Partida Rol por web

Adam no recordaba nada de lo que había pasado. Tan solo una extraña sensación de caída libre.

Ahora lo único que podía sentir era un dolor muy fuerte en su estómago y una sensación de cristales atravesándole los pulmones cada vez que respiraba. Su cuerpo estaba doblado y sujeto en lo alto de la rama de un árbol. No entendía qué hacía ahí, pero además tenía las manos y los brazos llenos de arañazos así como su ropa hecha jirones.

Podía sentir la áspera rama entre sus manos, aquella sensación era muy similar a cuando jugaba a trepar a los árboles y si no fuera porque todo el cuerpo le dolía podría incluso haber resultado divertido. Pero ese olor... ¿a qué olía? Era una mezcla entre el olor a sal del mar y la humedad de la jungla. Lo peor era esa sensación de mareo, ese pitido en los oídos, no escuchaba nada bien aunque si respiraba hondo y se relajaba un poco, podía oír el trinar de los pájaros.

Cuando abrió los ojos pudo ver la inmensidad de la jungla en la que se encontraba. Mirase donde mirase se encontraba más y más árboles. Pero tenía la extraña sensación de que algo malo había sucedido y ¡no se lo podía quitar de la cabeza!

Desorientado, mareado, pero, sobre todo, dolorido. Así sentía Adam, nada más abrir los ojos y observar que estaba en un sitio completamente distinto al que se encontraba hacía apenas un instante.

Estaba encaramado en la rama de un árbol, como buenamente pudo, se fue deslizando hacia el tronco del árbol para poder descender de él. Muy lentamente, iba colocando manos y pies con mucha precaución para no caerse y llegar al suelo más rápido de lo deseado.

No fue un descenso fácil. Las heridas le dolían con cada movimiento que realizaba y pensaba que se iba a desmayar con cada esfuerzo que hacía. Finalmente llegó al suelo. Miró a su alrededor esperando ver a alguno de los compañeros con los que se encontraba. No vio a nadie. No sabía que hacer ni hacia donde ir. Pero sabía que en el estado en el que se encontraba no llegaría muy lejos. Buscó un lugar para resguardarse y prepara un hechizo de curación. Sabía que le iba a llevar su tiempo curarse.

Preparó su varita y pronunció el hechizo. - Vulnera Sanentur. A la vez que repetía las palabras iba tocando con la varita las zonas de su cuerpo afectadas, que eran casi todas.

Adam no tenía muy claro dónde poner los pies en aquel árbol pues lo veía peligroso y además podía caerse. Así que, antes de intentar hacer nada, decidió lanzar un conjuro de sanación sobre sus heridas pero no tuvo ningún éxito. No sabía si en aquella jungla su magia no funcionaba, o si por el contrario había sido él que tras el fuerte impacto se había quedado algo tocado y no había sido capaz de ejecutar con éxito el hechizo.

Gabor no recordaba nada de lo que había pasado. Tan solo una extraña sensación de caída libre.

Ahora lo único que podía sentir era un dolor muy fuerte en su estómago y una sensación de cristales atravesándole los pulmones cada vez que respiraba. Su cuerpo estaba doblado y sujeto en lo alto de la rama de un árbol. No entendía qué hacía ahí, pero además tenía las manos y los brazos llenos de arañazos así como su ropa hecha jirones.

Podía sentir la áspera rama entre sus manos, aquella sensación era muy similar a cuando jugaba a trepar a los árboles y si no fuera porque todo el cuerpo le dolía podría incluso haber resultado divertido. Pero ese olor... ¿a qué olía? Era una mezcla entre el olor a sal del mar y la humedad de la jungla. Lo peor era esa sensación de mareo, ese pitido en los oídos, no escuchaba nada bien aunque si respiraba hondo y se relajaba un poco, podía oír el trinar de los pájaros.

Cuando abrió los ojos pudo ver la inmensidad de la jungla en la que se encontraba. Mirase donde mirase se encontraba más y más árboles. Pero tenía la extraña sensación de que algo malo había sucedido y ¡no se lo podía quitar de la cabeza! Luego notó que entre sus manos tenía un par de dados de hueso, quizá si los lanzase de nuevo, podría escapar de allí.

Lamentablemente, el hechizo de Gabor no fue todo lo efectivo que éste hubiera deseado, quedando algunos murciélagos rezagados por encima del grupo picoteando a los más débiles. No se le ocurrió otra cosa que coger los dados, con presteza y osadía, y volver a lanzarlos mientras se mordía la lengua…

¡¡¡Diablos!!! Otro doble – pensó Gabor cuando los pequeños cubos dejaron de rodar sobre el tablero. Pero no tuvo demasiado tiempo para estudiar que implicaba ese segundo cuatro doble cuando unas nuevas palabras se materializaron sobre la esfera.

Después, la nada.

Aunque sería más apropiado decir ¡por las barbas de Merlín!

Y es que, no solamente fue la sensación de caída que experimentó el experimentado Ravenclaw, no, fue el vértigo que vino después, cuando se vio colgado de un árbol en mitad de vete-a-saber-donde.

Y todo eso sin contar con el dolor intenso que experimentaba en el pecho. Sin duda provocado tras el poco digno aterrizaje sobre la rama en que se encontraba, igual hasta se había fisurado alguna costilla.

Gabor se palpó la túnica, o lo que quedaba de ella, pues su estado era poco menos que lamentable. Suspiró de alivió cuando comprobó que tanto su varita como su pequeña bandolera de cuero estaban ahí, intactas. Lo que desconcertó al joven, más incluso que los efectos mágicos del viaje, caída y demás, fue la presencia de dos dados en su mano. Y esos dados eran de hueso. Inaudito.

Ya había actuado precipitadamente antes pero, ¿qué otra opción tenía? Gabor aseguró su posición en la rama, tendría gracia caerse  y romperse la crisma, y aprovechando una protuberancia medianamente plana, lanzó los dados con cuidado…

Sigma no recordaba nada de lo que había pasado. Tan solo una extraña sensación de caída libre.

Ahora lo único que podía sentir era un dolor muy fuerte en su estómago y una sensación de cristales atravesándole los pulmones cada vez que respiraba. Su cuerpo estaba doblado y sujeto en lo alto de la rama de un árbol. No entendía qué hacía ahí, pero además tenía las manos y los brazos llenos de arañazos así como su ropa hecha jirones.

Podía sentir la áspera rama entre sus manos, aquella sensación era muy similar a cuando jugaba a trepar a los árboles y si no fuera porque todo el cuerpo le dolía podría incluso haber resultado divertido. Pero ese olor... ¿a qué olía? Era una mezcla entre el olor a sal del mar y la humedad de la jungla. Lo peor era esa sensación de mareo, ese pitido en los oídos, no escuchaba nada bien aunque si respiraba hondo y se relajaba un poco, podía oír el trinar de los pájaros.

Cuando abrió los ojos pudo ver la inmensidad de la jungla en la que se encontraba. Mirase donde mirase se encontraba más y más árboles. Pero tenía la extraña sensación de que algo malo había sucedido y ¡no se lo podía quitar de la cabeza!

Gabor miró a su alrededor y vio como en un árbol no demasiado lejos de él estaba descendiendo un muchacho vestido con la túnica hufflepuff. Por su tamaño y estatura, parecía un alumno de quinto pero jamás lo había visto antes. Adam no se había percatado de su presencia hasta que vio como un par de dados de hueso que le llamaban mucho la atención cayeron al suelo repleto de vegetación para marcar un 5 y un 1.

Una imagen se materializó por unos segundos:

En la jungla vas a esperar

hasta un 5 o un 8 sacar

Poco tardó en desvanecerse y cuando Adam quiso cogerlos para lanzar él también, vio como los dados también desaparecían ante sus ojos. 

Mierda - exclamó Gabor cuando vio los dados desaparecer tras haber caído al suelo. El resultado de la tirada fue un seis con lo que, según ponía en la esfera, no podría volver a Hogwarts. 

Al menos - pensó el joven - ya no estoy solo aquí, aunque sea un Hufflepuff.

Gabor bajó del árbol con gracia y elegancia, como un Tarzan del siglo XXI, y se encaminó hacia donde había visto al chico de amarillo.

Ey, amigo, ¿estás por ahí? - dijo, en voz no muy alta, pues el ambiente a ras de suelo era ciertamente opresivo, denso, y no se atrevía a levantar mucho la voz, nunca se sabe que acecha en la jungla. Extrajo la varita y la mantuvo en alto, presta a intervenir, pues algo le decía que estaban siendo observados.

"¿Qué cojones...?", pensó Sigma, dolorida, agarrada a la rama y sin entender qué había pasado. Hace un momento corría tras los monos que habían robado el tablero y de repente había sufrido un viaje movido, casi como si hubiera agarrado sin querer un traslador y la hubiera sacudido hasta ¿la jungla? 

- No me jodas - musitó para sí misma. Ella era la que faltaba por tirar, ¿acaso se habrían tirado los dados de alguna manera siendo su turno y la habían llevado a la jungla como pasó con Adam? Tiene toda la pinta, y no le gusta nada. De hecho y pese a sus nervios de acero, un escalofrío de mala sensación recorrió su columna vertebral.

Respiró algo agitada, tratando de tomar el control sobre su mente y sus nervios, pero le dolía demasiado todo y ¡su ropa estaba rota! Con lo que le gustaba precisamente ese conjunto para sus conciertos de rock. Después del dolor, eso es lo que más molesta a la Slytherin. Después, miró hacia abajo y bufó antes de tratar de descender desde la rama hasta el suelo con cuidado.

Mientrás descendía del árbol, Adam, iba pensando como había llegado a este lugar. Se le pasó por la mente que todo era una broma de los gemelos. Si no recordaba mal, cuando él llegó al juego, ellos ya se encontraban allí. Podrían haber preparado un encantamiento para que del juego salieran las imágenes y las frases asustadizas. Además fueron los únicos que salieron ilesos del ataque de los murciélagos. De ser una broma, ya se habían pasado mucho de la raya.

Llegó al suelo y cuando estaba a punto de dar una voz para decir que ya era suficiente, vio los dados de hueso del juego. Era su oportunidad de salir de esta jungla. Llegó con una tirada y saldría con otra tirada. No dió tiempo a más. Los dados se desvanecieron y no hubo oportunidad de comprobar si podría volver.

Levantó la mirada del suelo y vio a otro muchacho, a primera vista le pareció de su misma edad. Pero conocía bastante a todos los alumnos de quinto curso, aunque fueran de otras casas. Así que no sabría quien era hasta que no se acercara más a él.

Con la presencia de este nuevo "habitante de la jungla", Adam descartó por completo la idea de que todo fuera una broma de los gemelos. Demasiado elaborada, por muy pesada que quisieran que fuera. El problema de que no fuera una broma, es que no tenía ni idea de cómo salir de aquel lugar.

Se fue acercando a la posición del muchacho. -Por aquí estoy. Quédate dónde estás. Me acercaré hasta a ti. Por lo menos no estaba solo.

William  no recordaba nada de lo que había pasado. Tan solo una extraña sensación de caída libre.

Ahora lo único que podía sentir era un dolor muy fuerte en su estómago y una sensación de cristales atravesándole los pulmones cada vez que respiraba. Su cuerpo estaba doblado y sujeto en lo alto de la rama de un árbol. No entendía qué hacía ahí, pero además tenía las manos y los brazos llenos de arañazos así como su ropa hecha jirones.

Podía sentir la áspera rama entre sus manos, aquella sensación era muy similar a cuando jugaba a trepar a los árboles y si no fuera porque todo el cuerpo le dolía podría incluso haber resultado divertido. Pero ese olor... ¿a qué olía? Era una mezcla entre el olor a sal del mar y la humedad de la jungla. Lo peor era esa sensación de mareo, ese pitido en los oídos, no escuchaba nada bien aunque si respiraba hondo y se relajaba un poco, podía oír el trinar de los pájaros.

Cuando abrió los ojos pudo ver la inmensidad de la jungla en la que se encontraba. Mirase donde mirase se encontraba más y más árboles. Pero tenía la extraña sensación de que algo malo había sucedido y ¡no se lo podía quitar de la cabeza!

William observó la escena durante unos segundos que se le hicieron eternos. La sorpresa era colosal, y le costaba asimilar lo que veía. Incluso se le pasó por la cabeza que era víctima de una alucinación... aunque lo desechó rápidamente. Demasiado real.

Con cuidado intentó bajar del árbol, aunque su torpeza no era una gran aliada. Una vez abajo, dolorido y magullado, comprobó que tenía todo encima, sacó su varita y miró a su alrededor buscando cualquier peligro que pudiera acecharle.

Gina no recordaba nada de lo que había pasado. Tan solo una extraña sensación de caída libre.

Ahora lo único que podía sentir era un dolor muy fuerte en su estómago y una sensación de cristales atravesándole los pulmones cada vez que respiraba. Su cuerpo estaba doblado y sujeto en lo alto de la rama de un árbol. No entendía qué hacía ahí, pero además tenía las manos y los brazos llenos de arañazos así como su ropa hecha jirones.

Podía sentir la áspera rama entre sus manos, aquella sensación era muy similar a cuando jugaba a trepar a los árboles y si no fuera porque todo el cuerpo le dolía podría incluso haber resultado divertido. Pero ese olor... ¿a qué olía? Era una mezcla entre el olor a sal del mar y la humedad de la jungla. Lo peor era esa sensación de mareo, ese pitido en los oídos, no escuchaba nada bien aunque si respiraba hondo y se relajaba un poco, podía oír el trinar de los pájaros.

Cuando abrió los ojos pudo ver la inmensidad de la jungla en la que se encontraba. Mirase donde mirase se encontraba más y más árboles. Pero tenía la extraña sensación de que algo malo había sucedido y ¡no se lo podía quitar de la cabeza! Luego notó que entre sus manos tenía un par de dados de hueso, quizá si los lanzase de nuevo, podría escapar de allí.

Gabor alzó la mirada y vio que en lo alto de uno de los árboles, al igual que le había sucedido a él, había una muchacha aparentemente japonesa y que vestía los colores de la casa Slytherin. En cuanto a la extraña sensación que sentía, no supo saber de dónde podía provenir.

Sigma bajó a duras penas del árbol, pero cuando logró hacerlo se dio cuenta de que no estaba sola en aquella extraña jungla. A juzgar por el aspecto de los demás, parecía que ahí había otros chicos de Hogwarts. 

Todos pudieron oír un sonido seco y algo amortiguado. Un chico, que vestía los colores de Gryffindor, se había precipitado contra la vegetación que había en el suelo de la jungla. Lejos de haber amortiguado el golpe, el muchacho sintió como ambas rodillas se le partían.

No pudo evitar dar un grito de dolor que alertó a todos los animales de la jungla y tras él una bandada de pájaros huyeron asustados por el grito. El león había llamado la atención de cualquier cosa que pudiera esconderse allí. Quizá el resto podrían salir huyendo, pero William estaba francamente herido, no podía tenerse en pie y mucho menos moverse.

Con un doloroso esfuerzo, William se incorporó lo que pudo y buscó su varita. Está, pensó algo aliviado. Luego, rajó sus pantalones para verse las piernas. Lo que vio le asustó. No era lo mismo leer libros o practicar ciertos hechizos en un entorno controlado como el colegio que en esta situación. Además, volvía a estar perdido y, además, solo.

Cuanto más lo pensaba más nervioso se ponía, así que intentó controlarse y se centró en un conjuro para curar el daño sufrido.

—Vulnera Sanentur, Vulnera Sanentur, Vulnera Sanentur.

Tras lanzar el hechizo, aún con el susto en el cuerpo, William miró a su alrededor. No conocía el sitio y no sabía si había alguien o algo mirando.

Desconcertado. Si había alguna sensación, algún "regusto" que definiera el estado de ánimo del joven Ravenclaw, ese era el desconcierto. Se sabía observado, pero no era capaz de identificar qué o quienes le espiaban. Aunque, tratándose de un bosque tan denso como ese en que se encontraba, no era de extrañar. Siempre se ha dicho que la jungla tiene ojos.

Y, por otro lado, que cuatro alumnos de Hogwarts se hubiesen encontrado a la vez, perdidos y desorientados, en el mismo punto del bosque, le hacía plantearse muchas preguntas. Preguntas que no solo no tenían respuesta, sino que generaban a su vez muchas otras preguntas.

Algo le decía que tenía que salir corriendo de ahí. Llamémosle premonición, sexto sentido, o miedo, sencillamente.

La caída del chico de Gryffindor no pudo ser menos discreta. No solo por el porrazo en si, sino por el particular crujido de sus huesos. Por las gafas de media luna de Dumbledore, eso debía de doler y, si no lo trataban de inmediato, sería pasto de las alimañas.

Gabor no lo dudó, desatendiendo su propio instinto de supervivencia se aproximó al joven de pelo largo, varita en mano, viendo como éste se levantaba con claros gestos de dolor y trataba de curarse. No hacía falta ser especialista en medicina para darse cuenta de que tenía las rodillas destrozadas. Sanarlo completamente escapaba de sus capacidades, pero igual un episkey, sumado al propio que el joven se autolanzó, le daba cierto margen para poder al menos moverse.

Así que, tomada la resolución, Gabor se posicionó junto al Gryffindor y dijo:

¡Episkey!

Tras haber escuchado aquel golpe, Adam se dirigió hacia el lugar de donde provenía para ver que había ocurrido exactamente. No fue con una velocidad pasmosa, ya que el lugar era desconocido y no podia evitar pensar que hubiera cualquier trampa en algún sitio.

Cuando llegó al lugar del impacto, el chico rubio de Ravenclaw ya se encontraba allí ayudando al recién "aterrizado" Gryffindor.

Se quedó observando a que los hechizos de curación que habían realizado surtieran efectos. No veía necesidad de hacer ninguno más. Los dos alumnos eran mayores que él y, en principio, contaban con más experiencia a la hora de realizar hechizos.