Partida Rol por web

Señor, porque no tomamos el pueblo ? podemos apresar a ese bastardo y juzgarle! vayamos ahora mismo! deben pagar por lo que han hecho.

Parece entusiasmado con la idea del combate y pega un golpe en la mesa al terminar la frase.

No, eso nos granjearía la enemistad del pueblo. Ya oiste lo que dijo el capitán! estas gentes son súbditos del rey, no esclavos. Hay que investigar de una manera sigilosa, pasando desapercibidos. Quizás de noche.

El muchacho baja tras haber acomodado a su amigo en la cama.

-Decís bien, Don Julián. Me ha parecido un hombre sospechoso pero aun sospechoso goza de la autorítas del Rey. –Tras hablar así reflexiona por un momento. -Si queremos emprender alguna acción contra él deberá ser amparados en la oscuridad de la noche o con algún tipo de ardid.

Incorporándome a la conversación, y viéndome en una situación extraña para mí, aporto mi punto de vista

- Yo también soy de la opinión de que deberíamos ser cautos. Sólo deberíamos apresar al alcalde cuando tengamos las pruebas suficientes que nos aseguren el favor de los habitantes del pueblo.

Bien, será esta noche entonces. Que alguno salga a avisar a Diego y le haga pasar. Otro que suba a ver como están Antonio y Rodrigo y les cuente el plan. Quiero que estemos todos informados. Cuando acabéis volved aqui a sentaros para discutir los detalles.

Sin dar tiempo a nadie más a moverse, me dirijo hacia el exterior, para llamar a Diego al interior de la casa.

El joven se pone en pie voluntarioso.

-No se preocupe, mi alférez. Avisare a Antonio con toda prontitud.

Se abre la puerta de la casa estrepitosamente, Diego se lleva un buen susto y se pone alerta. De la casa sale Miguel.

Antonio está recostado con la cabeza apoyada sobre dos almoadones de plumas, las dos mujeres han extraído la bala no sin una gran dificultad y han cosido la herida. Ahora se ocupan de hacer lo propio con Rodrigo que yace semiinconsciente en el camastro de al lado. Antonio escucha un ruido , alguien sube por las escaleras. Es Pablo.

- Calma Diego. Sólo soy yo. El alférez quiere que entres en la casa. Vamos a ver cómo abordar la situación

Tras decirle esto, me acerco al carro, para ayudar a coger las armas y poder entrar tranquilos.

Don Pablo llega corriendo por las escaleras hasta encontrarse frente a la habitación. Asoma despacio la cabeza por la puerta y por fin entra en dirección a Antonio.

-¿Como te encuentras, amigo mio?- Dice el joven mientras se acerca despacio al camastro. -El alférez te ha llamado. Pero puedo decirle que estas indispuesto, si no estas preparado para entrar en liza.

Estoy muy bien acompañado. Miró a las muchachas y sonrio picaramente. No te preocupes. Dijo incorporandose. Estoy bastante mejor.

Se levantó despacio y comenzó a recoger las cosas. Arrimame la pica anda, no sea que me salten las coseduras del cuerpo.

- Andando entonces, no se hable más, que este pueblo del demonio me da mal fario - dice mientras se carga unas cuantas armas y zurrones al hombro.

-A fe mía que eres un autentico piquero. -Dice mientras toma el pesado instrumento del fondo de la habitación. -No quiero ni imaginar como has conseguido que una de estas muchachas te suba la pica hasta la enfermería.

El muchacho guiña el ojo a una de las italianas y tiende la pica a su compañero.

-Vamos pues, amigo mío. -Dice ayudándole a ponerse en pie. -Veremos si tras el deber podemos dedicar unas horas a demostrar a estas damas lo que es estar con un verdadero español. Todo sea por dejar alto el pabellón patrio.

Cargado con el resto de las armas que Diego no ha sido capaz de coger, me dirijo con él hacia el interior de la casa.

Da por sentado que el pabellón patrio quedara bien alto, allá en la Gloria. Pero cuentame, mi buen amigo, que requiere nuestro oficial el buen Don Julian.

Dice siguiendo a su compañero sin ninguna molestia, o al menos así lo aparenta. Aunque tuviera las tripas fuera seguiria andando así, ¡es un tercio español! Eso no es moco de pavo.

Se quedó con don Julian, mirando el fuego de la chimenea al aire pensativo. Viejos recuerdos acudieron con el silencio, dolorosos todos ellos. Gritos, puñaladas y muerte, una solitaria tumba a la luz de la luna, el miedo a los caminos y la presencia de la Santa Hermandad...

Al ver que Miguel parecía no responder, fue él mismo a avisar a Diego, antes de que pudieran recriminarle incumplimiento de las ordenes. Lo buscó donde se supone que debería estar: custodiando el carro.

Por fin los dos juntos bajan a la sala de estar para reunirse con el alférez y sus demás camaradas.