Partida Rol por web

Samantha se encontraba a punto de saltar por la ventana, cuando un sonido como una explosión inundó la casa, seguido del sonido de mil trozos de madera y metal chocando contra sus muebles. No cabía duda de que, fuera lo que fuese lo que estaba tras su puerta de entrada, había entrado en la casa.

No esperó a ver si su engaño funcionaba y simplemente se abalanzó hacia la ventana y haciendo uso de sus innatas habilidades felinas y de sus conocimientos de lo desconocido, se encaramó rápidamente a la cañería para empezar a descender por ella. Mientras lo hacía, podía oír las pisadas de algo inmenso recorrer su piso. Casi podía sentirlo olisquear el aire.

Repentinamente las ventanas del baño estallaron y esquirlas de cristal salieron despedidas en todas direcciones. Pero Samantha estaba tranquila, ya olía las alcantarillas y se encontraba casi en la calle. Solo unos segundos más y estaría a salvo.

Entonces plantó el pie en el suelo y al girarse quedó inmóvil, confusa pues lo que tenía ante ella no era lo que esperaba. En vez de devolverle la mirada una abarrotada calle del Soho, lo hizo un lugar que no había visto en muchos años, un lugar al que no esperaba volver nunca.

Todo parecía ir bastante fluido y tranquilo y la mente de Harris parecía tranquila y a gusto con esto. Pero cuando el doctor sacó aquella estatuilla algo cambió. De pronto los pelos del cuerpo se le erizaron y la piel se le puso de gallina. Intentó decir algo, pero como si alguien le tapara la boca, ningún sonido salió. Entonces sintió de nuevo aquella presencia que había perdido en La cueva, desde que se pusiera el brazalete y por un instante le reconfortó.

Pero entonces notó que algo era distinto, diferente. Sentía que La Voz estaba disgustada y le tenía bloqueado. Entonces sintió como un tirón y aunque su cuerpo no se movió, sintió que su mente caía, alejándose de su cuerpo. Y por primera vez, sintió la presencia de La Voz, le inundó, pero no podía hacer nada, su mente caía, y caía, y caía.

Y entonces, tan pronto como sintió La Voz, esta se desvaneció, y volvió a sentir su cuerpo. Abrió los ojos y comprobó que estaba en el suelo.

La sesión parecía estar yendo realmente bien, tal vez por ese motivo, el doctor Ahmad decidió arriesgar un poco más y fue entonces cuando sacó su pequeña estatuilla para ver si esto podía tener algún efecto en Harris. Inicialmente no parecía que nada ocurriera, pero entonces ambos amigos se dieron cuenta de que la piel del paciente se estaba poniendo de gallina y el pelo de los brazos estaba de punta, como si se estuviera cargando de electricidad.

Y Jamal sintió algo en la estatuilla por primera vez. Estaba caliente, como lo estaba el brazalete en este momento. Parecía que si estaba consiguiendo algún efecto. Entonces Mathias abrió los ojos, pero en seguida supieron que no era él quien los miraba. Donde estarían sus pupilas, solo había un vacío negro e insondable y sin embargo, Jamal sentía que había algo en aquel vació. La boca de Harris se abrió pero no fue su voz la que habló.

- D-E-V-U-E-L-M-E-L-O -

La voz parecía inundar toda la habitación, como si el espacio no fuera suficiente para contenerla y los dos doctores sintieron como una fuerza que les empujaba con cada sílaba. Un hilillo de sangre comenzó a resbalar por sus oídos. Aquellas cuencas vacías que eran ahora los ojos de Harris, miraban la estatua que ahora le ardía a Jamal en las manos, pero no podía despegarlas de ella. Parecía estar vibrando.

Mathias se puso en pie y su presencia se expandió, tocando sus débiles mentes que de pronto parecían estar recibiendo demasiada información y ninguna a la vez. Las paredes parecían moverse, retorcerse en curvas imposibles, arriba parecía abajo y dentro parecía fuera. La estatuilla ardía y Ahmad intentó gritar, aunque le fue imposible, como si la insignificancia de su voz no tuviera cabida en aquella habitación.

-E-S   M-I-O   ¡D-E-V-U-E-L-V-E-M-E-L-O-O-O-O!-

Y Sus oídos dolían, la presencia parecía estar aplastando todo lol que ellos eran sin tan siquiera reparar en ello. Por un momento, creyeron que morirían. Y de golpe, todo se detuvo. La habitación recobró su forma, el ambiente volvió a ser respirable, sus voces volvieron a escucharse.

Y el cuerpo de Harris se desplomó en el suelo.

Aunque la gritaba, era como si su voz se apagase antes de salir y no le oía. Entonces bajó a la planta baja y salió al patio para encontrarse con ella. Cuando abrió la puerta que daba al jardín, sintió un frio que parecía clavarse en lo más profundo de su ser. Los sollozos eran aun más grandes.

A cada paso que daba, algo le decía que debía dar marcha atrás y alejarse o algo malo ocurriría. pero como si no controlara su cuerpo, siguió caminando y rodeando el árbol que no le dejaba ver. Cada metro avanzado sentía un mayor peso sobre sus hombros, como si le estuvieran echando piedras cada vez más pesadas.

Entonces vio a su cuñada, tirada en el suelo, vestida con una ropa negra y arrugada, el pelo desaliñado y los ojos hinchados de llorar. Entonces dirigió su mirada a lo que ella estaba mirando y las piedras que parecían estar echándole encima cayeron de golpe sobre él.

A escasos metros, había una lápida de piedra con una inscripción que rezaba:

Aquí yace Katherin Mayers, Resquiescat in pace.

Y por fin su cuñada habló.

- ¿Dónde estabas Graham? Te estuvo llamando hasta el final -

Aquello no podía ser real. No había estado fuera tanto tiempo. No como para que su mujer hubiera fallecido y ya estuviera enterrada. Además... ¿Enterrar a Kath en el jardín? ¡No, eso no podía estar pasando! La legislación de Nueva York era muy clara en esos aspectos, un difunto debía ser enterrado en un camposanto. Él lo sabía bien debido a su condición de sacerdote.

- ¿Qué está pasando? - Preguntó, aunque no necesariamente a Sophia. - ¿Qué es todo este montaje, Sophia? - Esta vez si se dirigió directamente a su cuñada. - ¿Qué diablos...? 

Se acercó a la lápida y volvió a leer lo que en ésta estaba inscrito. Se quedó unos instantes pensativo, de piedra. Negó con la cabeza y miró de reojo hacia el cielo.

- ¿De que va ésto? - Le preguntó a Dios. - ¿Es otro de tus jueguecitos? 

Entonces bajó la mirada y la clavó sobre Sophia. Esperaba respuestas, pues sabía que el de arriba, ese viejo zorro barbudo, no le iba a decir nada de nada. 

El olor a heno inundaba el aire, y el polvo levantado por los focos de luz encendidos, le daba una atmósfera de ensoñación. Los tres palos mayores que sostenían la carpa de colores ajados por el tiempo y el inclemente clima ruso estaban decorados con gárgolas de cartón piedra que escondían los trampolines y las plataformas desde las que saltaban los acróbatas. Las gradas que se tardaban dos días en montar, aunque todos ayudasen, con sus butacas de diferentes colores según la calidad de la entrada que se comprase rodeaban la pista. Los módulos con ruedines se podían mover y anclar, para formar una plataforma diferente según el número que tocase, y la veintena de bailarines las movían coordinados como un enjambre de laboriosas abejas. En días como hoy, en el que hacía demasiado frío fuera, todos ensayaban juntos. Después de un rato de actividad física colectiva, la carpa se llenaba de calor humano, y se podían apagar los calefactores, esos de lamparas fluorescentes rojas y alambre que emitían un suave zumbido constantemente.

Podía recordar el día como si fuera ayer. Casí podía ver a Klaus con aquél ridículo disfraz y su pompón en la cabeza. Su hermano no estaba hecho para el circo, no tenía ningún talento físico, teatral o sencillamente rareza. Pero era un genio. Sus padres le dejaban estudiar y no tenía que entrenar, mientras que a ella, le exigían hacer su numero de contorsionista todos los días. Sólo así le dejaban subir con los acróbatas. Le encantaba la velocidad, la adrenalina de estar en el aire, y sentirse libre, aunque sólo fuera por un instante. A Klaus le gustaban las novelas de fantasía y los videojuegos. Aunque le sacaba cinco años, con siete él leía mejor que ella, y tenía una imaginación desbordada por la magia. Tenía una varita, que le habían hecho los del atrezzo con restos y era preciosa. Su más preciado tesoro. 

Aún podía cerrar los ojos, y oírle lanzarle "conjuros" mientras ella hacía sus ejercicios. A los dos les podía el aburrimiento, y al final, Ekatherina, hizo lo que cualquier niña de doce años haría. Chinchar a su hermano. Le robó la varita y corrió con ella. Ella podía saltar, doblarse y zigzaguear. Klaus, enfurruñado corría tras ella, sólo era capaz de ver el juguete. Ella pasó por delante del lanzador de cuchillos, rápida y sigilosa como un gato. Tal vez, si hubiera sido más ruidosa, no hubiera lanzado el cuchillo. Tal vez, si el número no fuera a ciegas hubiera visto a Klaus. Tal vez, si hubiera sido mejor hermana, Klaus tendría la cara, la mandíbula y la lengua enteras. Tal vez, si no le llenase de culpa verlo cada día ni hubiera huido de su tierra natal.

Tal vez, siguiese siendo Ekatherina. 

Pero no era así, y Sam sabía que todo era una ilusión, que Bunny le estaba persiguiendo dentro de su mente. Quería esa vida que le había acusado de carecer. Le iba a poner fin a la caza. Comenzó a ascender por los postes, de aquel circo que sólo existía en su memoría y se preparó para asaltar a su perseguidor. Dejaría de ser la presa, y sería el depredador. 

Rowan gritó antes de que la sierra le alcanzara, fruto de al adrenalina y el pánico.

- Nooooo!!!!!  -Dijo Rowan anticipando el dolor.

Rowan se sentía frustrado por no haberse soltado, asustado por la perspectiva de la perdida de la mano y rabioso por haberse dejado liar para aquella mierda. No hubo pensamientos estructurados en su mente, solo una amalgama de esos 3 sentimientos. Al principio volcados contra ese ser, luego contra si mismo, luego contra sus dos mentores que le habían señalado esa dirección, y eso se tradujo en un grito desgarrador desde el fondo de su garganta.

Tras un instante de dolor se desmayó del shock ahogado en hiel y bilis y odio.

Todo estaba en su imaginación pero no por ello estar allí era menos perturbador. La carpa vacía y silenciosa parecía contemplarla acusadoramente mientras ascendía por el poste de los trapecistas. Una ve arriba tenía ante ella las barras horizontales para sus números. Pero no se lanzó. Samantha siguió mirando hacia abajo, esperando a su cazador para convertirlo en presa.

- Debes esforzarte más Ekatherina -

La voz de su padre hizo que diera un respingo donde se encontraba. Miró para todos lados pero no vio a nadie, la voz había resonado en su cabeza.

- Cuida de tu hermano, no le chinches tanto. Te admira mucho ¿sabes? -

Ahora era la voz de su madre. A estas voces se le fueron sumando otras que poco a poco se agolpaban en su cabeza, desconcentrándola. El tono de las voces fue subiendo, como si la chillasen por todo lo que había hecho. De pronto las voces se acallaron y abajo apareció una figura escuálida, vestida con un traje raido y una enorme máscara de disfraz de conejo. A pesar de su inexpresivo rostro, Sam casi podía jurar que aquel conejo sonreía. La señaló con el dedo.

- Te encontré. Voy a por ti. -

Y comenzó a subir por el poste de trapecistas del lado contrario.

Su cuñada se abalanzó sobre él y se le abrazó al cuello, rompiendo a llorar desconsolada. Al sentir el calor de aquella mujer sintió que su cuerpo, exento de contacto femenino en tanto tiempo, reaccionaba ligeramente. La mujer olía a lavanda.

- Cuando te fuiste se puso peor. Los médicos intentaron salvarla, pero… pero… - Las palabras se le atragantaban en la garganta. - No pudieron hacer nada. Ella quería que la enterraran aquí, para seguir cerca de nosotros. -

El llanto de la mujer se iba relajando mientras sus manos recorrían la espalda del Padre Graham. El roce de los dedos de su cuñada, lejos de desagradarle, le provocaban unas ligeras cosquillas que le gustaban.

- Pero ahora debemos mirar al futuro. A pesar de esta tragedia… podemos por fin dar rienda suelta a nuestros sentimientos. -

Y el hombre notó como los labios de aquella mujer rozaban su cuello, su aliento acariciaba su piel y entonces le besaba, mientras le rodeaba con sus brazos.

Normalmente, perder la conciencia antes de morir era descrito como algo dulce y agradable, un último regalo antes de ir al más allá. Sin embargo, para Rowan el infierno que acababa de vivir en vida, le parecía seguir en las tinieblas mientras sentía como estas le devoraban. Cientos de imágenes se agolpaban frente a él, algunas de su pasado, algunas de su presente y otras… que no eran suyas.

Vio su niñez, seguida de una enorme pirámide negra, para luego volver a encontrarse en aquella cueva. Recordó la primera vez que se hizo daño, luego las criaturas de la cueva abalanzándose sobre él y desgarrando su cuerpo, finalmente siendo devorado por un ente en una antigua ciudad sin nombre. Quería gritar, moverse, hacer algo para detener todo aquello, pero era incapaz de reaccionar ante nada y el final parecía vedado para él.

La oscuridad comenzó a engullirle, podía sentir millones de ojos puestos en él, entidades curiosas interesadas por una mosca. El vació le absorbió y todo se volvió negro.

Entonces abrió los ojos lentamente y atontado y confuso Rowan se fijó en que estaba postrado en una cama, en una habitación que ya había visto alguna vez. Entonces reparó en el rostro femenino que le miraba desde un lado de la cama y que esbozaba una sonrisa al verle. Ver ese rostro reconfortó a Rowan más de lo que podía hacerlo nada. Era el rostro de alguien a quien apreciaba, el rostro de Eire O'Brien. Al verle despertar, le cogió la mano y acercó el rostro a él.

- Tranquilo pequeño. Estoy aquí. - Entonces se giraba - ¡Allan, ha despertado! -

Pero Rowan no prestaba atención a aquella mujer, sino a la mano que ella ahora apretaba contra la suya, una mano en cuyo brazo seguía brillando aquel extraño brazalete, la mano que le habían cortado y que ahora se mostraba junto a él como si nada hubiese ocurrido.

Aquel contacto provocó que su miembro se tensara. Cierto era lo que decía Sophia, llevaba demasiado tiempo sin contacto femenino. ¿O eso no lo había dicho ella? 

- ¡Da igual, joder, es la pura verdad! - Se dijo a si mismo. 

- Yo... - Tragó saliva. Estaba nervioso y otra vez cachondo. Aún recordaba todas y cada una de las curvas de la zorra de Samantha y aunque Sophia, nada tenía que ver con aquella gatita, ni por asomo, tenía lo mismo que cualquier otra mujer entre las piernas. - ...no creo que... - Le costaba decir aquellas palabras. Si de él dependiera, o más bien de sus instintos primarios, la tomaría allí mismo en ese preciso instante y sobre la lápida de su difunta esposa de ser necesario.

Meneó la cabeza. ¿Su mujer había muerto? ¿Eso le había dicho su cuñada? No lo podía creer. Estaba tan eufórico, por decirlo de alguna forma, que sólo había escuchado las partes de la conversación que le habían interesado a su parte animal, ignorando por completo su parte racional, aunque ahora, su propio subconsciente actuaba devolviéndole a la realidad.

- Cuando te fuiste se puso peor. Los médicos intentaron salvarla, pero… pero… No pudieron hacer nada. Ella quería que la enterraran aquí, para seguir cerca de nosotros. - Recordó las palabras de Sophia. - ¡Mierda!

- ¡No puede ser! - Exclamó. - ¿Cómo...? - Se sentía angustiado y su pene ya no estaba erecto. Algo que agradecía. - ¿Qué ha pasado Sophia? Esto... ¡Esto es muy irregular! - Se separó de su cuñada. No se la iba a follar. No al menos si podía evitarlo. - ¿Qué estás... haciendo?

Había recorrido medio mundo para abandonar Moscú, con sus ahorros había pagado una escuela de modelos, supuestamente para aprender inglés. Se había fugado del campamento, había sido una sin papeles y había recorrido el país de lado a lado, siguiendo el Missisipy, al servicio de diferentes bandas criminales. Nunca se había manchado las manos con sangre, la violencia no era lo suyo. Hasta que formó su banda y se instaló. Tuvo que empezar a defender su territorio, a dejar avisos vivientes de que nadie se metiera con los suyos, y empleaba toda su imaginación al respecto. 

Una vez le pidió a Cl0th0s, su hacker que buscara que había sido de Klaus. Estaba claro que cuanto más intentas correr para alejarte del pasado, más se acerca a ti. Resultó que había estudiado en el MIT, y que había sido uno de esos estudiantes que se gradúan antes de tiempo, un genio de la ingeniería y la informática que hablaba a través de un programa de ordenador, como Stephen Hopkins. No es que sintiera una culpa abrumadora a día de hoy por lo ocurrido, pero si era cierto, que cuando estaba ociosa, su mente vagaba. Como la de todo el mundo volvía a los sucesos vergonzosos, las discusiones que no ha ganado, y hacia los sentimientos negativos que no había digerido. Ahí es cuando se lanzaba a cometer excesos, tapaba las faltas de su autoestima con sexo, con adrenalina y alcohol. Pero ya no pensaba en su hermano, no sólo en su hermano. Había sembrado víctimas para mantener su libertad, su dinero, y sacaría sus garras y colmillos para defenderse siempre que hiciera falta, aunque después tuviera que huir de sus horrores entre los muslos de otra persona. 

Pensar en garras y colmillos la devolvió al presente.

- Aun no me has cogido.- Respondió risueña. Con un salto se agarró a la barra y comenzó a balancearse mientras Bunny seguía subiendo, con un gesto tan habitual para ella como caminar, se subió al trapecio, y manteniendo el equilibrio con los pies sobre la barra y agarrada a la cuerda, le siguió dando impulso.- Sé que estas en mi cabeza, no puedes ganarme si juego en casa.

Preveía que su perseguidor se subiría y saltaría a por ella, momento que aprovecharía para saltar, atacar y cambiar de trapecio. 

La cara desfigurada de Harris, la mirada inyectada en un negro abisal y aquella voz imperiosa y abrumadora habrían podido causar un paro cardíaco a una mente débil, no entrenada para el terror que anidaba al rasgar el velo de la realidad. Y aunque generó un profundo desasosiego en Jamal, el doctor logró sobreponerse al rostro de Terror.

Había mirado al abismo. Y este le había devuelto la mirada.

Harris yacía en el suelo en estado aparentemente catatónico. El monitor de sus constantes vitales se había fundido a negro. 

Jamal se giró buscando a Wheeler.

-Arthur... ¿Es...? ¿Estás bien?-. Jamal notó un dolor lacerante en la palma de la mano y pudo comprobar que la sensación de abrasión que le había regalado el contacto con la figura de la esfinge sin rostro había sido muy real. Tenía la palma desfigurada con lo que podía ser una quemadura de segundo grado. La figura estaba intacta, no obstante. La tomó con cuidado y la guardó en su bolsillo interior.

¿A qué se refería la Voz con eso de "Devuélvemelo"? En un primer momento quiso pensar que se refería a Harris, como si con su experimento le hubiese... profanado. Luego, quiso pensar que se refería a la figura. ¿Era eso posible?

Notando el sudor manar por su rostro y espalda, el doctor se puso en pie sobreponiéndose a la sensación de mareo y controlando su propia respiración. Cargó una inyección de adrenalina y se acercó Harris con la pistola anestésica a mano.

No iba a dejar nada al azar.

Tirado en el suelo... abrió por fín los ojos; estaba sudando y tenía tanto el pulso como la respiración desbocados...

-¿Que....? ¿Que ha pasado?

Se incorporó lentamente... había sido extraño... como si se hubiese ido

-La voz... era ella... como antes de la cueva... fué al... al ver la figurilla... joder, tengo el cuerpo revuelto... sentí enfado... pero no se por qué... y de repente... estaba en el suelo

Se limpió algo de saliba que le había salido por la boca...

-¿Que ha pasado? - repitió, mientras parpadeaba... por momentos había tenido la vista un tanto nublada.

Rowan despertó agitado y confundido. Estaba sudando de la tensión de la escena anterior con la sierra, de ese sueño que no consiguió sorprender y de esos miles de ojos en la oscuridad pendientes de él.

Miró su mano desconcertado y luego a Eire, alrededor, estaba en la casa de Allan, se había quedado bastantes veces por allí en los últimos meses 

- ¿Cómo he llegado aquí? ¿Por qué...? - Pero no quiso pararse a pensar en otras cosas, saltó de la cama buscando algo con que escribir y se puso a registrar aquel sueño, algo le decía que era importante, no quería que se le olvidara.

"Tinieblas devoradoras... escenas de mi pasado y de mi ¿futuro? y otras que no eran mías ... piramide negra ... la cueva... los zombies que se llevaron a reed devorandome... un ente¹ en unas ruinas... miles de ojos en la oscuridad..."

- Me estoy volviendo loco...- dijo al releer sus garabatos y negando con la cabeza. - Me cortaron la mano, ese sapo, el maletín con el gas... ¡Sam! - Exclamó el nombre al final pero no tenía forma de localizarla, dijo que tenía algo que ver con un circo.

Se notó mareado y tuvo que detenerse a controlar su respiración antes de que hiper-ventilase. En un gesto reflejo trató de sacarse el brazalete una vez más mientras se sentaba totalmente confundido.

- ¿Quién jugaba con el de ese modo y por qué?

Los extraños sollozos y la voz que los interrumpió confirmaron todos los recelos de Lea. De pronto tenía claro que no quería saber nada de esa puerta. La maldita argolla la tenía encadenada a sus compañeros de Raíz, pero eso de estar siempre encerrada... no le hacía ninguna gracia.

Retrocedió, alejándose de la puerta, y se encaminó con decisión hacia la oscuridad que su linterna no podía rasgar.

Sofia volvió a lanzarse al cuello de Graham y le abrazó con fuerza mientras gimoteaba.

- ¿Por qué crees que era tan huraña contigo? Porque estaba enamorada de ti. Me dolía ver que pertenecías a mi hermana. - Comenzó a morderle la oreja mientras le hablaba entre jadeos - Pero ya no hay nada que se interponga entre nosotros. Podemos recuperar el tiempo perdido. -

Le cogió de la cara y le forzó a mirarla. La mujer parecía más atractiva que nunca. Su mente parecía aturdida mientras miles de pensamientos se agolpaban en su mente. La mujer continuó insistiendo.

- Bésame Graham, bésame -

Y comenzó a intentar meter la mano por dentro de la sotana para tocarle el pecho.

El macabro conejo terminó su ascenso, ahora, con más luz, podías ver que la sonrisa macabra de la máscara se encontraba teñida de sangre, y que el cuerpo de quien llevaba aquel disfraz no era demasiado atlético ni fornido. Sin pensárselo un segundo y casi sin calcular, aquel loco saltó hacia el segundo trapecio y comenzó a balancearse.

- Voy por tiiiiiiiiii jijiji - Un balanceo - YA Casi estoy - otro balanceo - ¡Eres MÍA! -

Y saltó hacia ella, levantando las manos en las que también llevaba guantes de conejo, pero cuyas uñas terminaban en clavos de color anaranjado por el óxido.

De detrás del escritorio se levantó Arthur que parecía claramente conmocionado. Su pelo, antes perfectamente peinado y engominado estaba ahora revuelto, goterones de sudor resbalaban por su rostro y se frotaba muy nervioso las manos. En contraste, su rostro tenía dibujada una sonrisa. Buscó con la mirada a su amigo Ajmad.

- Todo bien por aquí amigo. -

Se incorporó para estirar todo lo largo que era (Y no era demasiado) entonces se aproximó a Jamal.

- Ha sido muy intenso, la verdad. Pero interesante - Su mirada se plantó en Harris - Muy interesante. -

Entonces se giró y se agachó junto a uno de los sillones de la consulta y tomo algo entre las manos. La extraña figura que había utilizado el Doctor en la sesión y que en algún momento indeterminado se le había caído al suelo.

- No sabía que tenías algo tan curioso ¿Crees que ha podido tener algo que ver en lo que ha ocurrido? ¿Sabes lo que es? -

Entonces se volvió a girar hacia Harris con el rostro falsamente conpungido.

- Le ruego disculpe mis malos modales. ¿Se encuentra entonces usted bien? -