuestra amiga y nos está ayudando y no es novia de Parriwimple, eso fue un malentendido. ¿Vas a salir? No sabía que vivía nadie en este bosque, debe ser muy chulo ¿no?

Observo el lugar atentamente, tratando de captar cada detalle. Le susurro a Hack:

- "¿Qué te parece este sitio? ¿Y ese niño?" -

Cuidado con el niño, Herr Urik de Teudeldorf... Irradia magia-dijo telepáticamente.

A Parriwimple le costaba recordar... No, no era un niño del pueblo. Parriwimple no le conocía. Tampoco Ivalic. Sin embargo, Doru, el hijo del párroco Danovich, que ahora tenía una cabeza nueva y con costuras uniendo diversos cadáveres, para que le dejarais ir a vivir con los vistani, había ofrecido a Helene contarle un secreto. El secreto fue el paradero del último Uthurlan, que vivía por esta zona. Los Uthurlan, según Helene, eran una familia que descendía del constructor y arquitecto del castillo de Strahd. Una familia que había dejado el pueblo hace mucho tiempo, antes de que Parriwimple naciese, y que quizás legasen de padres a hijos el conocimiento de la existencia de un pasadizo secreto, o algo así. La verdad, fue una tontería que, puestos a preguntar a Doru "Guardián de los Secretos" por un secreto, Helene no preguntase directamente dónde estaba el pasadizo.

Cuando Ivalic se acercó a la ventana rota, pudo ver al niño acurrucado sobre una cama, en la esquina izquierda más próxima. El niño desconocido, al ser visto, bajó de la cama y correteó hasta una puerta, que abrió con intención de ir a otra habitación. Al girar un poco la cabeza, y centrar la vista, Ivalic vió una segunda cama paralela a la primera, en la esquina derecha más próxima. Y sobre esa cama había un cadáver con la manta subida hasta el cuello. ¿Por qué sabía Ivalic que no era una persona durmiendo? Primero, porque no era Parriwimple. Segundo, porque el rostro de aquel cuerpo tenía la cara ensangrentada y mutilada de un modo brutal. Casi como si le hubiesen robado la cara. Tampoco se podía estar seguro de si todavía le quedaba piel, pues el rojo de la sangre tapaba el color de la piel... quizás fuese carne desollada, quizás solo piel manchada de sangre. En cualquiera de los dos casos, aquella imagen, así, de sopetón, impresionaba un poco.

El combate seguía dividido en dos...

Por un lado, Rafaíl seguía esquivando golpes. Un nuevo espadazo a Valanthe la derrotó, haciendo que la licántropa se desplomase en el polvo del camino, sobre un charco de su propia sangre.

Por el otro, Helene tuvo que dar un paso atrás para poder conjurar un arma espiritual flotante sin que el licántropo contra el que luchaba aprovechase para cogerla desprevenida y propinarle un zarpazo. El elfo lobo la siguió, pisando por primera vez el puente, y golpeó en el peto de la sacerdotisa y en la cara de la mujer con sus garras.

¡Mamá! ¡¿Qué hago?! ¡¿Cómo puedo ayudarte?!-dijo un desesperado Vjelkus.

Helene sabía cómo iba a terminar esto. Ella tendría que dar un paso atrás para atacar al lobo con la lanza de plata, y después el lobo se le volvería a pegar. Helene tendría que retroceder de nuevo para atacar, y el lobo volvería a achicar espacio. Y poco a poco, Helene y Vjelkus tendrían menos espacio, hasta que, entre la espada y la pared, quedasen adyacentes tanto a Sasha Ivliskova como al licántropo. Su única esperanza era conseguir matar al lobo antes de que eso ocurriese.

Helene sentía el aliento del licántropo sobre su cara. Una mezcla de carne digerida y hedor a perro. Y sintió miedo. No por ella, sino por su hijo. Aquella iba a ser una dura batalla donde las opciones de victoria eran más que escasas y más ahora que Valanthe yacía en el suelo, moribunda y sin que ella pudiera hacer nada por sanarla.

Movió torpemente su lanza, con la sola esperanza de que la plata surtiera el efecto que su golpe no tendría de ser simple metal.

-¡Eh! ¡No te vayas!

El niño pareció no escucharle pues se marchó a otra habitación y fue cuando por fin se fijó en lo que tenía delante. Su vista curiosa fue a parar directamente sobre la segunda cama. Allí había un cadáver e Ivalic tragó saliva al comprobar el estado en el que se encontraba. Había visto brujas, elfos lobo, niñas lobo, zombis, vampiros, ogros, muñecos diabólicos y un sin fin de cosas asquerosas y malignas en los últimos días, pero aquello era como la gota que colmó el vaso de su delicada mente.

- "¡Cuidado, Ivalic!" - Sigo a mi portantorchas para protegerle y evitar que se meta en líos.

- "Sé cauto, muchacho, aquí hay algo que no me gusta nada y no sé bien, bien lo que es..." -

Ivalic sintió la presencia de Herr Urik a sus espaldas y escuchó sus palabras, que llegaban demasiado tarde, el mal ya estaba hecho. El niño se volvió horrorizado e intentando aguantar las ganas de llorar, vomitar y muchas cosas desagradables.

-¡Hay un cadáver muerto! ¡Hay un cadáver muerto! ¡Es horrible Herr Urik!

El niño se abrazó al paladín, en caso de llorar siempre venía bien tener la capa chula y guay de este a mano, nada limpiaba lágrimas y mocos mejor que ella y estaban ante una situación crítica.

Consuelo a Ivalic lo mejor que puedo y le doy suaves palmaditas en la espalda.

- "Calma Ivalic. Sé fuerte, tenemos que averiguar qué ha pasado aquí y por qué está ese niño en una cabaña con un cadáver ahí tendido... Algo hay aquí que no me gusta nada, Ivalic. Ese niño irradia magia... ¿sabes? Aquí hay un misterio que podemos investigar..." - Apelo así a la curiosidad natural de Ivalic hacia todo cuanto es misterioso, para ver si así se consuela y deja de estar asustado y angustiado.

Rafail esquivó los zarpazos y dientes afilados de su otro oponente, dió un paso lateral, giró 360º y dejó caer su espada como una guillotina, cortando el cuello de Valanthe en el suelo. Se quitó el clavel alzando el brazo flexionado por encima de la coronilla, con el cuerpo firme como un tallo y los pies juntos.

¡Y olé!

Una vez decapitada, la transformación se revirtió. La cabeza abandonó sus rasgos lupinos y se transformó en la de la elfa, y su cuerpo peludo y fuerte volvió a su forma desnuda y delicada.

En el puente, el combate estaba más igualado. Helene volvió a sufrir otro zarpazo, y no pudo contrarrestar el envite del licántropo con su lanza. Sin embargo, la espada mágica que había conjurado se clavó en un costado del lobo.

La mujer miró por encima de una de las balaustradas de piedra que limitaban los laterales del puente. El río era lo suficientemente caudaloso para amortiguar la caída. Es posible que Helene se llevase un zarpazo cuando se arrojase, ya que el lobo no dejaba de hostigarla y siempre estaba peligrosamente cerca, pero su hijo no sufriría ningún daño. Otra cosa es lo que ocurriese una vez en el agua... necesitarían nadar, no solo para alcanzar la orilla, también para que el peso de sus armaduras no les llevasen hasta el fondo. Podrían morir ahogados.

Estaba Helene buscando opciones en su mente, cuando la voz del Guardián de los Secretos le susurró telepáticamente.

Heleeeneee... Puedo ayudarte, Helene.
Si abrazas la fé del Guardían de los Secretos y Rumores,
te daré el poder mágico para que puedas proteger a tu
hijo. Cree en mí. Rézame a mí... y ambos viviréis.

Durante un instante de duda en el corazón de Helene, la Espada de la Justicia que había conjurado se transformó brevemente en una pérfida daga. Helene sabía de qué eran capaces los clérigos malignos:

-En lugar de destruir a los muertos vivientes débiles, los dominan.

-En lugar de hacer huír a los no muertos de poder medio, hacen que se encojan de miedo.

-En lugar de sustituír sus conjuros por magia curativa, que sana las heridas de los vivos y dañan a los muertos, sustituirían a cambio de magia de muerte, que sana las heridas de los muertos y daña a los vivos.

-En lugar de obtener el poder de los dominios de Familia y Protección, acceden a ámbitos más truculentos de muerte y desesperación.

Pero eso es todo. Helene seguiría pudiendo lanzar conjuros de curar heridas... si es que ha rezado para obtenerlos la mañana anterior. En la neutralidad más absoluta, Helene se debatía entre proteger con todo su ser y su alma a su hijo a toda costa... o a aferrarse a su sistema de valores familiares y puros aunque le pudiese costar la vida.

Y ese debate no existe si logra proteger al Ternero con sus propias fuerzas. Si Helene mata al lobo con su lanza de plata, no necesitará sacrificar su alma a ningún dios de los secretos.

El niño extraño se les quedó mirando desde la puerta de la habitación. Empezó a decir un montón de palabras arcanas, y pases de manos, que Ivalic interpretó como los de un conjuro de grasa. Algo se removía en el estómago del joven porta- antorchas.

Grblrblrblrblr...

Era como un tsunami, si tal alegoría pudiese ser comprendido por un niño de interior que nunca había visto el mar. La combinación de la magia con la imagen del cadáver empezó con una arcada. Luego, el estómago desplazó el desayuno al esófago, y empezó a subir hasta la garganta.

Ivalic vomitó entre Herr Urik y él. Vomitó sin parar. Y aquel vómito formó un charco bajo las botas de ambos, y empezaron a desequilibrarse y resbalar.

¿Son... son sisisiempre así esos d-dos?-preguntó Ida a Parriwimple sobre el comportamiento de Urik e Ivalic.

En el interior de la casa, después de lanzar el conjuro, el niño avanzó un paso para cruzar el umbral y cerró la puerta de la habitación. Por la distribución de la casa, ahora el niño debía de estar en el centro de la misma, a unos quince pies por detrás de la puerta principal.

- "¿Un niño hechicero que está en esa casa junto con un cadáver? Esto huele a posesión de un fantasma o de un espíritu maligno... ¿Qué hacemos Herr Parriwimple? ¿Entramos o aguardamos para volver en otro momento con Frau Helene?" -

Mientras digo esto voy retrocediendo hacia Herr Parriwimple Indirovich, con intención de ir evitando el creciente charco de vómito resbaladizo.

La cabeza de Valanthe rodó por el suelo y el corazón de Helene pareció encogerse ante aquella pequeña tragedia. Ahora, madre e hijo vagarían juntos, sin temor a volver a separarse. Pero poco tiempo tuvo Helene para lamentarse de su suerte. Un nuevo zarpazo sajó su carne y la sangre volvió a manar bajo su armadura, caliente y pegajosa.

Fue entonces cuando la llamada del Guardián de los Secretos la alcanzó. Su mensaje, en un momento de debilidad, tenía la dulzura de la miel y el atractivo de la vida. Tan solo una oración por él y todo habría acabado, un pequeño precio a pagar si con ello salvaba a Vjelkus. Su mirada lo alcanzó brevemente. Su ternero boqueaba, asustado, impotente, deseando ayudar y no pudiendo hacerlo. La mirada regresó con celeridad a su enemigo, a sus fauces abiertas, a la saliva que colgaba de sus dientes y colmillos, a sus garras aceradas.

-¡NO! -alcanzó a gritar Helene sin ningún sentido para los presentes. Pero había dado una respuesta. ¿Qué fe sería la suya si renunciaba a todo lo que creía tan solo por temor a su vida o la de su hijo? No, pelearía hasta el final, lucharía, haría cuanto estuviera en su mano por hacer lo correcto, pero no flaquearía, no se vendería. Sí, creía en los grises, en las decisiones arriesgadas, en que nada era blanco o negro necesariamente y por ello, que pretendieran que se asociara con un color solo porque estaba en peligro, que un dios se quisiera aprovechar de su amor de madre, de su incapacidad para enfrentarse a un licántropo, que estuviera a las puertas de una más que probable muerte... No, un dios así nunca merecería sus oraciones-. Vjelkus, quítate tu armadura y salta al río. No lo dudes, cariño mío.

Ivalic no aguató más y mientras la impresión por la vista del cadáver se mezclaba de alguna manera con el conjuro de grasa que parecía haber invocado el niño, un maremagnum de sensaciones comenzó a invadir el interior de su estómago: movimientos involuntarios, convulsiones, arcadas... Y el desayuno acabó siendo expulsado abruptamente hacia el suelo, por fortuna Herr Urik se había separado lo suficiente para no recibir un baño de la digestión a medio hacer del muchacho, aunque el charco comenzó a ser resbaladizo, quizás más por el hechizo del niño que por el vómito, pero Ivalic tuvo que hacer esfuerzos para mantenerse en pie.

-Me siento mal Herr Urik, creo que estoy malito... -Dijo Ivalic mientras se llevaba la mano al estómago.- El niño hizo un hechizo de grasa, hace que la gente resbale, es divertido pero no hace daño.

Al menos lo era cuando Ivalic lo hacía a otros, en aquellos momentos no le estaba haciendo mucha gracia y además le dolía la barriga, por no hablar del mal sabor de boca que tenía.

-¿Alguien tiene un poco de agua? Estoy muy malo.