Malas nuevas

El engaño había funcionado perfectamente. Observaron desde su escondite en la pequeña colina como un grupo de hombres de Valter se dirigía al bosque preocupados de lo mucho que tardaban en regresar Faron y Odorico. La caravana de los bandidos estaba lista para partir, y el tiempo para orinar se estaba alargando demasiado, incluso aunque al joven le hubieran dado otra clase de urgencias en ese momento. Los hombres de Valter encontraron a Odorico y Faron inconscientes y los llevaron rápido al campamento para que los atendieran. Valter no parecía nada contento con la agresión y mandó a alguien a buscar a los asaltantes, pero el rastro falso funcionó perfectamente. Valter probablemente tampoco querría perder tiempo ni gastar muchos recursos en aquello, tenía cosas más importantes entre manos. Así que el con el plan funcionando a la perfección, por el momento, el grupo sabía que no tenía tiempo que perder. Debían ser rápidos, tomar atajos, cruzar el Anduin con las barcas y alertar en Vado de Piedra del peligro que se cernía sobre ellos, y también debían avisar a Beorn para que mandara refuerzos, pues la gente de Vado de Piedra por si sola sería incapaz de afrontar aquella amenaza. Y además de todo eso, tenían que confiar en que Odorico hiciera su parte. 

Odorico había hablado de que llevaría a los bandidos algo más al norte de Vado de Piedra, pero el golpetazo de Welf no le había permitido concretar esa información. No obstante, el hombre del bosque, quien era gran conocedor de aquellas tierras, imaginaba que se debería referir a un valle de laderas empinadas conocido como el Folde Sombrío, pues resultaba el mejor lugar para tender una trampa, puesto que ralentizaría a los bandidos y permitiría que los beórnidas atacaran desde posiciones ventajosas con la altura en su favor. 

Puestos al día rápidamente de lo acordado con Odorico y la satisfacción de al menos haber recuperado la bolsa de plata y la espada teníamos que ponernos de nuevo en marcha. Miriel se ajustó el petate y las armas preparada para la marcha con la que Ainar les iba a regalar. El tiempo apremiaba más que nunca, por lo que estaba segura de que les iba a sacar los higadillos como jamás había hecho. Ella había mejorado mucho en su capacidad para aguantar los viajes desde que conoció al enano gruñón, pero, ¿estaba realmente preparada para forzar la marcha? Intuía que pronto lo descubriría.

- A Vado de Piedra entonces lo antes posible. – se ahorró el tono de resignación pues ella también estaba de acuerdo en que acelerar el paso ahora mismo era lo mejor.   

Resopló el elfo ante la perspectiva de tener que ir al trote. Uno se perdía lo bonito que era disfrutar del trayecto. Podía entender que Ainar los forzara a avanzar como bueyes, mirándose la pinta de los pies, pues no disfrutaba del cielo luminoso y la fresca campiña, pero obligar a los demás a hacer lo mismo era cruel.

Se encogió de hombros y se internó por la floresta, siempre algo separado, forrajeando y así, con esa excusa, poder hacer nuevas amistades entre las bellotas y las adelfas del camino.

A Baldbrand no pareció sentarle muy bien descubrir el "plan" trazado por Vanwa y Welf. Aquello suponía confiar en un tipo que había demostrado ser poco más que un necio. Que la seguridad del Vado de Piedra dependiera de eso le ponía muy nervioso y especialmente gruñón.

Hizo saber su postura, con pocas palabras, como no podía ser de otra forma.

La recuperación de la bolsa de plata y la espada de Merovech fueron poco bálsamo para su inquietud, pero para el beórnida estaba claro que la prioridad era ayudar a las gentes del Vado de Piedra y a Beorn. No estaba acostumbrado a viajar tanto, ni tan rápido, pero haría lo que hiciera falta para llegar a su destino, costase lo que costase.

El primer día de viaje de vuelta a Vado de piedra se saltó con numerosos pies doloridos, piernas cansadas, una sed infernal y un buen cúmulo de ampollas en los pies. Salvo para Ainar, que cuando finalmente descansaron parecía capaz de continuar la marcha de un solo tirón hasta Vado de Piedra e incluso más allá. ¡Qué increíble la resistencia de los enanos! 

Baldbrand no parecía muy satisfecho con haber dejado en libertad a Odorico, y mucho menos con haberle confiado a él la parte más delicada de aquella tarea. Si les traicionaba, podían terminar siendo ellos quienes cayeran en una trampa y la población de Vado de Piedra sería asaltada por sorpresa por un grupo de bandidos sedientos de sangre. Por fortuna, ellos no habían dejado todo al azar, y habían adelantado la llegada de las malas nuevas a golpe de ala de pluma negra. Se preguntaban si Munin ya estaría cerca de su destino, si no le habría pasado nada por el camino, y si las gentes de Vado de Piedra sabrían interpretar al cuervo que llegaba para avisarles del peligro que se cernía sobre ellos. 

La cena de aquella noche fue silenciosa. Tan cansados como estaban, a nadie le apetecía hablar. Hicieron guardias como de costumbre, que les resultaron más pesadas y duras que otras noches, pero en las que todo transcurrió con tranquilidad. Al día siguiente, cuando desayunaron, Ainar ya les estaba esperando con la mochila preparada para seguir gastando las suelas de las botas. Y el enano no pensaba aflojar la marcha ni un solo momento, ni siquiera permitía que Vanwa hiciera alguna de sus acostumbradas excursiones en busca de alimento en las que terminaba discutiendo con las abejas o conversando con las flores. Simplemente ya no tenían tiempo para eso. 

El beórnida estaba realmente impresionado con la resistencia y marcialidad de Ainar. Desde pequeño, siempre había viajado bastante en su deambular con su familia buscando hogar, pero claro, eran simples cazadores o recolectores y jamás habían tenido que imprimir un ritmo endiablado como aquel a su marcha.

Con la mente puesta en las gentes de Vado de Piedra, Baldbrand dio lo mejor de si mismo para seguir la marcha sin ser frenar lo más mínimo la misma. Debían llegar de forma holgada al pueblo y avisar enseguida a Beorn. Había demasiado en juego...

Aquel primer día de marcha forzada, Vanwa no hizo mucho caso a las indicaciones de Ainar. Bueno, sí, claro, esa era su intención, pero se detuvo a escuchar una bonita canción a coro de un grupo de flores de lavanda que se mecían con el viento.

Cuando se dió cuenta ya era demasiado tarde, tuvo que apretar más el paso. Correr antes de que anocheciera. Con las prisas y el despiste se cayó rodando por un desnivel y cuando llegó al campamento ya hacía rato que había anochecido y apareció lleno de rasguños, con el pelo alboroatdo con ramas enredadas y la cara contrariada de un niño cogido en falta.

El próximo día no haría tanto el tonto. O al menos esa era su sincera intención.

Ainar imponía su acostumbrado ritmo, pero esta vez estaba distinto. Algo lo distraía. Sus pensamientos estaban más concentrados en lo que vendría a continuación, que en los pasos que daba, y su abuelo lo había aleccionado muchas veces en relación a eso. "Mira por dónde van tus pies..." rezaba el inicio de su frase tantas veces dicha.

Además, se daba cuenta que lo que los esperaba más al norte, no sería agradable, aunque también un poco lo ansiaba: sangre, muertes y acero. Tenía sus dudas en relación a quiénes podían morir... era un miedo que tal vez Vanwa le había contagiado.

Aquél camino que estaba tomando Ainar de vuelta no era el mismo que habían seguido para perseguir a Odorico, o al menos eso le parecía a Miriel. Tal vez era simplemente que el paisaje lejos de la protección de las ramas del bosque pasaba demasiado deprisa para su gusto. Lo más lógico era pensar que ahora que sabían dónde estaban y cuál era su objetivo Ainar había pensando en una ruta más directa para ahorrar tiempo, que ciertamente iban a ahorrar con el ritmo que les imponía. Hasta el propio enano parecía sufrir las consecuencias de su duro caminar, incluso un poquito más que los pies de Miriel que se movían con inusitada ligereza para sus pasadas experiencias. Cada vez que recordaba lo mal que lo pasó siguiendo el pequeño perinnah y como había mejorado ahora sonría un poco para sí misma. Al final el enano conseguiría hacer de ella una dura viajera como la corteza de un viejo roble.

El camino se hace demasiado complicado. Todavía seguía confuso por lo sucedido con Odorico y eso le impedía centrarse en lo inmediato. Podía ser uno de esos arrebatos de elfo que tenía o cansancio por las largas jornadas.

Veía a sus compañeros tan cansados y distraídos como él mismo y eso no era buena señal. Se aproximaba un combate y necesitaban todas sus energías... pero no parecía que eso fuera a suceder en este tristre viaje.

Ainar imponía un ritmo tan duro, que incluso él mismo empezó a sentir los efectos del cansancio. Debía haberse acomodado, ahora que caminaba con aquellos pisaverdes y había dejado en el olvido las duras marchas enanas a ritmos mucho peores que el actual y por terrenos mucho más escarpados y difíciles. O eso, o que su mente ansiaba la batalla que estaba por llegar y eso le tenía distraído. Pero el enano no era quien peor parado había resultado cuando, a medio día, con la lluvia otoñal empapando sus pesadas mochilas, pararon a almorzar en un solitario árbol que les daba algo de cobijo con sus hojas amarillentas y marrones. Welf estaba completamente exhausto y Vanwa terminaba por alcanzarles con la lengua fuera y cubierto de ramas en su enmarañado pelo. Todos ellos sentían las piernas doloridas, la espalda cargada, la sed en sus gargantas y el dolor de los pies. Ainar les recomendó no quedarse quietos demasiado tiempo, para que cuando retomaran la marcha no fuese peor. El propio enano comía caminando alrededor del árbol mientras repasaba el mapa de la zona en su cabeza y rumiaba sobre el mejor camino a seguir para llegar cuanto antes

Ainar apenas les dio tregua. En cuanto comieron mandó reemprender la marcha, al mismo diabólico ritmo y atravesando cada charco que se interponía en su camino. De pronto, sin mediar aviso, Ainar detuvo la marcha. Llevaban un rato caminando campo a traviesa, caminando sobre matorrales, arbustos y barro. A Miriel no le sonaba haber pasado por allí en la ida. Era difícil orientarse con el cielo tan ennegrecido, la lluvia cayendo a mares y dificultando la visión, y una tierra baldía en la que todo parecía igual. Ainar necesitaba reorientarse, antes de terminar perdiendo a la compañía y representando un serio peligro para su misión. 

Ainar resoplaba. Parte por cansancio, parte por desazón. ¿Qué había pasado? ¿Dónde se había distraído? Eso le molestaba de sobremanera. No le gustaba equivocarse, pero precisamente en ese momento no se lo podía perdonar.

-Vamos...- dijo casi con un gruñido, luego de identificar por dónde podían llegar a haber tomado equivocadamente. No agregaría algo más, no era necesario.

Justo antes de ponerse en marcha, vio a Vanwa y Welf muy cansados pero por suerte Miriel y Balbrand parecían estar siguiéndole el paso bien. Estaban tan cansados como él probablemente, pero se mantenían firmes.

El enano encaró su rostro un momento hacia arriba, mientras las gotas caían sobre su rostro. ¿Justo tenía que llover? El repiqueteo de las gotas sobre su armadura lo estaba cansando más que la marcha. Estas cosas no sucedían bajo tierra...

Baldbrand no recordaba una jornada de viaje tan dura. Se sorprendió al ver como Welf o el propio maese elfo parecían cansarse más ante aquel ritmo.

El beórnida no estaba dispuesto a que eso les frenara, por lo que se ofreció a llevar parte de su carga. Después de todo, él era más grande y robusto... eso tenía que valer para algo después de todo.

Lejos del rostro severo que solía mantener, Baldbrand pareció algo más accesible y dispuesto.

En uno de los descansos, el beórnida no pudo evitar hablar.

-Maese enano, jamás nadie me había llevado a este paso. No lo digo como queja, lo digo como algo de admirar. Recordaré siempre el empeño que ponéis por salvar a las gentes de Vado de Piedra... aunque puede extenderse a todos, claro. No deja de sorprenderme como sois tan generosos de espíritu. -terminó diciendo con su habitual y contundente honradez.

Finalmente, Ainar logró dar con el camino. Lo hizo después de ver un roble con una forma curiosa en el que ya se había fijado durante el viaje de ida. Se encontraban del otro lado de la pequeña colina que dominaba el roble, y de no haberse fijado en él hubieran perdido al menos una jornada de viaje caminando en el sentido opuesto. Por fortuna la visión del roble le había servido para orientarse y volver a tener el mapa de la cabeza en su sitio. Se desviaron hacia la dirección correcta y continuaron caminando con el ritmo marcial que imponía el enano. 

La lluvia les acompañó durante el resto de la dura jornada. La noche llegó antes de lo acostumbrado, pues los días empezaban a acortarse y el cielo estaba tan nublado que la oscuridad cubrió las tierras demasiado pronto. Aún así, según los cálculos de Ainar ya habían recorrido todo lo que se había planteado recorrer en aquel día, incluso a pesar del retraso provocado por el pequeño despiste. Al anochecer, Welf se adelantó en busca de un lugar que les proporcionara cobijo del aguacero y les permitiera descansar algo secos. Encontró un pequeño soto y se pusieron cubierto bajo los árboles. Ataron una lona en los troncos de varios de ellos para procurarse un techo que les mantuviera secos. Tenían las botas llenas de agua y ampollas en los pies. Pero la buena noticia era que al día siguiente a mediodía llegarían al Anduin. 

A pesar de lo endiablado de la marcha, Vanwa se permitió responder a las palabras de Baldbrand.- Vuestra sinceridad y honradez es más de lo necesario para esforzarnos todo lo posible para la gente de Vado de Piedra.- Le contestó, con una amplia sonrisa, mientras caía la lluvia a su alrededor.- Quizás solo tenemos eso para enfrentarnos a la Sombra. Una declaración como la vuestra es más peligrosa que mil espadas para el enemigo que enfrentamos.- Añadió, tomañndolo por el hombro. A pesar de lo desastrado de su aspecto no parecía en absoluto cansado. ¿Cuándo fingía el elfo? ¿Ahora y estaba reventado? O bien antes y en realidad el ritmo del enano lo llevaba mejor de lo que parecía?

Vanwa era un enigma hasta para él mismo, pero lo realmente cierto es que agradecía de forma sincera las palabras de Baldbrand, como si fueran el más preciado de los tesoros. No parecía importarle la lluvia ni las incomodidades. Bajo aquella lona empapada parecía más a gusto que bajo el techo del más elegante palacio.

Miriel descansaba y calentaba los pies delante de su braserillo, fiel compañero de viaje junto a su pie, la cuál también disfrutaba ahora; la lluvia y la lona harían que el humo se dispersara y no tuvieran que preocuparse tanto de ser vistos a la distancia. Le dolían los pies, pero no dejaba de sorprenderse de como había aguantado la marcha desenfrenada de Ainar.

Meditaba en silencio una respuesta para las palabras de Baldbrand.

- Es el empeño que todos deberíamos poner para protegernos. No solo a nosotros ni a los nuestros, sino a todos, unidos contra la Sombra. Solo unidos como un único pueblo lograremos vencerla. – dijo al fin con aire taciturno, mirando al fuego. Sabía perfectamente que sus palabras eran una utopía. Ya habían pasado muchos años desde la batalla de los cinco ejércitos y aunque las relaciones entre los pueblos habían mejorado, distaban mucho de poder decirse que fueran armoniosas. Al final cada reino miraba para sí, cada ciudad, aldea y asentamiento se preocupaba de sus gentes solo, y dentro de cada uno cada casa se preocupaba de sus tierras. Siempre era tan difícil unir a los pueblos… era terrible que siempre hiciera falta un enemigo común para lograrlo.

Aquellas buenas palabras y deseos por parte de los distintos miembros de la compañía se asentaron en sus corazones para alejar el frío y la humedad que reinaba en el ambiente y, por encima de todo, los sentimientos nefastos y la preocupación que todos ellos sentían con respecto al futuro próximo de Vado de Piedra, los bandidos que se acercaban inexorablemente a aquel pueblo y la incógnita que todavía seguía siendo para ellos Odorico.

A medianoche la lluvia dio una tregua y el constante repiqueteo sobre la tela de la lona que protegía sus cabezas cesó por completo, a excepción del gotear cada vez más lento del agua que quedaba sobre la lona y resbalaba hacia el suelo por la tela impermeable. Pudieron dormir y descansar algo aquella noche en la que mantuvieron también los turnos de las guardias. A la mañana siguiente se despertaron acusando, quien más y quien menos, las consecuencias de dos días de dura marcha. Welf parecía ser quien peor lo llevaba, tenía peor cara que el resto y se quejaba más que ninguno del dolor de los músculos de sus piernas. Pero Ainar estaba preparado a primera hora de la mañana para continuar la marcha, y no parecía dispuesto a dar ninguna tregua ni aflojar un ápice el ritmo.

Un poco antes del mediodía, y con el cielo nublado pero respetándoles por el momento, llegaron a una arboleda desde la que ya se escuchaba el arrullar de las aguas del Anduin. Aquel era el bosque en el que habían ocultado los botes prestados por el encargado del embarcadero en su camino de ida, y donde también estaba escondido el que robó Odorico. Disponían de tres botes para cruzar las aguas del Gran Río, y seguramente el encargado recibiría con alegría la recuperación del bote que daba por perdido. 

Lo bueno de encontrar los botes es que Ainar no nos puede hacer andar más rápido en ellos, aunque seguro que se las apaña para llevarnos el ritmo de remo… Miriel sonrió para si misma ante la idea. Escuchar el arrullo del Anduin le había levantado el ánimo, así como el ser capaz de mantener su promesa y devolver los botes que se llevaron más el robado.

Se adelantó para buscar los botes que habían dejado atrás y comprobar que no Walter no hubiera enviado aquí a ninguno de sus hombres. Confiaba en que Odorico haría lo correcto como les prometió, pero prefería ser cauta.

Ainar se había propuesto llegar lo más rápido posible al río... pero no había pensado en que lo tendrían que cruzar de nuevo. Sólo se percató de ello cuando todos se dirigieron al cañaveral donde habían escondido los botes. Tardó un momento en reaccionar, que tranquilamente podría adjudicarlo a que estaba recuperando el aliento, pero ciertamente no era ese el motivo.

Era el camino más rápido, era innegociable y claro. Tendría que cruzar de nuevo. Tendría que subirse al bote.

A Welf se le iluminó la mirada al ver su rio y, había que reconocerlo, un motivo para parar. Sabía donde estaba y dónde quería ir... pero no tenía claro que tuviera fuerzas suficientes para lograrlo.

Se había pasado el último día callado y taciturno. Las palabras de Balbrand, Vanwa y Miriel sobre enfrentarse a la Sombra le habían hecho pensar. ¿Sería enfrentarse a ese mal si finalmente debían combatir contra un grupo de malechores? o ¿quizá ese mismo enfrentamiento pusiera un peso en sus corazones al tener que luchar con sus semejantes?

No tenía nada claro qué rumbo tomarían los acontecimientos pero ahora debía poner los pies en el suelo, o mejor en el río, coger los botes, convencer de que son seguros a Ainar y cruzar para avisar al poblado.