Partida Rol por web

Vanwa había agradecido con una estoica sonrisa el férreo abrazo del enano y se sintió muy afortunado por contar con la ayuda de Munin. Sabía lo mucho que apreciaba Ainar a su cuervo. Aún recordaba como le regañó tiempo atrás por querer entablar amistad con él. Que ahora se lo confiara era algo muy importate y el elfo era consciente de lo profundo de aquel gesto.

Asintió también a las palabras de Miriel, mas no iba a ir solo a liberar a los prisioneros. Iría con Munin.

Llegaba la hora de la verdad y se dispuso a dar un pequeño rodeo, silencioso como un ratón. Debía rodear el combate y llegar hasta la retaguardia.

Odiaba tener que volver a ceñir la armadura de su padre, pero por fortuna era una armadura de elfos del bosque, pensada para ser portada sin hacer ucho ruido.No le iba a proteger como un tabardo anillado de los señores enanos, pero las capas de cuero endurecido superpuestas eran capaces de detener una flecha.

Baldbrand se había colocado unas cuantas lanzas cerca para lanzar en aquel primer impass de la batalla. 

Siguiendo las órdenes, tomó hasta dos lanzas hacia el grupo de enemigos. Quizá fueran los nervios, o que no era lo habitual en  él pelear contra un grupo tan grande o contra sus congéneres, la cuestión fue que ninguno de los dos lanzamientos salieron demasiado acertados. 

La señal de avance fue lo siguiente. No se le había escapado que Miriel había intentado abatir al líder y es que, después de todo, era el objetivo a vencer. Con esa idea, Baldbrand vociferó un grito de rabia hacia los invasores y lanzó su propia lanza. Casi sirvió para acabar con la tensión o la frustración. Tras eso aferró bien su enorme hacha y se dispuso a ir en dirección hacia el cabecilla…

     Llegaban los enemigos y las flechas empezaron a silbar y... quedó claro que practicar con blancos estáticos no era lo mismo que usar el gran arco en combate real. Las primeras flechas se perdieron sin impactar a nadie pero al final el tiempo empleado sirvió para algo útil y cuando ya la gente de Vado de Piedra empezaba a correr hacia los bandidos una de las flechas emplumadas de verde de Welf impactó con fuerza en uno de ellos lanzándolo con fuerza hacia atrás.

    Parecía que el uso de los arcos había sido menos efectivo de lo esperado y ahora tocaba empuñar las armas y evitar que les desbordaran. Con un grito de frustración por no haber sido más útil se lanzó hacia el muro de escudos que subía a su encuentro.

Ainar le había dado a Vanwa un atizador de metal oscuro como el de su armadura, por si necesitaba hacer palanca. No confiaba en la fuerza del elfo, pero sí en el metal enano: resistiría si era necesario. Siempre lo acompañaba a todos lados, ya que fue su primer objeto forjado por él mismo, por lo cual demostraba cierta tosquedad y a la vez apego.

-Que te veamos de vuelta sano y salvo- le dijo antes de que se fuera, y él se preparara en su lugar frente a quienes tomarían la delantera de la carga.

Había preparado unas cuantas hachas arrojadizas... y las usaría.

Cuando se dio la señal de atacar a distancia, el enano tomó una de las pequeñas pero afiladas hachas, y la lanzó hacia los primeros que encabezaban el avance. No tenía tanto alcance como para intentar atacar a Valter, y además confiaba en que si había muchas bajas pronto, la moral de los guerreros y guerreras del enemigo no se mantendrían firmes.

La primer hacha que lanzó fue a incrustarse en el cráneo de un joven guerrero con la cara pintada, y con el rostro sorprendido, se desplomó. Las otras, iban lo suficientemente lentas como para que quienes debían defenderse lo hicieran eficazmente con escudos y armas.

No, estaba claro, él quería el cuerpo a cuerpo...

Tomó el cuerno de los enanos, y ante la señal de Williferd, él daría el soplido gutural que daría marcha a la carga.

Los primeros lanzamientos quedaron algo cortos o se perdieron por encima de las cabezas de los enemigos yendo a caer a ninguna parte. Eran disparos de aproximación, destinados a calibrar la fuerza y ajustar con mayor precisión los siguientes ataques. Una notable excepción fue la del enano Ainar, quien lanzó una de las hachas que los beórnidas le habían prestado y a punto estuvo de abrirle la crisma a un confiado enemigo. El hacha le dejó una fea herida en la cabeza, y no le mató de milagro. Por fortuna aquel bandido llevaba una especie de capacete que le salvó la vida en aquel momento. Pero el fragor de la batalla no espera a nadie, el resto de compañeros le pasaron por encima y continuaron su avance hacia la cima del Folde Sombrío. Una flecha de Miriel se clavó gravemente en el pecho de otro de los bandidos, logrando atravesar su gruesa armadura y dejándole una sangrante y fea herida. El hombre apretó los dientes y continuó el ascenso hasta que una segunda flecha de la elfa lo mandó de vuelta al barro. Por su parte, Welf falló con sus dos primeras flechas y acertó con la tercera, una herida grave que no fue a mayores gracias a la buena armadura que portaban los bandidos. Menos fortuna tuvo Baldbrand con sus lanzas, fallando todos sus lanzamientos, el beórnida estaba más acostumbrado a la lucha cuerpo a cuerpo que a la distancia. De todos modos no se preocupó. Pronto tendría la oportunidad de hacer brillar la hoja de su pesada hacha. 

Más flechas hicieron caer a otros de los hombres de Valter el Sanguinario. Pero los bandidos, escudo en mano y hacha en la otra, se encontraban cada vez más cerca de coronar la cima y anular la desventaja que la menor altura les ofrecía. Así pues, antes de que lo lograran, Williferd dio la orden para cargar contra ellos y los beórnidas se lanzaron salvajemente a por ellos. Los defensores bajaron la pendiente profiriendo gritos de batalla que quedaron ahogados por el entrechocar de los aceros una vez ambos grupos hicieron contacto. El enloquecido cuerpo a cuerpo se tornó tan confuso como cabía esperar de una batalla tan descarnada como aquella. Un grupo de bandidos, escudo en alto, se encaró al grupo de viajeros que aspiraban a cercenarle la cabeza a Valter cuanto antes. El sanguinario jefe de los bandidos se situó en la retaguardia de su ejército de malhechores para dirigirlos con mayor precisión, así que para llegar hasta él tendrían que superar a los hombres que se interponían. 

Entre tanto, el elfo Vanwa se alejaba del escenario de combate seguido por Munin, que le indicaría el camino hacia el campamento de los bandidos, donde presumiblemente habían dejado a los prisioneros. La intención de Vanwa era liberarlos, y para ello Ainar le dio una herramienta con la que poder forzar sus grilletes. Solo cabía esperar que dicho campamento no estuviera muy lejos, ni muy protegido.

Ainar hizo tronar el cuerno cuando se lanzaron a la carga, y dejándolo colgar de su correa, tomó su hacha y cargó como uno más. Su lugar estaba en el frente, y siempre lo había sido. Ahora sólo era cuestión de mantenerse vivo la mayor cantidad de tiempo, y eliminar rápidamente a quienes protegían a Valter.

El enano, gracias a la distancia corta que emparejaba sus cortas piernas, se volvía peligroso. Era un armatoste con su armadura y escudo de metal negro, su cresta roja ondeando, sacando espuma por la boca del grito que enarbolaba, y el hacha de hojas como cuervos dirigiéndose hacia un corpulento guerrero que ostentaba un hacha bastante rudimentaria.

-¡No te me escaparás!- gritó mirándolo con intensidad, mientras cargaba con el escudo en alto.

Cuando el guerrero descargó su golpe, Ainar se adelantó levantando aún más el escudo y lanzó un tajo horizontal a la pierna del enemigo...

Siguiendo el ejemplo de Ainar, Baldbrand se lanzó al ataque blandiendo su enorme hacha hendedora. Se decía que aquellas hachas habían sido hechas de aquella forma para poder incluso atravesar las escamas de un dragón, por lo que las armaduras de aquellos malhechores deberían caer con más facilidad.

Ya fuera por el fallo con el lanzamiento de las lanzas o porque aquellos desgraciados creían ser capaces de hacerse con las tierras que ahora eran su hogar, la cuestión es que el joven cazador se lanzó alzando un grito feroz y mirando como un animal salvaje al enemigo...

Con el choque de ambos ejércitos era más complicado acertar a los enemigos sin herir a los aliados. Miriel tenía la flecha preparada siguiendo a sus objetivos, aquellos que impedían que pudiera llegar hasta el propio Valter. Sabía que si se tomaba unos momentos podría encontrar el hueco por el que herir más certeramente a sus enemigos. Su comportamiento podía parecer frío, pero estaba segura de que así sería de mayor utilidad y al final de la batalla evitaría menos bajas en su ejercito.

     Welf bajó junto a sus compañeros y buscó quedarse en el centro de sus dos compañeros para evitar que rompieran el centro y fueran a por Miriel, amenazó con el hacha a uno mientras intentaba bloquear el paso del otro con el escudo.

     Tuvo suerte de ver cómo uno de sus rivales elevaba el brazo dejando desprotegido el costado y ahí impactó el hombre del bosque con fuerza buscando dejarle lo bastante dañado como para que se planteara volver sobre sus pasos.

Cinco bandidos encararon al grupo de personajes trepando la pendiente, lo cual les proporcionaba una ventaja considerable que se tradujo en que lanzaron sus ataques primero y con mayor contundencia. Los enemigos se prepararon para el duro golpe, cuatro de ellos iban armados con hachas y pesadas armaduras, un quinto se situó detrás de ellos, cargando una flecha en un arco. Ainar fue el primero del grupo en entablar contacto con los enemigos. El enano señaló a uno de los adversarios y lanzó un reto que el bandido no dudó en aceptar. Ainar lanzó un durísimo tajo horizontal y el filo de su hacha mordió en el pecho al rival, pero éste no se amilanó y lanzó su hacha contra el enano impactándole de vuelta en el hombro. Por fortuna la armadura del enano era muy buena y, aunque el golpe fue doloroso, pero no le causó sangre. 

Baldbrand lanzó un poderoso rugido y alzó su enorme hacha hendedora, un arma capaz de causar pavor en el corazón de los enemigos con su simple visión. Y bien fuera la visión de la afilada hoja de la pesada hacha o la del guerrero que la portaba, el bandido que encaraba a Baldbrand empezó a temblar como un flan y detuvo su carrera unos pasos antes de entablar combate con él. Las piernas le flaqueaban, y se giró colocándose tras sus compañeros, junto al arquero que preparaba una flecha para dispararla contra el grupo. En sus ojos horrorizados se veía la intención de huir de aquella masacre en cuanto pudiera. Un segundo rival pareció dudar al ver huir a su compañero, pero lanzó su hacha contra Baldbrand de manera casi desmañada y logró vencer sus defensas e impactarle. Al ver la mueca de dolor en la cara del beórnida supo que también podía sangrar y reafirmó sus pies en la tierra, preparándose para golpearle de nuevo. 

Welf aprovechó un descuido en la posición defensiva del bandido al que encaraba para colar allí el hoja de su hacha y herirle en el costado. Confiaba en que aquello fuera suficiente para, por lo menos, lograr que el rival se pensara mucho si seguir en la batalla, y tal vez poner tierra de por medio como el que Baldbrand había logrado hacer huir sin siquiera tocarlo. Pero el enemigo no se amilanó, encajó el duro golpe con estoicismo y lanzó su contraataque con la misma contundencia que había hecho el hombre del bosque. Welf sintió como la hoja del hacha le impactaba con dureza en la armadura y una punzada de dolor le recorría el cuerpo. Ni siquiera tuvo tiempo para comprobar si la herida revestía gravedad o no, pues debía continuar atacando. 

El arquero enemigo disparó su flecha contra Ainar, la cual se clavó en la gruesa lóriga del enano hasta que su punta logró perforar la piel de Ainar. Miriel observó al arquero, y se percató de un punto vulnerable en su armadura, si apuntaba a ese lugar, lo más probable era que lograra herirle. 

Baldbrand tuvo que apretar los dientes al recibir el golpe de aquel nuevo oponente, pero por suerte, el cuero pudo absorber la mayor parte del impacto.

Ante el nuevo desafío que tenía por delante, el beórnida optó por una posición más abierta para hacer frente a la amenaza.

Estaba claro que no eran brotes verdes, sino guerreros experimentados, aunque la visión de Baldbrand fuera terrorífica. A pesar de la armadura de Ainar tampoco podía esperar que aguantase indefinidamente. Miriel se concentró en su objetivo, aquel arquero al que a sus compañeros les costaría trabajo llegar. Susurró unas palabras a la flecha.

- Víle- sanda pilindi -o faire

El conocido fulgor azul la envolvió mientras surcaba el aire certera hacia su objetivo dejando su rastro en el aire al atravesar el campo de batalla pasando entre aquellos malcarados y sus amigos.

     La herida hizo que Welf gritara de rabia y dolor. No era tanto por recibir daño, cosa que tenía asumida, si no por haberse descuidado cuando quería ser un muro impasable. Si no sabía ser un muro sería un martillo y aplastaría a los enemigos.

     Golpeó con su escudo el escudo de su rival para abrirle la guardia y con un arco lateral que hizo silbar el filo de su hacha impactó con fuerza nuevamente contra el bandido que había resistido el primer embate. Pocos hombres serían capaces de aguantar un segundo impacto de un hacha de los hombres de los bosques.

Ainar gruñó porque se dio cuenta que no sería un combate común y corriente. Además, veía que sus compañeros estaban teniendo problemas casi tan acuciantes como él. A Welf lo empezó a ver cansado, mientras la sangre manaba de su herida; a Balbrand furioso como los de su raza; y Miriel calma como siempre, hasta que no pudieran traspasar sus líneas, seguiría arreciando con sus flechas mágicas.

Esperó el golpe del bandido, aguardando para contratacar ni bien bajara la guardia para querer asestar el golpe, mientras que por el rabillo del ojo observaba a sus compañeros por si necesitaban ayuda.

-¡Manténganse cerca!- gritó el enano, haciéndoles un gesto a sus compañeros sin perder de vista a su enemigo que se preparaba para atacar.

El joven beórnida se sintió afortunado de tener una buena armadura en aquellos momentos. El golpe fue doloroso, estaba seguro de que dejaría un buen moratón, pero por lo menos no tenía que lamentar una fea herida. El beórnida respondió con un golpe certero de su hacha, bien colocado al hombro, de modo que el rival no pudiera ni bloquearlo con su arma ni desviarlo. El hacha de Baldbrand logró impactar al rival con aplomo y hacerlo retroceder un par de pasos, suficientes para lograr esquivar su contraataque sin demasiada dificultad. 

Pocos hombres lograrían soportar una segunda embestida de un hacha de los hombres del bosque, y aquel bandido seguidor de Valter el Sanguinario no iba a ser la excepción. Welf golpeó al enemigo con su escudo para ganar un espacio vital que le permitiera maniobrar y también para bajar las defensas del bandido, una estrategia que resultó exitosa, pues el filo del hacha de Welf tajó limpiamente el cuerpo del rival provocándole una herida mortal. 

El enano no perdía de vista a Welf, y justo cuando el hombre del bosque parecía cansado se sacó de la manga un brutal ataque. Eso dio más tranquilidad a Ainar, que pudo descargar un buen golpe contra su enemigo. El hacha se hundió en el pecho el rival con la brutalidad acostumbrada por Ainar, hijo de Ai, Temor de los Orcos de las Montañas Nubladas, Hacedor de Viudas. Cuando Ainar retrocedió el hacha para prepararse de cara a un nuevo ataque, vio caer muerto al enemigo. 

La flecha de Miriel salió despedida con un brillo azulado suficientemente extraño como para considerar que la elfa había usado algo de la Antigua Magia de los de su pueblo. La flecha voló certera y se clavó en el centro del pecho del arquero rival. Si no hubiera llevado aquella armadura de cuero, o si la flecha hubiera logrado perforar sólo unos pocos centímetros más, ahora el arquero estaría muerto, pero había logrado resistirlo milagrosamente. El arquero no tardó en devolver la flecha a la elfa, con toda la inquina que pudo reunir. Afortunadamente los grandes reflejos de Miriel le permitieron agacharse justo a tiempo para esquivar la flecha rival. 

Dos enemigos caídos era un buen progreso, pero cuanto más tardasen más heridas recibirían sus compañeros. Tras el paso lateral que había dado posicionándose detrás de un árbol, se giró sobre si misma para salir por el otro lado del mismo con una flecha ya cargada que voló rauda hasta el objetivo que ya había estudiado con detalle, clavándose profunda en el muslo del joven. Con un nuevo salto se situó tras otro árbol para evitar la próxima saeta.

El elfo avanzaba sigiloso como solo podían serlo los miembros del pueblo de Thranduil, acostumbrados a moverse por la tenebrosa floresta del Bosque negro sin ser detectados por sus lúgubres habitantes.

No sabía donde tenía que ir, pero para ello contaba con la inestimable ayuda de Munin, el fiel amigo de Ainar, que podía averiguar donde estaba la retaguardia de las gentes de Valter.

En la mente de Vanwa ya suponía que se enfrentaría a unos posibles guardias poco capaces, pues la mayoría de guerreros estarían en la lucha, saqueando y matando, por lo que habrían dejado atrás a aquellos que poco pudieran aportar a la lucha. Eso era poco consuelo para el elfo, que no quería recurrir a la violencia para resolver su misión, y además, era muy posible que el vigilante (si sólo había uno) habitual de los prisioneros, tuviera especial celo en su misión y descargara su resentimiento y amargura en aquellos pobres diablos, por quedarse sin poder saquear como sus oscuros hermanos de armas.

Vanwa sacudió su cabeza, para alejar tantos pensamientos. Su imaginación viajaba mucho más rápido que sus pies o su vista, y eso podía jugar en suc ontra. Debía hacerse una idea realista de lo que debía enfrentar.

Se acercó hasta los límites del campamento, esperando poder observar con atención la situación antes de pensar un curso de acción. Debía darse prisa. Actuar con presteza, o de poca ayuda iba a ser para sus amigos.

Ainar sonrió satisfecho ante la avanzada de sus compañeros y él mismo. No habían retrocedido ni un palmo y habían terminado con dos y herido a otros dos.

El enano se envalentonó, y aunque aún mantenía la postura de escudo alta y él con el hacha preparada para golpes horizontales, avanzó sin prestar demasiada atención. Se dirigió hacia el bandido que luchaba con Balbrand, buscando finiquitar con ese enemigo, mientras que Welf y Miriel, que se llevaban muy en el combate, acababan con el arquero.

Vanwa estuvo andando durante un buen trecho. Tanto que llegó a temer que los bandidos hubiesen dejado a los prisioneros al otro lado del Viejo Vado y tuviera más de una jornada de viaje hasta llegar a dónde ellos estaban. Seguir su rastro no era difícil, la marcha marcial reciente había dejado una gran cantidad de huellas en el suelo y, para tristeza de Vanwa, infinidad de arbustos machacados, flores pisoteadas, y otros vestigios del avance imparable de una gruesa formación militar. 

Pero cuando divisó a Munin volando en círculos en lontananza, supo que allí era donde se encontraba su destino. Media hora más tarde llegaba a un pequeño bosque donde los bandidos se habían camuflado para evitar que los beórnidas los descubrieran. A pesar de ser un bosque no muy grande, sí era muy espeso, gracias a la vegetación y los arbustos. No tardó en divisar a un par de patrullas que custodiaban el lugar. El elfo se coló entre los árboles al interior del bosque donde encontró un buen escondite en el que vigilar el campamento de los bandidos, similar al de la otra vez, pero con menos efectivos, como era natural. Los prisioneros se hallaban encadenados unos a otros por las manos y, además de las dos patrullas, había seis guardias vigilándolos de cerca y atendiendo sus necesidades con la brutalidad acostumbrada. Sería una tarea harto difícil liberarlos sin ser detectado. 

El grupo progresaba en aquella contienda. Al sentir la cercanía del enano -que había hecho honor a lo que se decía sobre ellos- Baldbrand se sintió animado a realizar otro ataque a su oponente que ya había recibido un buen golpe de su hacha.

Aprovechando la distancia, el joven beórnida volvió a enarbolar la enorme arma descargando un golpe que a punto estuvo de ser esquivado.