Partida Rol por web

Habiendo encontrado el rastro de Odorico junto al bote escondido, el grupo no tardó en ponerse en marcha en pos del fugitivo. Dejaron amarrados los botes que les habían prestado junto al de Odorico y siguieron el rastro con el ritmo marcial que marcaba el enano y las cancioncillas que Vanwa entonaba para hacer más fácil seguir el rápido caminar. Durante la mañana de aquel día les fue fácil seguir la senda que había dejado tras de sí Odorico, siempre en dirección suroeste y alejándose poco a poco del Anduin. Pero llegó un momento en que tuvieron que ir con más cuidado para no perder el rastro de pisadas, ramas rotas y hierba hundida que había dejado el fugitivo a su paso, especialmente cuando se alejaron de la tierra húmeda del río y las hierbas altas empezaron a escasear. 

El rastro les llevaba por tierras salvajes en los valles occidentales del río salpicadas de vez en cuando por algunos bosques ralos que ocupaban poco espacio. Algo más lejos, siguiendo esa misma dirección, se encontraba el Salón de la Montaña, y las tierras dominadas por los hombres del bosque que habían cruzado el río y se habían establecido en esa zona. Todo hacia indicar que Odorico se dirigía hacia allí. El Salón de la Montaña era el asentamiento principal de los hombres del bosque en aquella margen del río. Estaba oculto en un estrecho valle al pie de las Montañas Nubladas, donde un arroyo turbulento corría entre paredes verticales de roca y alrededor de lomas rodeadas de pradera y de colinas cubiertas de pinos. Dicho arroyo servía de empalizada al asentamiento, ya que éste solo era accesible mediante un camino de tierra que bordeaba la pared de roca de la montaña. Todavía quedaban varios días para llegar hasta allí, y Odorico podría haberse desviado más adelante en otra dirección, pero si había buscado refugio en esa zona tendrían fácil que los hombres del bosque colaboraran con ellos gracias a la presencia de Welf. Aquella gente eran mineros y gente honrada y trabajadora que excavaban las entrañas de la montaña en busca de metales apreciados por todos los habitantes de los valles del Anduin. 

El día trajo más distracciones a Welf de las que le hubiera gustado. El hombre del bosque apenas prestaba atención al paisaje y parecía ensimismado o perdido en los recuerdos. A veces tenía esos "episodios de elfo" que decían sus amigos, cuando en vez de prestar atención a lo que tenía delante su mente volaba a otros rincones de los que apenas recordaba nada cuando volvía.

Posiblemente parte de la culpa fuera estar en un camino conocido por haber hecho varios viajes a ver a sus primos del Salon de la Montaña, o quizá la duda sobre lo acertado o no de su persecución. En cualquier caso perdió totalmente el rastro de Odorico e incluso a punto estuvo de perderse él mismo un par de veces cuando caminó en dirección contrario a la del resto del grupo.

Por suerte las voces de sus compañeros le pusieron sobre aviso y pudo volver a centrarse en la tarea de seguir las huellas de Odorico, cada vez menos claras por falta de humedad en la tierra.

Cuando le comentaron a Ainar que parecía dirigirse a El Salón de la Montaña (nombre que seguramente habían traducido de algún asentamiento enano, ya que parecía que esas gentes admiraba a su pueblo) el enano detuvo un momento la marcha, aprovechando para hacer un descanso: habían hecho un buen trecho.

-¿Y si redoblamos marcha y vamos directamente hasta El Salón de la Montaña?- propuso el enano -Si quisiera alejarme de mi pueblo, y luego irme de aventuras o búsqueda de gloria, me reaprovisionaría en el pueblo más cercano... tal vez así le ganemos algo de terreno-

Para el enano estaba claro que no habría desviado su curso, pero seguramente alguno allí diría lo contrario. Vanwa por ejemplo...

- Es un razonamiento muy astuto, señor Ainar. Opino igual que vos...- Dijo, sacando la cabeza entre unos matorrales, con varias moras enrededadas en su ensortijado cabello.- Peeeeroooo... Después de equivocarme con aquella apreciación sobre los orcos del rio os diría que prefiero el camino seguro pero más lento... Más... Enano, si me permitís la expresión. Si erramos en nuestro juicio, habremos perdido el rastro y perderemos muchos días en recuperarlo retrocediendo hasta aquí... E incluso podría ser que no pudiéramos reencontrarlo tantos días más tarde y Odorico se escapara definitivamente.- Explicó.- Sin duda, sería una buena opción si perdiéramos el rastro ahora.- Añadió, antes de volver a desaparecer entre los matorrales.

- ¡Oh! Por cierto...- Remató, sacando otra vez la cabeza por el mismo sitio, risueño.- Me encanta que hayáis pensado así, señor Ainar. Rápido y temerario razonamiento. Muy elfo...- Pero entonces posó un instante la vista sobre Miriel y sacudió la cabeza, negando.- Muy Vanwa.- Corrigió con una radiante sonrisa y volvió a desaparecer, entre ruido de ramas y hojas, dispuesto a seguir a los demás, eligieran lo que eligieran.

A Baldbrand le pesó el hecho de estar tan lejos y quizá la excitación de estar cada vez más cerca de la presa. 
 

-¿Y si vamos directamente al Salón de la Montaña por la ruta más rápida?  Seguro que ese tipo ha ido allí, si no para quedarse, igual para avituallarse. Después de todo, con la plata de Beorn puede comprar cosas que no conseguiría en la intemperie. 

A duras penas Baldbrand y Welf conseguían mantener el rastro de Odorico, especialmente en las zonas boscosas y allí donde la tierra fuera más dura y la vegetación menos abundante. Welf, quien era el explorador del grupo, estaba ensimismado, absorto por sus pensamientos y recuerdos, e incluso al borde del despiste llegando a marchar por la dirección opuesta a sus compañeros quienes tuvieron que alertarle. Pero pese a todo logró mantener el rastro e ir encontrando pistas que le indicaban el paso de Odorico por aquellos parajes. 

Al caer la noche descansaron en un pequeño soto que seleccionó Ainar y que le pareció adecuado para pasar la noche. Allí propuso al resto continuar directamente hacia el asentamiento de los hombres del bosque y olvidar el rastro de Odorico, aun q pesar de que pudiera ser que el fugitivo hubiese cambiado de dirección más adelante. La idea contaba con el apoyo de Baldbrand pero Vanwa argumentó en su contra, pues si se equivocaban en aquel juicio perderían muchos días y tiempo en regresar de vuelta hasta retomar el rastro, si es que no terminaban perdiéndolo. 

Al día siguiente retomaron el camino, con Ainar imponiendo su habitual ritmo marcial. Por el momento, el camino no dibujado en los campos salvajes que atravesaban mantenía una línea recta hasta el Salón de la Montaña, era el que debían de seguir. Por lo que mientras decidían si hacerlo directamente y olvidarse de buscar pistas sobre el paso de Odorico o seguir como hasta ahora, se pusieron en camino. 

     El ritmo marcado por Ainar le resultaba cómodo a Welf, acostumbrado a largas caminatas subiendo y bajando por el Anduin de una comunidad a otra. Además el terreno, aunque abrupto, no dejaba de tener una senda marcada por el paso de generaciones de hombres del bosque visitando de un salón a otro. Tal vez no fuera un camino propiamente dicho, pero si permitía que quien se fijara pudiera avanzar de una forma más cómoda de lo que indicaba el paisaje.

     La parte mala era que también había más rastros que se superponían unos a otros, el de Odorico no siempre era el más reciente, tal vez algún cazador o explorador estuviera pasando por aquí, pero de vez en cuando esas pisadas hacían que se perdieran las de Odorico y tocaba avanzar y retroceder en busca del rastro nuevamente. La terquedad de Welf esta vez tuvo recompensa, a pesar de las airadas miradas de Ainar y Baldbrand que insistían en que era mejor avanzar directamente hacia el Salón de la Montaña. Pero finalmente tuvo su recompensa y cada vez que se perdía el rastro era capaz de volver a recuperarlo.

Vanwa llegó al campamento de anochecida, con el pelo revuelto y raspaduras. Parecía que había estado forzando la marcha para llegar a la hora de la cena. Traía, orgulloso, un buen montón de nueces silvestres y verdolaga en abundancia. 

- Me ha costado una dura negociación que la ardilla roja que he conocido hoy me dijera donde estaba su fuente secreta de nueces.- Dijo a modo de disculpa, con una tímida sonrisa.- Ha sido una durísima negociadora. Al final he conseguido que me lo dijera a cambio de un favor. Me tenía que encargar de los huevos de un azor enemigo suyo. Sin sus huevos no necesitaría tanto alimento para sus futuros poyuelos y así la ardilla viviría algo más tranquila... Bueno, no es que me guste intervenir tanto en estos asuntos, pero bien lo valía estas nueces. Da con holgura para todos. Y con la verdolaga hervida... Aunque cruda tiene más alimento. Y la textura crujiente es... interesante.- Explicó, pero por la mirada intensa, como de reproche, de Ainar, se daba cuenta que se le escapaba algo.- ¡Oh! Claro! Sí, sí, señor Ainar. También he pensado en ese estómago rudo de vos.- Y de su zurrón sacó el nido con cuatro huevos de buen tamaño. Gracias a la protección del mismo nido habían llegado intactos hasta el campamento.- Ensalada de verdolaga y nueces con huevos. Una delicia.- y medio renqueante, por el duro esfuerzo para llegar hasta allí, después de quedar retrasado por parlamentar con la ardilla negociadora, se puso a cocinar para todos.

-No solo puede desviarse, tambien puede encontrarse con problemas que le obliguen a desviarse, como una banda de orcos más atrevidos de lo normal. - había añadido Miriel a la conversacion recordando el inesperado encuentro de Merovech con los orcos y los trasgos que secuestraron al pequeño hobbit en su anterior aventura. Tomar atajos a veces te hacia perder más tiempo en vez de ahorrarlo.

-...la próxima déjame negociar a mí con la ardilla...- murmuró el enano mientras seguía dejando el campamento en condiciones para hacer una hoguera, descansar y estar defendidos.

El enano estaba desanimado. No del todo, pero sí desanimado. No era sólo por las negociaciones de Vanwa, o que había cruzado el río en un bote endeble. Era por el aburrimiento. Él seguía afilando sus armas diligentemente cada día, pero ¿cuándo había sido la última vez que las había realmente utilizado?

A Baldbrand no le molesto el ritmo del enano, algo que podía sorprender para el tamaño y el peso que cargaba. 
 

De vez en cuando, iba recogiendo alguna baya, fruto o incluso tuberculo u hongo que sus ojos detectaban. Asi, llegado el momento de la comida, las viandas conseguidas por el elfo pudieron verse sazonadas y acompañadas de forma más generosa. 

Ainar marcaba el ritmo mientras los ojos atentos de Miriel, Welf y Baldbrand peinaban el camino en busca de alguna pista de Odorico o de algún conejo despistado que pudieran llevarse a la cazuela. Los huevos de Vanwa no estaban mal, pero de vez en cuando venía bien algo más contundente y ya sabían que no podían contar con el elfo para tal cuestión, pues siempre les atiborraba de plantas y maleza variada. El susodicho caminaba el último del grupo, arrastrando los pies por la fatiga que le había ocasionado su ardua negociación con la ardilla, trepar el árbol del azor y dormir con piernas y brazos tan adoloridos que le quitaban el sueño. 

Seguían la senda abierta por el enano campo a través, con la vista puesta en llegar al Salón de la Montaña cuanto antes. Cada vez les costaba más no perder el rastro de Odorico y fue peor cuando llegaron a algunos caminos en los que su rastro se confundía con el de otros viajeros. Por fortuna, Welf encontró una curiosa pista cuando pasaron por otro de los sotos boscosos que salpicaban las tierras salvajes. En un pequeño claro del soto yacía en el suelo la hoja rota de un cuchillo. Baldbrand la examinó para confirmar lo que el hombre del bosque sospechaba: era una hoja beórnida. Miriel señaló los alrededores del claro, donde pudieron ver las cenizas de una pequeña fogata. 

Ainar tomó la hoja un momento y sacudió la cabeza lentamente.

-Eso no se le hace a una hoja... es verdad que no es enana... pero no se le hace- dijo el enano, devolviéndole la hoja a Balbrand y poniéndose a rebuscar por la zona a ver si encontraba alguna otra pista que les pudiera ayudar a dilucidar si estaban lejos o no.

Mientras tanto, iba murmurando sobre cómo es que los elfos podían vivir tanto comiendo sólo pasto y semillas, o si era eso la razón por la cual eran inmortales... para una inmortalidad así, prefería ser mortal como un enano.

No había mucho más que Ainar pudiera rescatar del lugar, solo la pequeña fogata, la hoja rota del cuchillo beórnida y unas pisadas que correspondían con el rastro que llevaban días siguiendo y con el que tan familiarizados estaban. Ainar supuso que Odorico había descansado allí una noche tres o cuatro días atrás al cobijo de los árboles. Preocupado por cómo se había tratado a la hoja de aquel cuchillo, el enano trató de deducir cómo se había partido la hoja, en la que sus ojos expertos de herrero encontraron al inspeccionar el punto de ruptura que había sido forzada en exceso. Supuso entonces que Odorico debía haber hecho palanca con ella con alguna finalidad como sacarse una piedra de la suela de su bota o alguna cosa semejante, y que al aplicarle demasiada fuerza la había terminado partiendo. 

Sin mucho más que sacar de aquel lugar reemprendieron la marcha guiados de nuevo por el enano, con Welf adelantándose de vez en cuando para inspeccionar el camino que tenían por delante en busca de más pistas del beórnida fugado, y con Vanwa desviándose de vez en cuando para hablar con las plantas o traer comida. Cuando el elfo se desviaba del camino uno nunca estaba seguro de a qué fin se trataba. Podría ser perfectamente que fuera a buscar comida y se entretuviera con unos helechos o discutiendo con alguna abeja. Como fuera, el día terminó cuando Ainar, tras una larga marcha, señaló un pequeño soto en las praderas onduladas y sugirió a Welf que se adelantara a inspeccionarlo para ver si era propicio para pasar la noche, cosa que resultó ser, por lo que acamparon en él y se prepararon para descansar con la duda todavía de si redoblar la marcha para ir hasta el Salón de la Montaña o continuar con los ojos atentos a las pequeñas pistas que iba dejando el rastro de Odorico.  

El elfo había temido que la hoja se hubiera partido en una pelea, cosa que indicaría que había más de un viajero, pero si Ainar creía posible que se rompiera con su uso diario, no sería él quien lo corrigiera. Después de la maña que se había dado en el pasado para sacar una sólida cadena con las herramientas endebles de los trasgos, el enano tenía todo su respeto en cuestiones de forja.

Esperaba alcanzar pronto a Odorico. cada día que pasaba podía hacer crecer la frsutración del grupo y eso haría que lo pagaran con el muchacho. Baldbrand ya parecía haber juzgado al chico. Vanwa seguía siendo benevolente con Odorico y lo cierto es que deseaba conocerlo. Un pobre muchacho huérfano, enamorado de su hermanastra y finalmente rechazado por todos. Era una presa fácil para la Sombra. Debían encontrarlo pronto.

- Tengo ganas de poder hablar con Odorico.- Comentó Vanwa, mientras cocinaba larvas envueltas en hojas de malvavisco, junto a sus crujientes raices, llenas de alimento.- ¿Es posible que aquel grupo de osados orcos diurnos tuviera relación con ese al que llaman Rey del Patíbulo?- Dejó caer, mientras chisporroteaban las larvas, que estallaban con el calor de la sartén.

Era Odorico el único testigo vivo de lo ocurrido en la barca de Merovech y le interesaba mucho saber más datos sobre aquellos temerarios orcos.

Ainar acariciaba ausentemente a Munin que descansaba en su regazo como si de un gato se tratara. Cuando escuchó hablar a Vanwa, tuvo un estremecimiento al mirar hacia abajo y ver a su amigo cuervo. Hablaba con el cuervo... acariciaba a un ave... era más parecido a Vanwa de lo que podía admitir... aunque esbozó una leve sonrisa que hasta a él le resultó extraña.

-No sé si tendrá que ver, pero sería útil saber qué sucedió en el río- respondió el enano medio ausente -...me quedé pensando en la hoja del cuchillo- ahí pareció despertar -¿Y si tenía algún tipo de grillete?- miró a Balbrand -¿Utilizan de esos para los prisioneros? Porque tal vez no sabíamos y anduvo con algún grillete enganchado en todo momento y ahora intentó sacárselo... tenemos que acortar las distancias-

Se había quedado pensando en toda la ventaja que les llevaba. ¿Qué podían hacer? No podían agilizar más el paso, bastante lo que estaba ya sosteniendo el enano, que hasta a él le parecía que estaba exigiendo mucho. Tal vez ahora era quién cometía el error... pero ellos no podían ser.

     No son los beórnidas gente para poner grilletes, tampoco tienen tanto metal como para desperdiciarlo asi. Ya es extraño que lo llevaran atado en la barca, eso es que había algo que les hacía desconfiar.

     Más me inclino a pensar a que ese cuchillo es viejo y se ha roto por el uso, yo llevo unos cuantos perdidos asi, cortando una rama o usándolos de pedernal cuando no hay otra cosa a mano.

Ainar negó con la cabeza.

-No, eso ha sido para hacer palanca probablemente... mira...- y comenzó a explicar una serie de cuestiones técnicas sobre la hoja rota, que demostraban para sus expertos ojos, que había sido rota por palanca -Dudo que sea por sacar unas chispas o cortar una rama...-

Vanwa observaba con cierto desinterés a hombre y enano discutir sobre la posible razón de la fractura de la hoja. Mascaba una raiz de malvavisco crujiente y los miraba, pensando en lo extrañas y curiosas que podían ser las relaciones entre los pueblos libres.

- Ojalá todas fueran como entre nosotros...- Pensó. A pesar de lo distintos que eran todos ellos, unos de otros, había un muy buen entendimiento. Bueno, Baldbrand era un recién llegado y era bastante gruñón, pero estaba seguro que cuando se diera cuenta que no tenía que demostrar nada, todo iría mucho mejor.

En el debate que había provocado la hoja rota que hallaron en el claro del bosque, Baldbrand les aclaró que los beórnidas, tal y como Welf apuntaba, no usaban grilletes metálicos para sus prisioneros. El metal no era abundante en el Bosque Negro, y cuando se obtenía un poco se utilizaba en herramientas, cuchillos, espadas y ese tipo de artilugios. Pero tampoco eran tan confiados como para dejar a los presos sin supervisión y con las manos liberadas, sino que las ataban con cuerdas, y también las piernas si el prisionero era particularmente dado a la carrera. Recordaron que al encontrar el bote funerario donde yacían Merovech y Odo había allí unas cuerdas que habían sido cortadas y que fue la primera pista que atribuyeron a que un preso se había fugado del bote con el ataque de los orcos. 

La fractura de la hoja continuó siendo un misterio y su conversación derivó en otros asuntos, como la cuestión sobre si los orcos que tan imprudentemente habían bajado de las montañas y cruzado el Gran Río estuvieran al servicio del Rey del Patíbulo, aquel misterioso nombre que habían oído cuando rescataron al pobre hobbit de la Posada Oriental. No sabían mucho más de aquel personaje, pero la sola mención de su nombre les provocaba cierta incomodidad. Se había grabado en su memoria a pesar de no haber tenido más noticas sobre él con anterioridad y de que lo que escucharon solo eran rumores. 

La mañana siguiente llegó con el cielo encapotado y algo más de fresco, un recordatorio de que el invierno se aproximaba y que los días de veranillo del otoño empezaban a concluir para dar paso al frío y las lluvias. Un molesto aire frío se había levantado obligándoles a sacar algo de la ropa más abrigada con la que cargaban en sus mochilas. Hasta entonces era habitual que las noches se refrescaran, pero que durante el día pudieran estar con ropa más ligera, especialmente con las caminatas que hacían al ritmo que Ainar les marcaba. Aquel día, sin embargo, parecía que iban a necesitar la ropa extra durante toda la jornada.